ODISEAS DE NUESTRO TIEMPO (PRIMERA PARTE)
Si uno busca hoy a Homero y su título Odisea en Iberlibro, encontrará 1.370 entradas; y si filtra los resultados por el ejemplar más caro, aparecerá entonces en primer lugar una edición de 2008 de Edimat Libros, a la venta en Portland, Estados Unidos, de Irish Booksellers, al precio de 3.533,10 y 41,16 euros por gastos de envío.
Pero si uno busca, igualmente en Iberlibro, a James Joyce y el título Ulysses, encontrará 4.579 entradas; y si filtra los resultados por el ejemplar más caro, aparecerá entonces la primera edición de Shakespeare and Company, París,1922, a la venta en Palm Beach, Estados Unidos, de Raptis Rare Books, al precio de 132.491,09 y 47,17 euros por gastos de envío.
Esas cantidades no redondas, es más: desquiciadas por los céntimos, es algo que ni Homero ni Joyce suscribirían. No obedecen a ninguna lógica natural. Y qué decir de los abusivos gastos añadidos en concepto de transporte sobre el alto valor de las piezas.
Pero los libros son una cosa y la vida real es otra. Si en los tiempos antiguos navegaron y perecieron muchos en "nuestro" mar Mediterráneo, lo hicieron por su riesgo y su valor, por su aventurado deseo, por el mito y su destino. Héroes de las aguas y los vientos; en ningún caso víctimas de la desesperanza.
Durante trece años, doscientos cuarenta y dos días al año, he tomado en viajes de ida y vuelta el autobús de la Línea 1 desde el centro de Palma al aeropuerto, e invariablemente he visto durante parte del trayecto el mar al frente y a la derecha. Me he bañado en ese mar cientos de veces, hace años, pero ahora ya no. Si antes mi único temor (paranoico) eran los tiburones, ahora me repele la idea de sumergirme en un cementerio (acuático). Las estadísticas no son fiables y lo más seguro es que no alcancen, ni siquiera se acerquen, a la verdadera magnitud de la tragedia.
En los años ochenta nos visitaron portaaviones armados hasta los dientes (de acero) y ahora lo hacen lujosos cruceros que rivalizan con ciudades. Miles de marines-guerreros invadían el Barrio Chino. Pero tres décadas después, miles de turistas tontos, no viajeros, pagando por una copa lo que cuesta una botella, por dos billetes de autobús lo que cuesta un taxi, perdidos en sus acaloradas fantasías, buscando relojes de marca falsificados y devorando langostas descongeladas, son los invasores.
Si en estas calurosas noches de junio un héroe cualquiera volviese a casa, tendría que sortear los desafíos que la vida real le presentara, llámese como se llame, Ulises u Odiseo, victorioso de sus mares o sus calles.
Mi más preciado ejemplar del Ulises, entre los varios que poseo, fue editado por Santiago Rueda, en Buenos Aires,1972, y contiene la dedicatoria de "Marisol A." (agosto 1973). En ese momento yo tenía 17 años y, como es lógico, al deslumbramiento inicial siguió el empecinamiento por imitar la escritura del irlandés. Por suerte aquello duró poco. Y pronto aprendí a respetar y valorar más que a Joyce a su secretario.
En mi regreso nocturno y diario, veo el mar oscuro a mi izquierda, y en este barco con ruedas que podría ser llamado autobús, veo en esta noche concreta a un forzudo en busca de su circo, a una monja en busca de su dios, a una azafata asfixiada por su uniforme, a un imbécil y su maleta cerrando la puerta de salida, a una cabeza que no se corresponde con el cuerpo que corona, a mis "hermanas" limpiadoras molestas bajo su uniforme blanco: y en muchas paradas, putas que acechan a quienes bajan, y en los pasos de cebra, asesinos en potencia pisando el acelerador.
De acuerdo a las estadísticas oficiales -sin pretender ser preciso-, es muy posible que yo coincida en mis viajes con algún que otro violador, suicida o asesino. Forma parte del paquete comprometido.
Imagino a Odiseo intentando regresar a su Ítaca. Y recuerdo los versos de Cavafis: "Ítaca te brindó tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene ya nada que darte." Y recuerdo la última línea quebrada del Ulises: "... y sí yo dije quiero sí."
Como intérprete aficionado de aquel Ulises prosaico, de aquel Odiseo enfrentado a su arco final, diré que el viaje no es fácil, que desde el autobús a la casa le acechan a uno Circes y cerdos, Sirenas y tempestades, Cíclopes y sus cuevas.
La china sordomuda, apenas me ve, me sirve una copa de vino blanco. En un portal de La Caixa, en la Plaza de las Columnas, duermen los "sin techo" y algunas momias. La mezquita en el garaje, antes de doblar la esquina, permanece abierta a medianoche. La puerta chirría y se resiste a ser abierta.
Y a pesar de todo, a pesar de este viaje, ¡qué hermoso es el cielo de este amanecer y con qué alegría me saludan los pájaros con su primer canto!
Salvador Alís.
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