jueves, 30 de enero de 2020
EL MAR Y EL TIEMPO
EL MAR Y EL TIEMPO
El mar y el tiempo se parecen porque ambos separan
una isla de otra isla y una edad de la que sigue.
Años sin contemplar aquella belleza de la juventud perdida.
Aguas grises y plateadas, olas tranquilas,
espuma que se hace a sí misma y se altera y se agita.
Vientos que van y vienen sobre los días y las olas.
Nuestra pequeña barca, insignificante en mitad de los océanos,
a merced de las tormentas y las calmas,
sin avance probado, sin una meta clara, a la deriva.
En este horizonte de agua salada, bajo este sol, bajo esta luna.
Aquel amor inmenso, aquel destino insoslayable.
Salvador Alís.
El mar y el tiempo se parecen porque ambos separan
una isla de otra isla y una edad de la que sigue.
Años sin contemplar aquella belleza de la juventud perdida.
Aguas grises y plateadas, olas tranquilas,
espuma que se hace a sí misma y se altera y se agita.
Vientos que van y vienen sobre los días y las olas.
Nuestra pequeña barca, insignificante en mitad de los océanos,
a merced de las tormentas y las calmas,
sin avance probado, sin una meta clara, a la deriva.
En este horizonte de agua salada, bajo este sol, bajo esta luna.
Aquel amor inmenso, aquel destino insoslayable.
Salvador Alís.
miércoles, 29 de enero de 2020
ADOCTRINAMIENTO Y PROPIEDAD DE LOS HIJOS
ADOCTRINAMIENTO Y PROPIEDAD DE LOS HIJOS
Son los temas de moda: el "adoctrinamiento" y el debate sobre la "propiedad" de los hijos. Están a todas horas en los medios de comunicación y en la calle, en los informativos, en las tertulias, en los artículos de prensa, en las redes sociales, en los bares, en los colegios, en los gobiernos, en los juzgados, en los lugares de trabajo y en los hogares. Por ser temas de moda son tratados, en la mayoría de casos, de manera superficial. El interés particular y lo impulsivo se imponen y campan a sus anchas.
Cuando se escribe poesía, se permite al escritor que cambie a su antojo el significado de las palabras. Cuando se pretende escribir un ensayo, por regla general es preceptivo ajustarse al significado más exacto, no siempre el comúnmente aceptado, de las palabras. Para los que sabiendo leer, pero en realidad no saben o no comprenden, vayan por delante algunas advertencias y algunas simples definiciones.
Palabras clave: doctrina y adoctrinamiento, propiedad, educación, manipulación, posesión, influjo, información, rebeldía, criterio, independencia y libertad.
Doctrina: Conjunto de ideas, enseñanzas o principios básicos defendidos por un movimiento religioso, ideológico, político, etc.
Adoctrinamiento: Acción o efecto de adoctrinar.
Para aquellos que usan tan a la ligera, y en un sentido claramente negativo, condenable, el concepto de adoctrinamiento, recordarles que la sola experiencia de vivir, y sobre todo en nuestra sociedad actual, implica el sometimiento a una proliferación de doctrinas y adoctrinamientos constantes que se manifiestan en ámbitos tan diversos como el seno familiar, las escuelas, las iglesias, los Estados, el cine, los diarios, los libros, la televisión, la cultura imperante y hasta la interpretación de la Historia.
Repárese por ejemplo en la publicidad. ¿Acaso la publicidad no transmite inequívocamente ideas respecto a lo que es bueno y deseable para determinados segmentos de la población? ¿No puede entonces establecerse que toda publicidad es un adoctrinamiento interesado y propiciado por un movimiento de empresarios y vendedores que, buscando su propio beneficio, nos intentan convencer (y lo consiguen) que creamos que su producto nos hará más felices y más libres?
Los altavoces de Vox y del Partido Popular claman contra el adoctrinamiento en las aulas e incluso en las guarderías: juegos eróticos -dicen-, que rozan el delito de la perversión de menores, se enseñan a niños entre 0 y 6 años. Y apelan a la libertad de los padres para oponerse a esas clases de teoría y práctica sexuales tan rayanas con la pornografía.
El periodo de tiempo contemplado para esa edad vulnerable es demasiado amplio. Ningún niño de 0 años asiste a charlas ni escenificaciones eróticas. La exageración también es adoctrinamiento.
Todo el mundo tiene o puede tener una opinión (respecto al tema que se trate). Todas las personas, por el hecho de serlo, tienen opiniones diversas, incluidos los niños (aunque desde luego no parece probable que se puedan tener a los 0 años). Las opiniones se sustentan, sobre todo, en la experiencia propia. También en la ajena: estudios, lecturas, conocimiento de múltiples materias, creencias inducidas, diálogos, contraste de informaciones... De cualquier manera, nada mejor que la vida real de cada uno para aguantar y defender un convencimiento.
La mente científica repetirá experimentos para llegar a conclusiones, para establecer teorías probadas, para dictar leyes y, en suma, para opinar. Pero la mente emocional se dejará llevar por sus emociones: si esto me pasó, esto pasará; si mi amante me traicionó, el amor es traicionero.
Quizá les ocurriera, en su tierna infancia, lo que ahora temen. A los Abascal, Casado y Monasterio, que alguien en sus escuelas les indujera a besarse chico con chico y chica con chica, que les mostraran juguetes sexuales, pollas de goma, culos de silicona, ventosas vaginales, artilugios a pilas y bolas chinas. Lo raro es que si tales circunstancias se dieron cuando tenían 0 años las recuerden todavía.
A mí (que también tengo derecho a expresar mis opiniones según mi experiencia) no me sucedió nada semejante. En mi pueblo y en mi infancia no existían las guarderías, esos lugares malditos donde al parecer en nuestros días se empieza a corromper a los bebés.
Pero antes de relatar mis vivencias quisiera recomendar a los voxistas y peperos, que tanto interés tienen en controlar lo que sucede en los colegios (para detectar posibles abusos y adoctrinamientos), que habiliten comisiones de investigación y que visiten, por ejemplo, las empresas donde tantos empresarios abusan y adoctrinan a los trabajadores para convertirlos en útiles esclavos o eficientes robots al servicio de sus ideas de producción.
Mi primer colegio, con 4 ó 5 años, fue de monjas. No recuerdo adoctrinamiento alguno. Pero sí un hecho trascendente que importaría en mi desarrollo vital. Niños y niñas en aulas separadas, pero mezclados en el recreo. En un momento dado le levanté la falda a una niña para ver que escondía bajo la tela. La hermana Soledad, una monja entrañable y vigilante, vino hasta mí, me agarró por la oreja derecha (motivo por el cual la tengo más separada del cráneo) y me arrastró hasta un aula de niñas obligándome a permanecer una hora de pie frente a ellas. Aprendí la lección. Supe que nunca debería volver a comportarme así. Y de hecho, si presumo de respetar y haber respetado desde entonces en cierta medida a las mujeres, se lo debo a esa monja, que ya en aquella lejana época resultó no ser en absoluto sexista y me mostró el camino de la igualdad.
A los 64 años me sorprende el auge del machismo. Tantos machos acomplejados ante las hembras. Toda la violencia, toda la cobardía. El no ser capaces de entender que nadie es de nadie, que una mujer no es menos, ni pretende ser más, sino diferente.
En mi segundo colegio, la Escuela Parroquial, es decir: el territorio que está bajo la jurisdicción del cura de almas, donde sin embargo el maestro contratado era aparentemente laico, el adoctrinamiento fue más sutil y al tiempo más violento. Castigos posturales, posicionales y físicos. Para cualquier cosa, actividad o privilegio, se nos ordenaba en filas, y si tú confesabas no haber asistido a misa el último domingo, se te relegaba a la última posición. Si hablabas más de la cuenta, si alborotabas la clase, varazos en las manos antes de salir.
¿Adoctrinamiento? El ojo de dios en un triángulo en la Enciclopedia Álvarez y el Generalísimo a caballo.
Mi tercer colegio: el Instituto San Rafael. De nuevo monjas en la dirección y algunos profesores laicos en las clases. La hermana Rosa, la directora, ¿qué doctrina podía trasmitir en sus clases de Ciencias Naturales? Pero tuve dos asignaturas determinantes en cuanto a las doctrinas imperativas: Religión y Formación del Espíritu Nacional. Durante 6 años, 6 cursos de bachiller, aquel Instituto intentó (sin éxito) doblegarme. El cura encargado de las clases de religión sufría depresión crónica y a veces se rompía y comenzaba a llorar delante de los alumnos. No recuerdo su nombre y tampoco sus palabras. El profesor de "política", la otra asignatura doctrinal asociada a la Dictadura, se llamaba Leonardo. Mal nombre para un imbécil hijodeputa, el que intentaba llenarnos la cabeza con proclamas patrióticas y, cuando la ocasión le era propicia, abusaba de sus alumnas, mis compañeras. Hasta que lo supe y lo denuncié en un consejo de profesores ante todos y ante la hermana Rosa. Aquello no tuvo consecuencias sancionadoras, pero Leonardo se acobardó consintiendo que el denunciante se burlara públicamente de él sin rechistar. El otro tonto útil, el profesor de gimnasia, intentó aleccionarnos con el fútbol, y a mí, en particular, con el anzuelo del espionaje. ¿Que consiguió, aparte de que yo odiará el fútbol de por vida y lo señalase como confidente y chivato?
Otra advertencia, pese a quien pese: No importan los adoctrinamientos, que están por todas partes y nos rodean por completo. De acuerdo a mi propia experiencia, yo he superado todo eso, lo que sucedió en mi vulnerable infancia y juventud. Si uno, por genética, por azar o por su propio espíritu posee la intuición necesaria para dudar de lo dado como cierto, si uno desarrolla la habilidad de hacer y hacerse preguntas, de ponerlo todo en cuestión, de buscar datos alternativos, de escuchar discursos a la contra, si por lo tanto uno siente curiosidad infinita o insaciable, es muy posible que se esté a salvo de cualquier adoctrinamiento.
Propiedad: Hecho o circunstancia de poseer alguien cierta cosa y poder disponer de ella dentro de los límites legales.
La propiedad, en su acepción más simple, directa o verdadera, se refiere a "cosas" y no a personas. El debate sobre la propiedad de los hijos es surrealista en el más grotesco de los sentidos. Por supuesto que los hijos no pertenecen a los padres, como tampoco a los Estados ni a ningún estamento, mafia, grupo organizado, religión e incluso dios. Hasta el Papa Francisco (el papá de sus creyentes) dijo al parecer que los padres no son propietarios sino custodios de sus hijos. En términos de pura poesía, me agrada esa definición, porque iguala a los padres con los ángeles.
Dicen los que dicen que los hijos sí pertenecen a los padres que otros afirman que los hijos pertenecen al Estado. Afirmación rampante para desacreditar a otros gobiernos.
Los hijos no pertenecen a nadie más que a sí mismos en su desarrollo. Los padres y los Estados deberán cuidar de ellos mientras necesiten cuidados, y serán responsables de su salud, su educación, su bienestar. Y apurando al máximo, deberían ser responsables de su capacitación como personas íntegras, autónomas, independientes, seguras de sí, honestas, equilibradas, justas y libres.
Mi madre creía firmemente que sus hijos le pertenecían, que por el hecho de haberlos parido eran de su propiedad. Y lo pensaba (y lo pensó) principalmente respecto a mí, el último de los tres, el más pequeño, cuando mis hermanos consiguieron independizarse. A mi escapada del nido y a mi vuelo le puso mil trabas, mil impedimentos, mil chantajes.
En aquellos años tempranos, mi educación estuvo en manos de mi madre. Ella decidió mi nombre, el redundante y ultra católico Jesús y Salvador; ella buscó mi bautizo; ella eligió para mí la iglesia y el colegio, el cura y el confesionario; sus cuentos me relataban las atrocidades cometidas por los republicanos, los que deambulaban como locos por las calles y con hachas y martillos destrozaban los símbolos religiosos (las estatuas, los azulejos, las capillas) instaladas desde antiguo por los creyentes en las fachadas; ella dictó las primeras prohibiciones, lo que estaba mal y era pecado: tocarse o investigar las partes íntimas, dejarse crecer el pelo, vestir ropas holgadas y de colores estridentes, escuchar músicas que no fueran clásicas y aún así, leer libros (en particular mis lecturas de entonces: Hernández, Lorca o Machado), permanecer despierto más allá de la medianoche...; y cuidado con las mujeres. Desde luego, absolutamente prohibido salir de casa después de cenar, porque en la noche el diablo hace de las suyas y tienta a los inocentes. Ignoraba mi madre que a esas alturas yo había perdido sin vuelta atrás mi inocencia y que en ocasiones, incluso, me disfrazaba de diablo.
¿Como explicarle a ella que a los 15 años mi discreto bagaje de lecturas comprendía no sólo a los poetas citados sino también a Borges, a Kafka y a Sade? ¿Que antes de los 16 mis gustos musicales se repartían entre Santana y Bach? ¿Que la película de Kubrick, Espartaco, me produjo entonces profunda huella? ¿Que me escapaba los jueves por la tarde, inventando escusas, para ver al Santo, sus brujas y sus vampiros, en el Teatro Penella? ¿Cómo explicarle que me había enamorado de una hija de su papá, tan hermosa como tonta y tan tonta como hermosa? ¿Cómo explicar a una madre posesiva el descubrimiento del amor carnal, los besos, los labios hinchados y la saliva, la mano que se desliza sobre los pechos y sobre el suave bello del pubis, esa sorpresa, ese transcendental descubrimiento de la diferencia y la pasión?
Cualquier adoctrinamiento, sobre mí, fue un fracaso en toda regla. A los 17 leí los Principios Elementales de Filosofía de Georges Politzer, y eso tuvo consecuencias. Entre los 18 y los 20, antes de la muerte del Dictador, ya había leído a Marx, a Mao, a Lenin, a Trotsky, a Marcuse... Pero que nadie piense que mis lecturas se centraban tan sólo en ellos, los exaltados teóricos del socialismo y comunismo primitivo y creadores de escuelas propias. Al mismo tiempo, y en esa edad, compaginaba esas lecturas con otras: Cortazar, Castaneda, Henry Miller, Kerouac o Burroughs por citar ejemplos relevantes.
A veces me sorprende abrir libros de mi biblioteca y leer anotaciones mías en la primera página, mi nombre y la fecha de compra o de lectura. Cuando tantos libros estaban prohibidos y yo los conseguía en la trastienda de ciertas librerías, importados clandestinamente de editoriales argentinas o mexicanas. Entonces Aira, cinco años mayor que yo, no era conocido; y Bellatín, cinco años menor, no era conocido; y Levrero, quince años mayor, algo debía ya haber publicado. A los 20 años, desde mi juventud insaciable, resistente a cualquier adoctrinamiento, yo leía sin discriminación y muy consciente de mis lecturas a los presocráticos y a la escuela de Frankfurt, a Nietzsche y a Bataille.
¿Conocerán tal vez los Casado, Abascal y Monasterio a Bataille? ¿Habrán leído a Benjamín? ¿A Canetti? ¿A Wittgenstein? ¿A Galeano? ¿A Schopenhauer? ¿Habrán leído incluso a Jünger, el que vistió en París el uniforme nazi, sin ser uno de los suyos y siendo superior? ¿O al teórico supremo llamado Adolf? Me temo que no, que sus lecturas (reducidas y mal entendidas) se limiten a ciertos episodios nacionales, a la biografía apócrifa del Cid Campeador y a las viñetas rotuladas sobre Roberto Alcázar y Pedrín.
Para ser quien somos y adquirir valor, nada como los buenos profesores. Por suerte, mediando en el suceso de mis adoctrinamientos, aparecieron en mi vida los Montesa y los Navarro (maestros en ese orden de matemática y filosofía), y Celia en su esplendor (maestra de francés y literatura).
Si yo tuviera que dar una charla a los niños y niñas de entre 0 y 6 años, les diría que todo en adelante será para ellos adoctrinamiento. Pero que tal cosa no es determinante ni definitiva. Que pueden sustraerse a las manipulaciones, influjos y posesiones, que basta con decir no, con negar lo que viene dado por los que se otorgan la propiedad de personas, de sus cuerpos y sus almas.
Mi madre, ejemplo máximo de posesión maternal, quiso hacerme (como una diosa creadora) a su imagen y semejanza, y no lo consiguió. No quiso o no pudo reconocer lo evidente y natural: que cualquier hijo de su madre se desarrolla y progresa para ser lo que debe ser: una persona libre y completa, facultada para decidir y tomar decisiones sobre su vida, ligada a sus ángeles custodios pero independiente y responsable, para bien o para mal, del camino elegido.
Un niño no pertenece a sus padres, no pertenece a ningún Estado ni a ningún dios. Se le debe enseñar todo: las posibilidades de su sexo, las distintas ideologías que gobiernan el Mundo, la variedad de razas y de opciones de amor, los dioses (más de uno) que afectan a las creencias, y el recurso de dudar sistemáticamente y, ante cualquier aclaración, enfrentar una nueva pregunta.
"Tú eres mío" me decía mi madre décadas atrás. Y se equivocaba. Ese adoctrinamiento no produjo nunca resultados prácticos. Jamás obedecí ninguna autoridad, y menos tan cercana.
En realidad, una vez vencidos los adoctrinamientos, puedo decir que no pertenezco a nadie, que no reconozco ninguna poder sobre mí, que toda imposición, chantaje o influencia se puede negar.
Si los que confiesan a regañadientes un cierto temor ante las posibilidades del ejercicio de la libertad fueran capaces de pensar por sí mismos... Pero mi opinión, basada en la experiencia, me dice que el veneno de la incertidumbre hace estragos, que la saliva se traga o se vierte según convenga.
Educación: Manera de comportarse una persona según las normas sociales de cortesía.
Según las normas sociales.
Imaginemos una sociedad aislada del resto del mundo donde, según sus mitos sobrevenidos, fuera ley (y norma y costumbre) que el padre iniciara sexualmente a su hija, y la madre al hijo, y ambos a sus hijos indiferenciados.
Sociedades y culturas actuales y lejanas dan ejemplo de esta relatividad de las costumbres.
El adoctrinamiento es una falacia, puesto que cualquier ser humano, consciente de sí mismo, se puede negar a creer o actuar según le dicte una entidad sin entidad.
A mi padre jamás se le pasó por la cabeza adoctrinarme, no pretendió convencerme de nada, no quiso que yo fuera una copia suya, que pensara como él, que persiguiera sus metas, que sintiera sus miedos. Ni siquiera le preocupaba qué materias se impartían en los colegios a los que asistí, ni quiénes eran mis profesores ni cuáles sus intenciones. Deduzco por lo tanto que, a diferencia de mi madre, él sí confiaba en mí.
La posibilidad de trasmisión de doctrinas no se circunscribe tan sólo a las escuelas. El discurso de un político adoctrina; las leyes vigentes, también; y tantas otras cosas.
El primer hijo, militar; el segundo, clérigo; el tercero, funcionario. Y las hijas, durante tanto tiempo y en tantos lugares, esposas y madres y, por supuesto, amas de casa.
No se puede ser más superficial ni más dogmático cuando se dice: "no quiero (o no permitiré) que Pablo Iglesias eduque a mis hijos". A los hijos de Iglesias y Montero, a los de Abascal y sus dos esposas, a los de Espinosa y Monasterio, y a los hijos de los hijos de todos ellos, los educarán o los están educando sus criadas y sus escoltas, Karl Marx y Smith & Wesson, y todos los hitos con que se encuentren en sus caminos, tanto da la hostia consagrada como la cocaína, el amigo maricón como la puta, el amor verdadero, el libro aún no leído, el viaje transcendental, la universidad lejana, el atentado, la canción, sus deseos oscuros, sus complejos vencidos o no vencidos, su tiempo calculado, el azar y la oportunidad.
En resumen: no es éste ni aquél quien educa, sino la vida en su conjunto y su magnificencia.
Cioran escribió que nuestra peor suerte era haber nacido. Vila-Matas especuló sobre los hijos sin hijos. Creo firmemente que la inmensa mayoría de ciudadanos de este país no debería tener hijos al no estar capacitada para entender y asumir el inequívoco concepto de libertad que debe otorgarse a cada hijo nacido desde el primer momento (año 0) de su nacimiento.
Erróneamente creen los padres (presentes o futuros) que tienen derecho a ser padres. Y esa creencia implica posesión y réplica. Mis hijos -se dicen- son míos, no son de la Escuela ni del Estado. Ignoran qué es la Escuela y qué es el Estado y, sobre todo, no saben nada de la Vida Verdadera.
Para terminar. Humildemente (según el método socrático y mi propia ironía) reconozco que a partir de fragmentos de múltiples doctrinas he elaborado yo mi doctrina, y que esta página y estos escritos no pretenden otra cosa que adoctrinar a mis lectores. Y no obstante, confío y deseo que cada cual, atendiendo a su criterio, decida cómo entender sus lecturas como yo he decidido entender las mías.
Salvador Alís.
Son los temas de moda: el "adoctrinamiento" y el debate sobre la "propiedad" de los hijos. Están a todas horas en los medios de comunicación y en la calle, en los informativos, en las tertulias, en los artículos de prensa, en las redes sociales, en los bares, en los colegios, en los gobiernos, en los juzgados, en los lugares de trabajo y en los hogares. Por ser temas de moda son tratados, en la mayoría de casos, de manera superficial. El interés particular y lo impulsivo se imponen y campan a sus anchas.
Cuando se escribe poesía, se permite al escritor que cambie a su antojo el significado de las palabras. Cuando se pretende escribir un ensayo, por regla general es preceptivo ajustarse al significado más exacto, no siempre el comúnmente aceptado, de las palabras. Para los que sabiendo leer, pero en realidad no saben o no comprenden, vayan por delante algunas advertencias y algunas simples definiciones.
Palabras clave: doctrina y adoctrinamiento, propiedad, educación, manipulación, posesión, influjo, información, rebeldía, criterio, independencia y libertad.
Doctrina: Conjunto de ideas, enseñanzas o principios básicos defendidos por un movimiento religioso, ideológico, político, etc.
Adoctrinamiento: Acción o efecto de adoctrinar.
Para aquellos que usan tan a la ligera, y en un sentido claramente negativo, condenable, el concepto de adoctrinamiento, recordarles que la sola experiencia de vivir, y sobre todo en nuestra sociedad actual, implica el sometimiento a una proliferación de doctrinas y adoctrinamientos constantes que se manifiestan en ámbitos tan diversos como el seno familiar, las escuelas, las iglesias, los Estados, el cine, los diarios, los libros, la televisión, la cultura imperante y hasta la interpretación de la Historia.
Repárese por ejemplo en la publicidad. ¿Acaso la publicidad no transmite inequívocamente ideas respecto a lo que es bueno y deseable para determinados segmentos de la población? ¿No puede entonces establecerse que toda publicidad es un adoctrinamiento interesado y propiciado por un movimiento de empresarios y vendedores que, buscando su propio beneficio, nos intentan convencer (y lo consiguen) que creamos que su producto nos hará más felices y más libres?
Los altavoces de Vox y del Partido Popular claman contra el adoctrinamiento en las aulas e incluso en las guarderías: juegos eróticos -dicen-, que rozan el delito de la perversión de menores, se enseñan a niños entre 0 y 6 años. Y apelan a la libertad de los padres para oponerse a esas clases de teoría y práctica sexuales tan rayanas con la pornografía.
El periodo de tiempo contemplado para esa edad vulnerable es demasiado amplio. Ningún niño de 0 años asiste a charlas ni escenificaciones eróticas. La exageración también es adoctrinamiento.
Todo el mundo tiene o puede tener una opinión (respecto al tema que se trate). Todas las personas, por el hecho de serlo, tienen opiniones diversas, incluidos los niños (aunque desde luego no parece probable que se puedan tener a los 0 años). Las opiniones se sustentan, sobre todo, en la experiencia propia. También en la ajena: estudios, lecturas, conocimiento de múltiples materias, creencias inducidas, diálogos, contraste de informaciones... De cualquier manera, nada mejor que la vida real de cada uno para aguantar y defender un convencimiento.
La mente científica repetirá experimentos para llegar a conclusiones, para establecer teorías probadas, para dictar leyes y, en suma, para opinar. Pero la mente emocional se dejará llevar por sus emociones: si esto me pasó, esto pasará; si mi amante me traicionó, el amor es traicionero.
Quizá les ocurriera, en su tierna infancia, lo que ahora temen. A los Abascal, Casado y Monasterio, que alguien en sus escuelas les indujera a besarse chico con chico y chica con chica, que les mostraran juguetes sexuales, pollas de goma, culos de silicona, ventosas vaginales, artilugios a pilas y bolas chinas. Lo raro es que si tales circunstancias se dieron cuando tenían 0 años las recuerden todavía.
A mí (que también tengo derecho a expresar mis opiniones según mi experiencia) no me sucedió nada semejante. En mi pueblo y en mi infancia no existían las guarderías, esos lugares malditos donde al parecer en nuestros días se empieza a corromper a los bebés.
Pero antes de relatar mis vivencias quisiera recomendar a los voxistas y peperos, que tanto interés tienen en controlar lo que sucede en los colegios (para detectar posibles abusos y adoctrinamientos), que habiliten comisiones de investigación y que visiten, por ejemplo, las empresas donde tantos empresarios abusan y adoctrinan a los trabajadores para convertirlos en útiles esclavos o eficientes robots al servicio de sus ideas de producción.
Mi primer colegio, con 4 ó 5 años, fue de monjas. No recuerdo adoctrinamiento alguno. Pero sí un hecho trascendente que importaría en mi desarrollo vital. Niños y niñas en aulas separadas, pero mezclados en el recreo. En un momento dado le levanté la falda a una niña para ver que escondía bajo la tela. La hermana Soledad, una monja entrañable y vigilante, vino hasta mí, me agarró por la oreja derecha (motivo por el cual la tengo más separada del cráneo) y me arrastró hasta un aula de niñas obligándome a permanecer una hora de pie frente a ellas. Aprendí la lección. Supe que nunca debería volver a comportarme así. Y de hecho, si presumo de respetar y haber respetado desde entonces en cierta medida a las mujeres, se lo debo a esa monja, que ya en aquella lejana época resultó no ser en absoluto sexista y me mostró el camino de la igualdad.
A los 64 años me sorprende el auge del machismo. Tantos machos acomplejados ante las hembras. Toda la violencia, toda la cobardía. El no ser capaces de entender que nadie es de nadie, que una mujer no es menos, ni pretende ser más, sino diferente.
En mi segundo colegio, la Escuela Parroquial, es decir: el territorio que está bajo la jurisdicción del cura de almas, donde sin embargo el maestro contratado era aparentemente laico, el adoctrinamiento fue más sutil y al tiempo más violento. Castigos posturales, posicionales y físicos. Para cualquier cosa, actividad o privilegio, se nos ordenaba en filas, y si tú confesabas no haber asistido a misa el último domingo, se te relegaba a la última posición. Si hablabas más de la cuenta, si alborotabas la clase, varazos en las manos antes de salir.
¿Adoctrinamiento? El ojo de dios en un triángulo en la Enciclopedia Álvarez y el Generalísimo a caballo.
Mi tercer colegio: el Instituto San Rafael. De nuevo monjas en la dirección y algunos profesores laicos en las clases. La hermana Rosa, la directora, ¿qué doctrina podía trasmitir en sus clases de Ciencias Naturales? Pero tuve dos asignaturas determinantes en cuanto a las doctrinas imperativas: Religión y Formación del Espíritu Nacional. Durante 6 años, 6 cursos de bachiller, aquel Instituto intentó (sin éxito) doblegarme. El cura encargado de las clases de religión sufría depresión crónica y a veces se rompía y comenzaba a llorar delante de los alumnos. No recuerdo su nombre y tampoco sus palabras. El profesor de "política", la otra asignatura doctrinal asociada a la Dictadura, se llamaba Leonardo. Mal nombre para un imbécil hijodeputa, el que intentaba llenarnos la cabeza con proclamas patrióticas y, cuando la ocasión le era propicia, abusaba de sus alumnas, mis compañeras. Hasta que lo supe y lo denuncié en un consejo de profesores ante todos y ante la hermana Rosa. Aquello no tuvo consecuencias sancionadoras, pero Leonardo se acobardó consintiendo que el denunciante se burlara públicamente de él sin rechistar. El otro tonto útil, el profesor de gimnasia, intentó aleccionarnos con el fútbol, y a mí, en particular, con el anzuelo del espionaje. ¿Que consiguió, aparte de que yo odiará el fútbol de por vida y lo señalase como confidente y chivato?
Otra advertencia, pese a quien pese: No importan los adoctrinamientos, que están por todas partes y nos rodean por completo. De acuerdo a mi propia experiencia, yo he superado todo eso, lo que sucedió en mi vulnerable infancia y juventud. Si uno, por genética, por azar o por su propio espíritu posee la intuición necesaria para dudar de lo dado como cierto, si uno desarrolla la habilidad de hacer y hacerse preguntas, de ponerlo todo en cuestión, de buscar datos alternativos, de escuchar discursos a la contra, si por lo tanto uno siente curiosidad infinita o insaciable, es muy posible que se esté a salvo de cualquier adoctrinamiento.
Propiedad: Hecho o circunstancia de poseer alguien cierta cosa y poder disponer de ella dentro de los límites legales.
La propiedad, en su acepción más simple, directa o verdadera, se refiere a "cosas" y no a personas. El debate sobre la propiedad de los hijos es surrealista en el más grotesco de los sentidos. Por supuesto que los hijos no pertenecen a los padres, como tampoco a los Estados ni a ningún estamento, mafia, grupo organizado, religión e incluso dios. Hasta el Papa Francisco (el papá de sus creyentes) dijo al parecer que los padres no son propietarios sino custodios de sus hijos. En términos de pura poesía, me agrada esa definición, porque iguala a los padres con los ángeles.
Dicen los que dicen que los hijos sí pertenecen a los padres que otros afirman que los hijos pertenecen al Estado. Afirmación rampante para desacreditar a otros gobiernos.
Los hijos no pertenecen a nadie más que a sí mismos en su desarrollo. Los padres y los Estados deberán cuidar de ellos mientras necesiten cuidados, y serán responsables de su salud, su educación, su bienestar. Y apurando al máximo, deberían ser responsables de su capacitación como personas íntegras, autónomas, independientes, seguras de sí, honestas, equilibradas, justas y libres.
Mi madre creía firmemente que sus hijos le pertenecían, que por el hecho de haberlos parido eran de su propiedad. Y lo pensaba (y lo pensó) principalmente respecto a mí, el último de los tres, el más pequeño, cuando mis hermanos consiguieron independizarse. A mi escapada del nido y a mi vuelo le puso mil trabas, mil impedimentos, mil chantajes.
En aquellos años tempranos, mi educación estuvo en manos de mi madre. Ella decidió mi nombre, el redundante y ultra católico Jesús y Salvador; ella buscó mi bautizo; ella eligió para mí la iglesia y el colegio, el cura y el confesionario; sus cuentos me relataban las atrocidades cometidas por los republicanos, los que deambulaban como locos por las calles y con hachas y martillos destrozaban los símbolos religiosos (las estatuas, los azulejos, las capillas) instaladas desde antiguo por los creyentes en las fachadas; ella dictó las primeras prohibiciones, lo que estaba mal y era pecado: tocarse o investigar las partes íntimas, dejarse crecer el pelo, vestir ropas holgadas y de colores estridentes, escuchar músicas que no fueran clásicas y aún así, leer libros (en particular mis lecturas de entonces: Hernández, Lorca o Machado), permanecer despierto más allá de la medianoche...; y cuidado con las mujeres. Desde luego, absolutamente prohibido salir de casa después de cenar, porque en la noche el diablo hace de las suyas y tienta a los inocentes. Ignoraba mi madre que a esas alturas yo había perdido sin vuelta atrás mi inocencia y que en ocasiones, incluso, me disfrazaba de diablo.
¿Como explicarle a ella que a los 15 años mi discreto bagaje de lecturas comprendía no sólo a los poetas citados sino también a Borges, a Kafka y a Sade? ¿Que antes de los 16 mis gustos musicales se repartían entre Santana y Bach? ¿Que la película de Kubrick, Espartaco, me produjo entonces profunda huella? ¿Que me escapaba los jueves por la tarde, inventando escusas, para ver al Santo, sus brujas y sus vampiros, en el Teatro Penella? ¿Cómo explicarle que me había enamorado de una hija de su papá, tan hermosa como tonta y tan tonta como hermosa? ¿Cómo explicar a una madre posesiva el descubrimiento del amor carnal, los besos, los labios hinchados y la saliva, la mano que se desliza sobre los pechos y sobre el suave bello del pubis, esa sorpresa, ese transcendental descubrimiento de la diferencia y la pasión?
Cualquier adoctrinamiento, sobre mí, fue un fracaso en toda regla. A los 17 leí los Principios Elementales de Filosofía de Georges Politzer, y eso tuvo consecuencias. Entre los 18 y los 20, antes de la muerte del Dictador, ya había leído a Marx, a Mao, a Lenin, a Trotsky, a Marcuse... Pero que nadie piense que mis lecturas se centraban tan sólo en ellos, los exaltados teóricos del socialismo y comunismo primitivo y creadores de escuelas propias. Al mismo tiempo, y en esa edad, compaginaba esas lecturas con otras: Cortazar, Castaneda, Henry Miller, Kerouac o Burroughs por citar ejemplos relevantes.
A veces me sorprende abrir libros de mi biblioteca y leer anotaciones mías en la primera página, mi nombre y la fecha de compra o de lectura. Cuando tantos libros estaban prohibidos y yo los conseguía en la trastienda de ciertas librerías, importados clandestinamente de editoriales argentinas o mexicanas. Entonces Aira, cinco años mayor que yo, no era conocido; y Bellatín, cinco años menor, no era conocido; y Levrero, quince años mayor, algo debía ya haber publicado. A los 20 años, desde mi juventud insaciable, resistente a cualquier adoctrinamiento, yo leía sin discriminación y muy consciente de mis lecturas a los presocráticos y a la escuela de Frankfurt, a Nietzsche y a Bataille.
¿Conocerán tal vez los Casado, Abascal y Monasterio a Bataille? ¿Habrán leído a Benjamín? ¿A Canetti? ¿A Wittgenstein? ¿A Galeano? ¿A Schopenhauer? ¿Habrán leído incluso a Jünger, el que vistió en París el uniforme nazi, sin ser uno de los suyos y siendo superior? ¿O al teórico supremo llamado Adolf? Me temo que no, que sus lecturas (reducidas y mal entendidas) se limiten a ciertos episodios nacionales, a la biografía apócrifa del Cid Campeador y a las viñetas rotuladas sobre Roberto Alcázar y Pedrín.
Para ser quien somos y adquirir valor, nada como los buenos profesores. Por suerte, mediando en el suceso de mis adoctrinamientos, aparecieron en mi vida los Montesa y los Navarro (maestros en ese orden de matemática y filosofía), y Celia en su esplendor (maestra de francés y literatura).
Si yo tuviera que dar una charla a los niños y niñas de entre 0 y 6 años, les diría que todo en adelante será para ellos adoctrinamiento. Pero que tal cosa no es determinante ni definitiva. Que pueden sustraerse a las manipulaciones, influjos y posesiones, que basta con decir no, con negar lo que viene dado por los que se otorgan la propiedad de personas, de sus cuerpos y sus almas.
Mi madre, ejemplo máximo de posesión maternal, quiso hacerme (como una diosa creadora) a su imagen y semejanza, y no lo consiguió. No quiso o no pudo reconocer lo evidente y natural: que cualquier hijo de su madre se desarrolla y progresa para ser lo que debe ser: una persona libre y completa, facultada para decidir y tomar decisiones sobre su vida, ligada a sus ángeles custodios pero independiente y responsable, para bien o para mal, del camino elegido.
Un niño no pertenece a sus padres, no pertenece a ningún Estado ni a ningún dios. Se le debe enseñar todo: las posibilidades de su sexo, las distintas ideologías que gobiernan el Mundo, la variedad de razas y de opciones de amor, los dioses (más de uno) que afectan a las creencias, y el recurso de dudar sistemáticamente y, ante cualquier aclaración, enfrentar una nueva pregunta.
"Tú eres mío" me decía mi madre décadas atrás. Y se equivocaba. Ese adoctrinamiento no produjo nunca resultados prácticos. Jamás obedecí ninguna autoridad, y menos tan cercana.
En realidad, una vez vencidos los adoctrinamientos, puedo decir que no pertenezco a nadie, que no reconozco ninguna poder sobre mí, que toda imposición, chantaje o influencia se puede negar.
Si los que confiesan a regañadientes un cierto temor ante las posibilidades del ejercicio de la libertad fueran capaces de pensar por sí mismos... Pero mi opinión, basada en la experiencia, me dice que el veneno de la incertidumbre hace estragos, que la saliva se traga o se vierte según convenga.
Educación: Manera de comportarse una persona según las normas sociales de cortesía.
Según las normas sociales.
Imaginemos una sociedad aislada del resto del mundo donde, según sus mitos sobrevenidos, fuera ley (y norma y costumbre) que el padre iniciara sexualmente a su hija, y la madre al hijo, y ambos a sus hijos indiferenciados.
Sociedades y culturas actuales y lejanas dan ejemplo de esta relatividad de las costumbres.
El adoctrinamiento es una falacia, puesto que cualquier ser humano, consciente de sí mismo, se puede negar a creer o actuar según le dicte una entidad sin entidad.
A mi padre jamás se le pasó por la cabeza adoctrinarme, no pretendió convencerme de nada, no quiso que yo fuera una copia suya, que pensara como él, que persiguiera sus metas, que sintiera sus miedos. Ni siquiera le preocupaba qué materias se impartían en los colegios a los que asistí, ni quiénes eran mis profesores ni cuáles sus intenciones. Deduzco por lo tanto que, a diferencia de mi madre, él sí confiaba en mí.
La posibilidad de trasmisión de doctrinas no se circunscribe tan sólo a las escuelas. El discurso de un político adoctrina; las leyes vigentes, también; y tantas otras cosas.
El primer hijo, militar; el segundo, clérigo; el tercero, funcionario. Y las hijas, durante tanto tiempo y en tantos lugares, esposas y madres y, por supuesto, amas de casa.
No se puede ser más superficial ni más dogmático cuando se dice: "no quiero (o no permitiré) que Pablo Iglesias eduque a mis hijos". A los hijos de Iglesias y Montero, a los de Abascal y sus dos esposas, a los de Espinosa y Monasterio, y a los hijos de los hijos de todos ellos, los educarán o los están educando sus criadas y sus escoltas, Karl Marx y Smith & Wesson, y todos los hitos con que se encuentren en sus caminos, tanto da la hostia consagrada como la cocaína, el amigo maricón como la puta, el amor verdadero, el libro aún no leído, el viaje transcendental, la universidad lejana, el atentado, la canción, sus deseos oscuros, sus complejos vencidos o no vencidos, su tiempo calculado, el azar y la oportunidad.
En resumen: no es éste ni aquél quien educa, sino la vida en su conjunto y su magnificencia.
Cioran escribió que nuestra peor suerte era haber nacido. Vila-Matas especuló sobre los hijos sin hijos. Creo firmemente que la inmensa mayoría de ciudadanos de este país no debería tener hijos al no estar capacitada para entender y asumir el inequívoco concepto de libertad que debe otorgarse a cada hijo nacido desde el primer momento (año 0) de su nacimiento.
Erróneamente creen los padres (presentes o futuros) que tienen derecho a ser padres. Y esa creencia implica posesión y réplica. Mis hijos -se dicen- son míos, no son de la Escuela ni del Estado. Ignoran qué es la Escuela y qué es el Estado y, sobre todo, no saben nada de la Vida Verdadera.
Para terminar. Humildemente (según el método socrático y mi propia ironía) reconozco que a partir de fragmentos de múltiples doctrinas he elaborado yo mi doctrina, y que esta página y estos escritos no pretenden otra cosa que adoctrinar a mis lectores. Y no obstante, confío y deseo que cada cual, atendiendo a su criterio, decida cómo entender sus lecturas como yo he decidido entender las mías.
Salvador Alís.
domingo, 19 de enero de 2020
ASIMETRÍA
ASIMETRÍA
Uñas verdes, labios rojos y dos arañas sobre los ojos.
En lugar del parpadeo, el sitio y el acecho.
Quien cae en esta mirada cae en la red,
flexible y simétrica, de la que es imposible escapar.
Desde abril de 1986 hasta marzo del 2006,
cuarenta viajes hizo el viajero por mar y por aire.
Y en ese tiempo, ella, y sólo forzada por las circunstancias,
devolvió una visita protocolaria.
La carta no escrita, la muerte imaginada.
El más torpe de los monos sube al árbol más alto,
pero luego no sabe bajar y hay que bajarlo.
Caen las hojas y algunas flores, y corre la cebra desdibujada
perseguida por el tigre.
Cuando el tigre corre perseguido por la cebra,
cuando la carta se escribe, cuando se cancelan los barcos
transbordadores, en uno y otro sentido, por el alto oleaje,
cuando todo se olvida y nada debe olvidarse.
La paciencia es ley, la entereza es obligada.
Salvador Alís.
Uñas verdes, labios rojos y dos arañas sobre los ojos.
En lugar del parpadeo, el sitio y el acecho.
Quien cae en esta mirada cae en la red,
flexible y simétrica, de la que es imposible escapar.
Desde abril de 1986 hasta marzo del 2006,
cuarenta viajes hizo el viajero por mar y por aire.
Y en ese tiempo, ella, y sólo forzada por las circunstancias,
devolvió una visita protocolaria.
La carta no escrita, la muerte imaginada.
El más torpe de los monos sube al árbol más alto,
pero luego no sabe bajar y hay que bajarlo.
Caen las hojas y algunas flores, y corre la cebra desdibujada
perseguida por el tigre.
Cuando el tigre corre perseguido por la cebra,
cuando la carta se escribe, cuando se cancelan los barcos
transbordadores, en uno y otro sentido, por el alto oleaje,
cuando todo se olvida y nada debe olvidarse.
La paciencia es ley, la entereza es obligada.
Salvador Alís.
martes, 14 de enero de 2020
TODO ES MENTIRA
TODO ES MENTIRA
Menos esta canción, todo es mentira. El oro negro y el amarillo,
la cartera de cuero, el dron, el volcán y el terremoto.
Mentira que un avión estalle en pleno vuelo,
que los canguros no puedan saltar sobre las llamas.
Mentira que el plástico en el mar se configure en islas,
que en la Taberna del Rocío sirvan solomillos de cocodrilo.
Mentira que el mejor vino sea inaccesible.
Mentira que algunas niñas, aún no mujeres, se prostituyan por gusto.
A las 16:49 me asomo a la ventana de mi habitación.
Sobre este lienzo azul claro se diría que alguien ha posado
con calculada delicadeza un pincel de punta redonda,
y que ese pincel ha impregnado con pintura blanca,
dibujando un círculo imperfecto, más saturado
en la parte superior y más tenue en la inferior,
el escenario donde la luna, en esta hora de la tarde,
convive a su pesar, inevitablemente, con el sol.
Menos esta canción, todo es mentira. El arte emergente
y el sobresaliente, la literatura triunfadora,
la fiesta en París, el vodevil berlinés y los caballos mongoles.
Mentira que el banco guarde tu dinero,
que tu seguro pague tu muerte.
Mentira los viajes, los placeres, la compensación.
Mentira los poderes y las jerarquías, las dilaciones, las esperas.
Maravilla que esta esfera rocosa esté todavía presente,
en apariencia inmóvil, flotando sobre mi cabeza
en su altura dominante, en un ángulo aproximado de 30º.
Pero hay que creer que en realidad se mueve,
que orbita y viaja a mi alrededor,
que también da vueltas precisas sujeta al eje solar,
y que cumple otras leyes galácticas y universales.
Menos esta canción, todo es mentira. Los compromisos sociales,
los sueños, los errores, la sumisión de los perros,
la indiferencia de los gatos. Pero tu voz es verdadera,
diga lo que diga ahora o a destiempo, después del tornado
y del temblor. Lo admito, sí, tu voz es verdadera.
Si tal pincelada representara la ligereza que esta música ordena,
si tal esfera de peso inconmensurable obedeciera a un destino,
el suyo o el nuestro, preestablecido, ¿cómo pensar
que yo sea libre para decidir entre opciones vulgares:
si hago una siesta, si tomo una ducha, si salgo a la calle?
Menos esta música, todo es mentira.
Salvador Alís.
Menos esta canción, todo es mentira. El oro negro y el amarillo,
la cartera de cuero, el dron, el volcán y el terremoto.
Mentira que un avión estalle en pleno vuelo,
que los canguros no puedan saltar sobre las llamas.
Mentira que el plástico en el mar se configure en islas,
que en la Taberna del Rocío sirvan solomillos de cocodrilo.
Mentira que el mejor vino sea inaccesible.
Mentira que algunas niñas, aún no mujeres, se prostituyan por gusto.
A las 16:49 me asomo a la ventana de mi habitación.
Sobre este lienzo azul claro se diría que alguien ha posado
con calculada delicadeza un pincel de punta redonda,
y que ese pincel ha impregnado con pintura blanca,
dibujando un círculo imperfecto, más saturado
en la parte superior y más tenue en la inferior,
el escenario donde la luna, en esta hora de la tarde,
convive a su pesar, inevitablemente, con el sol.
Menos esta canción, todo es mentira. El arte emergente
y el sobresaliente, la literatura triunfadora,
la fiesta en París, el vodevil berlinés y los caballos mongoles.
Mentira que el banco guarde tu dinero,
que tu seguro pague tu muerte.
Mentira los viajes, los placeres, la compensación.
Mentira los poderes y las jerarquías, las dilaciones, las esperas.
Maravilla que esta esfera rocosa esté todavía presente,
en apariencia inmóvil, flotando sobre mi cabeza
en su altura dominante, en un ángulo aproximado de 30º.
Pero hay que creer que en realidad se mueve,
que orbita y viaja a mi alrededor,
que también da vueltas precisas sujeta al eje solar,
y que cumple otras leyes galácticas y universales.
Menos esta canción, todo es mentira. Los compromisos sociales,
los sueños, los errores, la sumisión de los perros,
la indiferencia de los gatos. Pero tu voz es verdadera,
diga lo que diga ahora o a destiempo, después del tornado
y del temblor. Lo admito, sí, tu voz es verdadera.
Si tal pincelada representara la ligereza que esta música ordena,
si tal esfera de peso inconmensurable obedeciera a un destino,
el suyo o el nuestro, preestablecido, ¿cómo pensar
que yo sea libre para decidir entre opciones vulgares:
si hago una siesta, si tomo una ducha, si salgo a la calle?
Menos esta música, todo es mentira.
Salvador Alís.
domingo, 5 de enero de 2020
MI VIDA SECRETA
MI VIDA SECRETA
En el ascensor del hotel. Zapatillas blancas sin calcetines visibles. El cabello largo y rubio, sin excesos. El vestido de una sola pieza, ajustado, corto y amarillo, con estrechas franjas horizontales blancas y negras. Los brazos al descubierto; las piernas desnudas hasta el tercio superior. Situada de espaldas a la cámara, vuelve la cabeza y sonríe hasta en cuatro ocasiones antes de salir del ascensor. Deja caer algún objeto y se inclina para recogerlo. Cuando sale, una vez más, gira la cabeza y nos mira y sonríe. Nos habla pero nada escuchamos. El silencio, intencionadamente, se ha logrado bajando el volumen al máximo para evitar distracciones. El pasillo, de no se sabe bien qué planta, está tapizado con moqueta amarilla. Hay enormes fotografías de flores enmarcadas en las paredes. La cámara la sigue hasta la puerta de su habitación, que ella ha dejado abierta. Al entrar nos recibe tocándose los pechos. Con inusual rapidez, receptiva y disponible, se deja empujar contra una pared. Las manos que rodean las nalgas, cuando la cortedad del vestido es ventajosa, encuentran firmeza y blandura a un tiempo. Las manos de ella, con uñas blanquísimas aunque no largas ni afiladas, van al pecho, desabotonan la camisa azul marino, y van al cinturón de cuero negro y hebilla de plata. Mientras tanto, la puerta sigue abierta y si alguien, otro huésped casual, atravesara el pasillo en este momento sin duda contemplaría la escena. El relato se alarga, es evidente, porque los detalles son muchos y se imponen. Al fondo de la habitación, junto a una ventana sin cortinas, el zoom permite ver un grabado que muestra el rostro del Divino Marqués, aniñado y de perfil, esbozando una tímida sonrisa. Sobre una mesilla auxiliar, no lejos de la cabecera de la cama, una primera edición del Trópico de Sagitario. Para nuestro gusto, después de ser besada en la boca y acariciada entre los muslos, ella se arrodilla muy pronto, como si nada más le importase. El aro de acero quirúrgico en mitad del labio superior y las bolitas acrílicas ensartadas en la lengua mediante finas barras de titanio. Su cavidad bucal no tiene fin, sus manos se mueven a la velocidad de su deseo. El reloj en la muñeca izquierda parece de oro. Y la mayoría de su dedos, libres de anillos, parecen tan ágiles y despiertos.
El que describe hace una pausa, detiene la escritura, se levanta. Busca en el cielo la estrella que se consume. Se sirve otra copa de la maravillosa malvasía de Sitges, de Jean Leon, llamada MS 18, descubierta esta noche en hora temprana. A través de la ventana, junto a la cual sonríe el libertino, se puede contemplar otra estrella pulsante: se diría que se apaga y enciende en intervalos de milésimas de segundo, apenas perceptible pero sentida.
Ella se gira (o es girada), apoya sus manos en la pared y le ofrece las nalgas, el vestido amarillo arremangado sobre la cintura, la cara vuelta hacia la cámara. Él la besa, la azota, le comprime los pechos con urgente pasión. El triángulo de su ropa interior de encaje blanco no puede ocultar la etiqueta de seda. Poco a poco su cara se desliza por la pared hasta liberarse, da unos pasos, se inclina sobre la cama. Él la toma así, doblada y sumisa, cuando ella se aparta el pelo con un gesto brusco para enseñar su cara. Las sábanas blancas y las almohadas a juego con su vestido, con franjas negras y amarillas. Varían las posiciones, los ángulos, los puntos de vista. Ella no acaba nunca de desnudarse y él no sabe cómo acabar lo que empezó. Sus pechos liberados por un corte en el vestido, la frente y las cejas fruncidas, los ojos cerrados. Pero acto seguido, los ojos abiertos y la lengua fuera de la boca. Ella es real, funcional, consistente. Y él un simple muñeco, un recurso, un actor secundario. Frente a la cama, otra fotografía a gran formato muestra un enorme tulipán amarillo. Se abre y se cierra, acepta y resiste, se vuelca de espaldas, se ofrece, se arrodilla. En ese momento él ya no sabe qué pensar, no piensa, se deja ir, estalla como fuego de artificio, luce por un instante y cae en forma de ceniza. Volcán humeante, fuego que no quema. Ella recompone su vestido, guarda sus pechos y con ellos las aureolas y las cicatrices. Limpia su mejillas, se lame los labios.
El que describe recuerda tiempos pasados, detiene la escritura, se levanta. La malvasía de Sitges se terminó con la descripción. La estrella pulsante sigue parpadeando en el cielo nocturno como un ojo irritado. Un simple mosquito, un grano de arena, una palabra o un soplo bastan para irritar a este ojo que ni duerme ni descansa. Este ojo, esta mirada, que imagina ver sin límites más allá de lo descrito, que observa y guarda silencio esperando una respuesta que no llega. Ni el futuro aclara las cosas, ni el pasado las aclara.
En el ascensor de un hotel, hasta no se sabe que planta.
Salvador Alís.
En el cielo del séptimo piso del Hotel Deauville, en el Malecón de la Habana,
las moscas y los mosquitos. Y en la Casa de la Música, y en nuestro sueño,
trompetas, serpientes y percusiones.
las moscas y los mosquitos. Y en la Casa de la Música, y en nuestro sueño,
trompetas, serpientes y percusiones.
En el ascensor del hotel. Zapatillas blancas sin calcetines visibles. El cabello largo y rubio, sin excesos. El vestido de una sola pieza, ajustado, corto y amarillo, con estrechas franjas horizontales blancas y negras. Los brazos al descubierto; las piernas desnudas hasta el tercio superior. Situada de espaldas a la cámara, vuelve la cabeza y sonríe hasta en cuatro ocasiones antes de salir del ascensor. Deja caer algún objeto y se inclina para recogerlo. Cuando sale, una vez más, gira la cabeza y nos mira y sonríe. Nos habla pero nada escuchamos. El silencio, intencionadamente, se ha logrado bajando el volumen al máximo para evitar distracciones. El pasillo, de no se sabe bien qué planta, está tapizado con moqueta amarilla. Hay enormes fotografías de flores enmarcadas en las paredes. La cámara la sigue hasta la puerta de su habitación, que ella ha dejado abierta. Al entrar nos recibe tocándose los pechos. Con inusual rapidez, receptiva y disponible, se deja empujar contra una pared. Las manos que rodean las nalgas, cuando la cortedad del vestido es ventajosa, encuentran firmeza y blandura a un tiempo. Las manos de ella, con uñas blanquísimas aunque no largas ni afiladas, van al pecho, desabotonan la camisa azul marino, y van al cinturón de cuero negro y hebilla de plata. Mientras tanto, la puerta sigue abierta y si alguien, otro huésped casual, atravesara el pasillo en este momento sin duda contemplaría la escena. El relato se alarga, es evidente, porque los detalles son muchos y se imponen. Al fondo de la habitación, junto a una ventana sin cortinas, el zoom permite ver un grabado que muestra el rostro del Divino Marqués, aniñado y de perfil, esbozando una tímida sonrisa. Sobre una mesilla auxiliar, no lejos de la cabecera de la cama, una primera edición del Trópico de Sagitario. Para nuestro gusto, después de ser besada en la boca y acariciada entre los muslos, ella se arrodilla muy pronto, como si nada más le importase. El aro de acero quirúrgico en mitad del labio superior y las bolitas acrílicas ensartadas en la lengua mediante finas barras de titanio. Su cavidad bucal no tiene fin, sus manos se mueven a la velocidad de su deseo. El reloj en la muñeca izquierda parece de oro. Y la mayoría de su dedos, libres de anillos, parecen tan ágiles y despiertos.
El que describe hace una pausa, detiene la escritura, se levanta. Busca en el cielo la estrella que se consume. Se sirve otra copa de la maravillosa malvasía de Sitges, de Jean Leon, llamada MS 18, descubierta esta noche en hora temprana. A través de la ventana, junto a la cual sonríe el libertino, se puede contemplar otra estrella pulsante: se diría que se apaga y enciende en intervalos de milésimas de segundo, apenas perceptible pero sentida.
Ella se gira (o es girada), apoya sus manos en la pared y le ofrece las nalgas, el vestido amarillo arremangado sobre la cintura, la cara vuelta hacia la cámara. Él la besa, la azota, le comprime los pechos con urgente pasión. El triángulo de su ropa interior de encaje blanco no puede ocultar la etiqueta de seda. Poco a poco su cara se desliza por la pared hasta liberarse, da unos pasos, se inclina sobre la cama. Él la toma así, doblada y sumisa, cuando ella se aparta el pelo con un gesto brusco para enseñar su cara. Las sábanas blancas y las almohadas a juego con su vestido, con franjas negras y amarillas. Varían las posiciones, los ángulos, los puntos de vista. Ella no acaba nunca de desnudarse y él no sabe cómo acabar lo que empezó. Sus pechos liberados por un corte en el vestido, la frente y las cejas fruncidas, los ojos cerrados. Pero acto seguido, los ojos abiertos y la lengua fuera de la boca. Ella es real, funcional, consistente. Y él un simple muñeco, un recurso, un actor secundario. Frente a la cama, otra fotografía a gran formato muestra un enorme tulipán amarillo. Se abre y se cierra, acepta y resiste, se vuelca de espaldas, se ofrece, se arrodilla. En ese momento él ya no sabe qué pensar, no piensa, se deja ir, estalla como fuego de artificio, luce por un instante y cae en forma de ceniza. Volcán humeante, fuego que no quema. Ella recompone su vestido, guarda sus pechos y con ellos las aureolas y las cicatrices. Limpia su mejillas, se lame los labios.
El que describe recuerda tiempos pasados, detiene la escritura, se levanta. La malvasía de Sitges se terminó con la descripción. La estrella pulsante sigue parpadeando en el cielo nocturno como un ojo irritado. Un simple mosquito, un grano de arena, una palabra o un soplo bastan para irritar a este ojo que ni duerme ni descansa. Este ojo, esta mirada, que imagina ver sin límites más allá de lo descrito, que observa y guarda silencio esperando una respuesta que no llega. Ni el futuro aclara las cosas, ni el pasado las aclara.
En el ascensor de un hotel, hasta no se sabe que planta.
Salvador Alís.
jueves, 2 de enero de 2020
ESTE CIELO
ESTE CIELO
Abro una de las ventanas correderas de la cocina y veo este cielo:
negro profundo en la base y nubes rosadas sobre ella; no hace frío y el silencio
es tan notable.
En los jardines, cuatro pisos por debajo, no se mueve ni una brizna de hierba,
no maúlla un gato, nada se altera ni se conmueve.
Abro mi corazón y, en realidad, lo que abro es la nevera; y sueño
con describir en el futuro lo que contiene:
fresas, mangos y peras, café y zumos, botellas de vino, quesos, castañas,
leche de cabra y nata enmohecida... Y tantas otras cosas.
Ante anoche, sin motivo aparente, apareció el dolor;
con tal oportunidad vino a instalarse en la parte posterior de mi cintura,
y desde ahí, con órdenes precisas, me indicó el camino: permanece en pie
pues, si te doblegas, la molestia será más intensa todavía.
Entonces, debiendo dormir y descansar porque los días así lo piden,
di vueltas en la cama como pez fuera del agua,
de frente, de espaldas, de costado; y encendí la luz
y abrí la ventana.
El cielo de este día es tan azul y tan extraño.
Abro la nevera para asirme a lo cotidiano: salsas agridulces y mostazas,
aceitunas verdes, champiñones y sitakes, té negro y melocotón,
huevos y tomates y medio limón amarillo... Y tantas..., y tantas otras cosas.
Sombra sube a mi regazo en esta noche mientras escribo,
Lolita y Nube se contentan con la nueva manta gris con flecos.
La estufa de mica crea a nuestro alrededor una atmósfera benigna.
Pero más allá de la ventana... Pero más allá.
Salvador Alís.
Abro una de las ventanas correderas de la cocina y veo este cielo:
negro profundo en la base y nubes rosadas sobre ella; no hace frío y el silencio
es tan notable.
En los jardines, cuatro pisos por debajo, no se mueve ni una brizna de hierba,
no maúlla un gato, nada se altera ni se conmueve.
Abro mi corazón y, en realidad, lo que abro es la nevera; y sueño
con describir en el futuro lo que contiene:
fresas, mangos y peras, café y zumos, botellas de vino, quesos, castañas,
leche de cabra y nata enmohecida... Y tantas otras cosas.
Ante anoche, sin motivo aparente, apareció el dolor;
con tal oportunidad vino a instalarse en la parte posterior de mi cintura,
y desde ahí, con órdenes precisas, me indicó el camino: permanece en pie
pues, si te doblegas, la molestia será más intensa todavía.
Entonces, debiendo dormir y descansar porque los días así lo piden,
di vueltas en la cama como pez fuera del agua,
de frente, de espaldas, de costado; y encendí la luz
y abrí la ventana.
El cielo de este día es tan azul y tan extraño.
Abro la nevera para asirme a lo cotidiano: salsas agridulces y mostazas,
aceitunas verdes, champiñones y sitakes, té negro y melocotón,
huevos y tomates y medio limón amarillo... Y tantas..., y tantas otras cosas.
Sombra sube a mi regazo en esta noche mientras escribo,
Lolita y Nube se contentan con la nueva manta gris con flecos.
La estufa de mica crea a nuestro alrededor una atmósfera benigna.
Pero más allá de la ventana... Pero más allá.
Salvador Alís.
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