ODISEAS DE NUESTRO TIEMPO (SEGUNDA PARTE)
En cuanto a la literatura y la escritura en general, mi posición es clara: abomino a los que no dicen (o escriben) lo que realmente piensan, su "verdad", a los que se venden por cobardía o interés, a los que tratan de contentar a su público con los relatos con que éste se alimenta, pienso vitaminado y artificial para lectores rumiantes que no practican, dada su naturaleza, ni la crítica ni la más leve oposición, ni mucho menos la rebeldía. Señalo y aborrezco a esos habladores y escribientes que, ante todo, buscan su efímera fama y sus ganancias sembrando en los rebaños distorsiones históricas, estúpidas tramas y artificiosas telas de araña donde cae cualquier mosquito despistado y rompe y atraviesa limpiamente la más humilde (pero decidida) de las avispas.
Hace ya algunos años, al comenzar la última crisis económica (supuesta, programada, aleatoria y sin lugar a dudas falsa crisis), un emprendedor sin visión de futuro e inseparable de su mala suerte, imaginó un nuevo concepto de bar: un bar-biblioteca donde los clientes pudieran no sólo leer sino llevarse libros, intercambiar libros, regalar libros. Llenó el espacio disponible, unos cincuenta metros cuadrados, con libros usados, o de segunda mano, o mejor leídos. Dos estanterías repletas a ambos lados de la puerta, libros en los extremos de la barra y pilas de diferente altura en cada una de las mesas. Carteles estratégicamente colocados decían que cualquier cliente podía llevarse hasta tres libros, aunque se agradecería que más tarde hiciera una donación equivalente.
Recuerdo bien la primera noche que entré a ese bar. A cambio de una copa barata de vino conseguí de manera gratuita la edición de 1994, de Lumen / Tusquets, del Ulises de James Joyce. 799 páginas frente a las 728 del Ulises de Rueda. Lo novedoso de este ejemplar es que incluía esquemas donde se pone en relación los mitos originales con el experimento del autor. Más grande, más grueso y más pesado, prefiero el volumen dedicado al más reciente; prefiero las páginas que amarillean frente a las blanquecinas.
Uno de los errores del visionario emprendedor fue su absoluto desconocimiento de los vinos, pues servía un fresco verdejo plano y un rioja tinto (de supermercado) a temperatura ambiente. Eso hizo que, después de tres o cuatro visitas, no me compensara pagar el sobreprecio de esos vinos a cambio de la posibilidad (remota) de conseguir otro Ulises.
Poco después el bar cerró. Si no me equivoco, ese local está hoy en manos de un nuevo emprendedor visionario que lo ha reabierto como sex shop.
Poseo una tercera edición del Ulises, más rara que las anteriores, donde en la página 899 dice Leopold Bloom: "Personas allegadas insisten y me recomiendan que deje de fumar. Aún respiro y respiro más que bien. Ignoran que el problema no es el tabaco sino el alcohol." Y en la página 900 remata Stephen Dedalus (imaginado por Joyce, imaginado por mí): "Tu hígado no aguantará mucho más. Roto en mil pedazos, en mil noches, te da las gracias por el ron pero te pide una tregua."
Ulises u Odiseo será retardado por el destino en la vuelta a su isla, Ítaca, pero una vez lo consigue empuña su arco como únicamente él sabe hacerlo y acaba con los pretendientes de su esposa, Penélope. La aventura de Leopold Bloom dura apenas un día. Y la escritura de Joyce se expande hasta el infinito.
¿Quién fue el escritor que, a la pregunta de cómo escribir, contestó: "¿Conoce usted una palabra? Si con ella inicia su escrito lo demás vendrá por añadidura. Ponga a continuación otra palabra y otra más y tendrá una frase. Añada otras frases y tendrá un párrafo. Algunos párrafos dan forma a un capítulo. Varios capítulos componen un libro."
A Homero no sólo se le atribuye la autoría de la Odisea, sino también de la Ilíada. Antes de concluir este texto acaricio el lomo negro y dorado de la edición de Plaza & Janés, 1961, impreso por los talleres gráficos Saturno, de 765 páginas, y que termina contando que: "Así hicieron las honras de Héctor, domador de caballos."
Los martes por la tarde la china cierra su bar. Hoy salí del aeropuerto a las cinco y no a las diez; pero me presenté a las dos llegando en taxi. Con la cena (salmón crudo y frío bañado en salsa de soja y acompañado con arroz de Calasparra, algas y jengibre) apuré una botella de blanco, 2014, de Albillo Centenario, Ermita del Conde.
A Héctor lo mató Aquiles. Pero antes de morir, cuando la lanza atravesada en su cuello aún no le había arrebatado la vida, tuvo Héctor tiempo de renegar de su pasado
Poco antes de las doce de la mañana, a punto de despertar, he soñado que mis sueños se cumplían: "Un castillo acogedor, una boca sin palabras y un mar dulce, azul brillante, sin aspavientos."
Salvador Alís.
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