domingo, 7 de febrero de 2016

EL CIRCO ESPAÑOL / SEGUNDA PARTE

EL CIRCO ESPAÑOL / SEGUNDA PARTE

El Gran Circo Mundial se divide en múltiples circos y estos, a su vez, en otros más pequeños..., y así sucesivamente hasta acabar en el más ínfimo de todos que -si no ando equivocado- es el circo de las pulgas. Suele acontecer que en muchos circos la estrella principal sea el tragafuegos (o escupefuegos) o también el malabarista. Por centrar el tema, supongamos que en un circo importante y tan festivo como la ciudad de Valencia hubiera una experta en juegos malabares con larga historia y manifiesta destreza, pero que durante años privara al público de admirar sus ejecuciones, bien pagada sin embargo, a quien los propietarios del circo le permitieran actuar tras las bambalinas, lanzando ella al aire en óvalos o círculos perfectos sus naranjas al amparo de opacos telones y gruesos cortinajes. ¿No sería conveniente, no tendrían acaso derecho los espectadores (que esta vez sí han pagado -y bastante caros- sus boletos) a exigir que la estrella hiciera una demostración de su arte, por ejemplo en un escenario tan idóneo como la Ciudad de las Idem, subcirco de ciencia y ficción dentro del circo mayor de Valencia? El problema -y seguimos presumiendo- es que quizá las frutas estén ya presuntamente podridas y desprendan un mal olor insoportable y alguna nubecilla de polvo mohoso y tóxico. En resumen: que a los valencianos (y a los japoneses) se les hurta disfrutar del número más destacado del cartel mientras se les distrae con hogueras y fuegos artificiales. Igualmente podemos suponer que alrededor de este circo existieran otros, y los cabezas de serie fueran tahúres y magos con gafas negras y espléndidos trajes de sastrería, tan habilidosos en sacar conejos o aeropuertos de sus chisteras como habituados a jugar con cartas marcadas, y especialmente entrenados para hacer desaparecer increíbles sumas de dinero, transformar billetes negros en billetes blancos ante la atónita mirada de un público que no es capaz de ver ni dar explicación al truco, o convertir -superando el sueño de los alquimistas- la basura en oro. Parte de lo anterior, desde luego, presuntamente supuesto y a la espera de la decisión de los jueces (que observan las actuaciones de artistas y titiriteros con el ánimo de puntuar y conceder premios a los mejores).

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