sábado, 29 de marzo de 2014

DON QUIJOTE Y SANCHO - ANTE LA MUERTE

DON QUIJOTE Y SANCHO - ANTE LA MUERTE


     Tal vez en un momento de descanso, en una pausa entre sus correrías o aventuras, don Quijote y Sancho tuvieran la oportunidad de hablar sobre la muerte, tema capital y transcendente para ellos y para el resto de los mortales

     - Un buen día, mi buen Sancho, yo moriré y tú morirás, y aunque nos fuera permitido elegir, las cosas sucederían de algún modo

     ( El lector confesará que no ha leído tal obra, y que no sabe a ciencia cierta si esta conversación tuvo lugar en la realidad o en la imaginación de su autor

     - No seáis agorero, mi señor, no mentéis a la Parca. Pues nada bueno pueden procurarnos estos pensamientos

     - Nada bueno, dices, y sin embargo la mayoría de los hombres son infelices en cuanto evitan, por cobardía, considerar el hecho inevitable de morir. Mejor entender y estar presto que negar lo que, aun sin su consentimiento, habrá de suceder

     - Si yo creyera que mi montura puede morir aquí o más adelante, sin llegar a su término, tened por seguro que no la montaría tranquilo. De manera que, si yo mismo temiese morir hoy, seguro que encaminaría mis pasos hacia una posada, pediría algún guiso contundente, la mayor jarra de vino y la moza mejor dispuesta para hacerme el trago placentero

     - De acuerdo entonces, mi buen amigo, esa sería tu pretensión, mas sólo si supieras la hora fatal del desenlace. Pero tú, al igual que yo, morirás cuando no suene la campana, cuando el reloj no marque la hora, cuando tu proyecto y tu camino avancen o estén avanzados

     (El lector pensará, no sin fundamento, que don Quijote y Sancho son dos proyecciones del autor

     - Señor don Quijote: ningún reloj de sol puede darnos la hora en esta noche y, en mi humilde entendimiento, sé que todavía no se ha logrado descifrar el reloj de las estrellas. El fuego de leña arde sin que el viento lo moleste. ¿Por qué dar vueltas en la oscuridad cuando deberíamos dormir y recobrar las fuerzas

     - Si yo muriera antes del alba, ¿qué harías tú al descubrirlo

     - Si ese percance llegara a suceder, os enterraría al pie de esta encina con mis propias manos, y con ellas mismas ataría dos palos en cruz para señalar y proteger vuestro sitio

     - Al pie de esta encina, Sancho, un día u otro, un perro inquieto o un cerdo husmeador excavarían mi tumba para dejar mis huesos a la intemperie

     - ¿Qué sugerís entonces

     - Mejor hecha más leña al fuego, mi fiel Sancho, y que las llamas se ocupen de los cuerpos

     - ¿Y vuestra alma? ¿Qué será de vuestra alma

     - No te preocupes por ella, ni por las nuestras. Son asunto del que imagina y nos describe

     - Sin una inscripción en la cruz, sin una lápida, sin un lugar señalado donde llevar las flores

     - Las últimas palabras ya están escritas, las flores serán recuerdos, el lugar señalado está en todas partes y en ninguna

     - Con todo los respetos, Señor, vos pecáis de fantasía, pero yo quisiera ser más prudente. Si alguna de estas noches de travesura sintiera o presintiera yo que la muerte me estuviera rondando, mejor acabar con mi vida de la forma más pronta y más propicia y con menor sufrimiento

     - Serías, pues, considerado un suicida

     - Las apelaciones post-mortem, mi Señor, como sin duda podréis adivinar, hacia mi persona o mis actos, en muy poco habrían de importarme

     - Se hace tarde Sancho, y el sueño nos espera. En una de tantas páginas de mis lecturas, has de saber que alguien escribió estas palabras indelebles:

     "El suicida es el prisionero que ve levantar un patíbulo en el patio de la prisión, cree erróneamente que está destinado a él, se escapa esa noche de su celda, baja y se ahorca él mismo." *

     - Mis ojos se cierran, las llamas enpequeñecen. Si mi Señor don Quijote muere antes que yo, por su propia mano o por la ajena, yo me ocuparé de vos. Y espero que, si al contrario, vos os ocupéis de mí

     Duerme, Sancho, si el sueño te reclama. Y para dormirte, quedamente te recitaré las palabras de otro sabio:

     "La hormiga nada sabe de epidemias ni de todas nuestras enfermedades. No se nota cuando está muerta, tan fácilmente puede resucitar. A este respecto (se han realizado) experimentos bastante crueles pero concluyentes. De siete hormigas que había(n) dejado durante ocho días bajo el agua, cuatro volvieron a la vida. A otras (se) las hizo ayunar y no (se) les dio sino un poquito de agua en una esponja esterilizada. Nueve ejemplares de Formica subsericea resistieron la prueba entre setenta y ciento seis días. Entre los numerosos ejemplares de laboratorio se dieron sólo tres casos de canibalismo, y los días 20, 35, 62 y 70 del ayuno, unas cuantas hormigas, medio muertas de hambre, lograron llevar una gota de miel a sus compañeras, cuyo estado era a todas luces desesperado.
     Las hormigas sólo son sensibles al frío. Si bien no mueren a causa de él, permanecen dormidas en un estado de inmovilidad gracias al cual ahorran energía y aguardan tranquilamente el regreso del sol." **

* Franz Kafka, Cuadernos en octavo, Madrid, 2005, Alianza Editorial, pág.: 67.
** Elias Canetti, Libro de los muertos, Barcelona, 2010, Galaxia Gutemberg, págs.: 19 y 20.


Salvador Alís.


    


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