jueves, 25 de febrero de 2016

ALTERACIONES

ALTERACIONES

Y a pesar de las palabras, leídas y releídas como escritas por un extraño,
soy consciente de que junto al árbol crece una vid que compite con el árbol,  
una vid gigante que lo iguala en altura y lo supera, y cuyos frutos, 
más pronto que tarde, caerán como granizo sobre la tierra.  

En la sangre, como en los ríos y en las aguas subterráneas y en los mares,
hay vidas minúsculas, formas y significados
que aparentando indiferencia
se encuentran, sin embargo, en íntima relación unas con otras,
dependiendo éste de aquél y cada célula de otra célula o del flujo general,
como cada hoja de un árbol (contra el crepúsculo enrojecido
por un sol que se desvanece y estalla) prendida de su rama,
y esa rama nacida de otras mayores,
y todas, finalmente, de su tronco, y éste de sus raíces y ellas del suelo
y sus nutrientes que, a su vez,
necesitan a la lluvia que cae de los cielos,
donde se forman las nubes por evaporación de los ríos y los mares,
los lagos y las lagunas,
sin que el círculo acabe nunca de cerrarse,
pues es condición imprescindible (para la vida) que permanezca abierto.

En la sangre conviven células redondas y ovales,
planas como platillos, esféricas como planetas, cuadrangulares,
pentagonales, piramidales, filamentosas, inquietas,
tranquilas, voraces, grandes y pequeñas, transparentes,
singulares y plurales, llenas y vacías, agresivas y cobardes,
silenciosas y musicales, calientes como cuerdas de un violín,
frías como una pluma perdida en el invierno.

En la sangre se han producido alteraciones,
algunas formas (sin previo aviso) han mutado o se transforman
en otra cosa por determinar. Y circula esa sangre,
como la savia en un árbol viejo a través de sus xilemas,
ascendiendo o descendiendo (he aquí el enigma),
y trazando a su paso el inmaterial entramado del alma contemplativa
y arbórea donde la delicada ardilla encontró refugio
para esconder su nuez.

Halcones entrenados para la captura y el rapto
se precipitan sobre las hojas, sobre las células, silbando,
y asustan con su preciso vuelo a todos los habitantes del plasma:
hematíes y eritrocitos, plaquetas, linfocitos, macrófagos,
eosinófilos, basófilos y neutrófilos, agua y sales,
albúminas, globulinas y fibrinógenos, lípidos, glucosas,
células y fragmentos de células, corpúsculos y glóbulos,
algas negras, arcillas rojas, piedras blancas y cristales,
grasas y ácidos, ureas y alcoholes y un sinfín de otras sustancias
débiles y asustadizas.

Cuando el Cetrero Mayor libera al halcón de su capucha,
se lanza éste como recta flecha y justa amenaza
contra todo objetivo señalado, pero en su velocidad ignora
que la sutil ardilla ha encerrado su cerebro en una nuez,
y a la nuez en un frondoso árbol, y que el árbol,
que vive por el sol, por la lluvia y por el aire, no se conmueve ni altera,
no muere por cáncer ni por infarto, y protege por igual
a toda criatura que en él busque sombra, cobijo o alimento.

Salvador Alís.





  

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