domingo, 31 de diciembre de 2017
EL VUELO DE CHRISTOPHER WALKEN
EL VUELO DE CHRISTOPHER WALKEN
Uno de mis actores más admirados es Christopher Walken. Me enamoré de él en aquella secuencia en que le propina un brutal puñetazo en el hígado a Rupert Everett en El placer de los extraños (película dirigida por Paul Schader, con banda sonora de Angelo Badalamenti, y basada en una novela de Ian McEwan con guión de Harold Pinter).
Christopher Walken es el mismo actor que en Pulp Fiction (de Quentin Tarantino) interpreta a un soldado, veterano de la guerra de Vietnam, que visita al hijo de un camarada fallecido para hacerle entrega de un reloj de oro que su padre y él mismo habían salvado de la guerra escondiéndolo en sus culos.
El oro y la mierda, la brutalidad y el deseo: no dejan de ser imágenes simbólicas cuya ironía, más y menos evidente en los ejemplos citados, está implícita en los gestos, muecas y miradas del que actúa.
Al acabar el año 2017, el cielo sobre la ciudad se ha iluminado con el estallido de fuegos artificiales. Pero dos horas más tarde ha comenzado a soplar el viento. Las luces en el aire y el aire movido por quién sabe qué fuerzas también son imágenes que representan otra cosa, que guardan un secreto. La luna casi llena no es ahora símbolo de nada pues es simplemente un hecho.
Es importante no olvidar que los secretos existen mientras se guardan. Hoy, por primera vez en los últimos años, no he dado yo un primer paso. He decidido permanecer a la espera.
El problema de alguien que escribe consiste precisamente en que pone sus secretos por escrito y, de no ser destruidos mediante accidente o por propia voluntad, en el momento adecuado y en la forma requerida, tarde o temprano, esos secretos verán la luz, es decir estallarán como cohetes en el aire y el viento los esparcirá y llevará de un lado a otro sus colores hasta que algún día, finalmente, se desvanezcan y olviden.
La circunstancia de que un año acabe y otro comience tampoco es símbolo sino convención. Y puesto que entre mis aspiraciones rara vez se cuenta el acatamiento de los convencionalismos, en lugar de ir a las doce uvas voy a la página nueve de las Cuatro narraciones sobre las apariencias de Celati, y leo: "Contaré la historia de cómo Baratto, al volver una noche a su casa, se quedó sin pensamientos, así como las consecuencias que se derivaron de su vida de mudo, que duró una larga temporada." Esa tentación, la mudez, en tanto condición elegida, me asalta sin sorpresa alguna pues hace tiempo que la espero.
Y ese golpe de Christopher Walken lo he soñado tantas veces. Aunque nunca, sin embargo, he necesitado ocultar mi reloj. Soy consciente de mi tiempo, sé que a menudo llego tarde a mis citas, y hasta a veces dudo si llegar. Pero el encuentro que se intuye simbólico y real, el último y en cierto modo el primero, tendremos que conseguirlo mediante el vuelo. Admito que si tú no me entiendes es porque yo no me entiendo. Y seguro que hace falta entenderse.
No obstante, y a pesar de todo lo dicho en un sentido u otro, el entendimiento no convencional ilumina en ocasiones la noche en que la memoria compró un pasaje de barco en camarote para surcar un mar oscuro hacia otra luz.
Mis últimos días tienen la densidad de una gelatina impura y sin embargo dulce. Mi reloj de acero se deja llevar en la muñeca izquierda con su peso relativo y su alto brillo. Nada sucede por casualidad. Si el actor vuela en su baile, si escucho esta canción, si busco esta fotografía y modifico esta otra, si aguardo pacientemente y no me someto a proyectos utópicos ni a prioridades sin fundamento, debe ser porque todo lo que me rodea se sujeta a un plan preconcebido.
Quizá yo mismo guarde para mí un secreto del que no soy consciente. Quizá convierta en monedas simbólicas mis pensamientos para comprar los sueños que estoy soñando. Christopher Walken baila como un demonio y vuela como un ángel.
Salvador Alís.
Uno de mis actores más admirados es Christopher Walken. Me enamoré de él en aquella secuencia en que le propina un brutal puñetazo en el hígado a Rupert Everett en El placer de los extraños (película dirigida por Paul Schader, con banda sonora de Angelo Badalamenti, y basada en una novela de Ian McEwan con guión de Harold Pinter).
Christopher Walken es el mismo actor que en Pulp Fiction (de Quentin Tarantino) interpreta a un soldado, veterano de la guerra de Vietnam, que visita al hijo de un camarada fallecido para hacerle entrega de un reloj de oro que su padre y él mismo habían salvado de la guerra escondiéndolo en sus culos.
El oro y la mierda, la brutalidad y el deseo: no dejan de ser imágenes simbólicas cuya ironía, más y menos evidente en los ejemplos citados, está implícita en los gestos, muecas y miradas del que actúa.
Al acabar el año 2017, el cielo sobre la ciudad se ha iluminado con el estallido de fuegos artificiales. Pero dos horas más tarde ha comenzado a soplar el viento. Las luces en el aire y el aire movido por quién sabe qué fuerzas también son imágenes que representan otra cosa, que guardan un secreto. La luna casi llena no es ahora símbolo de nada pues es simplemente un hecho.
Es importante no olvidar que los secretos existen mientras se guardan. Hoy, por primera vez en los últimos años, no he dado yo un primer paso. He decidido permanecer a la espera.
El problema de alguien que escribe consiste precisamente en que pone sus secretos por escrito y, de no ser destruidos mediante accidente o por propia voluntad, en el momento adecuado y en la forma requerida, tarde o temprano, esos secretos verán la luz, es decir estallarán como cohetes en el aire y el viento los esparcirá y llevará de un lado a otro sus colores hasta que algún día, finalmente, se desvanezcan y olviden.
La circunstancia de que un año acabe y otro comience tampoco es símbolo sino convención. Y puesto que entre mis aspiraciones rara vez se cuenta el acatamiento de los convencionalismos, en lugar de ir a las doce uvas voy a la página nueve de las Cuatro narraciones sobre las apariencias de Celati, y leo: "Contaré la historia de cómo Baratto, al volver una noche a su casa, se quedó sin pensamientos, así como las consecuencias que se derivaron de su vida de mudo, que duró una larga temporada." Esa tentación, la mudez, en tanto condición elegida, me asalta sin sorpresa alguna pues hace tiempo que la espero.
Y ese golpe de Christopher Walken lo he soñado tantas veces. Aunque nunca, sin embargo, he necesitado ocultar mi reloj. Soy consciente de mi tiempo, sé que a menudo llego tarde a mis citas, y hasta a veces dudo si llegar. Pero el encuentro que se intuye simbólico y real, el último y en cierto modo el primero, tendremos que conseguirlo mediante el vuelo. Admito que si tú no me entiendes es porque yo no me entiendo. Y seguro que hace falta entenderse.
No obstante, y a pesar de todo lo dicho en un sentido u otro, el entendimiento no convencional ilumina en ocasiones la noche en que la memoria compró un pasaje de barco en camarote para surcar un mar oscuro hacia otra luz.
Mis últimos días tienen la densidad de una gelatina impura y sin embargo dulce. Mi reloj de acero se deja llevar en la muñeca izquierda con su peso relativo y su alto brillo. Nada sucede por casualidad. Si el actor vuela en su baile, si escucho esta canción, si busco esta fotografía y modifico esta otra, si aguardo pacientemente y no me someto a proyectos utópicos ni a prioridades sin fundamento, debe ser porque todo lo que me rodea se sujeta a un plan preconcebido.
Quizá yo mismo guarde para mí un secreto del que no soy consciente. Quizá convierta en monedas simbólicas mis pensamientos para comprar los sueños que estoy soñando. Christopher Walken baila como un demonio y vuela como un ángel.
Salvador Alís.
sábado, 30 de diciembre de 2017
CONSUMIR EL TIEMPO
CONSUMIR EL TIEMPO
"Todo cuanto se escribe se convierte en polvo en el momento mismo en que se ha escrito, y es natural que termine por perderse con todo el polvo y la ceniza del mundo. Escribir es una manera de consumir el tiempo, rindiéndole el homenaje que le es debido. El tiempo da y quita, y lo que da es sólo aquello que quita, de manera que su suma es siempre cero..."
"Todo cuanto se escribe se convierte en polvo en el momento mismo en que se ha escrito, y es natural que termine por perderse con todo el polvo y la ceniza del mundo. Escribir es una manera de consumir el tiempo, rindiéndole el homenaje que le es debido. El tiempo da y quita, y lo que da es sólo aquello que quita, de manera que su suma es siempre cero..."
Gianni Celati. Cuatro narraciones sobre las apariencias. Anagrama. 1990. Pág.: 144-145.
martes, 26 de diciembre de 2017
FRENTE A UNA COPA DE VINO
FRENTE A UNA COPA DE VINO
Por este amor interrumpido y persistente. Por este amor
tan lejano y cercano, ausente y presente.
Por este amor que según las estaciones, los años y los días,
es lluvia y es viento, sol con sus llamaradas radiantes.
Por este amor que pasa sobre mi cielo
como pasan las nubes que diferentes siempre vuelven.
Por este amor sé que soy un hombre,
que tengo un alma y un signo a la izquierda de mi pecho
y un corazón bajo ese signo. Por este amor sé
que no soy piedra ni flor de cerezo ni elemental insecto.
Por este amor acepto tu complejidad y la mía.
Por este amor te amo sin condiciones. Por este amor
alzo mi copa en esta noche y me perdono,
pues todas las heridas que siempre me causé
tardaron en cerrarse pero se han cerrado
y mi sangre se alegra y sigue fluyendo
por nuestra cuenta pendiente. Por este amor inacabado
y distinto, aún vivo, sensible y vibrante
como la cuerda de un instrumento rebelde
que se niega a callar cuando toda la orquesta ha callado.
Salvador Alís.
Por este amor interrumpido y persistente. Por este amor
tan lejano y cercano, ausente y presente.
Por este amor que según las estaciones, los años y los días,
es lluvia y es viento, sol con sus llamaradas radiantes.
Por este amor que pasa sobre mi cielo
como pasan las nubes que diferentes siempre vuelven.
Por este amor sé que soy un hombre,
que tengo un alma y un signo a la izquierda de mi pecho
y un corazón bajo ese signo. Por este amor sé
que no soy piedra ni flor de cerezo ni elemental insecto.
Por este amor acepto tu complejidad y la mía.
Por este amor te amo sin condiciones. Por este amor
alzo mi copa en esta noche y me perdono,
pues todas las heridas que siempre me causé
tardaron en cerrarse pero se han cerrado
y mi sangre se alegra y sigue fluyendo
por nuestra cuenta pendiente. Por este amor inacabado
y distinto, aún vivo, sensible y vibrante
como la cuerda de un instrumento rebelde
que se niega a callar cuando toda la orquesta ha callado.
Salvador Alís.
domingo, 24 de diciembre de 2017
AYER HOY Y MAÑANA
AYER HOY Y MAÑANA
Ayer asistí a un concierto de Concha Buika. La escuché mil veces
y alguna vez me crucé con ella en el aeropuerto. Pero ayer la vi
y la escuché cantar desde la fila 31. A su vestido de reflejos metálicos,
plata y oro y cuarzo rojo, lo exaltaban las luces cambiantes.
Su alta voz, tan profunda y desgarrada, dificultaba entender
lo que decía. Y de tanto en tanto, la brillante oscuridad de su pelo negro
saltaba desde su espalda a su pecho. Con las últimas canciones
se levantó el vestido y mostró las piernas.
Hoy he buscado por toda la casa tus fotografías. Son únicas, irrepetibles
y preciosas. No las he encontrado. Pero sé que están aquí.
Están en mis ojos y en mi recuerdo. Te pido un poco de paciencia.
Sé que las encontraré.
En un futuro soñado en tantas noches de días ya pasados,
el viajero espera en la desierta estación un tren que no ha de llegar.
Cuando llega, el viajero busca en su vagón su compartimento.
Allí deja la maleta donde guarda su vejez. Sobreviene un túnel
y todo se apaga, y cuando vuelve la luz el viajero es otro.
No se reconoce en el espejo picado. Es él pero mucho más joven,
la alta velocidad lo ha conducido al ayer.
En su destino lo espera aquella juventud perdida.
El viajero juega con ventaja, sabe todo lo que va a suceder.
Sorprende y maravilla, infunde temor y causa rechazo.
Por mucho que trate de cambiar el viaje ya cumplido,
a pesar de su estrategia y su poder, nada cambia y él mismo
acabará aceptando repetir su vida hasta alcanzar
el momento concreto, una vez a solas en su habitación de hotel,
en que abra su vieja maleta y las puertas del armario desnudo
donde faltarán perchas donde colgar los trajes usados
y las camisas nuevas sin estrenar.
Ayer, hoy y mañana, me ha dado por escuchar ligeras canciones
de calidad discutible. No lo puedo evitar. Hoy no he dormido,
ayer apenas dormí, mañana no dormiré.
Si este poema es un árbol más recto o más torcido,
más frondoso, verde, seco, ancho, alto,
si emite flores, si acoge parásitos, si arde fácilmente
o resiste con empecinamiento natural al fuego y al viento,
si establece ramas y nudos y bifurcaciones
para el leopardo tranquilo, el mono inquieto y la fatigada ave,
si hunde su laberinto de raíces en mí, estoy seguro,
su estructura y su nervio se deben a esta ligereza de la música
que entretiene mis horas de insomnio.
Hoy escucho complejas canciones. Sirenas que cantan
para enloquecer. Pero mis orejas no reclaman cera, el ruido
constante me otorga inmunidad. No necesito atarme sino desatarme.
Ayer las tentaciones, los besos en las mejillas. Mi boca seca.
Ayer tus fotografías, tus cartas, tus palabras de carbón,
tu pelo (que nunca fue negro) azul oscuro,
tu espalda curvada y erizada como el lomo de un gato
estremecido con esta caricia.
Mañana esta blancura que dulcemente se arremolina en mi regazo
me dirá que fue inútil dormir, soñar, permanecer despierto,
emprender cualquier viaje, pues todo conduce a lo mismo:
todos los instantes de una vida se concentran aquí,
en este frágil poema pensado hoy y escrito ayer.
Pienso en ti y en ti y en ti... Y escucho canciones tan ligeras.
Y de esta forma, en estos tiempos, soy feliz.
Nada me afecta realmente ni me rompe cuando me dobla.
Ayer (o anteayer) la negra me descubrió que la voz que se desgarra
como cortina, se abre y muestra un secreto.
Pero un secreto al descubierto no significa nada si la curiosidad
no lo sigue hasta el final y lo trasciende.
Salvador Alís
Ayer asistí a un concierto de Concha Buika. La escuché mil veces
y alguna vez me crucé con ella en el aeropuerto. Pero ayer la vi
y la escuché cantar desde la fila 31. A su vestido de reflejos metálicos,
plata y oro y cuarzo rojo, lo exaltaban las luces cambiantes.
Su alta voz, tan profunda y desgarrada, dificultaba entender
lo que decía. Y de tanto en tanto, la brillante oscuridad de su pelo negro
saltaba desde su espalda a su pecho. Con las últimas canciones
se levantó el vestido y mostró las piernas.
Hoy he buscado por toda la casa tus fotografías. Son únicas, irrepetibles
y preciosas. No las he encontrado. Pero sé que están aquí.
Están en mis ojos y en mi recuerdo. Te pido un poco de paciencia.
Sé que las encontraré.
En un futuro soñado en tantas noches de días ya pasados,
el viajero espera en la desierta estación un tren que no ha de llegar.
Cuando llega, el viajero busca en su vagón su compartimento.
Allí deja la maleta donde guarda su vejez. Sobreviene un túnel
y todo se apaga, y cuando vuelve la luz el viajero es otro.
No se reconoce en el espejo picado. Es él pero mucho más joven,
la alta velocidad lo ha conducido al ayer.
En su destino lo espera aquella juventud perdida.
El viajero juega con ventaja, sabe todo lo que va a suceder.
Sorprende y maravilla, infunde temor y causa rechazo.
Por mucho que trate de cambiar el viaje ya cumplido,
a pesar de su estrategia y su poder, nada cambia y él mismo
acabará aceptando repetir su vida hasta alcanzar
el momento concreto, una vez a solas en su habitación de hotel,
en que abra su vieja maleta y las puertas del armario desnudo
donde faltarán perchas donde colgar los trajes usados
y las camisas nuevas sin estrenar.
Ayer, hoy y mañana, me ha dado por escuchar ligeras canciones
de calidad discutible. No lo puedo evitar. Hoy no he dormido,
ayer apenas dormí, mañana no dormiré.
Si este poema es un árbol más recto o más torcido,
más frondoso, verde, seco, ancho, alto,
si emite flores, si acoge parásitos, si arde fácilmente
o resiste con empecinamiento natural al fuego y al viento,
si establece ramas y nudos y bifurcaciones
para el leopardo tranquilo, el mono inquieto y la fatigada ave,
si hunde su laberinto de raíces en mí, estoy seguro,
su estructura y su nervio se deben a esta ligereza de la música
que entretiene mis horas de insomnio.
Hoy escucho complejas canciones. Sirenas que cantan
para enloquecer. Pero mis orejas no reclaman cera, el ruido
constante me otorga inmunidad. No necesito atarme sino desatarme.
Ayer las tentaciones, los besos en las mejillas. Mi boca seca.
Ayer tus fotografías, tus cartas, tus palabras de carbón,
tu pelo (que nunca fue negro) azul oscuro,
tu espalda curvada y erizada como el lomo de un gato
estremecido con esta caricia.
Mañana esta blancura que dulcemente se arremolina en mi regazo
me dirá que fue inútil dormir, soñar, permanecer despierto,
emprender cualquier viaje, pues todo conduce a lo mismo:
todos los instantes de una vida se concentran aquí,
en este frágil poema pensado hoy y escrito ayer.
Pienso en ti y en ti y en ti... Y escucho canciones tan ligeras.
Y de esta forma, en estos tiempos, soy feliz.
Nada me afecta realmente ni me rompe cuando me dobla.
Ayer (o anteayer) la negra me descubrió que la voz que se desgarra
como cortina, se abre y muestra un secreto.
Pero un secreto al descubierto no significa nada si la curiosidad
no lo sigue hasta el final y lo trasciende.
Salvador Alís
miércoles, 20 de diciembre de 2017
POR SI TÚ ME VES
POR SI TÚ ME VES
Autorretratos con la mano izquierda
Costa Amalfitana. 9 - 16 noviembre 2017. Fotografías de Salvador Alís.
Cetara
Amalfi
Vesuvio
Pompeya
Castellammare di Stabia
Praiano
Positano
Amalfi
Vietri sul Mare
Ravello
Por si tú me ves
Autorretratos con la mano izquierda
Costa Amalfitana. 9 - 16 noviembre 2017. Fotografías de Salvador Alís.
lunes, 18 de diciembre de 2017
UN GATO SUBE A UN ÁRBOL
UN GATO SUBE A UN ÁRBOL
Positano. 15 de noviembre de 2017. Fotografía de Salvador Alís.
Un gato sube a un árbol. Esto sucede un mediodía nublado
a mediados de noviembre en la playa de Positano.
El gato persigue a un pájaro invisible,
lo ha visto agitar las alas entre las perennes hojas verdes,
visión que escapa a nuestros ojos viajeros, entretenidos:
a un lado, las casas que difícilmente se sostienen
sobre laderas grises que se precipitan hacia el mar y, al frente,
las olas que rompen los infinitos desperdicios acumulados en la arena.
El gato sabe que el árbol está vivo, y siente y sueña,
por eso asciende delicadamente por su tronco,
apoyando en él con extrema suavidad sus dos pares
de patitas almohadilladas,
y clavando sólo lo necesario las salvajes uñas en su corteza.
Nunca ha pensado el gato, ni pensará, que el árbol le pertenece,
lo usará como escala o trampolín
para alcanzar, si pudiera, al pájaro que allí, en esta hora, se detiene.
Pero el pájaro resulta ser más ágil si cabe, más listo incluso,
que el gato, y al fin echa a volar
escapando del acecho y la amenaza.
De otros árboles, más sociales, menos aislados,
cuelgan marionetas feroces
que reclaman su posesión y la libertad de su daño.
Pero también esta visión se nos niega,
pues nuestros ojos, a pesar de la oscuridad imperante,
no se han preparado para ver en lo oscuro,
para discernir entre ese follaje a los huéspedes casuales
que respetan su anidar.
Si un gato sube a un árbol,
un mediodía nublado en la playa de Positano,
es porque está en su naturaleza subir.
Las marionetas que con sus muecas forzadas
fingen la verdad de su ser, no han subido por sí mismas:
fueron colgadas intencionadamente, para ahuyentar a los pájaros
mientras el árbol muere sin solución
porque los nidos están vacíos
y el gato ya no muestra ningún interés.
Salvador Alis.
martes, 12 de diciembre de 2017
62
62
Mañana a media tarde se cumplirán 62 años desde el día en que nací.
Pensaré, aunque en realidad ya lo estoy pensando,
que a los 20 no soñaba con llegar más allá de los 40,
que a los 25 tomé la firme decisión de suicidarme a los 50,
que nunca he pretendido vivir por encima de mis posibilidades.
Hoy, en esta noche de transito y espera, a solas como de costumbre,
observo el ir y venir de mis gatas sin miedo y sin consciencia,
sin proyectos y sin fines, ajenas a toda meta.
Viven porque viven y no pretenden nada que sobrepase su vivir.
¡Qué lejos de esa intención me siento y, a la vez, qué igual
cuando pongo en valor mi mañana y mi presente!
Quisiera durar mil años o diez mil, y azarosamente
poner una palabra al lado de otra palabra y escribir una obra maestra
que fuera leída por los soñadores y los insomnes,
los que no confían en el tiempo, los que se niegan a envejecer.
Esa obra, no muy extensa pero concentrada, diría lo que siento
esta noche, en este punto y aparte:
Cum moriar, medium solvar et inter opus. (Ovidio)
Y antes de acostarme y soñar y morir, a solas como de costumbre,
leer alguna página que pueda con facilidad cerrar mis ojos,
en este caso Montaigne; "Preciso es no emprender nada
de larga duración, o de emprenderlo apresurarse a darle fin."
Y una canción incluso y Montaigne todavía, antes de cumplir años,
por humildad y soberbia, en el ejemplo citado:
"... quiso que le arrancaran la piel después de muerto
y que con ella hicieran un tambor para tocarlo en las guerras
que en adelante se sostuvieran contra sus enemigos,
estimando que esto ayudaría a continuar las glorias
que él había alcanzado en las lides contra aquellos."
A punto de cumplir 62 años no temo a la muerte, no,
pero me guardo de la vida que, al igual que un lobo desesperado
y hambriento, me vigila. "Las preocupaciones ligeras
suelen hablar, las excesivas quedan mudas." (Séneca)
Salvador Alís.
Mañana a media tarde se cumplirán 62 años desde el día en que nací.
Pensaré, aunque en realidad ya lo estoy pensando,
que a los 20 no soñaba con llegar más allá de los 40,
que a los 25 tomé la firme decisión de suicidarme a los 50,
que nunca he pretendido vivir por encima de mis posibilidades.
Hoy, en esta noche de transito y espera, a solas como de costumbre,
observo el ir y venir de mis gatas sin miedo y sin consciencia,
sin proyectos y sin fines, ajenas a toda meta.
Viven porque viven y no pretenden nada que sobrepase su vivir.
¡Qué lejos de esa intención me siento y, a la vez, qué igual
cuando pongo en valor mi mañana y mi presente!
Quisiera durar mil años o diez mil, y azarosamente
poner una palabra al lado de otra palabra y escribir una obra maestra
que fuera leída por los soñadores y los insomnes,
los que no confían en el tiempo, los que se niegan a envejecer.
Esa obra, no muy extensa pero concentrada, diría lo que siento
esta noche, en este punto y aparte:
Cum moriar, medium solvar et inter opus. (Ovidio)
Y antes de acostarme y soñar y morir, a solas como de costumbre,
leer alguna página que pueda con facilidad cerrar mis ojos,
en este caso Montaigne; "Preciso es no emprender nada
de larga duración, o de emprenderlo apresurarse a darle fin."
Y una canción incluso y Montaigne todavía, antes de cumplir años,
por humildad y soberbia, en el ejemplo citado:
"... quiso que le arrancaran la piel después de muerto
y que con ella hicieran un tambor para tocarlo en las guerras
que en adelante se sostuvieran contra sus enemigos,
estimando que esto ayudaría a continuar las glorias
que él había alcanzado en las lides contra aquellos."
A punto de cumplir 62 años no temo a la muerte, no,
pero me guardo de la vida que, al igual que un lobo desesperado
y hambriento, me vigila. "Las preocupaciones ligeras
suelen hablar, las excesivas quedan mudas." (Séneca)
Salvador Alís.
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