martes, 31 de diciembre de 2019

MEIKO KAJI / URAMI BUSHI

BETELGEUSE

BETELGEUSE


En la última noche del año, en muchas ciudades, y desde luego en la que vivo,
se lanzan cohetes que estallan en el aire a diferente altura,
algunos se rompen en luces y todos hacen ruido. Asustan
a mis gatas porque el estruendo se multiplica por tres en sus orejas.
Pero yo, que debo estar volviéndome sordo, permanezco impasible, no me inquieto,
y ni tan siquiera miro al cielo pues tengo los ojos vueltos hacia mí mismo.

En la última noche del año, alguien o algo publica la sorprendente noticia:
una lejana estrella de nombre Betelgeuse se apaga o se oscurece
con velocidad y gran misterio. Se encuentra en la constelación de Orión,
distante de nuestra Tierra unos 600 millones de años luz.
Es una Supergigante Roja que, según datos variables y no contrastados,
tendría 12 o 20 veces la masa del sol y cuyo diámetro
lo superaría más de mil veces.

Alguien o algo entiende que este desvanecimiento puede significar
que la estrella está a punto de explotar, aunque poco después
el término cambia y se convierte en implosión. Alguien o algo sugiere
que mutaría en una Supernova y que su brillo, tan intenso,
la haría visible en el cielo diurno.

Llama la atención que la noticia se desarrolle en un presente estático,
sin precisar si, debido a su enorme lejanía,
esa luz que ahora estudian los astrónomos y el posible estallido que vaticinan
no se produjo justamente hace 600 millones de años,
y esta noche Betelgeuse (en su momento y su lugar) ya no sea lo que fue,
lo que ahora vemos, sino cosa bien distinta, o quizá haya
dejado de ser (vagando su luz sin origen ni fuente por la inmensidad
de un Universo insondable).

Leo esta información con la misma indiferencia que dedico a los cohetes
que siguen silbando sobre los tejados. Son las cuatro de la mañana
del primer día del año nuevo. La fiesta continua en muchas ciudades,
y desde luego en la que vivo. Jolgorio, disfraces, risas, imposturas
y ruido. No condeno a quienes celebran la arbitrariedad del calendario,
pero me pregunto si no estaremos exagerando una felicidad
que algunos escriben con signos de admiración,
cuando una ley superior crea y destruye el tiempo y el espacio
donde no somos, y no podemos ser, más que insignificantes
motas de polvo cósmico de otra explosión ancestral e inimaginable.

Y conste que no miro al cielo pues tengo los ojos vueltos hacia mí mismo.
En esa mirada, como en un lienzo negro
creado por no sé qué accidente o qué dios, no hay estrellas luminosas,
hay palabras blancas cuyo significado no llego a descifrar.
Cualquier posible traducción sera errónea.
Entre el último día y el primero han brotado cinco flores encarnadas
entre las hojas que luchan y sobreviven a sus parásitos.


Salvador Alís.



domingo, 29 de diciembre de 2019

VIVALDI / LA TORMENTA

DOS POEMAS DEL 19

DOS POEMAS DEL 19


Ayer encontré un cuaderno perdido. En él, un solo poema fechado en julio de este año:


LOS FUMIGADORES


Vistos desde la conciencia impersonal y ciega de los ojos de la noche,
son dos hombres que parecen bailar alrededor de los árboles.
Uno porta sobre su espalda un depósito metálico, negro y rectangular,
lleno de un líquido insecticida invisible y fatal.
Con la mano diestra empuña la corta lanza que difunde el veneno
entre las hojas, los frutos y las flores,
y con la siniestra acciona la palanca que produce los estallidos
de lluvia tóxica que el viento desvía en ocasiones.
El segundo hombre, mientras tanto, persigue al primero
con su discurso doliente
salpicado de silencios tácticos que buscan conmover.
Las micro partículas de insecticida crean nubes instantáneas
en la forma y el tamaño de las copas vegetales.
Las sandalias del verano se hunden irremediablemente
en el suelo blando y húmedo de esta tierra fumigada.
Ambos dan vueltas alrededor de las plantas asombradas:
uno cumple con dedicación su función de jardinero
y el otro, con esmero, confiesa en voz alta sus traiciones y su culpa.
Las palabras que relatan tristes hechos pasados
brotan del fumigador sin depósito aparente,
y envuelven al primero, que desconoce su alcance y su intención.

Salvador Alís.


Y esta tarde, a la hora de la siesta, imaginé el poema que sigue y que aún no acaba: 


ACONTECIMIENTO EN EL BOSQUE


Traicionando el natural sigilo de los lobos, este lobo corre
de un lado para otro haciendo mucho ruido
y aullando como un loco. Entra y sale del bosque,
de un salto cruza el río, sube a la cima de la montaña,
le da la espalda a la luna.
Este lobo ha desaprendido la infalible estrategia de la caza
que la voz del lobo y el instinto le enseñaron desde siempre.
No comprende que se delata con sus acrobacias y cambios de sentido,
poniéndose en evidencia y ahuyentando a las presas.
Más que lobo parece un payaso al que toda pirueta se le quiebra,
un encantador que no acierta con los encantamientos.
Hay otros habitantes en este bosque, otros desconciertos.
Los conejos, divertidos, asoman sus cabecitas blancas
por las bocas de las madrigueras,
y abren sus redondos ojos amarillos
y levantan sus largas orejas peludas y sonrosadas
para contemplar el espectáculo, mientras expulsan a la noche,
en forma de otros aplausos,
las risas cortadas por sus afilados dientes blancos.
El conejo se burla del lobo, así es,
y hasta puede sentir por él alguna compasión
pues lo ve aturdido y desorientado.
Pero el lobo cree dominar el bosque, se siente dueño y señor del miedo,
desafía a la oscuridad y a las estrellas,
pisotea las hojas caídas, a los guijarros, a las hormigas.
Hambriento corre de un lado para otro mientras esparce,
como señal de peligro, su olor a lobo por todas partes.
Hay otros habitantes en este bosque, otros deslumbramientos.
Los pajarillos a los que el lobo impide dormir
lo miran condescendientes desde la altura de sus nidos.
Los peces que navegan bajo el agua que fluye montaña abajo,
con los ojos permanentemente abiertos, lo ven saltar sobre su río.
La luna, a la que el lobo ignora, lo ilumina sin embargo
haciendo brillar su pelaje plateado.
Este lobo incapaz de controlar su ambición y sus defectos,
acechado él mismo por su propia intensidad,
este lobo ansioso hacedor de locuras,
este lobo finalmente enloquecido por su bosque,
este lobo convencido de ser un hombre.


Salvador Alís.


martes, 24 de diciembre de 2019

CUENTO DE NOCHEBUENA DEL AÑO 2019


CUENTO DE NOCHEBUENA DEL AÑO 2019
(revisado y ampliado) 


"Has de morir, y en la hora que menos pienses. Tanto si lo piensas como si no lo piensas, tanto si lo crees como si no lo crees, morirás y seras juzgado, y te salvarás ó te condenarás, según el bien ó el mal que hayas obrado; y de eso no te escaparás por más que digas ó hagas. ¿Y qué te aprovechará el adquirir todas las riquezas y alcanzar todos los honores, y dar al cuerpo todos los gustos, si pierdes tu alma? Las riquezas y los honores se quedarán en el mundo; y el cuerpo en la sepultura para ser comido de gusanos." 

Antonio Claret. Camino recto y seguro para llegar al cielo. Pág. 355. 


(Hace un par de noches publiqué este Cuento de Nochebuena. A la mañana siguiente volví a leerlo y lo saqué de diasvolando. Me sucede a menudo, que me dejo llevar por la euforia del momento y publico en caliente, y luego encuentro inevitablemente que algo sobra y algo falta, que algo no es adecuado, sea el tono, la redacción o el mensaje, y me arrepiento y suprimo la entrada. Ahora, en frío, lo volveré a publicar con las correcciones pertinentes, y no habrá segunda revisión, pues de hacerlo seguro que vuelvo a encontrar algo que sobra y algo que falta, y así no acabaríamos nunca.) 

Supongo que la cita inicial, para aquellas personas que carezcan de cierto espíritu místico, resultará violenta o incluso de mal gusto. ¿A cuento de qué (nunca mejor dicho) se nos habla con semejante franqueza del hecho de morir? -se preguntarán algunos. Es obvio que el tema de la muerte es para muchos un tabú importante, parejo al tabú del sexo o el tabú del dinero cuando se tratan como cuestiones personales y no generales. En mi revisión dudé si incluir de nuevo la cita o borrarla; pero como se ve, he decidido que permanezca en su lugar. 

Los dos acontecimientos fundamentales de una existencia humana son el nacimiento y la muerte. Una vez nacidos, se nos prepara a conciencia para la aventura de la vida; se nos enseña a hablar, a leer y a escribir; la Familia, la Escuela, la Iglesia y el Estado nos aleccionan debidamente; nuestro programa educativo comprende asignaturas tan variadas como Historia y Geografía, Física, Matemática, Lengua, Idiomas, Deportes, Bellas Artes...; se nos enseñan oficios, se nos inculcan creencias. Quien más y quien menos llega a la edad adulta creyéndose preparado para vivir. Es verdad que es este vasto territorio hay lagunas significativas y que, al menos en cuanto a lo que debería ser básico, se echan de menos otras pedagogías: la Sexualidad y la Pornografía, la Economía Financiera, los Mecanismos del Crimen, las Drogas..., y que otras materias, tales como la Música, la Poesía, la Filosofía o los Sueños serán rozadas levemente y sin la profundidad necesaria. También es verdad que una vez completado el ciclo educativo primero, si uno lo desea o tiene la oportunidad, puede especializarse, indagar por su cuenta y convertirse en experto en Ciencias Ocultas, Sectas Diabólicas, Astronomía Hipnotismo o Budismo Zen. No es el caso, porque lo que se quiere señalar aquí es otra cosa: que se nos intenta educar para una vida simple y reglada, pero que jamás, de ninguna forma, se nos educa para morir. 

Imagino una Escuela Superior que contemplara asignaturas tales como: la Enfermedad, el Sufrimiento, el Dolor, la Soledad, la Vejez y la Muerte. ¿Por qué no estudiar, en centros homologados, cursos complementarios que versaran sobre Patologías Mentales, la Guerra, la Esclavitud, la Traición, la Eutanasia, el Suicidio -por citar sólo algunos ejemplos? 

Imagino esa Escuela Superior, no sé si obligatoria o de libre acceso, para todos aquellos que tuvieran la suerte de haber cumplido una edad suficiente y dispusieran de tiempo libre y condiciones de comprensión. Y estoy convencido de que, por lo general, nos falta preparación para la muerte. Y que sólo algunas mentes más lúcidas son conscientes de ello y utilizan sus propios recursos para, llegado el momento, experimentar el final y el tránsito (hacia no se sabe dónde) con objetiva subjetividad y sin angustia. 

La primera versión del Cuento de Nochebuena comenzaba así:

Juro que antes de anteayer yo era claramente un ateo. Pero sucedió que, andando perdido por las viejas calles de esta ciudad, sucumbí al impulso de entrar en una iglesia. Lo hice por una estrecha puerta lateral que a pesar de su edad se abrió sin gemir, y luego aparté una pesada cortina y entonces una inmensa nave cruciforme, de techos muy altos, apenas iluminada y vacía de creyentes, apareció ante mí como sorprendente lugar oculto que, de pronto, se mostrara. La humilde luz de varios grupos de velas me deslumbró sin duda, eso es lo que pienso, pues enseguida experimente una placidez muy grata, la sensación de hallarme en un lugar de bienestar que deseaba acogerme en su seno y aceptarme tal cual soy, sin juzgar, sin reprochar, sin condenar nada de lo que yo pudiera significar o llevar conmigo como pesada carga. No sentía frío ni calor. Ni el profundo aroma de la cera caliente me incomodaba. Columnas retorcidas de mármol blanquecino me resultaban bellas, igual que los marcos dorados y las pinturas oscurecidas tanto por sus temas como por el paso del tiempo. Me aproximé al altar y me senté en un banco de madera muy barnizada. El silencio era absoluto. Ni un pájaro, ni una campana, ni un insecto, ni el más ligero rumor en el aire.

Hace un par de semanas me gasté una pequeña fortuna en una librería anticuaria. Entre otras obras, compré un tratado de agricultura publicado en 1857 y un volumen de pequeño formato (13 x 8,5 x 3,5 cm) de naturaleza religiosa. El primer libro lo adquirí pensando en convertirlo en regalo. El segundo lo guardaré para mí. Se titula Camino recto y seguro para llegar al cielo. El autor es el Excmo. É Ilmo D. Antonio Claret, Arzobispo de Trajanópolis. Se editó en Barcelona por la Librería Religiosa sita en la Calle de Aviñó número 20, y en el año 1884. A pesar de sus reducidas dimensiones, contiene 580 páginas. Está encuadernado en cuero marrón con bellos ornamentos grabados, y en la parte superior del lomo se ve el título en pan de oro con una leve distorsión horizontal.

Mi ateísmo no me ha impedido nunca visitar templos, iglesias, sinagogas o mezquitas. De hecho he frecuentado estos lugares por curiosidad cultural y estética, en Egipto, en Praga y en Marienbad, en Lisboa y en Sintra, en Santorini, en Rodas, en Madeira, en París, en Berlín, en Amalfi, en Roma, en Cagliari, en la isla de la Reunión, en Estambul y en Túnez, en Atenas... y en otras ciudades cuyo completo recuento quizá resultara tedioso. (Aquí el que cuenta debería contar que dudó acerca de la exposición de estas ciudades y países, motivo de supresión por no aparentar hazañas personales, aunque al final optó por respetar la enumeración, cosa que le define aun a su pesar.) La novedad es que ahora comienza a interesarme, más que el arte, la espiritualidad de sus contenidos. Ante las pirámides, uno se arrodilla mentalmente y siente pavor, ante Santa Sofía o la Mezquita Azul, ante San Pedro, ante el Partenón, un gran respeto e incredulidad.

Pero los viajes, en su dimensión más verdadera, producen desazón. Nada que ver con el jolgorio vacacional de los turistas. Y cuando se ha vivido una vida compleja, finalmente, tal vez se necesite un espacio de reposo. Adentrarse en un templo vacío y orar y contemplar o contemplarse. Salir de uno mismo para verse desde fuera de sí. Y hablar con el destello que no escucha, y usar las potencias del alma para comprender y serenarse.

Jamás mis ojos han leído la Biblia. Y aun así me la sé de memoria. Conozco muchas opiniones de reputados autores que la leyeron y han escrito sobre ella, y han establecido que es un texto bellísimo y extremadamente metafórico y sugerente. El Corán sí lo he leído, y los Vedas y el Libro de los Muertos. Mi biblioteca contiene cientos de libros de temática religiosa, fundamentalmente orientales, y tantos otros filosóficos. Algunos se ocupan de los mitos, de creencias originales, de los estados de conciencia alterados, de los sueños en general y de diversas patologías mentales.

No descarto, en mi próximo paseo, reingresar en esa iglesia o templo o en otra diferente, buscar el silencio, la luz tenue, el olor de la mecha que arde, el suelo que guarda tumbas, el rosetón de complicadas luces. Tal vez en estos sitios pueda meditar verdaderamente y llegar a la conclusión de que, en el momento oportuno, no temblará mi mano.

La banda sonora de este Cuento de Nochebuena es un fragmento de la ópera Norma de Vincenzo Bellini: "Casta Diva". Norma es la gran sacerdotisa de una religión ancestral. Según mi costumbre, copiaré aquí sin permiso explícito del redactor, una introducción que me parece inmejorable:

"Estamos en la Galia ocupada por Roma, en el siglo I antes de Cristo. Es de noche, la luna ilumina el bosque sagrado de los druidas, los galos se reúnen esperando a la sacerdotisa y decididos a entablar una guerra con Roma. Aparece Norma y calma sus ánimos pidiendo la paz y presagiando la caída de los romanos pero no por la guerra sino por sus vicios, corta una rama de muérdago sagrado y la ofrece al dios Irminsul, alzando sus brazos al cielo, todos se postran, y empieza una oración invocando a la luna." (De la página iopera.es)

Según el redactor anónimo, la mejor interpretación de "Casta Diva" es la de María Callas. Pero mi elección es otra: Aida Garifullina (por su vestido rojo). 

Una vez revisado y ampliado, el Cuento de Nochebuena tiene este final: 

Entre la nochebuena y la nochevieja no faltarán, como es lógico, las nochesmalas. Y sin embargo, una de ellas -la del 27 de diciembre- es especial porque descubre una íntima relación entre la poesía y la muerte. Si tuviera que elegir, de entre los miles de poemas leídos, mi favorito, posiblemente fuera El camino no elegido de Robert Frost. Pues bien, de Robert Frost he hallado esta tarde en un viejo almacén de libros una exquisita edición de Stopping by Woods on a Snowy Evening, ilustrado por Susan Jeffers y editado por Dutton Childrens Books. Ninguna de las traducciones que he leído hasta ahora me han convencido, por lo que deberé procurar mi propia traducción. Espero que tal empeño me facilite el ingreso en el nuevo año que llama a la puerta con su compleja llamada. 



Salvador Alís.





sábado, 21 de diciembre de 2019

NADJA KOSSINSKAJA / OBLIVION

LO RARO ES MEDITAR

LO RARO ES MEDITAR

"Vi a un niño que llevaba consigo una luz. 
Le pregunté de dónde la había traído. 
El niño apagó la luz y me dijo: 
<<Ahora dime tú dónde se ha ido>>." 

Hassan de Basra. 


En la terraza del Vulcano, al acabar la jornada de trabajo y antes de volver a casa. La ancha acera llena de hojas secas que revolotean agitadas por un ligero viento cálido tan poco común en esta época del año. Todo parece raro, hojas y viento, las luces que adornan los árboles, los clientes y los paseantes. Y yo mismo, que también me siento raro. Es lo que sucede cuando uno vive inmerso en el tiempo y no en la eternidad. La sensación me preocupa, aunque no debiera preocuparme porque la rareza es mi estado habitual. Y eso desde siempre, ahora que lo pienso. 

Tres horas más tarde, el viento arrecia y suena como si hubiera entrado en locura. 

Seis meses y quince días ya sin fumar, sin ser yo, siendo otro, pensando y sin pensar, sin escribir, sin dormir, sin soñar y soñando. Lo confieso, he sentido miedo al imaginar que de nuevo volvía a pedir fuego y encender un cigarrillo. Por vez primera en este logrado periodo de abstinencia, el sueño de fumar y ser, de agradecer y rechazar el ofrecimiento del buen samaritano que me acercaba la llama y me regalaba el mechero. ¿Ha sido realmente un sueño?, me pregunto, ¿o sueño haberlo soñado? 

Quizá el verdadero problema no sea fumar, no encontrar respuesta válida a la gran pregunta: ¿por qué depender del humo y de la llama?, sino negar que la dependencia es inevitable, condición necesaria para vivir y morir. Y esto lo debe pensar el alcohólico que no reconoce serlo, el que toma una copa a mediodía y pierde la cuenta a medianoche. 

A mi edad, y creo que merecidamente, vivo en dos casas simultaneas o sincrónicas, una espacial y otra mental, paralelas a veces y otras veces convergentes o coincidentes por capricho, que se atraen y repelen, que se adaptan a las circunstancias, que se conforman y se rebelan pero que de ninguna manera pueden existir la una sin la otra. La casa espacial, en realidad no me pertenece y es compartida. La mental es sólo mía. 

Cuando se menta la casa, el tabaco o el alcohol, se impone hablar de dinero, esa abstracción. Pero mencionar el precio de las cosas que importan remite a una mala educación. 

La casa espacial no me pertenece, es propiedad del banco. La mental es sólo mía. Y eso es raro. Pues siempre he pagado por el humo y por el trago, por la llave y la escalera, por la cama y la ventana, por la luz y la terraza. Pero jamás he pagado por mis pensamientos. Si por pensar lo que pienso no debo pagarle a nadie, ¿por qué debo pagar? 

Lo cierto es que el dinero no compra vida sino ilusiones. Y las ilusiones son humo. 

Desde que se regaron las plantas, una al menos ha florecido. La paciencia -creo haber leído no sé dónde- es un árbol de crecimiento lento y profundas raíces que con el tiempo produce bellas flores y dulces frutos. 

Si esta noche hiciera balance de mi vida sin apasionamientos ni distorsiones, ¿cuál sería la conclusión? ¿Diría que el destino ingobernable ha vencido a la voluntad? ¿Que la traición superó a la lealtad? ¿Que he sido un malvado, un cobarde, un loco? ¿Que en el fondo (pero nunca en la forma) me importa todo un carajo? ¿Que aborrezco las imposiciones? ¿Que me niego a ser dirigido, aleccionado, chantajeado? 

¿En qué lugar espacial o mental viven mis gatas? Y quede claro que el posesivo no se utiliza con la intención de poseer. De los gatos deberíamos aprenderlo todo: la simplicidad y la renuncia, la adaptación, la capacidad de amar sin condiciones, la verdad de ser lo que se es y nunca otra cosa, de dar más de lo que se recibe. Tan raro me parece todo que me pregunto si acaso no fui un gato en otra vida, si acaso no fui lo contrario de lo que soy, el antagonista. 

Cada día que pasa me pregunto por qué no respondo a los mensajes que me llegan desde el origen de la luz, por qué deben esperar mis confusas respuestas preguntas tan claras. Por qué cierro los ojos o, en el mejor de los casos, parpadeo ante esas luces. Por qué me emocionan canciones que reclaman un acto de valentía. 

Lo cierto es que la última canción ha producido rechazo. Nadie entiende mis elecciones, nadie entiende que para vivir una vida plena es preciso haber muerto previamente. Escuchar y no entender, comprender y mostrarse, desnudar la esencia y quemar el disfraz. 

Si no te contesto no es por no haber entendido la pregunta. Planteas dudas y deseos. Pero las dudas son incontestables y los deseos son vanos. 

Mi libro de meditación dice que "Pensar es necesario, pero no suficiente." Y dice que "La palabra no es la cosa, pero la mente va acumulando palabras y palabras. Y las palabras acaban convirtiéndose en un obstáculo." Dice: "Si nos hemos provisto contra el frío, el hambre y la sed, el resto es vanidad y exceso." Mi libro de meditación mezcla a Heráclito ("Si no esperas, no hallarás lo inesperado.") con Karl Kraus ("La meta es el origen."). Y dice además que "En este mundo de ensueño, cuando alguien cuenta lo que ha soñado, el relato también es sólo un sueño." 

Mi libro de meditación, hasta esta noche noche mal entendido, contiene al menos una cita de Li Po: "Ni el agua que transcurre vuelve a su manantial, ni la flor desprendida de su tallo vuelve jamás al árbol que la dejó caer". 

Como la flor es el título de una canción querida, una de esas canciones que, después de escucharla mil veces, te pueden amar o derribar, y la puedes seguir amando y escuchando pese a quien pese. 

Mi libro de meditación dice: "Aprende bien las reglas y luego olvídalas." Y también: "Las flores se deshojan aunque las amemos. Las malas hierbas crecen aunque las aborrezcamos." 

Juro que en estas últimas noches he intentado meditar. A oscuras y en silencio me he sentado en mi habitación mental frente a una pared supuestamente blanca. Me he dejado llevar, sin oponer resistencia al curso de mis pensamientos, dolido y agradecido al tiempo por todas las experiencias de vida que me han hecho vivir y ser quien soy y llegar a donde he llegado. 

El viento no cesa en su vindicación de poder. Sopla sobre todas las cosas y suena como si tuviera algo que decir. 

A quien espera una palabra clara y concisa, todo el silencio se le convierte en agua. 

Si no respondo a tus requerimientos tal vez sea porque me muerdo la lengua. 

No me pidas más porque más no puedo darte. 


Salvador Alís. 







   








miércoles, 18 de diciembre de 2019

THE BARBERETTES / BE MY BABY

OTRO DÍA DE MIERDA

OTRO DÍA DE MIERDA


"Al defecar, cuando la estocada de excremento golpea tu olfato, te asombras de la complicada máquina que somos: el final de nuestro apetito es la inmundicia."

Horacio Castellanos Moya 
Envejece un perro tras los cristales. Penguin Random House. 2010. Pág.: 171. 


Hace mil noches que duermo mal. Solo me falta una para no dormir. Seis horas, cinco, cuatro...; y las siestas fallidas, los días pesados, las horas insoportables. Un raro nerviosismo, que a cuenta de qué sucede no lo sé, provoca que me rasque constantemente el cuero cabelludo, y así mi cabeza se va llenando de costras y de heridas, y me extraña que no se inflame e infecte. Y por esa permanente sensación de inquietud y desasosiego, también la piel de mi cara se va secando y se cuartea como pellejo expuesto en la solana. Por indecisión crónica, nunca acabo de comprar la afeitadora eléctrica que necesitaría. Y sigo insistiendo con las tres hojas gillette que arrasan la epidermis hasta la dermis con la consiguiente rojez de la zona y su inevitable escozor. Para proteger la parte más sensible de mi cara, la franja comprendida entre la nariz y el labio superior, conservo allí un bigote más blanco que castaño, viejo y desordenado como yo mismo. Pero cuando alguien me pregunta por la finalidad de ese bigote, invento una razón alternativa: sirve para disimular mi larga nariz de mentiroso. Esta tarde, después de tomar un tranquilizante, un diazepam, un orfidal o algo parecido, he deambulado por el centro de la ciudad buscando el apaciguamiento que se ha hecho esperar. Tiendas y sus escaparates han ido diluyendo en contemplaciones la ira y el desencanto que sentía: botellas de vino, libros usados, lámparas encendidas. Como simples objetos decorativos, dos falsos volúmenes de madera titulados Moustache junto a tres cabezas de simio que se negaban, alternativamente, a ver, escuchar y hablar. Hubiera comprado una de esas cajas vacías decoradas con un bigote en su portada, sin saber que utilidad darle, pero he preferido pedir una copa de Toro en la segunda planta y, más tarde, otra copa de El equilibrista en el Vulcano. Mi horizonte se acerca irremediablemente. O yo me acerco a mi horizonte sin poder detenerme y meditar. Sobre la mesilla de noche, un manual de meditación y un cuaderno por escribir. Yo, que he robado tantos árboles del bosque de nuestras vidas, no soporto que alguien robe una sola hoja de cualquiera de mis tres macetas. Si algo repudio con particular encono es el egoísmo. Yo, el gran falsario, el que no soporta ya la más infantil de las mentiras. Tanto secreto inconfesable, tanta vida oculta y tanto fastidio ante la menor sospecha. Digo puntos oscuros y digo cabos sin atar. Hace mil noches que duermo mal, que sueño con subir a la terraza y echar a volar. No me daré ese gusto. Sigilosamente salgo de casa, tres gatas entre las piernas, pasada la medianoche. Y busco un local abierto, un desacostumbrado güisqui y un paquete de Camel. Ni siquiera me tiemblan las piernas. Justifican la acción llamadas a destiempo, contradicciones, la confianza perdida y el temblor ante un futuro que se preveía feliz y seguro. Cuando el suelo se mueve bajo mis pies duermo mal y las pesadillas me atacan incluso despierto. No entender y sufrir. No creer y estar vacío. Y llegar a imaginar la entrada a un templo, los altos techos, la protección y el amparo de la fe ciega. Esto ocurre cuando la desesperanza y el desengaño se imponen a otros recuerdos. Roma al final del camino, en la última posición, y todas las fotografías malogradas. ¿Cómo te van a mirar mis ojos? ¿Cómo entenderé tus palabras? Deambulando por las calles de otra imaginación y otro sueño, pago la entrada y me acomodo en el pequeño teatro de este día. Los actores, servidores, alojamientos y dominios deben salir a escena y explicarse. Para descifrar ese telón de fondo tengo que usar la lupa con luz integrada, marca Eschenbach, que me fue regalada en mi reciente cumpleaños, pues mis pupilas tan cansadas ya no ven sin ayuda. Y entretanto me ahogo en mis palabras, debo palabras a todas ellas, las que escriben y preguntan por cuestiones tan claras que yo entiendo tan confusas. La que todavía no habla dice más de lo que dice. Mientras el profuso decir no dice nada. Mañana negaré cualquier interpretación a la ligera. Sobre la mesilla de noche aguarda el cuaderno titulado Vida, aguarda la Escritura. Aborrezco el contacto humano y, sin embargo, en ese aborrecimiento hay excepciones y en las excepciones hay aborrecimientos y así hasta la mínima expresión de los aborrecimientos y las excepciones, en dosis homeopáticas, por decirlo de otra forma. Otro día de mierda cuando la información en sus excesos y defectos dibuja un laberinto sin salida que impele al condenado al orfidal, al diazepam, a la consideración de que todo en el fondo es humo de una hoguera sin el brillo de su llama. Zarza donde arde la voz de un dios cuyos mandamientos no se comprenden. Pensarán por tanto, y con razón, los posibles lectores o lectoras de este texto que el que escribe está enfadado con su críptico dios y su espinoso destino. Lo que se consume con ansiedad, lo que no se mastica bien, lo que se digiere mal. Juego de niños las traiciones del amor y la amistad. Nada comparable a la falta de confianza en uno mismo. Tiempo sin subir a la terraza, sin beberse ni fumarse la noche. Mil noches perdidas y ganadas en violentos combates de boxeo donde se mezclan los golpes y los abrazos, la deportividad en la sangre y en los cerebros agitados y rotos por el impacto de la competencia sin miramientos. De los dos en el cuadrilátero solo uno levanta los brazos mientras el otro aplaude. Esa es la versión simplificada. Las agujas del reloj no se detienen. 

Salvador Alís.   


miércoles, 11 de diciembre de 2019

JULENY FAVELA / NUNCA ES SUFICIENTE

DE PLATA Y DE HUESO

DE PLATA Y DE HUESO

Tengo dos anillos rotos, uno de plata y otro de hueso.
Una calavera gastada y un círculo amarillo.
Gigantes y enanos comparten sin saberlo un mismo mundo.
Los gigantes piensan que si sube el mar
primero se ahogarán los enanos, señal de alarma.
Los enanos piensan que si falta el aire, debido a la altura de sus narices
y su mayor capacidad pulmonar, primero caerán los gigantes.
Mundos distintos e iguales, la plata y el hueso,
la joya y la muerte.

Salvador Alís.

 

APUNTES ROMANOS


APUNTES ROMANOS (PRIMERA PARTE)

Seis de la mañana del seis de diciembre de este año. Hoy hace seis meses que no enciendo un cigarrillo. Dejar de fumar ha significado sobre todo dejar de escribir, ser otro.

Junto a la copa de viognier, una funda de plástico contiene las postales romanas. De la Galleria Borghese: el San Girolamo Giuditta che taglia la testa a Oloferne de Caravaggio. De la exposición Carthago. Il mito immortale en el Colosseo: dos simples máscaras. De los Musei Vaticani: La Scuola di Atene de Raffaello y el Angelo che suona il liuto de Melozzo da Forlì. La botella de vino costó tres veces más que las postales.

Por si acaso apeteciera leer, uno se lleva a Roma -sin contar las guías de viaje- Negro sobre negro de Leonardo Sciascia y Envejece un perro tras los cristales de Horacio Castellanos Moya. Los apuntes de Sciascia se quedan en el piso de Roma, como presente a otros futuros viajeros. El libro del salvadoreño, tan decepcionante en su primera lectura, regresa a la isla en virtud de un solo párrafo que requiere otro pensamiento y una más imparcial reflexión: "Ponerse uno mismo la pistola en la sien para obligarse a cambiar de rumbo."

En un anochecer prematuro, bajo la lluvia de noviembre, la jorobada de la Plaza de San Pedro -negro sobre negro- se inclina y tiembla apoyada en su bastón, bajo su capucha y su falsa nariz, alumna aventajada de Valle Inclán, murmurando divinas palabras, hasta conseguir conmover corazones ciegos y elevar el arte del timo a su merecido lugar de triunfo y superación.

En la Ciudad-Estado llamada Vaticano, tanto en su profundo interior como en sus inmediatos límites, proliferan las mendigas que se afanan para accionar el sutil mecanismo de la culpa y la lástima, valiéndose de bebés o niños (mejor niñas) de corta edad, con el cierto objetivo de engordar las limosnas. Lo que en otros Estados es sin duda considerado un delito ha sido normalizado aquí sin aspaviento alguno y sin vergüenza.

No sé por qué razón pienso lo que pienso: las italianas más atractivas tienen la nariz grande.

En Roma es el ejército el que vigila los lugares de culto, las ruinas, los mitos.

La Piazza Navona, al anochecer, es una trampa para ratones. Su alambre rectangular y su queso, su fuente. La casa de antigüedades -donde japoneses radioactivos tratan de conseguir el marfil que no debe venderse- exhibe en su estrecho escaparate miniaturas alemanas de bronce de gatos músicos y militares.

En la tienda superior de recuerdos del Coliseo pude comprar un diminuto gato de latón. Pero esa compra tuvo consecuencias.

En el puro centro de Roma hay un restaurante regentado por monjas. Las monjas -camareras, cocineras, jefas de sala- no trabajan por un salario, así los precios de su carta son baratos y competitivos. Como es lógico, se aprovecha tal ventaja para vender a Cristo.

En Roma nadie paga por desplazarse en autobús. Ni el metro ni el tren son caros. Cuando llueve, los vendedores de paraguas e impermeables son legión.

Ante la pesadilla arquitectónica del Castel Sant´Angelo, quizá se prefiera no soñar, dormir sin sueños, despertar a un paseo a ninguna parte, donde mande el azar y la meta sea inalcanzable.

A menos de cien metros de la casa, la puerta acristalada que guardan dos toneles se abre para permitir el paso del viajero a un mundo alternativo. Miles de botellas, la mayoría en pie y unas pocas tumbadas, nos dan la bienvenida.

En las afueras de la Borghese, fuente que fluye y bosquecillo que se dibuja, un perro triste anticipa nuestro destino cuando sus inútiles patas traseras se apoyan en la artificiosa movilidad de ruedas sin nervio ni motivación.

El viajero -uno mismo o el otro-, el que piensa, recuerda, sueña o escribe, recostado en la medianoche, apurando la última copa de vermentino, puede llorar y reír, abrir los brazos, odiar, desengañarse.

La Fontana di Trevi y la Piazza di Spagna son lugares de culto fanático. Las puertas donde los viajeros se convierten en turistas. ¿Cómo no abrazar la turismofobia? ¿Cómo no aborrecer a las multitudes?

Lo cierto es que en Roma llueve un día sí y otro no, llueve en la mañana y sale el sol en la tarde, la noche es apacible y amanece lloviendo. Las puntuales lágrimas nada significan ante el persistente dolor que se ceba en la nuca, en el cuello y en el hombro derecho.

Los muros que rodean el Vaticano, sus agujeros para drenar la lluvia. Tras los muros, la preceptiva violencia que vigila posibles asaltos. Tanto miedo. Tal fanatismo. Tanta fe.

En la pequeña y acogedora vinoteca, a menos de cien metros de la casa, vinos blancos de Cerdeña, Sicilia, Isquia...Vino de las islas. Después de Roma y ante la proximidad de un 64 cumpleaños, tal vez se prefiera una botella de malvasía volcánica.

Las velas que se apagan tras de mí, las que se encienden a mi paso, las luces en mi horizonte.

Después de ver lo visible, uno acaba pensando, convencido, que tales edificios, esculturas y pinturas, no son obras de la imaginación, el proyecto y la ejecución de humanos, que entrañan un enigma, que se resisten a ser descifradas.

Cabezas y manos gigantes, antorchas encendidas y cráneos por todas partes. La muerte prefiere el mármol para mostrarse.

En la parte trasera del Pantheon, un mendigo alcohólico se hace acompañar por un precioso y raro gato. No hay otro como él. En realidad es el único gato romano.

En la Piazza Campo de Fiori, los quesos y las flores (pétalos que arden), y ese perro que sustenta una vida truncada, una vida que revierte sus acciones en otra vida.

Un solo gato en Roma en una semana, un siberiano adulto y ensimismado.

Esa botella de uvas de vendimia tardía. El sobreprecio que tal gesto exige. Cumplirás 64 en pocos días y aún no quieres morir ni hacer equilibrios sobre el puente.

Tu sonrisa vale una vida, pero el viaje no está escrito.

En realidad, los apuntes romanos se reducen a un solo apunte, fechado el 10 de noviembre de 2019: “Llueve durante toda la noche, tanto afuera, en la calle, como adentro, en mi cabeza.”


Salvador Alís.