jueves, 26 de octubre de 2017
LA PALOMA
LA PALOMA
Si tuviera entre mis manos una paloma mensajera
le ataría a una de sus patas,
sirviéndome de un delicado hilo de seda,
un pequeño trozo de papel, blanco y fino, que no pesara,
con tu nombre escrito, con mi nombre, y apenas
dos o tres palabras que entendieras.
Sé que la distancia le importa a la paloma,
no tanto a mí, que quizá rehusara emprender el vuelo,
y entonces nada tendría sentido por imposible,
y habría que pensar otros caminos.
Hablarte al oído ya lo hice, y si ahora es o no es posible
no depende de nosotros, pues hablamos para un satélite
que tiene que reflejar y encauzar nuestras voces.
De igual manera, lo escrito sobre una pantalla
tiene que abrirse paso sorteando los obstáculos
del laberinto invisible donde todo pretende
llegar cuanto antes a su destino.
Recuerdo aquellos tiempos donde este juego se jugaba
a una carta, con sellos multicolores,
matasellos monocromos y algo de paciencia,
donde el compromiso de la espera y del encuentro
se establecía de palabra mucho antes,
donde el azar reinaba más personalmente
y un cielo nublado no le ponía trabas al amor.
Si tuviera una paloma entre las manos, tal vez
yo fuera el mensajero y tú la paloma, y entonces...
Salvador Alís.
Si tuviera entre mis manos una paloma mensajera
le ataría a una de sus patas,
sirviéndome de un delicado hilo de seda,
un pequeño trozo de papel, blanco y fino, que no pesara,
con tu nombre escrito, con mi nombre, y apenas
dos o tres palabras que entendieras.
Sé que la distancia le importa a la paloma,
no tanto a mí, que quizá rehusara emprender el vuelo,
y entonces nada tendría sentido por imposible,
y habría que pensar otros caminos.
Hablarte al oído ya lo hice, y si ahora es o no es posible
no depende de nosotros, pues hablamos para un satélite
que tiene que reflejar y encauzar nuestras voces.
De igual manera, lo escrito sobre una pantalla
tiene que abrirse paso sorteando los obstáculos
del laberinto invisible donde todo pretende
llegar cuanto antes a su destino.
Recuerdo aquellos tiempos donde este juego se jugaba
a una carta, con sellos multicolores,
matasellos monocromos y algo de paciencia,
donde el compromiso de la espera y del encuentro
se establecía de palabra mucho antes,
donde el azar reinaba más personalmente
y un cielo nublado no le ponía trabas al amor.
Si tuviera una paloma entre las manos, tal vez
yo fuera el mensajero y tú la paloma, y entonces...
Salvador Alís.
martes, 24 de octubre de 2017
EL LEÓN Y LAS HIENAS
EL LEÓN Y LAS HIENAS
La histérica risa de la hiena
provoca por imitación la risa de la manada.
A lo lejos, un león indiferente las contempla,
mientras la luz del sol
se enreda en su pelaje amarillo
movido por un viento suave.
Salvador Alís.
La histérica risa de la hiena
provoca por imitación la risa de la manada.
A lo lejos, un león indiferente las contempla,
mientras la luz del sol
se enreda en su pelaje amarillo
movido por un viento suave.
Salvador Alís.
domingo, 22 de octubre de 2017
FEDERICO LUPPI
FEDERICO LUPPI
Ayer, creo, murió Federico Luppi.
Se dio un golpe en la cabeza
y murió. Tenía 81 años. Por alguna razón
que no sé explicar
me recordaba a mi padre.
Ha sido un actor convincente,
una mirada y un rostro
que decían más de lo que decían.
Pudo ser inmortal en Cronos,
pero ha muerto al fin y al cabo
como tantos otros mueren,
en un banal accidente doméstico
e inesperado. Ayer brotaron
seis flores en la pequeña maceta
que guarda el hibiscus en la terraza.
Duraron hasta hoy, pues todo nace
para morir después.
Salvador Alís.
Ayer, creo, murió Federico Luppi.
Se dio un golpe en la cabeza
y murió. Tenía 81 años. Por alguna razón
que no sé explicar
me recordaba a mi padre.
Ha sido un actor convincente,
una mirada y un rostro
que decían más de lo que decían.
Pudo ser inmortal en Cronos,
pero ha muerto al fin y al cabo
como tantos otros mueren,
en un banal accidente doméstico
e inesperado. Ayer brotaron
seis flores en la pequeña maceta
que guarda el hibiscus en la terraza.
Duraron hasta hoy, pues todo nace
para morir después.
Salvador Alís.
viernes, 13 de octubre de 2017
SÍSIFO Y LA VAGABUNDA
SÍSIFO Y LA VAGABUNDA
"Los dioses habían condenado a Sísifo a subir sin cesar una roca hasta la cima de una montaña desde donde la roca volvía a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza. (...) Al final de ese largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se alcanza la meta. Sísifo ve entonces cómo la piedra desciende en algunos instantes hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volver a subirla a las cimas, y baja de nuevo a la llanura. (...) Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. (...) Veo a ese hombre volver a bajar con paso lento pero igual hacia el tormento cuyo fin no conocerá jamás. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona las cimas y se hunde poco a poco en las guaridas de los dioses, es superior a su destino.
Es más fuerte que la piedra."
Es más fuerte que la piedra."
Albert Camus. El mito de Sísifo. Alianza. 1983. Pág.: 157, 159.
Por desconocimiento de su nombre, y a falta de mejor palabra, la llamaré la vagabunda. Hace ya algunos meses que la veo de vez en cuando por el barrio. Y aunque desde el primer momento llamó mi atención, he tardado en darme cuenta que debería escribir sobre ella. De baja estatura y cuerpo magro; de edad indeterminada (lo mismo podría tener cuarenta que sesenta años, no menos de cuarenta, no más de sesenta); de origen desconocido y propósitos ocultos...; se mueve por las aceras, cruza los pasos de cebra y avanza de una forma peculiar. He visto y veo a otros vagabundos, gente errática y también inmóvil, sin techo y sin trabajo, sin otra ocupación que dormir (en los portales de los Bancos, en las salas de los cajeros), pedir limosna (ante los supermercados, en las calles transitadas, a las puertas de las iglesias), y compartir vinos baratos en envases de cartón (bajo la sombra de los árboles en las plazas, en los jardines, bajo los puentes y en casas ruinosas y ocupadas); pero nunca me había encontrado a nadie como ella. La vagabunda debe ser rica entre los de su condición, a juzgar por la cantidad y el volumen de sus pertenencias. Lleva consigo una plataforma de hierro cuadrada y con ruedas, sobre la que acumula maletas, cajas y bolsas, hasta superar su altura; un carro de supermercado abarrotado de las mismas cosas; un carrito de la compra, de estructura metálica recubierta de lona, tan llena de trastos que no puede cerrarse; y varios bultos sin ruedas de complicada movilidad. Para desplazarse (aunque es difícil saber de dónde viene y adónde va) se sirve de un método invariable. Primero avanza la plataforma, mediante su empuje, treinta metros; la deja ahí, sobre la acera, en cualquier sitio; retrocede hasta su punto de partida (relativo) y toma el carro de supermercado y lo lleva hasta la plataforma; vuelve a retroceder y recoge el carrito de la compra para acercarlo a sus posesiones adelantadas; y otra vez vuelve sobre sus pasos para hacerse cargo de los bultos sueltos y juntarlos con lo demás en su posición avanzada. Cuando todas las pertenencias se hallan reunidas a treinta metros de su posición inicial (relativa), vuelve a mover hacia delante la plataforma, otros treinta metros más o menos, y a repetir los movimientos detallados respecto al avance de sus posesiones; y así una vez y otra, andando y desandando el camino que a otros transeúntes, entre los cuales me incluyo, nos parece corto y fácil, pues nada nos ata ni nos pesa como a ella, la vagabunda, dado que no exponemos la parte material de nuestras vidas en cada paseo por cualquier calle, como hace ella, y encerramos bajo llave plataformas, carros, carritos, cajas y bolsas. Cuando yo salgo a dar un paseo, puedo andar diez kilómetros en un par de horas, pues nada me pesa ni me reclama. Para la vagabunda, treinta metros, con sus idas y venidas, se multiplican por siete, se convierten en doscientos diez; es decir, que mientras yo ando diez kilómetros por placer, ella andaría setenta si no quisiera perder su patrimonio. Camina siempre con determinación y fuerza, pero de vez en cuando vuelve la cabeza, la vista, para controlar lo que deja atrás. Todo lo tiene que reunir en un punto concreto y después seguir. La he observado muchas veces, pero aún no sé de dónde viene ni adónde va, no sé cuál es su camino ni su intención. Admiro que transporte su voluminosa carga con ella de esta manera tan inusual. Y al tiempo me pregunto si esta manera de transportar lo que nos importa no será para muchos de nosotros más usual de lo que nos parece. Nadie es sólo un cuerpo (más joven, más viejo) ni un alma (más libre, menos libre); nadie puede desprenderse así como así del caparazón de su tortuga, de su casa a cuestas, de su biblioteca infame, de sus palabras y silencios, de su pasado que se pesa en toneladas, de sus amores y desamores, de su memoria, de los sueños por cumplir, de sus insomnios, de sus pesadillas. Aunque también las risas presentes y pasadas precisen de una bolsa de viaje para moverse junto a uno; y pese lo suyo la felicidad disfrutada, los placeres y los días en que la ingravidez de nuestros sentidos nos hizo sentirnos pájaros. La vagabunda, estoy seguro, vuela en cortos vuelos sus treinta metros repetidos, se siente más libre en definitiva que el más libre de los caminantes, y hace lo que hace por su propia voluntad, su determinación o su locura. No creo que haya oído hablar de Sísifo y su condena. No creo que sus riquezas (relativas) sean equiparables a la roca ascendida a la montaña cuyo destino es volver a caer. Me detengo en un cruce de calles para contemplar con admiración como la vagabunda va y viene separando y agrupando lo que posee. Y entonces caigo en la cuenta de lo mucho (seguramente inmerecido) que yo poseo; y me pregunto cuál sería la medida de mi esfuerzo si yo tuviera que mover todo eso tras de mí. La pregunta fundamental, no contestada hasta ahora, es a dónde se quiere ir, pues de elegir mejor tierra quizá bastara ese equipaje, y de elegir otro cielo quizá sobrara. La lección que la vagabunda nos da es clara e incuestionable: a más carga más distancia, a más distancia mayor esfuerzo. Pero en su cara (de edad indefinida) no se evidencia ningún disgusto. Se diría que acepta sin discusión, incluso se diría que lo ha planificado así, el avanzar y el retroceder con tal de mantener unida su vida fragmentada y repartida en bolsas y cajas sobre carros, carritos y plataformas en constante movimiento. Cualquier día, a la menor oportunidad, no sólo me detendré para observarla sino que la tengo que seguir, pues su destino final me inquieta más si cabe que su transporte. En algún momento tiene que detenerse, frenar las ruedas, pararlo todo y dormir. Y en algún momento tiene que iniciar su diario deambular por el mundo, ignorante del clásico mito pero creadora, a su vez, de un mito nuevo y moderno, que dará color y ejemplo a nuestros días. Todo aquel que huye, se desplaza, emigra, busca..., llevará consigo su ligera o pesada carga de dolor, amor y nostalgia. La barca que mucho pesa mejor se hunde. Para llegar a la costa (atravesando un mar tan oscuro como las calles de este barrio), mejor lanzarse al agua vestido únicamente con la piel. Porque la piel se lleva a sí misma sin necesitar ruedas ni plataformas. La piel es un vestido todo-terreno que guarda lo esencial y se desliza con facilidad entre la adversidad y sus oponentes. Pensando en la vagabunda y en Sísifo, no llenaré del todo mi maleta en noviembre, no me dejaré llevar por un equipaje difícil de manejar. Huecos de aire para ir y volver, donde quepan experiencias inmateriales y, si acaso, tres o cuatro botellas de vino. La piedra que me condena, de eso estoy seguro, está hecha de palabras; las dejo atrás para avanzar y luego vuelvo a por ellas. Las palabras ralentizan mi viaje pero dan densidad a mi vida. La vagabunda no es capaz de perder su carga. A diferencia de ella, más libre y más pedante, yo sí podría esparcir mis palabras con un gran soplo como hojas en el otoño. Valoro a la vagabunda por su empeño, más me disgustaría reconocerme en un trayecto similar al suyo, un trayecto de ida y vuelta; y siempre temiendo perder lo que se posee, sin estar seguro de que se merece ni si vale la pena este discurso en su defensa.
Salvador Alís.
Salvador Alís.
miércoles, 11 de octubre de 2017
AUTO CENSURA
AUTO CENSURA
A veces en la noche, cuando la noche importa más que el día,
me dejo llevar por pequeñas olas sin importancia,
desde mi playa tranquila y amarilla hasta más allá de la costa
donde flota agitada una botella a la deriva.
Entonces me lanzo sin precaución al agua
y avanzo torpemente braceando hasta el lugar de la cita.
Espero allí a que la dueña del desnudo de su orilla,
aquella que me invitó a lanzarme, me alcance.
Pero no, no llega hasta mí ni cuando dijo que llegaría ni ahora,
mientras la luna llena desata varios botones de su camisa
y su luz me hace ver que aquí estoy solo en este mar,
que la noche pasa y que no se me permite abrir la boca.
Guardo para otra ocasión propicia lo que pienso de veras,
me muerdo la lengua con tal de no ahogarme,
me vuelvo de espaldas para no hundirme, y giro la cabeza
para acortar la distancia.
De la playa que me voy nada recuerdo, pero deseo volver
y recuperar mi fuego encendido, mi castillo de arena.
A veces en la noche, cuando la noche importa más que el día,
la luz de su faro me apunta con su luz.
Todo me dice "calla" pero en mis cuerdas vocales vibra
un viento que no se somete, una voz que se dice mía
y que juega con las palabras y su distancia. Te pareces a ella
y no lo eres. Dices lo que piensas y al tiempo lo niegas.
Cambian los tiempos, su trayectoria la historia,
ideas veloces en vagones encerradas atraviesan la noche
por sus túneles donde todo resuena y el ruido se crece,
en esos vagones tú y yo y el tiempo que no acaba.
Niego todo lo que dije hasta ayer, y de ayer a hoy digo
lo que no dije, lo que tú y yo sabemos, lo que me prohíbo decir,
lo que a fuerza de ser dicho mil veces es arrastrado por las olas
hasta ese lugar donde la luna desabrocha su camisa.
Donde la luna muestra sus senos blancos y la botella
a la deriva llega a tus manos, en ese lugar del encuentro
y el desencuentro, te lavas las manos con agua salada
y no callas cuando callas porque en el fondo todo habla.
Si tú no hablas, lo hacen las flores. Si tú no dices,
algo que no pertenece a tu vida lo dirá por ti.
Este manuscrito negado y aplazado dirá con su tinta gastada
que toda auto censura es una cobardía.
Que el cobarde escucha y no responde es un hecho,
que el actuante tampoco sabe escuchar ni mucho menos
discernir, y de ahí su propia negación, es un hecho.
Si niego lo que dije es por esto.
Tan seguro estoy de lo que digo que no me escucho.
Sordo pero no mudo, niego lo que dije para pensarlo mejor.
En realidad no me importa lo que dije, lo que digo,
lo que niego. Es tan solo un juego de palabras.
La música en la noche dice lo que dice, se entiende o no
se entiende. No importa. Si por no ahogarse se cierra la boca,
se sopla, se escupe, no importa. Ella se quedó esperando
en la orilla, desnuda en la sombra y al tiempo vestida.
Disfrazada de sí, la sombra de tu voz dice lo que dice,
y luego calla, se aleja nadando, se interna en su mar.
Vidas de mi vida me acompañan pero no sé
cómo decirlas. Siempre al fin la noche se sale con la suya.
Salvador Alís.
A veces en la noche, cuando la noche importa más que el día,
me dejo llevar por pequeñas olas sin importancia,
desde mi playa tranquila y amarilla hasta más allá de la costa
donde flota agitada una botella a la deriva.
Entonces me lanzo sin precaución al agua
y avanzo torpemente braceando hasta el lugar de la cita.
Espero allí a que la dueña del desnudo de su orilla,
aquella que me invitó a lanzarme, me alcance.
Pero no, no llega hasta mí ni cuando dijo que llegaría ni ahora,
mientras la luna llena desata varios botones de su camisa
y su luz me hace ver que aquí estoy solo en este mar,
que la noche pasa y que no se me permite abrir la boca.
Guardo para otra ocasión propicia lo que pienso de veras,
me muerdo la lengua con tal de no ahogarme,
me vuelvo de espaldas para no hundirme, y giro la cabeza
para acortar la distancia.
De la playa que me voy nada recuerdo, pero deseo volver
y recuperar mi fuego encendido, mi castillo de arena.
A veces en la noche, cuando la noche importa más que el día,
la luz de su faro me apunta con su luz.
Todo me dice "calla" pero en mis cuerdas vocales vibra
un viento que no se somete, una voz que se dice mía
y que juega con las palabras y su distancia. Te pareces a ella
y no lo eres. Dices lo que piensas y al tiempo lo niegas.
Cambian los tiempos, su trayectoria la historia,
ideas veloces en vagones encerradas atraviesan la noche
por sus túneles donde todo resuena y el ruido se crece,
en esos vagones tú y yo y el tiempo que no acaba.
Niego todo lo que dije hasta ayer, y de ayer a hoy digo
lo que no dije, lo que tú y yo sabemos, lo que me prohíbo decir,
lo que a fuerza de ser dicho mil veces es arrastrado por las olas
hasta ese lugar donde la luna desabrocha su camisa.
Donde la luna muestra sus senos blancos y la botella
a la deriva llega a tus manos, en ese lugar del encuentro
y el desencuentro, te lavas las manos con agua salada
y no callas cuando callas porque en el fondo todo habla.
Si tú no hablas, lo hacen las flores. Si tú no dices,
algo que no pertenece a tu vida lo dirá por ti.
Este manuscrito negado y aplazado dirá con su tinta gastada
que toda auto censura es una cobardía.
Que el cobarde escucha y no responde es un hecho,
que el actuante tampoco sabe escuchar ni mucho menos
discernir, y de ahí su propia negación, es un hecho.
Si niego lo que dije es por esto.
Tan seguro estoy de lo que digo que no me escucho.
Sordo pero no mudo, niego lo que dije para pensarlo mejor.
En realidad no me importa lo que dije, lo que digo,
lo que niego. Es tan solo un juego de palabras.
La música en la noche dice lo que dice, se entiende o no
se entiende. No importa. Si por no ahogarse se cierra la boca,
se sopla, se escupe, no importa. Ella se quedó esperando
en la orilla, desnuda en la sombra y al tiempo vestida.
Disfrazada de sí, la sombra de tu voz dice lo que dice,
y luego calla, se aleja nadando, se interna en su mar.
Vidas de mi vida me acompañan pero no sé
cómo decirlas. Siempre al fin la noche se sale con la suya.
Salvador Alís.
ANARQUÍA
ANARQUÍA
A los 17 años me sedujo la anarquía, ni dios ni patria ni
rey.
La familia también pudo ser una camisa de fuerza que yo no
deseaba.
Me ofrecieron armas de fuego, pero las rechacé.
Me alegra haber leído a Gabriel Celaya y a León Felipe en la cárcel.
Me alegra que confundieran mis intenciones César Vallejo
y Miguel Hernández. Así cambié las balas por los versos, la sangre
por el pensamiento. Y así pensando y sintiendo abrí los ojos
y vi el mundo: los prostíbulos de carretera con sus luces y sombras,
y con sus luces y sombras los cuarteles de Córdoba y Sevilla.
Abandoné la Universidad por un cuento no valorado,
pues mi profesor de literatura menospreció mi obra maestra.
Me alejé de mi pueblo porque no quise jugar al estúpido juego
de la intolerancia. Les hubiera roto las piernas
a los maestros y a los curas, a los especialistas en la mentira,
a los expertos en política y gimnasia, a los eternos cotillas,
a los chivatos, los que buscaban un placer extraño
señalando con el dedo. Pero murió en un accidente de tráfico
mi adorada profesora de filosofía, y escapé a tiempo del castillo
de esa infancia y juventud marcadas. Tricornios en la noche
interrumpieron los besos y las caricias. Y una madre insomne
y creyente quiso que yo creyera tantas fantasías imposibles.
Mi primo con bigote y mi amigo con pistola, no se ha escrito aún
su historia. Yo anarquista cultivado y ellos a lo suyo.
Cuando aprendí que la poesía era un arma cargada de futuro,
cuando amé de veras e intuí verdaderamente que mi destino
era odiar toda imposición, entonces la Virgen se me apareció
en una flor de cannabis y me reveló que todo es humo.
Anarquista hasta los huesos, mi provocadora se casó
con el hijo de un capitán. Y policías uniformados
me detuvieron para no obtener de mí otra cosa que el silencio
que se rebela, interroga y cuestiona todas las acciones humanas.
El ejército, sí, me fascino. Esa cuadrícula y esa matemática.
Diez filas y diez columnas, mil peones de ajedrez cayendo
por el suelo somnolientos, borrachos y derrotados
por la disciplina, mientras el rey y la reina, mientras el alfil
y el caballo, mientras la torre se erguía no cuestionada.
A fuerza de repetirme, repito la canción que ahora escucho.
Se habla tanto estos días de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad.
Opiniones diversas a favor y en contra, llamamientos
a la moderación, al respeto, al equilibrio, y muchos que se oponen
y dicen: fuera, entre tantos la juventud airada ¿sin
futuro?
Lo que al parecer nadie entiende ni señala
es que la simple existencia de fuerzas armadas
en cualquier sociedad humana significa el fracaso de esa
humanidad.
En el mundo soñado por este anarquista ingenuo,
la presencia de policías, guardias civiles o llámese como se
llamen,
militares en general, fornidos garantes de la seguridad
o mujeres nerviosas cuyas rubias coletas destacan
sobre uniformes negros,
sólo representan la barbarie donde el pensamiento ha fracasado.
No tengo patria que adorar, no doy gracias a nadie por mi lengua
porque mi lengua se hizo a la contra, reniego de mi pueblo
y sus asuntos. Naciones me son indiferentes, y dependencias
lo mismo que independencias. No me sujeto a ninguna ley,
las sufro como mal menor. No beso ninguna bandera.
No soy partidario de ningún partido. No creo en ningún dios.
Si un pastor en su montaña pierde una oveja, lloraré con él.
Si a un desplazado le duele el alma, a mí también me dolerá.
Si a un verdadero poeta se le enjaula, compartiré su encierro.
Pero no me tomen por idiota. Hace décadas que aprendí
que las armas únicamente valen para dar alas a la libertad.
A veces la libertad, por hastío, por cansancio, se aleja volando,
y entonces los cazadores disparan desde atrás.
Pueden acertar o errar. Si no dan en el blanco y la libertad se
irrita
puede ésta darse la vuelta y caer en picado sobre su ataque.
No pertenezco a nadie ni a nada. No me impongan un sí o un no.
Tan legítimo es mi derecho a discrepar de unos y otros.
Mi dios son los dioses todos y ninguno, mi patria
es el destino de mis vacaciones, mi rey es el innombrable.
Salvador Alís.
lunes, 2 de octubre de 2017
LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO
LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO
"Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos."
Gabriel Celaya.
"Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos."
Gabriel Celaya.
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