sábado, 23 de junio de 2018

EL RETRASADO (UN CUENTO RÁPIDO)

EL RETRASADO (UN CUENTO RÁPIDO)

Como todas las mamás, la suya lo esperaba con emoción justo cuando estaban por cumplirse los nueve meses de embarazo; pero no pudo o no quiso nacer entonces y se demoró tres semanas más de la cuenta, hasta que los doctores decidieron extraerlo forzosamente mediante cesárea.

Indiferente a la dedicación y los esfuerzos de su familia y los maestros, no se digno a ponerse en pie y caminar hasta los tres años, y no pronunció palabra hasta los siete.

En la escuela era habitual que estuviese en la cola, compartiendo aulas y cursos con alumnos más jóvenes que él, brillante a su manera, pero desajustado en los tiempos.

Tampoco tuvo ningún éxito cuando empezó a interesarse por el amor, pues jamás consiguió ser puntual. Y ya se sabe que en estos asuntos, lo peor que puede hacer un adolescente es llegar tarde a sus citas.

Decían de él que nunca abandonaba su ciudad, su barrió; y que a duras penas conseguía salir algunas tardes o noches de su casa y dar un largo paseo rodeando una manzana y volver al amanecer. Imposible tomar un autobús, un tren, un barco y mucho menos un avión. Sabiendo que a todo llegaba tarde, para qué tomarse la molestia.

Cuando finalmente, después de abundantes dudas y reflexiones, decidía comprarse esa camisa, ese pantalón, esos zapatos que todos lucían con entusiasmo, la moda había cambiado.

Siempre era el último en acostarse y el último en levantarse (para desesperación de quienes preparaban la comida y ponían la mesa).

Conocía a la perfección los finales de muchas películas, pero ignoraba sus argumentos. Y con los libros le pasaba lo contrario: era incapaz de acabar ninguno por lentitud de lectura y aburrimiento.

Hablar con él por teléfono era imposible. Cuando contestaba llamadas, los llamadores ya estaban en otra cosa. Si escribía una carta, o bien no la enviaba o lo hacía con tanta demora que el destinatario ya había cambiado de dirección.

Jamás en su vida emitió un voto útil o inútil. Al hacer acto de presencia, los colegios electorales estaban invariablemente cerrados.

Y sin embargo gozó de buena salud durante años, puesto que cualquier enfermedad que pudiera afectarle se retrasaba y se retrasaba.

Una carrera universitaria dejada a un lado, por imposible, a los 27. La formación en filas militares a los 28. El primer viaje al exterior a los 29. Y a los 30, por primera vez, logró subirse a un avión que por su culpa perdió el slot.

Se demoró cuatro meses respecto al nacimiento de su hija. Y no pudo casarse hasta catorce años después, cuando al fin los desencuentros se encontraron.

Fue ley fundamental en su vida dejar para mañana cualquier empresa que pudiera ser acometida hoy.

Fiel a sus principios, cuando todos esperaban que se muriese de puro viejo, o porque ya era su hora, no quiso morirse y siguió viviendo -según cuentan- haciendo esperar (y desesperar) a la mismísima muerte.

Salvador Alís.







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