miércoles, 3 de febrero de 2016

LA MENSAJERA

LA MENSAJERA

Envié a un ave blanca con palabras escritas entrelazadas en las plumas;
llegó a su destino y regresó más tarde con otras palabras;
volví a enviar al ave y de nuevo vino hasta mí...,
y así varias veces, yendo y viniendo, hasta que dejó de volar.
No sé qué le pasaría, si acaso se equivocó de isla,
si cayó al mar exhausta por tanto vuelo, si la venció la lejanía.
Las palabras que durante meses me regaló fueron preciosas,
algo cuyo valor inmedible alegraba mi alma y cerraba el círculo
que durante décadas no pudo cerrarse.
Transcurrieron años, aisladas nuestras vidas
y dedicados cada cual a sus asuntos.
Ahora entreno a otra ave para convertirla en mensajera fiel,
pero me asalta la duda de si el lugar elegido existe todavía,
si la puerta abierta se ha cerrado por un inesperado golpe de viento,
si quien recibía y contestaba mis palabras ya no quiere o puede
contestarlas, por el motivo que sea,
si lo que a mí me reconfortaba a ella le causaba tristeza,
si descubrió otras palabras que la inquietaran,
si permanece donde estaba o se desplazó hacia lo inaccesible.
Quisiera simplemente saber por qué la primera no tomó el camino
de vuelta, por qué fue cambiado su feliz aleteo por este tenaz silencio,
por qué la portadora de sentimientos cesó de repente en su tarea,
por qué acabaron las alegrías, los intercambios.
Desde entonces me falta el ave y, sobre todo, me faltas tú;
la imagen tuya abriendo las manos para recibirla, leer y escribir,
y soltarla de vuelta.
Me faltan tus manos libres imaginadas igualmente como mensajeras;
tus palabras sin voz y tus colores azules, me faltan.
Si intentase hacerte llegar otro mensaje,
si lo hiciera sin más por un impulso ineludible e inexplicable,
¿sería un sueño imposible esperar una respuesta
que calme mi desesperanza?
Antes que el silencio, de ti preferiría incluso un sincero “no”.
Y sin justificación alguna ni compromiso.
En ausencia de la negación, me preocupan los motivos
por los que cesaron los vuelos. Si te ofendí o asusté, no quise hacerlo,
jamás y por nada, a ti menos que a nadie.
Si algo malo te sucedió (aunque deseo con todas mis fuerzas que no),
dime al menos cómo podría ayudarte.
De una isla a otra isla, con las instrucciones precisas
y estas palabras que quizá estés leyendo o no leas nunca,
sale ya volando la nueva mensajera portando metáforas y amor.
Pero no te preocupes: sólo pretende aterrizar suavemente en tu vida
y reafirmarte que la sospecha de obsesión es infundada,
que respetará tu decisión,
que le he pedido que vuelva con tu “no” o con tu “sí”.
Con tu aliento. Y, si fuera necesario, hasta con tu silencio.
Ella sabe que un amor como éste es posible,
con independencia del tiempo y la distancia,
sin pretensiones ni condiciones,
pues ha permanecido -no dormido pero sí en letargo-
tantos inviernos en la memoria y en el aire sutil y constante
que dilata y contrae mi corazón.
Tan sencillo como esto: me haría bien saber que estás bien;
y si no, saber de qué raíz se nutre tu silencio.
Ella es una mensajera voluntariosa y dispuesta, pero reservada y frágil.
Si llega hasta ti, por favor, hazla volver.
En cualquiera de los supuestos,
entrelazadas en las plumas mis palabras,
porta además en su pequeño pico una gota de lluvia invisible
pero real. No teme a las águilas la mensajera.
Y su preparación incluye, si fuera necesario, desafiar al tiempo.

Salvador Alís.

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