martes, 23 de febrero de 2016

¿QUÉ HACER O NO HACER?

¿QUÉ HACER O NO HACER?

Alguien dijo que el Tiempo se estaba acabando. La prensa y otros
medios de comunicación ampliaron la noticia. Las reservas de tiempo
se agotaban, de eso no cabía duda. No tardaron en alzar la voz
los opositores, los contrarios: el Tiempo aún duraría
lo que durase el sol, miles de años; aún duraría
mientras no se precipitara sobre nosotros un gran asteroide;
aún duraría mientras los océanos estuvieran vivos,
mientras la atmósfera asimilara los venenos y mostraran los vientos
su furia regeneradora. Los más radicales sostenían
que el Tiempo era eterno, que no era concebible un final.

Pero la idea, como suele ocurrir cuando es molesta o inquietante,
se fue instalando en muchas formas de pensar. Cercano el día
en que debamos beber Tiempo desalado. Y la preocupación
fue aumentando y haciéndose general. ¿Cuánto Tiempo nos queda
por vivir? ¿Por qué no llueven días, horas, minutos, segundos?
¿De qué se nutre el Tiempo? ¿Qué hace falta para durar?

Una parte significativa de la población mundial,
la que todavía era capaz de contemplar conceptos abstractos,
cualquier cosa más allá del simple "yo mismo",
comenzó a preguntarse qué hacer
si fuera cierto que el Tiempo llegaba a su término,
si tras la meta alcanzada ya no existiera más futuro.

Fueron convocados filósofos y físicos, astrónomos y astronautas,
expertos de toda valía y condición
y hasta los herederos del inventor del reloj de pulsera.
"Hay que darle la vuelta a todo -se apresuraron unos-,
despertar en lugar de dormir, ayunar en lugar de comer,
practicar la castidad, callar, permanecer quietos,
mirar una pared desnuda..." Otros opinaron la solución inversa:
"Dormir y soñar sin pausa, buscar la alegoría y la pornografía,
alimentarse hasta la saciedad, perder el miedo a las palabras,
confiar en la aceleración constante y vigilar
en el mundo entero hasta la mínima oquedad..."
Y hasta hubo quienes se alzaron con propuestas incongruentes:
"Si es verdad que el Tiempo se acaba
podemos recurrir al clásico truco de los músicos del Titanic.
Hagamos música."

Pero la música sentida sólo se percibe como tal
cuando uno está por morir. Lo demás es jolgorio y pérdida.
Si realmente el Tiempo se acaba, ¿quién escuchará esta canción?

Al menos yo, que no temo esa conclusión, escucho lo que me place,
me acuesto cuando me da la gana,
sueño antes de dormir, busco cierta armonía entre la comida
y el ayuno, me complazco con mis silencios y mis delirios,
tan necesarios unos como los otros, observo todo
a mi alrededor y adopto la posición del loto
tanto frente a la pared vacía como a la ventana iluminada.

Pensar y hacer. No pensar y no hacer. O pensar y no hacer.
O no pensar y hacer. El Tiempo parece que se agota,
la duda persiste y la decisión no ha sido tomada.

Uno se da cuenta de que verdaderamente el Tiempo (o su tiempo)
acaba cuando comienza a repetir las mismas palabras,
imágenes, sentencias, cuando los recuerdos son poderosos
y se imponen, cuando nada nuevo nace
y llega el agua desalada.
Mas si el futuro se alimenta del pasado, si el pasado
es abundante y complejo, nos quedará entonces todo por vivir.

Los ancianos dijeron: "Sí, el Tiempo se agota."
Los niños respondieron: "Falso. Recién ha comenzado."
¿Quién tiene razón? ¿Quién se equivoca?
La decisión está tomada. Se sube la escalera y,
en un momento impreciso, se baja la escalera. Imposible saber
cuando nos damos la vuelta, cuando cambiamos la dirección.
Más y menos es lo mismo. La diferencia es despreciable.

Si existe un dios de dioses, ese dios se llama Tiempo.
Avanzar y retroceder, subir y bajar, hacerse adulto, hacerse viejo,
penetrar o ser penetrado por el secreto..., todo es lo mismo.

"Y como todo es un juego -dice un humilde maestro relojero-
entre alfa y omega, entre el principio y el fin,
yo decido que mis saetas apunten a la esperanza."

Salvador Alís.











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