domingo, 31 de diciembre de 2017

CHRISTOPHER WALKEN / COME AND GET YOUR LOVE

EL VUELO DE CHRISTOPHER WALKEN

EL VUELO DE CHRISTOPHER WALKEN

          Uno de mis actores más admirados es Christopher Walken. Me enamoré de él en aquella secuencia en que le propina un brutal puñetazo en el hígado a Rupert Everett en El placer de los extraños (película dirigida por Paul Schader, con banda sonora de Angelo Badalamenti, y basada en una novela de Ian McEwan con guión de Harold Pinter).
          Christopher Walken es el mismo actor que en Pulp Fiction (de Quentin Tarantino) interpreta a un soldado, veterano de la guerra de Vietnam, que visita al hijo de un camarada fallecido para hacerle entrega de un reloj de oro que su padre y él mismo habían salvado de la guerra escondiéndolo en sus culos.
          El oro y la mierda, la brutalidad y el deseo: no dejan de ser imágenes simbólicas cuya ironía, más y menos evidente en los ejemplos citados, está implícita en los gestos, muecas y miradas del que actúa.
          Al acabar el año 2017, el cielo sobre la ciudad se ha iluminado con el estallido de fuegos artificiales. Pero dos horas más tarde ha comenzado a soplar el viento. Las luces en el aire y el aire movido por quién sabe qué fuerzas también son imágenes que representan otra cosa, que guardan un secreto. La luna casi llena no es ahora símbolo de nada pues es simplemente un hecho.
          Es importante no olvidar que los secretos existen mientras se guardan. Hoy, por primera vez en los últimos años, no he dado yo un primer paso. He decidido permanecer a la espera.
          El problema de alguien que escribe consiste precisamente en que pone sus secretos por escrito y, de no ser destruidos mediante accidente o por propia voluntad, en el momento adecuado y en la forma requerida, tarde o temprano, esos secretos verán la luz, es decir estallarán como cohetes en el aire y el viento los esparcirá y llevará de un lado a otro sus colores hasta que algún día, finalmente, se desvanezcan y olviden.
          La circunstancia de que un año acabe y otro comience tampoco es símbolo sino convención. Y puesto que entre mis aspiraciones rara vez se cuenta el acatamiento de los convencionalismos, en lugar de ir a las doce uvas voy a la página nueve de las Cuatro narraciones sobre las apariencias de Celati, y leo: "Contaré la historia de cómo Baratto, al volver una noche a su casa, se quedó sin pensamientos, así como las consecuencias que se derivaron de su vida de mudo, que duró una larga temporada." Esa tentación, la mudez, en tanto condición elegida, me asalta sin sorpresa alguna pues hace tiempo que la espero.
          Y ese golpe de Christopher Walken lo he soñado tantas veces. Aunque nunca, sin embargo, he necesitado ocultar mi reloj. Soy consciente de mi tiempo, sé que a menudo llego tarde a mis citas, y hasta a veces dudo si llegar. Pero el encuentro que se intuye simbólico y real, el último y en cierto modo el primero, tendremos que conseguirlo mediante el vuelo. Admito que si tú no me entiendes es porque yo no me entiendo. Y seguro que hace falta entenderse.
          No obstante, y a pesar de todo lo dicho en un sentido u otro, el entendimiento no convencional ilumina en ocasiones la noche en que la memoria compró un pasaje de barco en camarote para surcar un mar oscuro hacia otra luz.
          Mis últimos días tienen la densidad de una gelatina impura y sin embargo dulce. Mi reloj de acero se deja llevar en la muñeca izquierda con su peso relativo y su alto brillo. Nada sucede por casualidad. Si el actor vuela en su baile, si escucho esta canción, si busco esta fotografía y modifico esta otra, si aguardo pacientemente y no me someto a proyectos utópicos ni a prioridades sin fundamento, debe ser porque todo lo que me rodea se sujeta a un plan preconcebido.
          Quizá yo mismo guarde para mí un secreto del que no soy consciente. Quizá convierta en monedas simbólicas mis pensamientos para comprar los sueños que estoy soñando. Christopher Walken baila como un demonio y vuela como un ángel.

Salvador Alís.     

sábado, 30 de diciembre de 2017

CONSUMIR EL TIEMPO

CONSUMIR EL TIEMPO

"Todo cuanto se escribe se convierte en polvo en el momento mismo en que se ha escrito, y es natural que termine por perderse con todo el polvo y la ceniza del mundo. Escribir es una manera de consumir el tiempo, rindiéndole el homenaje que le es debido. El tiempo da y quita, y lo que da es sólo aquello que quita, de manera que su suma es siempre cero..."

Gianni Celati. Cuatro narraciones sobre las apariencias. Anagrama. 1990. Pág.: 144-145.

martes, 26 de diciembre de 2017

ADAGIO

FRENTE A UNA COPA DE VINO

FRENTE A UNA COPA DE VINO

Por este amor interrumpido y persistente. Por este amor
tan lejano y cercano, ausente y presente.
Por este amor que según las estaciones, los años y los días,
es lluvia y es viento, sol con sus llamaradas radiantes.
Por este amor que pasa sobre mi cielo
como pasan las nubes que diferentes siempre vuelven.
Por este amor sé que soy un hombre,
que tengo un alma y un signo a la izquierda de mi pecho
y un corazón bajo ese signo. Por este amor sé
que no soy piedra ni flor de cerezo ni elemental insecto.
Por este amor acepto tu complejidad y la mía.
Por este amor te amo sin condiciones. Por este amor
alzo mi copa en esta noche y me perdono,
pues todas las heridas que siempre me causé
tardaron en cerrarse pero se han cerrado
y mi sangre se alegra y sigue fluyendo
por nuestra cuenta pendiente. Por este amor inacabado
y distinto, aún vivo, sensible y vibrante
como la cuerda de un instrumento rebelde
que se niega a callar cuando toda la orquesta ha callado.

Salvador Alís.

domingo, 24 de diciembre de 2017

UDRA ROSLUND / SABOR A MÍ

MONNINA / PIEL CANELA

AYER HOY Y MAÑANA

AYER HOY Y MAÑANA

Ayer asistí a un concierto de Concha Buika. La escuché mil veces
y alguna vez me crucé con ella en el aeropuerto. Pero ayer la vi
y la escuché cantar desde la fila 31. A su vestido de reflejos metálicos,
plata y oro y cuarzo rojo, lo exaltaban las luces cambiantes.
Su alta voz, tan profunda y desgarrada, dificultaba entender
lo que decía. Y de tanto en tanto, la brillante oscuridad de su pelo negro
saltaba desde su espalda a su pecho. Con las últimas canciones
se levantó el vestido y mostró las piernas.

Hoy he buscado por toda la casa tus fotografías. Son únicas, irrepetibles
y preciosas. No las he encontrado. Pero sé que están aquí.
Están en mis ojos y en mi recuerdo. Te pido un poco de paciencia.
Sé que las encontraré.

En un futuro soñado en tantas noches de días ya pasados,
el viajero espera en la desierta estación un tren que no ha de llegar.
Cuando llega, el viajero busca en su vagón su compartimento.
Allí deja la maleta donde guarda su vejez. Sobreviene un túnel
y todo se apaga, y cuando vuelve la luz el viajero es otro.
No se reconoce en el espejo picado. Es él pero mucho más joven,
la alta velocidad lo ha conducido al ayer.
En su destino lo espera aquella juventud perdida.
El viajero juega con ventaja, sabe todo lo que va a suceder.
Sorprende y maravilla, infunde temor y causa rechazo.
Por mucho que trate de cambiar el viaje ya cumplido,
a pesar de su estrategia y su poder, nada cambia y él mismo
acabará aceptando repetir su vida hasta alcanzar
el momento concreto, una vez a solas en su habitación de hotel,
en que abra su vieja maleta y las puertas del armario desnudo
donde faltarán perchas donde colgar los trajes usados
y las camisas nuevas sin estrenar.

Ayer, hoy y mañana, me ha dado por escuchar ligeras canciones
de calidad discutible. No lo puedo evitar. Hoy no he dormido,
ayer apenas dormí, mañana no dormiré.
Si este poema es un árbol más recto o más torcido,
más frondoso, verde, seco, ancho, alto,
si emite flores, si acoge parásitos, si arde fácilmente
o resiste con empecinamiento natural al fuego y al viento,
si establece ramas y nudos y bifurcaciones
para el leopardo tranquilo, el mono inquieto y la fatigada ave,
si hunde su laberinto de raíces en mí, estoy seguro,
su estructura y su nervio se deben a esta ligereza de la música
que entretiene mis horas de insomnio.

Hoy escucho complejas canciones. Sirenas que cantan
para enloquecer. Pero mis orejas no reclaman cera, el ruido
constante me otorga inmunidad. No necesito atarme sino desatarme.

Ayer las tentaciones, los besos en las mejillas. Mi boca seca.
Ayer tus fotografías, tus cartas, tus palabras de carbón, 
tu pelo (que nunca fue negro) azul oscuro,
tu espalda curvada y erizada como el lomo de un gato
estremecido con esta caricia.

Mañana esta blancura que dulcemente se arremolina en mi regazo
me dirá que fue inútil dormir, soñar, permanecer despierto,
emprender cualquier viaje, pues todo conduce a lo mismo:
todos los instantes de una vida se concentran aquí,
en este frágil poema pensado hoy y escrito ayer.

Pienso en ti y en ti y en ti... Y escucho canciones tan ligeras.
Y de esta forma, en estos tiempos, soy feliz.
Nada me afecta realmente ni me rompe cuando me dobla.
Ayer (o anteayer) la negra me descubrió que la voz que se desgarra
como cortina, se abre y muestra un secreto.

Pero un secreto al descubierto no significa nada si la curiosidad
no lo sigue hasta el final y lo trasciende.

Salvador Alís


miércoles, 20 de diciembre de 2017

SOKUN NISA N SAVETH

POR SI TÚ ME VES

POR SI TÚ ME VES



Cetara 


Amalfi 


Vesuvio


Pompeya 


Castellammare di Stabia


Praiano


Positano


Amalfi 


Vietri sul Mare


Ravello


Por si tú me ves 


Autorretratos con la mano izquierda

Costa Amalfitana. 9 - 16 noviembre 2017. Fotografías de Salvador Alís.

lunes, 18 de diciembre de 2017

ADELA "LA CHAQUETA" / Y YA




ADELA "LA CHAQUETA" / VOY A PERDER LA CABEZA




UN GATO SUBE A UN ÁRBOL

UN GATO SUBE A UN ÁRBOL


Positano. 15 de noviembre de 2017. Fotografía de Salvador Alís. 


Un gato sube a un árbol. Esto sucede un mediodía nublado 
a mediados de noviembre en la playa de Positano. 
El gato persigue a un pájaro invisible, 
lo ha visto agitar las alas entre las perennes hojas verdes, 
visión que escapa a nuestros ojos viajeros, entretenidos: 
a un lado, las casas que difícilmente se sostienen 
sobre laderas grises que se precipitan hacia el mar y, al frente, 
las olas que rompen los infinitos desperdicios acumulados en la arena. 
El gato sabe que el árbol está vivo, y siente y sueña, 
por eso asciende delicadamente por su tronco, 
apoyando en él con extrema suavidad sus dos pares 
de patitas almohadilladas, 
y clavando sólo lo necesario las salvajes uñas en su corteza. 
Nunca ha pensado el gato, ni pensará, que el árbol le pertenece, 
lo usará como escala o trampolín 
para alcanzar, si pudiera, al pájaro que allí, en esta hora, se detiene. 
Pero el pájaro resulta ser más ágil si cabe, más listo incluso, 
que el gato, y al fin echa a volar 
escapando del acecho y la amenaza. 
De otros árboles, más sociales, menos aislados, 
cuelgan marionetas feroces 
que reclaman su posesión y la libertad de su daño. 
Pero también esta visión se nos niega, 
pues nuestros ojos, a pesar de la oscuridad imperante, 
no se han preparado para ver en lo oscuro, 
para discernir entre ese follaje a los huéspedes casuales 
que respetan su anidar. 
Si un gato sube a un árbol, 
un mediodía nublado en la playa de Positano, 
es porque está en su naturaleza subir. 
Las marionetas que con sus muecas forzadas 
fingen la verdad de su ser, no han subido por sí mismas: 
fueron colgadas intencionadamente, para ahuyentar a los pájaros 
mientras el árbol muere sin solución 
porque los nidos están vacíos 
y el gato ya no muestra ningún interés. 

Salvador Alis.

martes, 12 de diciembre de 2017

STAR BAND DE DAKAR / BINA BOO

62

62

Mañana a media tarde se cumplirán 62 años desde el día en que nací.
Pensaré, aunque en realidad ya lo estoy pensando,
que a los 20 no soñaba con llegar más allá de los 40,
que a los 25 tomé la firme decisión de suicidarme a los 50,
que nunca he pretendido vivir por encima de mis posibilidades.

Hoy, en esta noche de transito y espera, a solas como de costumbre,
observo el ir y venir de mis gatas sin miedo y sin consciencia,
sin proyectos y sin fines, ajenas a toda meta.
Viven porque viven y no pretenden nada que sobrepase su vivir.

¡Qué lejos de esa intención me siento y, a la vez, qué igual
cuando pongo en valor mi mañana y mi presente!

Quisiera durar mil años o diez mil, y azarosamente
poner una palabra al lado de otra palabra y escribir una obra maestra
que fuera leída por los soñadores y los insomnes,
los que no confían en el tiempo, los que se niegan a envejecer.

Esa obra, no muy extensa pero concentrada, diría lo que siento
esta noche, en este punto y aparte:
Cum moriar, medium solvar et inter opus. (Ovidio)

Y antes de acostarme y soñar y morir, a solas como de costumbre,
leer alguna página que pueda con facilidad cerrar mis ojos,
en este caso Montaigne; "Preciso es no emprender nada
de larga duración, o de emprenderlo apresurarse a darle fin."

Y una canción incluso y Montaigne todavía, antes de cumplir años,
por humildad y soberbia, en el ejemplo citado:
"... quiso que le arrancaran la piel después de muerto
y que con ella hicieran un tambor para tocarlo en las guerras
que en adelante se sostuvieran contra sus enemigos,
estimando que esto ayudaría a continuar las glorias
que él había alcanzado en las lides contra aquellos."

A punto de cumplir 62 años no temo a la muerte, no,
pero me guardo de la vida que, al igual que un lobo desesperado
y hambriento, me vigila. "Las preocupaciones ligeras
suelen hablar, las excesivas quedan mudas." (Séneca)

Salvador Alís.








TODA ESPERA OBTIENE SU RECOMPENSA

TODA ESPERA OBTIENE SU RECOMPENSA 







Amalfi. 10 de noviembre de 2017. Fotografías de Salvador Alís.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

TARANTELLA NAPOLETANA

EL PERRO DEL VESUVIO

Árboles quemados en las laderas del Vesuvio. 11-11-2017. Fotografía de Salvador Alís.


Desde la playa de Castellammare di Stabia contemplo el Vesubio imponente insertado en una lejanía azul. Esto sucede el 12 de noviembre de 2017. Un día antes completé la subida hasta el cráter, estuve en esa falsa cima que ahora voy recordando como si de alguna forma volviera a encontrarme sobre ella. A pesar de algunas nubes, el once fue un día luminoso.

¿Por qué he subido al volcán? ¿Cómo es que he podido hacerlo? Es obvio que porque otros lo hacen constantemente, yo solo no me hubiera atrevido. Creo que nadie lo hace por la noche y que, cuando el tiempo es malo, se suspenden las excursiones. Pero en días soleados como éste, cientos de personas pueden aventurarse en la hazaña de llegar hasta el borde y trazar en él una paseo semicircular.

Ese enorme agujero, donde nada ha cambiado desde 1944, tiene 600 metros de diámetro y 200 de profundidad. Diecinueve siglos antes pudo acabar con la vida de decenas de  miles de habitantes de Pompeya.

El gregarismo de nuestros días implica casi siempre falta de respeto hacia los que no se unen y prefieren permanecer separados. Turistas nacionales y extranjeros, curiosos en general, amantes de la naturaleza, activos estudiantes y nerviosos jubilados se juntan en el parking a unos mil metros de altura y comienzan a caminar, a veces en fila india, por el camino de tierra negra que desemboca en el cráter; aunque cada uno respira a su compás, y cada uno tiene sus propios pensamientos y alguno planea llevarse en los bolsillos 3 ó 4 piedras volcánicas.

En lo relativo a esas piedras: las hay rojizas, como grumos solidificados de hierro que antes fue líquido; las hay verdosas, contaminadas por el azufre que antes de ser polvo fue gas; las hay negras, pero no con la frágil textura del carbón sino con la aparente dureza del cristal, aunque sin brillo y sin alma; y las hay grisáceas, compactas como sólo las piedras grises pueden serlo, sin temor a mostrar su extrañeza ante el volcán.

Durante la ascensión se pueden ver un par de lugares con tenderetes de souvenirs, donde el visitante crédulo puede adquirir desde una calavera hasta un león (de tamaño natural la primera, miniatura el segundo) siempre tallados en lava. Y, por último, al final del recorrido, hay un tercer lugar con los mismos recuerdos, las mismas baratijas y una novedad: dos pequeñas barricas de madera con vino blanco y vino tinto. Pido un vaso (en realidad un vasito de plástico transparente) de Lacrima Christi del Vesuvio y hago algunas fotos. Soy uno más entre muchos.

En este caso la cámara hace el papel de escudo, se interpone entre el enorme agujero y uno mismo, equilibra las emociones -por así decirlo- como al pesar en una balanza de platillos nuestros latidos y sus disparos, nuestro corazón alterado y el vacío expectante que contemplamos, con resultado igual a una perfecta verticalidad del fiel de esa balanza.

De haber subido solo, de no mediar el distanciamiento de las fotografías y el rumor de otras voces y otros pasos, creo que sentiría pavor ante la visión del cráter, algo parecido en intensidad aunque desprovisto de miedo ante la segunda visión, la externa: laderas del volcán, ciudades llanas, el mar, las islas. Es tanta la luz que en las fotografías, deslumbradas, no pueden apreciarse los detalles.

Para alcanzar esta meta -ver con los ojos pero no ser capaz de fijar una instantánea- fue necesario equivocarse, tomar otro camino que se detenía repentinamente ante una verja de hierro con un cartel que anunciaba el parque forestal del Vesuvio, entre miles de altísimos pinos quemados no hace mucho. Fue necesario bajar otra vez al nivel del mar, o casi, hasta Torre Annunziata o Torre del Greco, ya no lo recuerdo, y de nuevo volver a subir.

El parking del Vesuvio no es más que una larguísima carretera en el bosque. Desde el parking hasta el comienzo propiamente dicho de la zona de ascensión a pie, unos dos kilómetros asfaltados, una furgoneta con una decena de asientos se encarga del transporte de pasajeros, los que han utilizado vehículo propio descartando los autobuses, para depositarnos en el final de la curvada vía, entre tenderetes de souvenirs y cápsulas de plástico alineadas para atender las necesidades incontenibles, en esos momentos y esas alturas, de muchos desconcertados visitantes.

Según diversas guías, la ascensión desde aquí hasta el borde puede durar 15, 30 ó 45 minutos. Tuve que detenerme unas seis veces para que mi corazón normalizara su ajetreo. El aire más puro, la visión tan despejada. Subir a una montaña siempre tiene algo de ritual: requiere un esfuerzo adecuado a sus características morfológicas (físicas y lingüísticas), dando por supuesto que, al alcanzar la cima, se habrá coronado una cierta altura y una considerable comprensión.

Apurando el último sorbo de Lacrima Christi, apoyado en una endeble barrera de troncos frente al abismo de más de 1.200 metros y ante el infinito mar, se me ocurre pensar que en el fondo un volcán no es más que un enorme culo, uno de los miles de culos de que se vale la Tierra para expeler sus gases nocivos y su incandescente materia fecal.

El conductor de la furgoneta que nos trasladó desde el parking hasta la recepción propiamente dicha del cráter, amenizó el breve trayecto con la siguiente historia: "En julio de este año, un hombre subió al Vesuvio con un perro y una botella de gasolina. Echó la gasolina sobre el perro, le prendió fuego y lo dejó correr."

Salvador Alís.


viernes, 24 de noviembre de 2017

JAMES CAAN / BONG SROLANH SROLANH TAE OUN

LOS CENTAUROS DE ITALIA


Igor Mitoraj. El centauro. Fotografía de Salvador Alis. Pompeya, 12 de noviembre de 2017.


Pocos días antes de emprender viaje a Italia, compré un libro que me pareció adecuado para leer en los aviones y, tal vez, alguna noche en una cama extraña y con la escasa luz de una lamparilla inadecuada. Ese libro, elegido por no importa qué razones pero favorecido por su portada, fue El oficio ajeno de Primo Levi. Soy de los que creen que las casualidades se dan en la vida de forma apabullante, tan rápidas que en ocasiones pasan inadvertidas, tan extrañas que en ocasiones cuesta reconocerlas, tan ajenas a nuestro análisis que nos esquivan sin interrogantes ni huellas. Casualidades que suceden, para maravilla del que repara en ellas, en los momentos en que la sensibilidad se ejercita en ese juego donde también participan el azar, los ojos, los oídos, la memoria, la experiencia, páginas leídas y pasos dados sobre los bordes de la realidad.

Una casualidad es una repetición diferente, algo que, significando lo mismo, ocurre para ser otra cosa. En la portada de El oficio ajeno aparece un centauro arrogante, que dobla los brazos hacia afuera apoyando el dorso de las manos en su cadera; un cuerpo caballuno, cuatro patas, cola roja y un bigote que me recordaba el mío de hace algunos años. A decir verdad, el rostro del centauro se parecía a mi rostro en una fotografía de 1976, cuando tenía veinte años y esa arrogancia del centauro.

En el Foro de la ciudad muerta, Pompeya, hay un amplio pedestal sobre el que se eleva un centauro armado. El arma es una lanza, pero el centauro carece de brazos y manos.

El 12 de noviembre de 2017 quedaba todavía en Pompeya la última estatua de Igor Mitoraj, después de su exposición (entre mayo de 2016 y enero de 2017) y su muerte.

Tengo que reconocer que en la vorágine del viaje, me costó descubrir que el centauro de Pompeya no era una obra original, romana al menos, sino la obra de un loco contemporáneo que imitaba la grupa de un caballo clásico, en bronce, abriendo allí una ventana o caja que contenía el rostro, la cabeza de otro hombre (nunca el jinete, el hombre de acción; nunca el adiestrador, el hombre de gobierno; nunca el autor, el hombre de pensamiento y, por supuesto, nunca una reproducción del propio centauro), seguramente un observador irónico.

Los turistas contemplan y fotografían al centauro de Pompeya, se agrupan para la contemplación y las fotografías, son en su mayoría japones ávidos de piedras y volcanes. Ignoran que a su vez, el rostro en la grupa del caballo los contempla a ellos y transmite esa imagen a su creador, Igor Mitoraj, muerto en 2014.

La lectura de Primo Levi en los aviones ha sido provechosa. Hay que reconocer que ha sustituido el inquietante zumbar de las turbinas por una escritura calmada y clara, donde uno goza de la tranquilidad de leer al tiempo que se le ofrecen paisajes nítidos y descifrables.

Hubo en Italia constelaciones, azulejos, etiquetas de vinos; por todas partes (y esto significa también casualidad) representando el dibujo de Sagitario, mi signo en lo que corresponde al día en que nací.

Un centauro con un arco, un centauro con una lanza pero sin brazos, un centauro con los brazos doblados por los codos en actitud desafiante.

No se encontraron en Pompeya centauros calcinados, algunos perros sí (no he visto cadáveres de gatos); ni los hay reales en la literatura ni en la pintura.

Yo no podría ser un centauro-sagitario, ni mirar de lejos al Vesuvio desde el Foro o desde la mesilla de noche de la casa en el suburbio de Iaconte, a 362 metros sobre el nivel del mar, coronando Vietri sul Mare, en aquella terraza donde admiré las estrellas. Pero se han dado tres coincidencias, tres casualidades que, sin ser las mismas, equivalen en cuanto a símbolos: la flecha puede ser disparada, imposible arrojar la lanza, se espera una respuesta y el que pregunta no se contenta con el silencio.

Salvador Alís.



jueves, 26 de octubre de 2017

LEYLA McCALLA / HEART OF GOLD

LA PALOMA

LA PALOMA

Si tuviera entre mis manos una paloma mensajera
le ataría a una de sus patas,
sirviéndome de un delicado hilo de seda,
un pequeño trozo de papel, blanco y fino, que no pesara,
con tu nombre escrito, con mi nombre, y apenas
dos o tres palabras que entendieras.

Sé que la distancia le importa a la paloma,
no tanto a mí, que quizá rehusara emprender el vuelo,
y entonces nada tendría sentido por imposible,
y habría que pensar otros caminos.

Hablarte al oído ya lo hice, y si ahora es o no es posible
no depende de nosotros, pues hablamos para un satélite
que tiene que reflejar y encauzar nuestras voces.

De igual manera, lo escrito sobre una pantalla
tiene que abrirse paso sorteando los obstáculos
del laberinto invisible donde todo pretende
llegar cuanto antes a su destino.

Recuerdo aquellos tiempos donde este juego se jugaba
a una carta, con sellos multicolores,
matasellos monocromos y algo de paciencia,
donde el compromiso de la espera y del encuentro
se establecía de palabra mucho antes,
donde el azar reinaba más personalmente
y un cielo nublado no le ponía trabas al amor.

Si tuviera una paloma entre las manos, tal vez
yo fuera el mensajero y tú la paloma, y entonces...

Salvador Alís.


 

martes, 24 de octubre de 2017

THE LION TAMER / MAX BECKMANN

THE LION TAMER / MAX BECKMANN 

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EL LEÓN Y LAS HIENAS

EL LEÓN Y LAS HIENAS

La histérica risa de la hiena
provoca por imitación la risa de la manada.
A lo lejos, un león indiferente las contempla,
mientras la luz del sol
se enreda en su pelaje amarillo
movido por un viento suave.

Salvador Alís.

domingo, 22 de octubre de 2017

FEDERICO LUPPI

FEDERICO LUPPI

Ayer, creo, murió Federico Luppi.
Se dio un golpe en la cabeza
y murió. Tenía 81 años. Por alguna razón
que no sé explicar
me recordaba a mi padre.
Ha sido un actor convincente,
una mirada y un rostro
que decían más de lo que decían.
Pudo ser inmortal en Cronos,
pero ha muerto al fin y al cabo
como tantos otros mueren,
en un banal accidente doméstico
e inesperado. Ayer brotaron
seis flores en la pequeña maceta
que guarda el hibiscus en la terraza.
Duraron hasta hoy, pues todo nace
para morir después.

Salvador Alís. 

viernes, 13 de octubre de 2017

THE NATIONAL / ABOUT TODAY

SÍSIFO Y LA VAGABUNDA

SÍSIFO Y LA VAGABUNDA

"Los dioses habían condenado a Sísifo a subir sin cesar una roca hasta la cima de una montaña desde donde la roca volvía a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza. (...) Al final de ese largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se alcanza la meta. Sísifo ve entonces cómo la piedra desciende en algunos instantes hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volver a subirla a las cimas, y baja de nuevo a la llanura. (...) Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. (...) Veo a ese hombre volver a bajar con paso lento pero igual hacia el tormento cuyo fin no conocerá jamás. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona las cimas y se hunde poco a poco en las guaridas de los dioses, es superior a su destino.
Es más fuerte que la piedra." 

Albert Camus. El mito de Sísifo. Alianza. 1983. Pág.: 157, 159. 


Por desconocimiento de su nombre, y a falta de mejor palabra, la llamaré la vagabunda. Hace ya algunos meses que la veo de vez en cuando por el barrio. Y aunque desde el primer momento llamó mi atención, he tardado en darme cuenta que debería escribir sobre ella. De baja estatura y cuerpo magro; de edad indeterminada (lo mismo podría tener cuarenta que sesenta años, no menos de cuarenta, no más de sesenta); de origen desconocido y propósitos ocultos...; se mueve por las aceras, cruza los pasos de cebra y avanza de una forma peculiar. He visto y veo a otros vagabundos, gente errática y también inmóvil, sin techo y sin trabajo, sin otra ocupación que dormir (en los portales de los Bancos, en las salas de los cajeros), pedir limosna (ante los supermercados, en las calles transitadas, a las puertas de las iglesias), y compartir vinos baratos en envases de cartón (bajo la sombra de los árboles en las plazas, en los jardines, bajo los puentes y en casas ruinosas y ocupadas); pero nunca me había encontrado a nadie como ella. La vagabunda debe ser rica entre los de su condición, a juzgar por la cantidad y el volumen de sus pertenencias. Lleva consigo una plataforma de hierro cuadrada y con ruedas, sobre la que acumula maletas, cajas y bolsas, hasta superar su altura; un carro de supermercado abarrotado de las mismas cosas; un carrito de la compra, de estructura metálica recubierta de lona, tan llena de trastos que no puede cerrarse; y varios bultos sin ruedas de complicada movilidad. Para desplazarse (aunque es difícil saber de dónde viene y adónde va) se sirve de un método invariable. Primero avanza la plataforma, mediante su empuje, treinta metros; la deja ahí, sobre la acera, en cualquier sitio; retrocede hasta su punto de partida (relativo) y toma el carro de supermercado y lo lleva hasta la plataforma; vuelve a retroceder y recoge el carrito de la compra para acercarlo a sus posesiones adelantadas; y otra vez vuelve sobre sus pasos para hacerse cargo de los bultos sueltos y juntarlos con lo demás en su posición avanzada. Cuando todas las pertenencias se hallan reunidas a treinta metros de su posición inicial (relativa), vuelve a mover hacia delante la plataforma, otros treinta metros más o menos, y a repetir los movimientos detallados respecto al avance de sus posesiones; y así una vez y otra, andando y desandando el camino que a otros transeúntes, entre los cuales me incluyo, nos parece corto y fácil, pues nada nos ata ni nos pesa como a ella, la vagabunda, dado que no exponemos la parte material de nuestras vidas en cada paseo por cualquier calle, como hace ella, y encerramos bajo llave plataformas, carros, carritos, cajas y bolsas. Cuando yo salgo a dar un paseo, puedo andar diez kilómetros en un par de horas, pues nada me pesa ni me reclama. Para la vagabunda, treinta metros, con sus idas y venidas, se multiplican por siete, se convierten en doscientos diez; es decir, que mientras yo ando diez kilómetros por placer, ella andaría setenta si no quisiera perder su patrimonio. Camina siempre con determinación y fuerza, pero de vez en cuando vuelve la cabeza, la vista, para controlar lo que deja atrás. Todo lo tiene que reunir en un punto concreto y después seguir. La he observado muchas veces, pero aún no sé de dónde viene ni adónde va, no sé cuál es su camino ni su intención. Admiro que transporte su voluminosa carga con ella de esta manera tan inusual. Y al tiempo me pregunto si esta manera de transportar lo que nos importa no será para muchos de nosotros más usual de lo que nos parece. Nadie es sólo un cuerpo (más joven, más viejo) ni un alma (más libre, menos libre); nadie puede desprenderse así como así del caparazón de su tortuga, de su casa a cuestas, de su biblioteca infame, de sus palabras y silencios, de su pasado que se pesa en toneladas, de sus amores y desamores, de su memoria, de los sueños por cumplir, de sus insomnios, de sus pesadillas. Aunque también las risas presentes y pasadas precisen de una bolsa de viaje para moverse junto a uno; y pese lo suyo la felicidad disfrutada, los placeres y los días en que la ingravidez de nuestros sentidos nos hizo sentirnos pájaros. La vagabunda, estoy seguro, vuela en cortos vuelos sus treinta metros repetidos, se siente más libre en definitiva que el más libre de los caminantes, y hace lo que hace por su propia voluntad, su determinación o su locura. No creo que haya oído hablar de Sísifo y su condena. No creo que sus riquezas (relativas) sean equiparables a la roca ascendida a la montaña cuyo destino es volver a caer. Me detengo en un cruce de calles para contemplar con admiración como la vagabunda va y viene separando y agrupando lo que posee. Y entonces caigo en la cuenta de lo mucho (seguramente inmerecido) que yo poseo; y me pregunto cuál sería la medida de mi esfuerzo si yo tuviera que mover todo eso tras de mí. La pregunta fundamental, no contestada hasta ahora, es a dónde se quiere ir, pues de elegir mejor tierra quizá bastara ese equipaje, y de elegir otro cielo quizá sobrara. La lección que la vagabunda nos da es clara e incuestionable: a más carga más distancia, a más distancia mayor esfuerzo. Pero en su cara (de edad indefinida) no se evidencia ningún disgusto. Se diría que acepta sin discusión, incluso se diría que lo ha planificado así, el avanzar y el retroceder con tal de mantener unida su vida fragmentada y repartida en bolsas y cajas sobre carros, carritos y plataformas en constante movimiento. Cualquier día, a la menor oportunidad, no sólo me detendré para observarla sino que la tengo que seguir, pues su destino final me inquieta más si cabe que su transporte. En algún momento tiene que detenerse, frenar las ruedas, pararlo todo y dormir. Y en algún momento tiene que iniciar su diario deambular por el mundo, ignorante del clásico mito pero creadora, a su vez, de un mito nuevo y moderno, que dará color y ejemplo a nuestros días. Todo aquel que huye, se desplaza, emigra, busca..., llevará consigo su ligera o pesada carga de dolor, amor y nostalgia. La barca que mucho pesa mejor se hunde. Para llegar a la costa (atravesando un mar tan oscuro como las calles de este barrio), mejor lanzarse al agua vestido únicamente con la piel. Porque la piel se lleva a sí misma sin necesitar ruedas ni plataformas. La piel es un vestido todo-terreno que guarda lo esencial y se desliza con facilidad entre la adversidad y sus oponentes. Pensando en la vagabunda y en Sísifo, no llenaré del todo mi maleta en noviembre, no me dejaré llevar por un equipaje difícil de manejar. Huecos de aire para ir y volver, donde quepan experiencias inmateriales y, si acaso, tres o cuatro botellas de vino. La piedra que me condena, de eso estoy seguro, está hecha de palabras; las dejo atrás para avanzar y luego vuelvo a por ellas. Las palabras ralentizan mi viaje pero dan densidad a mi vida. La vagabunda no es capaz de perder su carga. A diferencia de ella, más libre y más pedante, yo sí podría esparcir mis palabras con un gran soplo como hojas en el otoño. Valoro a la vagabunda por su empeño, más me disgustaría reconocerme en un trayecto similar al suyo, un trayecto de ida y vuelta; y siempre temiendo perder lo que se posee, sin estar seguro de que se merece ni si vale la pena este discurso en su defensa.

Salvador Alís. 

miércoles, 11 de octubre de 2017

GABRIELLA SCACCIA / CONTIGO EN LA DISTANCIA

AUTO CENSURA

AUTO CENSURA

A veces en la noche, cuando la noche importa más que el día,
me dejo llevar por pequeñas olas sin importancia,
desde mi playa tranquila y amarilla hasta más allá de la costa
donde flota agitada una botella a la deriva.

Entonces me lanzo sin precaución al agua
y avanzo torpemente braceando hasta el lugar de la cita.
Espero allí a que la dueña del desnudo de su orilla,
aquella que me invitó a lanzarme, me alcance.

Pero no, no llega hasta mí ni cuando dijo que llegaría ni ahora,
mientras la luna llena desata varios botones de su camisa
y su luz me hace ver que aquí estoy solo en este mar,
que la noche pasa y que no se me permite abrir la boca.

Guardo para otra ocasión propicia lo que pienso de veras,
me muerdo la lengua con tal de no ahogarme,
me vuelvo de espaldas para no hundirme, y giro la cabeza
para acortar la distancia.

De la playa que me voy nada recuerdo, pero deseo volver
y recuperar mi fuego encendido, mi castillo de arena.
A veces en la noche, cuando la noche importa más que el día,
la luz de su faro me apunta con su luz.

Todo me dice "calla" pero en mis cuerdas vocales vibra
un viento que no se somete, una voz que se dice mía
y que juega con las palabras y su distancia. Te pareces a ella
y no lo eres. Dices lo que piensas y al tiempo lo niegas.

Cambian los tiempos, su trayectoria la historia,
ideas veloces en vagones encerradas atraviesan la noche
por sus túneles donde todo resuena y el ruido se crece,
en esos vagones tú y yo y el tiempo que no acaba.

Niego todo lo que dije hasta ayer, y de ayer a hoy digo
lo que no dije, lo que tú y yo sabemos, lo que me prohíbo decir,
lo que a fuerza de ser dicho mil veces es arrastrado por las olas
hasta ese lugar donde la luna desabrocha su camisa.

Donde la luna muestra sus senos blancos y la botella
a la deriva llega a tus manos, en ese lugar del encuentro
y el desencuentro, te lavas las manos con agua salada
y no callas cuando callas porque en el fondo todo habla.

Si tú no hablas, lo hacen las flores. Si tú no dices,
algo que no pertenece a tu vida lo dirá por ti.
Este manuscrito negado y aplazado dirá con su tinta gastada
que toda auto censura es una cobardía.

Que el cobarde escucha y no responde es un hecho,
que el actuante tampoco sabe escuchar ni mucho menos
discernir, y de ahí su propia negación, es un hecho.
Si niego lo que dije es por esto.

Tan seguro estoy de lo que digo que no me escucho.
Sordo pero no mudo, niego lo que dije para pensarlo mejor.
En realidad no me importa lo que dije, lo que digo,
lo que niego. Es tan solo un juego de palabras.

La música en la noche dice lo que dice, se entiende o no
se entiende. No importa. Si por no ahogarse se cierra la boca,
se sopla, se escupe, no importa. Ella se quedó esperando
en la orilla, desnuda en la sombra y al tiempo vestida.

Disfrazada de sí, la sombra de tu voz dice lo que dice,
y luego calla, se aleja nadando, se interna en su mar.
Vidas de mi vida me acompañan pero no sé
cómo decirlas. Siempre al fin la noche se sale con la suya.

Salvador Alís.






ANARQUÍA

ANARQUÍA

A los 17 años me sedujo la anarquía, ni dios ni patria ni rey.
La familia también pudo ser una camisa de fuerza que yo no deseaba.
Me ofrecieron armas de fuego, pero las rechacé.
Me alegra haber leído a Gabriel Celaya y a León Felipe en la cárcel.
Me alegra que confundieran mis intenciones César Vallejo
y Miguel Hernández. Así cambié las balas por los versos, la sangre
por el pensamiento. Y así pensando y sintiendo abrí los ojos
y vi el mundo: los prostíbulos de carretera con sus luces y sombras,
y con sus luces y sombras los cuarteles de Córdoba y Sevilla.
Abandoné la Universidad por un cuento no valorado,
pues mi profesor de literatura menospreció mi obra maestra.
Me alejé de mi pueblo porque no quise jugar al estúpido juego
de la intolerancia. Les hubiera roto las piernas
a los maestros y a los curas, a los especialistas en la mentira,
a los expertos en política y gimnasia, a los eternos cotillas,
a los chivatos, los que buscaban un placer extraño
señalando con el dedo. Pero murió en un accidente de tráfico
mi adorada profesora de filosofía, y escapé a tiempo del castillo
de esa infancia y juventud marcadas. Tricornios en la noche
interrumpieron los besos y las caricias. Y una madre insomne
y creyente quiso que yo creyera tantas fantasías imposibles.
Mi primo con bigote y mi amigo con pistola, no se ha escrito aún
su historia. Yo anarquista cultivado y ellos a lo suyo.
Cuando aprendí que la poesía era un arma cargada de futuro,
cuando amé de veras e intuí verdaderamente que mi destino
era odiar toda imposición, entonces la Virgen se me apareció
en una flor de cannabis y me reveló que todo es humo.
Anarquista hasta los huesos, mi provocadora se casó
con el hijo de un capitán. Y policías uniformados
me detuvieron para no obtener de mí otra cosa que el silencio
que se rebela, interroga y cuestiona todas las acciones humanas.
El ejército, sí, me fascino. Esa cuadrícula y esa matemática.
Diez filas y diez columnas, mil peones de ajedrez cayendo
por el suelo somnolientos, borrachos y derrotados
por la disciplina, mientras el rey y la reina, mientras el alfil
y el caballo, mientras la torre se erguía no cuestionada.
A fuerza de repetirme, repito la canción que ahora escucho.
Se habla tanto estos días de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad.
Opiniones diversas a favor y en contra, llamamientos
a la moderación, al respeto, al equilibrio, y muchos que se oponen
y dicen: fuera, entre tantos la juventud airada ¿sin futuro?
Lo que al parecer nadie entiende ni señala
es que la simple existencia de fuerzas armadas
en cualquier sociedad humana significa el fracaso de esa humanidad.
En el mundo soñado por este anarquista ingenuo,
la presencia de policías, guardias civiles o llámese como se llamen,
militares en general, fornidos garantes de la seguridad
o mujeres nerviosas cuyas rubias coletas destacan
sobre uniformes negros,
sólo representan la barbarie donde el pensamiento ha fracasado.
No tengo patria que adorar, no doy gracias a nadie por mi lengua
porque mi lengua se hizo a la contra, reniego de mi pueblo
y sus asuntos. Naciones me son indiferentes, y dependencias
lo mismo que independencias. No me sujeto a ninguna ley,
las sufro como mal menor. No beso ninguna bandera.
No soy partidario de ningún partido. No creo en ningún dios.
Si un pastor en su montaña pierde una oveja, lloraré con él.
Si a un desplazado le duele el alma, a mí también me dolerá.
Si a un verdadero poeta se le enjaula, compartiré su encierro.
Pero no me tomen por idiota. Hace décadas que aprendí
que las armas únicamente valen para dar alas a la libertad.
A veces la libertad, por hastío, por cansancio, se aleja volando,
y entonces los cazadores disparan desde atrás.
Pueden acertar o errar. Si no dan en el blanco y la libertad se irrita
puede ésta darse la vuelta y caer en picado sobre su ataque.
No pertenezco a nadie ni a nada. No me impongan un sí o un no.
Tan legítimo es mi derecho a discrepar de unos y otros.
Mi dios son los dioses todos y ninguno, mi patria
es el destino de mis vacaciones, mi rey es el innombrable.


Salvador Alís.

lunes, 2 de octubre de 2017

LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO

LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO


"Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas.  Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos."

Gabriel Celaya.

martes, 26 de septiembre de 2017

CARO EMERALD / A NIGHT LIKE THIS

HURACÁN

HURACÁN

A las seis de la mañana me asomo a los jardines descuidados,
al patio desierto de la guardería donde esta noche
ni se atreven los gatos. Una total oscuridad
cubre el patio y los jardines, las casas sin ventanas
y hasta las ventanas. No muestra el cielo el brillo de una estrella.
No llueve. No sopla el viento. No se alejan desprendidas
las hojas ni las flores.

Estoy viviendo en un círculo, pues no hay línea recta
que conduzca a mi destino, doy vueltas y vueltas para volver
a mi origen. Devastación -dice ella-, como si el paisaje
hubiera sido sometido y destruido en un instante.

Cuando pueda dejar atrás las palabras y su influjo
me acostaré en mi cama de aluminio, y dormiré seis horas
sin temblores ni ráfagas de viento. Tal vez lea
unas páginas de Ivo Andric (falta el acento sobre la c).
Y trabajaré después con los aviones que van y vienen
en sus vuelos sin sentido.

Ella dice que tiene un machete afilado, que no dudará
su mano si tiene que empuñarlo.
Admiro su determinación. Admiro su voz cuando tiembla
y cuando habla, pues hablando formula preguntas
que cuesta responder.

Pero quizá esta noche no sueñe tranquilo con un mar en calma,
una isla dorada, un beso debido. Huracanes despiadados
golpean donde más duele. Sin luz. Sin vías transitables.
Sin otra opción que el refugio y la paciente espera.

Hacer una llamada en esta hora no es prudente. Quizá lo fuera
en otra circunstancia. En la mesita de noche aguardan
los Signos junto al camino y Bajo el volcán. La canción
que repetidamente escucho ya la escuché. No se entienda
otra cosa ajena a mi dependencia. Lleno mi copa
de nuevo por enésima vez. De tus ojos saltan
largas y vivas miradas que empañan, como es evidente,
esta página y su discurso.

Cuando por fin me decido a llamar, la llamada se corta.
Quince minutos son suficientes para sentir lo que ella siente.
Me duele imaginar carreteras cortadas,
cables de luz por los suelos, escombros en lugar de casas,
gente sin agua, niños sin escuela, árboles quemados.

Calor extremo y vientos incontrolados, sin luz pero con alma.
Dos perros salvados te salvan. Ninguna soledad
te atrape. Ninguna soledad te venza. No leerás este poema
escrito desde la soberbia oscuridad que lo dicta, no hoy,
tampoco mañana, pero puede que lo leas después,
o incluso que no necesites leerlo pues ya lo sepas.

Tu voz me dice que sabes más de lo que dices.
Tu voz lo dicta realmente. Tiembla la Tierra, se enfada el aire,
se acorta mi noche. Mis palabras exaltadas, torpes,
inadecuadas... Todo medido, no previsto, inesperado.

Alguien cercano opina que la naturaleza muestra su enfado,
que volcanes y terremotos, huracanes y deshielos...

No dormiré esta noche. No dormiré. No importa.
Esta es la vida, los signos, el viaje futuro, el cráter del volcán
abierto a la lluvia y amenazante siempre.
Este es el huracán que amenaza nuestra salud, nuestra esperanza.

Si el alocado viento del huracán agitase tu cabello,
ten por seguro que yo intentaría peinarte.

Salvador Alís.





























































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viernes, 15 de septiembre de 2017

HILARY HAHN / CONCERTO E MINOR OP 64 / MENDELSSOHN

LLAMADA A MEDIANOCHE

LLAMADA A MEDIANOCHE

A las doce en punto, hora local, recibo una llamada
desde San Juan de Puerto Rico. Una llamada en presente
pues la comunicación es simultánea, a pesar
de las seis horas de diferencia y los veintisiete años
que separan nuestras palabras de hoy y de ayer.

La voz, al otro del teléfono, suena como un violonchelo,
grave y profunda. Y esa voz habla en la oscuridad.
Todavía sin luz, sin un ventilador que mueva el aire,
ha marcado mis números a las seis de la tarde.
Nuestra conversación dura una hora y diecisiete minutos,
y luego aquí comienza a llover.

Me dice que ha soñado con nosotros, y yo le digo
que he soñado con ella tantas veces. ¿Cómo descifrar
los sueños de una vida en poco más de una hora?
Hablamos de perros y gatos, de huracanes e independencias,
de amistades perdidas, de salud y enfermedad,
de viajes posibles, de encuentros deseados,
de cementerios, prisiones y amores del pasado.

Hablamos de lo cotidiano y lo esencial,
pero a mí, no sé a ella, me tiembla la voz. Mis vocales
se interponen ante mis consonantes. Dos almas hablan
como hablaron sus manos, tímidas y experimentales,
con las primeras caricias. Todo este temblor se acabaría
si pudiera abrazarte como entonces, cuerdas sonoras
pulsadas para decir y trasmitir que sólo el amor importa,
y que el verdadero amor trasciende el tiempo.

Te quiero igual que entonces. Tu voz en esta noche suena
como sonaba tu piel en aquellos lejanos días.
Parece que los años no cambian las intenciones vitales,
las certezas, los destinos ocultos bajo los destinos.
Aprendí de ti a no renunciar, a no negar lo que siento,
a no olvidar lo que importó tanto y tanto significó.
No soy, no eres, no somos los mismos que fuimos
en aquella habitación empapelada de humo y de deseos.
Pero somos tú y yo, y hablamos y nos reconocemos.

En algún lugar de mi casa hay una caja de cartón
que contiene mis primeros escritos. En ella debe encontrarse
un cuaderno y en el cuaderno un poema. Lo escribí
la primera mañana, al despertar, después de dormir contigo.
La vida que vivimos no se agota en nuestro vivir.

Pero tal vez haya un futuro posible, un día para el encuentro
y la emoción, tan lejos de nuestro mundo anhelado, tan cerca
de nuestras ideas y esfuerzos, donde podamos ser
o sentir que somos las semillas de ese futuro.

Y que nada fue en vano, que nuestros abrazos
sirvieron para esto, para decir sin miedo y en voz alta
que el amor puede y debe perdurar y alzarse.

A las doce en punto, hora local, recibo una llamada.
No más temor, más amenazas. Tu voz dice que esta noche

es el inicio, el amanecer de un nuevo día.

Salvador Alís.




miércoles, 13 de septiembre de 2017

L´HOME ESTÀTIC

PRIMERA PARODIA (CORREGIDA Y AMPLIADA)

PRIMERA PARODIA (CORREGIDA Y AMPLIADA)

DE CÓMO FUI DERROTADO Y HUMILLADO POR UN NONAGENARIO JUGADOR DE AJEDREZ.

Yo había dejado de fumar. Y me sentía cómodo y seguro en esa situación. Pero un día fui convocado a una comida de trabajo (En realidad me convoqué a mí mismo con la esperanza de oírme hablar.) Éramos cuatro y llevé cuatro botellas de vino. Otro ofreció su casa. Otro encargó la paella. Y el último se ocuparía del postre. La paella no estaba mal y era abundante; pudimos repetir. El sol inundaba la terraza. En la piscina comunitaria, el agua transparente se abría ante bellos cuerpos bronceados que avanzaban sin aparente esfuerzo. Sobre el césped del diminuto jardín, un gato desconfiado daba cuenta de su ración de paella en un platillo de plástico blanco. (Puesto que uno de los cuatro se invitó sin oposición, fue imposible tratar los temas pendientes.) Luego del café y la ginebra, el último dijo que cogería la moto e iría a buscar los postres (pues dos de cuatro exigimos que fueran dos), que lo esperásemos junto al acantilado. Pasó la tarde sin darnos cuenta, apurando las copas sin aportar una idea original ni hallar una solución concreta al problema que nos había reunido. Cuando el sol empezaba a caer sobre el horizonte azul, cuando algunas gaviotas chillaban histéricas y el verdor de los pinos se oscurecía (o mejor aún: la sombra de los pinos oscurecía el bosque), (aparcó el enviado su bicicleta negra y nos mostró la dulce ensaimada de crema y el pastel de apetecibles manzanas verdes) (y entonces) nos metimos los cuatro (lo cierto es que sólo quedábamos tres) un par de rayas (cada uno) (de azúcar glas o glass) en el Falcon gris en el aparcamiento junto al acantilado. Poco después, fuera del coche, subidos al muro de piedra que separaba el mundo real del abismo del atardecer, fumamos (es decir: saltamos y nos recostamos sobre la) hierba (sin tabaco) (entre el muro y el abismo) contemplando un crepúsculo sobrecogedor que teñía las abundantes nubes y la fragmentación de las nubes con intensos matices rojos y naranjas sobre el aterciopelado magenta de la superficie del mar. Después de un trayecto inconsciente (la carretera se deslizaba veloz a ambos lados del coche) me vi ante la puerta del bar donde viejos jubilados se reúnen para jugar al ajedrez. (Para entonces, como de costumbre) Yo estaba solo. El que ofreció su casa se quedó en su casa (¿adónde podría ir?). El que trajo el postre, protegiendo su cabeza con un casco negro (del que sobresalían dos imponentes cuernos flácidos), se perdió en la curvas de su corto destino. Al conductor del Falcon, que pretendía dejarme en lugar seguro, lo despedí con nuestro exceso (habitual) de confianza. En un bolsillo, el móvil (¿a quién llamar?); en otro, la cartera con billetes recién extraídos del cajero; los otros dos vacíos. Pero en una mano, El día de la lechuza. Lo acababa de comprar por un impulso. Entré en el bar sorteando las mesas y los tableros donde los ancianos estrategas libraban sus batallas. En la barra pedí un Ribera (o un Rueda) y abrí el libro por la página 119. Aquí Leonardo Sciascia juega al juego de ponerle voz al fascismo y a la mafia (o quizá sea él mismo quien habla): "...se nos llena la boca al decir humanidad, hermosa palabra llena de viento, la divido en cinco categorías: los hombres, los mediohombres, los hombrecillos, los, hablando con respeto, (hijosdeputa) y los cuacuacuá… Hombres hay poquísimos; mediohombres, pocos, pues ya me daría yo por contento si la humanidad se agotara con los mediohombres… Pero no, sigue descendiendo hasta los hombrecillos, que son como los niños que se creen mayores, monos que hacen los mismos gestos que los mayores… Y, todavía más abajo, los (hijosdeputa), que se están convirtiendo en un ejército… Y por fin los cuacuacuá, que deberían vivir como los patos en las charcas, pues su vida no tiene mayor sentido ni mayor expresión que la de los patos..." En mi trastorno, no pude evitar hacer mías estas afirmaciones. Pero claro, la contradicción me estalló en la cara pues yo no era, no creía ser, ni un mafioso ni un fascista. Cerré el libro (o tal vez el Diario abierto por las páginas de contactos o sucesos o alta política; no lo recuerdo bien) y salí a la calle, pero al atravesar (atravesar no es la palabra; quería decir: esquivar) las mesas, un viejo nonagenario me desafió con la mirada. Me lo pensé dos veces. (¿Me retaba por el juego o me retaba por su edad?) Le pedí a un fumador un cigarrillo, inhalé con verdadera pasión el humo ausente de mis pulmones desde hacía ya un año y medio (todo ese tiempo prendido en un instante), y volví a entrar. Antes de sentarme ante el anciano, que ya colocaba con precisión maniática las piezas en sus casillas, le indiqué con un gesto al camarero que tomaría otra copa de vino. (Puesto que ya me conocía, trajo una botella medio llena). Los demás jugadores, a los que había vencido en un sinfín de partidas, se colocaron en círculo alrededor de nuestra mesa. Media docena de jubilados corrientes: un policía, un inspector de hacienda, el propietario de una mercería, un viudo discreto, un chino miope, un seductor venido a menos... (Y otros espectadores que nada sabían del juego, mas intrigados por el juego). Mi contrincante era sin duda el de mayor edad; su piel blanquecina y resquebrajada, las manchas en su cráneo, las hinchadas venas en el dorso de sus manos así lo manifestaban. Me dio jaque mate en la primera en apenas un cuarto de hora, y jaque mate en la segunda en cinco minutos. (Entre partida y partida volví a salir a la calle y le pedí otro cigarrillo a un barrendero que fumaba apoyado en su escoba en una esquina, en una pausa de su noche, un alto en su camino.) (Por darle tiempo al viejo para recolocar las piezas, me demoré junto al barrendero y así pude escuchar la canción completa que tarareaba: “duerme el sabio en cama de lana / duerme el vago en cama de pluma / el reumático duerme en madera / y el más vivo en un pecho gentil / por la noche barremos las calles / los largos paseos manchados de día / las hojas muertas sucias por el hielo / o la mala costumbre de un can / recogemos papeles y andrajos / colillas pisadas por zapatos / antes de que por triste fatalidad / vayan de las cloacas al mar / a veces encontramos un billete / caray ya no vale este dinero / en la hoguera lo vamos a quemar / pero luego nos entra un gran pesar / y se lo damos a un ciego pordiosero”). (Al despedirme del amable barrendero y darle las gracias por su canción, me regaló otro cigarrillo para después, lo que me hizo muy feliz). (De regreso junto al nonagenario, y sabiendo que la segunda también la había de perder, le dije al camarero que trajese otra botella, ¿de Rueda, de Ribera?, pero esta vez medio vacía). Aprendí de él (del anciano jugador) una lección importante: hay que saber esperar el momento oportuno. Nunca antes me había ganado, pues en nuestras confrontaciones anteriores yo fui más agresivo y más frío, y supe controlar la situación (entonces no fumaba). Si alguna vez llego a su edad, es decir: dentro de tres décadas, ya no podré jugar con él, pero siempre me quedará la opción de aprovechar el momento más débil de un adversario más joven a quien el vino (la paella, la ensaimada de crema), la cocaína, la hierba (el pastel de manzana, la ginebra), las lecturas y el tabaco hayan puesto a mi disposición, arrogante y confuso ante un tablero minuciosamente preparado por (y para) la experiencia. Al ser tan claramente derrotado, le di la mano al viejo en señal de respeto, pagué mis copas (es decir: mis botellas), pedí cambio. (Inevitablemente) Saqué de la máquina expendedora una cajetilla de Camel. Me demoré en la acera con el celofán y le pedí fuego al ex policía que también fumaba en la calle. Después me alejé sabiendo que nunca más volvería a aquel lugar pues no encajo bien la victoria de otros, por mucho que me hayan demostrado ser hombres de verdad. (Pero aquí no acaba todo y ahora viene lo bueno.) (Anduve no sé por cuánto tiempo por callejuelas desiertas y mal iluminadas, hasta llegar a un amplio paseo arbolado. Dos o tres bares y sus terrazas llenas, o quizá un solo bar y una terraza muy extensa. Sentía mucha sed, de manera que entré en ese bar o esos bares y pedí una botella de agua. Pero me la sirvieron en plástico y el plástico no me gusta. Le pregunté a la camarera si no la tenía de cristal. “¿Cristal?” preguntó a su vez la camarera. “Saliendo a la calle, la segunda mesa a la izquierda.” Antes de salir quise ir al baño. En el lóbrego pasillo que conducía hasta los lavabos y el almacén encontré el billete del barrendero, un billete gastado y enrollado, sin duda un falso billete. Lo guardé en el único bolsillo vacío que me quedaba; en los otros, el móvil -¿a quién llamar?-, la cartera donde menguaba el dinero extraído del cajero y el paquete de Camel. Sobre la puerta del almacén, las puertas señaladas para mujeres y hombres a ambos lados, un pequeño televisor en blanco y negro mostraba el discurso de Pau Casals ante la ONU en 1971, cuando contaba 95 años de edad, hablando de Catalonia y de la paz. En la segunda mesa a la izquierda, pagué con el billete alisado previamente sobre la taza del wáter por el agua y el cristal. Y luego seguí mi camino. Puesto que cuando ando por las calles tengo la manía de revisar constantemente mis bolsillos, en un momento dado descubrí un quinto bolsillo olvidado, el más pequeño sobre el delantero derecho de los vaqueros, y en él un pequeño bulto no más grande que un garbanzo. Pensé en mis amigos, seguramente a esa hora durmiendo plácidamente en sus lechos de lana, pluma y madera; el uno no se decide, pero su voz lo delata; el otro se acuesta como un león marino; el tercero soporta lo insoportable. ¿Qué libros pueden imaginarse junto a sus camas? Quizá no leen lo que debieran y yo leo lo que no debería, y ahí radica el problema. El garbanzo contenido en plástico es una reserva de energía. Al cruzar una calle por poco me atropella un Falcon azul metalizado. El jolgorio de las terrazas queda atrás. Casi ya no recuerdo la derrota ajedrecística, pero tengo muy presente al gato hambriento saltando sobre la paella. Un portal iluminado con luz roja me detiene. Un garabato chino a la derecha, junto a puerta exterior medio abierta. Entre esa puerta y la otra, una cámara de seguridad. No es fantasía imaginar que en su interior juegan interminables partidas esclavas sexuales. Me lo pienso dos veces. A nadie tengo que pedirle nada pues tengo mis cigarrillos y voy servido de paella, vino, café, ginebra, ensaimada, azúcar, coca, pastel de manzana, hierba, agua, cristal, lecturas… Y sin embargo, ahora me doy cuenta, he perdido El día de la lechuza, y no encuentro en mis bolsillos ni un mechero ni una humilde cerilla. El libro lo debí olvidar junto al tablero de ajedrez, cuando fui humillado por aquel nonagenario ex fumador reconvertido al budismo zen. Y el fuego, durante todo el día y la noche me ha sido prestado, ofrecido, regalado. No se le da al fuego el valor que se merece. Sobre muchas cosas se pasa por encima o por debajo, sin reconocer su importancia. Se pretende ignorar -y alentar la ignorancia sobre el hecho verificado- que una máscara japonesa oculta en realidad a una china esclava. Si el nonagenario me venció tan apabullantemente fue porque disfrazó a su reina china de nipona, porque desde primera hora de la tarde bebía a pequeños sorbos agua mineral con gas, porque dejó el tabaco a mi edad, y porque viudo o casado no es él quien saca a su perro a pasear. Una idea como relámpago en la tormenta me hizo entonces levantar el dedo del timbre: conozco perros que no se sacan a pasear a sí mismos. La conclusión de esta parodia se dará más tarde, pues hoy o ayer necesito dormir, más que dormir pensar, más que pensar, soñar... Junto a mi cama, una obra de imprescindible estudio: Teoría de los principios e imposibilidad de los finales. 


Salvador Alís.

viernes, 8 de septiembre de 2017

LIGHT IN BABYLON / AMOR DE MIS AMORES

LA LECHUZA

LA LECHUZA

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Guido Crepax. Historia de O. 1975. 

La lechuza es por definición un ave nocturna y rapaz, es decir, que duerme poco o nada y caza durante la noche. Contradiciendo su imagen, tan serena y tan bella, se alimenta sin embargo de animales en principio detestables, por no decir repugnantes: ratas, murciélagos, lagartos y lagartijas, sapos, culebras, arañas, gusanos y lombrices, y hasta cucarachas. 

Si tengo que ser sincero, diré que una sola vez en mi vida he visto a una lechuza real. Debió ocurrir hace ya una década, una noche de verano en el aeropuerto, pues la recuerdo posada inmóvil sobre el tren de aterrizaje de un boeing 757, mirándome fijamente mientras yo la miraba. La envergadura de sus alas, cuando por fin echó a volar y se elevó en el cielo, yo diría que superaba los 150 cm. Majestuosa y silenciosa, extraña e hipnótica, como una representación de la muerte que, en esa concreta noche, me perdonara la vida. 

Ahora que lo pienso, tal vez fuera un sirin mitológico. Pero no la seguí, no escuché su canción y no morí al escucharla. No está claro que en la Rusia continental habiten búhos o lechuzas, y no obstante Jonathan Slaght nos habla del búho pescador de Blakiston, al parecer el más grande del mundo, habitante de las islas Kuril y de la costa del Pacífico ruso. 

No por nada imagino que su disco facial y sus enormes ojos al frente de su rostro me observan al igual que yo observo a los pájaros en general y, en particular, a las lechuzas. 

Temas de gran actualidad como la corrupción política y la suplantación de los estados por las mafias ya los entrevieron (por citar un par de casos) Italo Calvino y Leonardo Sciascia. Ojos enormes y atentos a su noche y a su época. En 1963 (aunque se supone que fue escrito seis años antes) publicó el primero La especulación inmobiliaria; en 1961 apareció El día de la lechuza

En esta última semana, según las estadísticas facilitadas por blogger, he recibido 345 visitas de Rusia, frente a las 30 provenientes de España. ¿Será tal vez porque en otras entradas he citado a Stalin y a Lenin? No imagino otra respuesta a su interés.

Si las estadísticas se refieren al último mes, gana Estados Unidos (412) ante Rusia (408). Si un animal debiera representar o simbolizar a estos grandes países, que sea la lechuza insomne, los ojos que nunca duermen y cazan durante la noche.

Un simple hombre (no una rata, un murciélago, lagarto, lagartija, sapo, culebra, araña, gusano, lombriz o cucaracha) puede imaginar a dios como un gran búho más allá de las nubes, pero le cuesta imaginar a una lechuza blanca sobre las cúpulas del Kremlin o sobre el Pentágono.

La protagonista de la historia, O, podrá ser enmascarada bajo la máscara de lechuza; pero nunca será sometida por el Comandante, más bien al contrario.

Salvador Alís.





XAVIER DE MAISTRE

XAVIER DE MAISTRE 

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"¿Cómo los hombres, agitados continuamente por la esperanza y por las quimeras del futuro, se preocupan tan poco de lo que este futuro les ofrece como cierto e inevitable?"

Xavier de Maistre. Viaje alrededor de mi habitación. Apolo. Barcelona. 1941. Capítulo XXXVII. Págs.: 115 - 116.

MICHAL ELIA KAMAL

MICHAL ELIA KAMAL 

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miércoles, 6 de septiembre de 2017

OBSERVACIÓN DE LOS PÁJAROS

OBSERVACIÓN DE LOS PÁJAROS

Observando a los pájaros aprendo, cuando su vuelo es posible y se da, 
que la libertad está en su caprichoso vuelo. 

El pájaro libre, embriagado por el orgullo de posarse en la rama más alta, 
me dijo: espérame aquí, bajo este árbol, 
daré la vuelta al mundo y después nos vemos

Pero el pájaro no se movió de su rama, 
no abandonó su nido sin fondo como corona de espinas. 
El mundo dio la vuelta sobre el pájaro, sobre el nido, la rama, el árbol; 
y tiempo más tarde, por segunda vez, nos encontramos. 

El pájaro había enmudecido, ya no cantaba pues había olvidado el canto; 
no se sostenía en el aire porque no se había ejercitado. 
Un pájaro ya sin alas sobre la rama más alta 
del árbol a cuya sombra yo me resguardaba. 
Un pájaro sin alas, puesto que ya no las necesitaba para no volar. 

Lo vi quieto y resignado en su nido. 
El mundo había girado sobre sí mismo 
y yo giré con el mundo y de nuevo estoy aquí. 
Hombre y pájaro frente a frente, pero la conversación es imposible. 

Y sin embargo, el propio árbol testigo o quizá la sombra del árbol 
me dijeron que aún cabe la esperanza 
siempre que el pájaro libre haga uso de su libertad 
y no espere yo otros vuelos en vano y sin destino.

El pájaro libre, consciente de su inmovilidad, me dijo que para volar
no hacían falta ni viajes ni alas, que el árbol sueña por nosotros,
y que mientras vivamos en este sueño
es el mundo el que se detiene y, entonces, todo es posible.

Salvador Alís.