jueves, 12 de enero de 2023

BALANCE / 01

 BALANCE / 01 


         Dejé de afeitarme hace más de una semana para conseguir hoy un bigote vertical de barbilla. Ante ese mínimo cambio, unos sonríen y otros no dicen nada. Tanto importan las sensaciones y opiniones de los que aquí sienten y opinan como la estrecha fila de punzantes pelos desde el labio inferior hasta la curva del mentón. 

         Sé que el odio no beneficia ni al odiador ni al odiado, pero me revuelco en ese fango como un cerdo en su propia mierda. 

         Los dos libros obtenidos esta mañana en una biblioteca pública (no puedo sustraerme a ese vicio) han sido La utilidad de lo inútil y El ruletista. La fecha límite para su lectura y devolución es el 2 de febrero. 172 páginas el primero y tan solo 62 el segundo. En otro momento los hubiera leído en un día e incluso me sobrarían horas. ¿Cómo saber si en este complicado presente lograré algún beneficio de tales lecturas, por más que sean fragmentarias, o incluso si llegaré a levantar las portadas y asimilar las citas iniciales? 

          Porque las citas iniciales, cuando son adecuadas y certeras, es decir perfectas, bastan para explicar un todo sobrepasado e imperfecto. 

         Libros para leer y por leer poseo no pocos sino muchos, más de los que mi tiempo pueda admitir con independencia de la velocidad de lectura. Desde principios de año moviendo libros, extrayéndolos de las estanterías, eliminando el polvo acumulado, estudiando sus formas con la minuciosidad de un entomólogo para clasificarlos después según otro criterio y decidir su nueva ubicación. Así también debería proceder con los hechos de la memoria y las personas que me importaron (más o menos) en esta vida..., fotografías en blanco y negro que conviene colocar en un álbum diferente. 

         Escribir... El "cómo" no me interesa ni me preocupa. El "por qué" y el "para qué" tendrían que ser dilucidados. ¿Placer o dolor? ¿Qué hay en la escritura que la hace necesaria? ¿Por qué sumar páginas no leídas a las páginas no leídas? Quizá una cita inicial lo pudiera explicar: "Escribo porque me cuesta respirar". 

         Por suerte, cuando lo necesito, hago el amor con una canción. Y debo decir que, en estas ocasiones, la canción es mi amante y no la música de fondo. Y ciertamente ayuda si la placentera voz pertenece a la interprete admirada, la que escribe y declama solo para mí y cuyo nombre, como celoso enamorado, no pienso revelar. 

         Pero no importa ella, sino su canción. 

         Y sin embargo hay un ruido sonante que amenaza como chillido de gaviota, como el histérico canto de la historia, los versos de la injusticia o los escupitajos del desprecio de los emplumados. Y ante eso ¿qué? 

         Cada mañana, en este enero todavía cálido y soleado, las gatas salen al balcón, se suben a las macetas y frotan sus mejillas con los troncos, las hojas y alguna flor tardía. Cuando la luz incide, directa y avasalladora, en los cansados ojos azules de Nube o en los castaños y dorados de Sombra, cuando a mí esa misma luz me ciega, los tres cerramos al tiempo los párpados y con ese gesto sonreímos. Es nuestro lenguaje de signos. Y es privado y secreto, aunque en parte lamento que no se entienda ni sea compartido. 

         Con esta primera entrega de un supuesto balance de vida no creo haber puesto a nadie contra las cuerdas. Ganas no me faltan, pero no aquí ni en este momento. Para resarcirme prefiero la poesía, ese lenguaje fundado por la locura profética. El sol de la mañana atrás quedó. Y la noche reina con su oscura sinceridad.  

         Valga, como cita inicial, esta cita (de Johann  Wolfgang Goethe) que debería bastar por sí misma y hacer prescindible el poema que seguirá: 

"la luna, con las olas del aire fundida,  

como un fantasma haciendo fantasmas brilla..." 

         Y a pesar de la cita, uno se empecina en su idea y recrea sus palabras ya escritas y sin título,  en otra noche negra, para intentar alumbrar con esa negrura esta negrura. 


Esta mañana me he enfrentado a las nubes, 

nada amenazador había en ellas, 

blancos algodones flotando plácidamente 

en un cielo azul que ningún viento incomodaba. 

En esa blancura casual y caprichosa 

he visto tu cara y luego otras caras, y la tuya 

parecía sonreír. Pero luego, 

como en una filmación a cámara lenta, 

tu sonrisa se ha ido desdibujando, 

tu alegre semblante transformado en otra figura. 

Rostros que aparecen y desaparecen 

en mañanas claras y en noches azul de mar, 

rostros que no existen en este cielo 

y tampoco viven, aunque asiduamente la visiten, 

en la posterior oscuridad. 

En la memoria de los días despejados 

y en las sombras y reflejos de su periódica caducidad, 

eres y no eres, y no hay agitación en el aire 

que de ello sea responsable. 

Te recuerdo bien, a ti y a tus acompañantes. 

Tu belleza, junto a los cazadores y mi autorretrato, 

no está en el cielo ni en el infierno  

sino en este laberinto del recuerdo, 

en este almacén de alegorías. 

Por la inercia de una calmada representación, 

las nubes son lo que son 

y nosotros lo que fuimos y dejamos de ser. 

Esta mañana me he enfrentado a las nubes, 

blancos algodones que contienen el pasado 

y se deshacen en futuro. 

Nada amenazador había en ellas.  


Salvador Alís.