sábado, 30 de marzo de 2019

NILÜFER / TAA UZAK YOLLARDAN

SOBRE LA COBARDÍA

SOBRE LA COBARDÍA

"... los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, 
los fornicarios y hechicerosy los idólatras y todos los mentirosos
 tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre ..." 


Apocalipsis 21/8 


          No me cabe la menor duda de que el texto que ahora comienza, bajo la cita que lo encabeza, será considerado por no pocos lectores como un ataque a la clase obrera. Por las circunstancias que influyeron en mi vida y, sobre todo, debido a mi carácter indomable, no fue hasta cumplidos los cincuenta que pasé (voluntariamente) a formar parte, si así puede decirse, del proletariado. No fue fácil asumir las nuevas condiciones: un contrato fijo, una nómina, un reglamento, horarios, jefes, tareas que ejecutar, normas absurdas. Lo peor, lo más complicado: renunciar a una soledad tan grata y tan fructífera como la que gozaba a todas horas y sin medida; y tener que soportar la cotidiana presencia de muchos, aceptar el diabólico trato de las relaciones sociales. 

          La maldad, la mezquindad, el egoísmo y otras taras humanas pronto hubieron de revelarse, como si todo un mundo desconocido se felicitara por manifestarse ante mí. Personajes a los que escuché y hablé, dibujé, tomé fotografías, escribí y describí, enfrenté y di la espalda, miré a los ojos, descubrí secretos y taché sus nombres. De un día para otro, me vi envuelto en la traidora seda del compañerismo, atrapado en la tela de araña de la solidaridad laboral. Uno entre muchos, durante trece años. 

          Durante este tiempo, la empresa ha cambiado de nombre cuatro veces, y las unidades productivas han fluctuado entre setenta y su mitad; alguna vez mujeres pero siempre hombres y, más que hombres, hombrecillos. Por más que haya insistido en que la empresa ni paga los salarios ni es dueña de nuestras vidas, esa idea, esa dialéctica, esa simple fórmula matemática que resuelve la incógnita de los beneficios y su reparto, jamás ha sido entendida. 

          Pensar da miedo, asusta y repele, produce un rechazo apriorístico, una prevención anterior a la reflexión, porque a tanto no se quiere llegar ni se llega. A esa manifiesta renuncia la llamo cobardía. Para justificar la negación, unos permiten que el fútbol sea su tema principal, son mayoría dado que se trata del recurso más fácil; otros optan por una sexualidad anómala; otros dicen que levitan; otros caen en el vicio de los tatuajes o en el embrujo de la ira sin fundamento. 

          Si bien en los primeros años parecía que mi renuncia pudiera ser compensada con el descubrimiento de los otros, al final los otros, despojados de sus burdas máscaras por el conocimiento, se presentan como lo que son y han sido. La cobardía es el uniforme que prefieren: traicionar antes que comprender; desaparecer antes que estar; eludir el trabajo y la opinión; no hablar porque no tienen nada que decir. 

          De setenta o su mitad, apenas la mitad de la mitad leen de vez en cuando. Otros presumen de haber leído un solo libro; otros, de no haber leído nunca nada. De todos ellos conozco hasta el hartazgo sus vidas, por indagación y otros recursos. Y si en algún momento escribí sobre esas vidas creyendo que podían ser vidas minúsculas, Pierre Michon me hizo desistir de tal empeño. Lo siento, pero no puedo presumir de haber estado en Auschwitz; mi espacio de penitencia lo constituye un simple aeropuerto. 

          Por otra parte, la cobardía intelectual no tiene que ver con la falta de lecturas ni de estudios; sencillamente obedece al claro desistimiento de implicación a favor de la actitud más cómoda. La felicidad, para los tontos, depende de la ignorancia. Cuanto menos sepa -se dice el ignorante que se presenta como sibilino personaje- más feliz seré. Y desde luego aquí hay una decisión, una responsabilidad. 

          Se llenan la cabeza de partidos y apuestas, y dicen que son zorras -en su opinión- cuantas mujeres se cruzan en sus cortos caminos. No llegan a lugar alguno, ni suben a la montaña ni se adentran en la cueva. Ante las sombras platónicas se muestran fascinados. Las formas que ven ensombrecidas en su pared constituyen para ellos lo real. Viven inmersos en un eterno día de la marmota, pero de esa experiencia repetida no aprenden nada. 

          Como en toda situación y en todo ámbito contenido por círculos irreales que se pretenden sólidos, hay excepciones. Algunos han decidido tener hijos, sumar vida a la vida a pesar de las dificultades. Pero muchos otros prefieren seguir siendo hijos de sus madres y de ¿sus mujeres? La interrogación, consciente, tiene que ver con el concepto que ellos manejan de lo femenino. Dominación por la fuerza bruta, pero ante ellas me rindo y tiemblo y lloriqueo como un niño. Porque son niños asustados por una tormenta o un ligero ruido que no comprenden. 

          Pensar que este mundo, esta concepción de un destino, este sistema productivo tan  torpe y suicida, esta gran mentira, esta injusticia absoluta y esta complejidad, importan menos que la adquisición del último modelo de móvil o la aburrida victoria de un equipo, es propio -cuanto menos- de esta representación de clase obrera en la que estoy inmerso. 

          Arriesgar el precio de un día no va con ellos. Negar la jefatura no merecida, las órdenes no simétricas, ni se lo plantean. Todos se quejan, pero esas quejas resultan vómitos que no se atrevieran a salir de la boca y la garganta los devuelve al estómago. 

          Alienados por el ruido circundante, por los turnos en claro desequilibrio, por los años de miedo y de renuncia -dicen que este trabajo, esta falta de pensamiento, causa el síndrome de Burnout. Según mi opinión, ese síndrome es el recurso de los cobardes, los que no se atreven a pensar por sí mismos (los que encuentran acomodación en las consignas) ni mucho menos ser en sí mismos su objeto de pensamiento. Pues les aterraría enfrentarse desnudos a un espejo. Reconocer y aceptar lo que en realidad son. De ahí los disfraces, las evasiones, la haraganería, la falta de implicación, de empatía, las tontas miradas desde una altura tan ficticia como inestable. 

          No haber asistido a la escuela, no haber crecido junto a un libro, no exime de hacer algo, cualquier cosa, con las experiencias vividas, a no ser que ciertamente no se haya vivido en absoluto y lo que debiera ser un cúmulo sea únicamente un encefalograma fallido. 

          Los grandes malvados de la especie humana, no tantos y a menudo bajo nombres propios y famosas aureolas, han causado y causan desgracias inenarrables y muertes innumerables de imposible contabilidad. En el fondo no sé si son ellos peores o la legión de tontos, sumisos y cobardes, que les allanan o han allanado el camino. 

          A diferencia de los mamíferos herbívoros, los rebaños humanos eligen con frecuencia y merecen a su pastor, su perro guardián y hasta sus lobos. 

          Con el paso de los años y debido al peso de la experiencia, aquella juvenil exaltación del obrerismo y el campesinado, abonada por las lecturas de Politzer, Bakunin, Kropotkin,  Marx, Engels, Malatesta, Luxemburgo... y todos los rusos que fueron y hasta el chino..., ha ido decayendo hasta la indiferencia. No piedad, porque tal sentimiento depende de un cierto grado de pobreza, del hecho de carecer de lo esencial y sufrir lo indecible sin que ese sufrimiento sea condición absoluta del vivir según la naturaleza. Los niños que no encuentran leche que mamar en los pechos yermos de sus madres, ellos sí despiertan mi compasión; los que son mutilados por el machete o la mina; los que son tragados por un mar de recreo vacacional, y tantos otros semejantes que sería largo citar. El que es obligado a desfilar y desfila, ese no merece ningún respeto. 

          El conflicto de valor que se plantea entre el que soporta su vida y el que no, el que a pesar de todo sigue viviendo y el que se suicida, merece otra consideración. Se necesita más valentía para vivir cuando todo es aciago -dicen unos. Suicidarse entonces -dicen otros- requiere la voluntad más fuerte. ¿Quién es más cobarde, el que se deja vivir sufriendo quizá largamente hasta su final o el que acaba de inmediato? Pero este no es el dilema de la clase obrera que conozco, occidental, civilizada y acomodada. 

          Siempre del lado del más débil y frente al poderoso, aquellas ideas (después de la inmersión en la realidad actual, aquí y ahora) debo ponerlas en cuestión. Tan culpable el pretendido intelectual que con interés calculado elude pronunciarse con claridad, como la falsa víctima que reclama un aumento de salario porque no puede hacer frente al pago de sus deudas: un piso hipotecado, un buen coche en el garaje, televisores en cada habitación y tres hijos menores de diez años con sus recientes móviles y sus juegos de guerra. 

          Pero la realidad es más compleja todavía. Como una Torre de Babel que se construye conforme avanza la historia, piso sobre piso y nivel sobre nivel, separados unos de otros a la vez que unos sustentan a los otros y esos otros son al tiempo sustentados. Sin que nadie entienda a nadie y nadie entienda nada. Sin que las órdenes del Arquitecto lleguen al Capataz y de este al Jefe de Equipo y de este a los obreros. El Monarca y el Sumo Sacerdote contemplan a distancia, desde su palacio y su templo, la imposible construcción. Cuando se ven, se hablan: "Con la Torre todos están entretenidos, todos miran a la Torre y nadie vuelve la vista hacia nosotros; así podemos ejercer nuestro poder verdadero sin oposición ni peligro. " ¡Qué gran idea este diseño, esta obra inacabable, al igual que el Circo, los Dioses y la Muerte! 

          ¿Decepcionado con el mecánico que sigue reparando automóviles ajenos, con el trabajador metalúrgico que agota el acero para incrementar los grandes puentes que poco a poco van recubriendo el Planeta, con el que sigue fabricando armas por encargo de los Señores de la Guerra, con el expendedor de refrescos de cola, los que elaboran plástico, los que alimentan y ordeñan vacas para después sacrificarlas, con tantos y tantos que dicen sí cuando debieran decir no? 

          Luego de una breve conversación con un físico teórico, un pedagogo de la física y aplicado conferenciante, las expectativas son aún más pesimistas. La complejidad no tendría porque implicar parálisis. Pues todo problema de difícil solución requiere esfuerzo, confianza y esperanza. Pero así son las cosas, así el planteamiento resumido en sus consideraciones: una agresión constante y acelerada de la humanidad para con la naturaleza, su hábitat, sus pulmones; la superpoblación imparable a no ser que se recurra a métodos cruelmente expeditivos; el desequilibrio económico, social y cultural que favorece a unos pocos en detrimento de muchos. 

          Y ni hablar de fugas planetarias ni del viaje a las estrellas, cuentos para niños y para adultos fantasiosos y menguados. 

          Si por simplificación interesada, con el pretexto de ilustrar una polémica, citara por ejemplo el caso español, eso que algunos llaman Estado y Patria, cuesta entender las dudas que planean sobre su próximo gobierno. Millones de mujeres menospreciadas por su sexo, por las relaciones de poder y la infame costumbre; millones de jubilados jodidos en sus pensiones y el respeto debido, a los que se les supone edad y sabiduría; millones de jóvenes conscientes de su herencia, un mundo podrido, la mayoría de los cuales -por suerte para los poderosos- aún no ha leído el Diario de la guerra del cerdo; millones de estudiantes y profesores enfrentados a un Ministerio de la Ignorancia; millones de pacientes, enfermos, enfermeros y médicos, sometidos a la lista de espera, el control del tiempo, la camilla en los pasillos y la desesperanza; millones de inmigrantes y desplazados desde la oscuridad en busca de una luz, una oportunidad; etcétera y etcétera. 

          Y a pesar de todo -nótese que aquí ni obreros ni campesinos ni autónomos han sido citados-, el futuro es incierto. Y todo se refiere al dilema de si gobernará, mediante pactos, la izquierda o la derecha. La definiciones de izquierda y derecha son engañabobos, no responden preguntas, no ilustran, no clarifican, de nada sirven y sólo valen como bombas de humo. Derecha y Ultra Derecha, ¿que significa eso, cuál es la diferencia? ¿Y qué decir del Centro? La Naturaleza, el Universo y Dios son una esfera infinita cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna. (A pesar de no entrecomillar, por pereza, la frase anterior no me pertenece. Lean a los clásicos.) 

          El Partido Popular (¿...?) llama populista a Podemos. Los que se venden como moderados se hacen llamar Ciudadanos (ignorando a los rurales). Los independentistas son los creativos de su Agencia de Publicidad: de arriba abajo y de dentro afuera. La burguesía catalana, para desviar el foco de su actividad depredadora, siembra la semilla del Independentismo en tierra de barbecho preparada para la siembra y vendida a los segadores. En tierras lejanas se abren embajadas, y se reclama a gritos en Europa y en el mundo el supremo derecho a ser. Los ladrones pretenden, ante la dificultad del asalto, gestionar y dirigir los bancos. Los menos ponen condiciones a los más. Los oportunistas saltan de anuncio en anuncio. Algunos siguen la vieja norma: que hablen de mí, aunque sea para negarme o condenarme, pero que hablen de mí. 

          Y a todo esto, la fuerza del proletariado se pierde por las alcantarillas del espectáculo programado; mientras la virtualidad de las armas reclama muestra atención y algunos generales sacan brillo a sus viejas medallas. 

          Un demonio inexistente basa su poder en su inexistencia, pero se ríe a carcajadas. Y un dios enloquecido juega con sus muñecos a su juego favorito llamado Caos. 

          No se trata ya de nuevas reglas, nada se descubrirá aquí como innovación clara y afortunada. Sobre lo que ocurre detrás, en la trastienda, se pronunciaron antes otras voces; sobre la voracidad de una sociedad consumida por sus deseos y su hambre, Marcuse ofreció un título profético. Contra dios y los dioses hablaron tantos que es imposible citarlos. 

          Y sin embargo, el astrónomo de Castel Gandolfo -según afirma un grandilocuente predicador mexicano-, donde al parecer se ubica el primer telescopio vaticano y las obras principales de Copérnico, Galileo, Newton y Kepler entre otros, asevera que es tan lícito creer en Dios como en los extraterrestes. 

          Para muchos proletarios actuales, sus ídolos balompédicos son "galácticos", es decir provenientes de la Galaxia. Lo más incoherente y, quizá, lo más triste del asunto es que estos obreros rindan pleitesía a tales ídolos, y crean ciegamente en los extraterrestes  y los fantasmas y, al tiempo, lo ignoren todo acerca del Ángel Profético, aquella figura imaginada por Walter Benjamin que, según cita Sebald en su Historia Natural de la Destrucción, "con los ojos muy abiertos ve una sola catástrofe, que incesantemente acumula escombros sobre escombros y los arroja a sus pies. El ángel quisiera quedarse, despertar a los muertos y unir lo destrozado. Pero desde el Paraíso sopla una tormenta que se ha enredado en sus alas con tanta fuerza que el ángel no puede cerrarlas ya. Esa tormenta lo empuja hacia el futuro, al que da la espalda, mientras el montón de escombros que tiene delante crece hasta el cielo. Esa tormenta es lo que llamamos progreso." 

          Durante siglos la condición necesaria del progreso ha sido, en sus variadas formas, la sumisión de la mayoría por una minoría. Sin el exterminio de sus legítimos habitantes y la esclavitud de los secuestrados y desplazados, sin el sacrificio de indios y negros, ¿cómo se hubiera fundado la Primera Democracia, no por anterior sino por grandeza, del Mundo Libre? Sin un Telón de Acero y una helada Siberia, sin la millonaria cuenta y la fe y el miedo de millones de obreros ¿cómo hubiera surgido la Segunda Potencia? Sin una Larga Marcha, sin la justificación de una clase campesina que diferenciara a un Mao de un Stalin, ¿cómo entender la supremacía actual de aquel Imperio? 

          En alguna ocasión preguntó Brecht quién había construido las Pirámides, si el Faraón o una multitudinaria mano de obra compuesta por creyentes, asalariados y azotados. Cuestión oscura donde las haya. Si una brutal y sometida mano de obra, en tiempos pretéritos, levantó pirámides, templos al sol y murallas chinas, si aquello no fue obra -tal como sostienen algunos trabajadores que conozco- de Dioses o Visitantes, en la actualidad, el equivalente de esa mano de obra ancestral fabrica maquinarias robóticas que, a su vez, producen otras máquinas, circuitos integrados o microchips y hasta cepillos de dientes. 

          La cuestión oscura plantea un nuevo dilema: si hasta ahora la humanidad ha creado sus máquinas, y dado el éxito en los avances y metas alcanzadas, ¿cuándo las máquinas serán capaces y comenzarán a fabricarnos? 

          Para volver a una realidad más cotidiana narraré la siguiente anécdota: al preguntar a un trabajador asalariado, fanático de su equipo, el Real Mallorca, por qué a ese equipo se le llamaba así cuando de once titulares y tres suplentes sólo un jugador era mallorquín, no supo darme una respuesta satisfactoria. Dice este trabajador que votará a Vox, pero confiesa que no conoce su programa ni conoce el significado, no digamos la etimología, de la voz. 

          Si en su momento -en 1844- para Marx la religión pudo ser el opio del pueblo, ¿qué decir a día de hoy de la televisión, Internet, las redes sociales y sus vehículos portátiles? Aquel pensador ha sido negado, "su revolución proletaria" le pasó por encima y lo relegó al olvido. Diré, por experiencia propia, que la mayoría de trabajadores creen en un Mundo sin Historia, que todo empezó cuando ellos nacieron, que Jünger no escribió ni publicó en 1932 El trabajador, y que sus empleadores son sus salvadores. 

          El gran acierto, justificación o suerte de Vox, es funcionar como escusa para todos los que durante años votaron al PP y, al no poder ya mantener un argumento a favor del partido de los ladrones, encuentran una salida, una oportunidad, una aparente dignidad, cambiando la elección de siglas. 

          Sería comprensible que muchos militares, toreros, eclesiásticos, cazadores, tránsfugas, oportunistas, gente de orden y de bien, policías, racistas, misóginos, pistoleros, adorantes de la momia, dragonianos y otras especies votaran a Vox. Pero resulta difícil entender que ese voto lo emitan obreros mileuristas. 

          En realidad, cualquier voto es difícil de entender. Pues ningún político cumple lo que promete. De manera que se votan mentiras y a mentirosos. Yo abogaría mejor por negar mi voto, por no votar a nadie. Y sé que esta proclama caerá en saco roto, pasará sin pena ni gloria, y a pesar de ello siento el impulso de insistir. No hay un político honrado. Una vez se postula uno para tal condición, ya se ha vendido el alma al diablo. Y una vez elegido, cualquiera obedece al diablo en lugar de a sus votantes. 

          El tema central ante cualquier elección (y no me refiero sólo a las elecciones generales, europeas, comunitarias o locales) no es a quién votar sino por qué no somos capaces de votarnos a nosotros mismos, asumir responsabilidades, intervenir en nuestro futuro. 

          Pesimista sin solución, nihilista por ventura, escéptico y cínico, digo lo que digo para escucharme. Ninguna confianza en orejas ajenas. Fama y capital, drogas sutiles, poderes y placeres públicos y privados aguardan a los lobos elegidos por sus corderos. Una sociedad carnívora, dijo Marcuse. Y digo yo que todo este entramado, del que inevitablemente forman parte los que regalan sus plusvalías, se parece mucho a la geometría de los hilos tensados donde Ella pacientemente aguarda a su Víctima, su alimento. 

          En la empresa soy un actor -lo repito aunque ya lo dije- y la comparsa baila y canta a mi alrededor. Si al final del tercer acto me quitara la máscara -estoy seguro- todos huirían despavoridos. ¿Cómo explicar a los unos y a los otros, a los que pretender subir y a los que aceptan ser la escalera que existe otra alternativa, el Óctuple Sendero: recto conocimiento, recto pensamiento, rectas palabras, rectas obras, recta vida, recto esfuerzo, recta consideración y recta meditación.? ¿Cómo explicarlo?

Salvador Alís. 

           

          

          

  

           





lunes, 25 de marzo de 2019

AYTEN ALPMAN / ISTERSEN

COMO SE COMENTA UN TEXTO LITERARIO O NO

COMO SE COMENTA UN TEXTO LITERARIO O NO

En los años en que yo estudié Bachillerato y, más tarde, Historia Contemporánea (dos institutos, una academia y la facultad de Filosofía y Letras), tuve la suerte de contar en cada curso con mi asignatura preferida: Literatura. A los manuales preceptivos no les hice el menor caso, ni los frecuenté ni me sirvieron de nada. Tal era ya entonces mi soberbia y mi desprecio, puesto que esos libros oficiales, elegidos quizá por los Ministerios de Educación en oscura complicidad con las Editoriales, siempre me parecieron demasiado esquemáticos, simplistas, arbitrarios y tendenciosos. Además, llegaban a destiempo, llegaban tarde. Cuando, por ejemplo, le tocó el turno a la Literatura Española del siglo XX, yo ya era un perito en lunas, a la manera de Hernández; y más aún, conocía su vida y su muerte.

Quiero decir con esto que mis lecturas anticipadas, mis fuentes, sobrepasaban sin duda las expectativas de cualquier rígido profesor. De aquellos profesores sin libertad, sin criterio propio y sin osadía, no guardo malos recuerdos. Representaban el papel por el que habían sido contratados y debían sujetarse a un plan de estudios que primaba lo memorístico sobre la imaginación y la crítica personal. De manera que la opinión libre era sistemáticamente negada. O pretendía, con más o menos éxito, ser negada. A pesar de todo, existía una especie de asignatura dentro de la asignatura, el así llamado Comentario de Textos, que ofrecía la posibilidad de cierta improvisación.

De repente un día, el profesor o la profesora de Literatura citaban un poema, un cuento, una novela o, en raras ocasiones, un fragmento de ensayo, un artículo de prensa, y pedían a los alumnos, bajo estrictas reglas, una disección, un análisis en extensión y profundidad, aunque ignorando desde luego cualquier tentación de subjetividad. El estudio de ese texto tenía que ser objetivamente frío, minucioso, ajustado a un esquema previo, es decir científico. Presentación del autor, sinopsis o resumen de la obra, contexto temporal y cultural, género, persona que narra (primera, segunda o tercera), versificación, adjetivación, figuras literarias, tropos, metáforas, significación, influencias recibidas e influencias producidas, impacto social, recorrido histórico, etcétera. Y a pesar de semejante reglamentación, o tal vez por ella misma, para sorpresa, disgusto o alegría del profesor, no resultaba difícil colar entre líneas otras líneas, enhebrar con el comentario esperado ciertas conexiones inesperadas, mezclar a Juan Ramón con Esopo o a Machado con Heráclito.

La gran fiesta aconteció con los estudios superiores, cuando en las clases de mi segunda (o a estas alturas ya primera) asignatura favorita, Filosofía, tuve que comentar textos más herméticos: a un fragmento sobre el superhombre de Nietzsche lo mezcle no sólo con Stirner sino también con Superman, el héroe de Action Comics creado por Siegel y Shuster. Confesaré que nunca he leído El Único y su propiedad; sin embargo, a comienzos de 1975, ya había subrayado el ensayo de Carlos Diaz de portada blanca y amarilla, Por y contra Stirner. Y de Nietzsche sabía lo suficiente para tomarme a broma la petición.

De un breve poema, por ejemplo de Un aviador prevé su muerte de Yeats, se obtuvo de mí un extenso comentario. De una larga novela, Los desnudos y los muertos de Mailer, apenas unas páginas. Lo descriptivo me interesa menos que lo sugerido. Si hoy tuviera que comentar alguno de los geniales aforismos de Canetti (no todos lo fueron) me perdería, sin duda y según mi costumbre, en infinitas divagaciones. Y por ese equilibrio y esa ley, según mis principios y mi arrogancia, me niego a comentar tantos textos mediocres que la actualidad multiplica en discursos vacíos que, por otra parte, nada tienen que ver con El discurso vacío de Levrero.

Como avezado comentador de textos, diré que las frases escritas por -o para- la mayoría de los personajes públicos que pretenden e insisten en decir "algo" por medio de la fácil inmediatez de un teclado táctil (ni papel en blanco ni tinta en el tintero), son ladrillos de estupidez, que se colocan uno sobre otro para intentar levantar la casa del tercer cerdito, aquella casa que el soplido del lobo no pueda tumbar. Ingenuos en el mejor de los casos y, por desgracia para ellos, idiotas sin solución, ignoran que cualquier tanque físico o ideológico puede pasarles por encima, que cualquier caza puede sumirles en un cráter, que cualquier bala perdida les puede reventar la mano, que el verdadero poder no se contiene en un tuit ni es contenido ni se contenta en esa invención limitada a 140? caracteres, esos trinos sin ritmo y sin melodía.

Zarandeados por un oleaje que produce, cuanto menos, un mareo para el que no se han preparado, un pánico esencial y vergonzante, un desequilibrio culpable, personajes principales tratan inútilmente de emular la belleza del canto de las aves. Yo he tenido sobre mi mano abierta pajaritos asustados que vencían su miedo ante una miga de pan, que vencían ese miedo mediante prevención, alerta sus seis sentidos sumados a una confianza calculada. En el acto de vencer sus temores se olvidaban de piar, se concentraban en su acción y en el reclamo, esa superficie a medio camino entre el suelo y el cielo.

Un tuit no es una greguería. Goméz de la Serna murió antes de la invención. Si Voltaire o Napoleón hubieran tenido acceso a Internet, ¿qué hubieran dicho? Sé, o creo saber, lo que dijo Max Stirner, una lectura pendiente, una deuda que saldar. Mis profesores de literatura y filosofía deberían agradecer los Comentarios, por introducir en sus postales en blanco y negro águilas capaces de sobrevolar sus miserias. Celia y Navarro se salvan de esta consideración, por su belleza, por su carisma, por su claridad y su confusión, por su perfume, por su alcoholismo, por su magisterio. No todos los que pretendieron hacer valer sus enseñanzas fueron monigotes al servicio de un sistema huero. Celia enseñaba (y aprendía) literatura en francés; y enseñaba francés mediante audiciones de Brassens, Brel, Hardy y Ferré. Navarro hablaba de Kant como de un amigo, y fue el primero -entre güisquis y ducados- que se atrevió a citar a Artaud, a Bataille y a Michaux. Sin tuits y sin ambigüedades. Bajo el humo de interminables cigarrillos, Artaud el loco, Bataille el erotómano y Michaux el iluminado.

Un 20 de noviembre de 1975, cuando acudí a la Academia sin haber pegado ojo, entretenido con mi cuaderno de escritura y un disco de vinilo de Paco Ibañez, nada más aparcar la motocicleta, Tatiana me invitó a un café. Poco después, Tatiana murió, ardió sola sobre un colchón tras una fatídica noche a la que no fui invitado. Celia dijo que el dictador había muerto. A esas horas y tras la noticia, Navarro estaba tan borracho que regalaba aforismos en voz alta. Literatura y Filosofía.

Trato de imaginar, y no lo consigo, qué hubiera dicho Bernhard si antes de cumplir los 20 años supiera que una tumba insondable, bajo una cruz gamada de 150 metros de altura, albergaría en Berlín la momia del Führer. El mismo Bernhard que, presintiendo la muerte en Mallorca, anticipaba el asesinato selectivo de alemanes de la tercera edad, mientras sujetaba por la base su copa de vino y se retiraba a su habitación en un hotel del Paseo Marítimo, o visitaba el cementerio de Palma, o se abismaba en el abismo de Formentor. Y en una de sus tardes perdidas olvidaba esta servilleta manuscrita que yo encontré. El apunte (jamás un tuit) no puede ser más claro: "el muerto al hoyo y el vivo al bollo".

Cualquier comentario de texto que no incluya y comprenda la ironía es un comentario fallido. No lo son los fragmentos del Arte de la prudencia, pues al menos Schopenhauer tradujo a Gracián. De todos los citados me abstendré de comentar otra cosa que la meritoria hazaña de ser leídos. Lecturas diversas sirven para condenar o reverenciar. Y sobre la lectura y la condena, incluso sobre la adoración fanática, un análisis pormenorizado llegaría siempre a la misma conclusión: ¿dónde y cuándo y por qué?


Salvador Alís.













sábado, 23 de marzo de 2019

AYTEN ALPMAN / SEN BENIN SARKILARIMSIN

UNA FÁBULA SIN MORALEJA

UNA FÁBULA SIN MORALEJA

En un lugar desconocido y en un tiempo indeterminado, en el centro de un fértil valle atravesado por un río, sobre una colina verde y suave, se levanta un templo con su campanario y sus campanas. Diseminadas por el valle y el río, sin orden ni concierto, se ven variadas construcciones de piedra, barro y paja, casas y establos, almacenes, muelles, barcas. El templo no contiene una sola imagen, un cuadro, una estatua, una cruz. En su interior no hay asientos; el presbiterio es un espacio vacío. Pero al fondo, en el ábside, donde debiera situarse el altar, comienza una estrecha escalera de caracol que conduce al campanario. Cada día, por un motivo u otro, suenan las campanas, aunque nadie en el valle sabe quién las toca. Cuando las campanas suenan emiten mensajes: alertan de un peligro, una invasión, un posible bombardeo de aviones hostiles; anuncian un nacimiento, un compromiso, una muerte; llaman a la población para sofocar un incendio, descargar un barco de provisiones, iniciar la vendimia; ponen en guardia por una tormenta, una epidemia, un vendaval; señalan que comienza la primavera o el invierno, que nevará ese día o florecerán los almendros; piden oraciones y ayunos, invitan a fiestas y celebraciones. En esa aldea en el valle no se conocen los relojes, de manera que la única forma de controlar el paso del tiempo la ofrece el campanero. Pero al campanero nadie lo conoce ni lo ha visto jamás. A los habitantes del valle los separa el río en dos mitades; el templo y su campanario en un lugar central, privilegiado, y en un extremo del valle, donde el río se abisma entre las montañas: la Posada Turca. Ahí se explayan los marineros, algún ciego, algún sordo, algún poeta, los desclasados, los borrachos, los atacados por la fiebre de la sensualidad. Un reducido y selecto harén, que a ningún sultán pertenece, atiende las demandas de los clientes. Ese harén no es tan sólo femenino. La propiedad del burdel es anónima. Quienes frecuentan su nave central, sus capillas y confesionarios, escuchan el saz, el riq, el ney, el qanun y otros instrumentos de cuerda y viento. Esa música y el vino tinto, el yakut o rubí, se impone a las campanas. A un lado del río, los caballos domados y los perros; al otro lado, los caballos salvajes y los gatos. En el río los peces y las ranas. Y en los márgenes del río los ciervos y los conejos. Nada significa para la mayoría de estos animales que suene una campana, tampoco las luces brillantes en la noche de la posada ni su música melancólica. Los caballos duermen sobre sus cuatro patas, los perros ladran cuando resplandece la luna llena, los conejos juegan al escondite en sus madrigueras, los ciervos renuevan su cornamenta en el bajo bosque que delimita el valle y las montañas, los peces y las ranas viven en otra realidad, y algún gato curioso, harto de la insistente llamada de las campanas, se acerca a la posada con la intención de conocer y comprender a los hombres que la visitan y a las mujeres que abren sus puertas.

Salvador Alís.


jueves, 21 de marzo de 2019

ORSON WELLES / I KNOW WHAT IT IS TO BE YOUNG

LAS ARMAS LAS CARGA EL DIABLO

LAS ARMAS LAS CARGA EL DIABLO

"Las armas las carga el diablo y las urnas si está de humor.
Si le anda la lapicera le agrega un verso a la Constitución." 

"Las armas las carga el diablo y las descarga algún oficial. 
Si le anda la lapicera le agrega al Diario el titular." 

Los Espíritus. Agua Ardiente. 2017. 

   
Dicen los politólogos que el voto en nuestros días es volátil, que muchos votantes no deciden hasta el último momento. Lo que equivale a decir que no actúan movidos por su convicción sino por su convencimiento; no por ideas propias, meditadas, ya asentadas e inamovibles, sino porque han sido convenientemente aleccionados y han caído bajo el influjo de cierta sugestión.

Las campañas electorales son sesiones multitudinarias de hipnotismo. Varios magos van saliendo por turno al escenario compitiendo entre ellos para captar la atención del público. Mediante todo tipo de artimañas, declaraciones, entrevistas, ruedas de prensa, manifestaciones, mítines, eslóganes, mensajes variopintos en las redes sociales, fotografías, carteles, decretos ley y anticipos de otras leyes, mentiras, proclamas y apariciones fulgurantes preferentemente en televisión..., los políticos magos pretenden encantar a la audiencia. Y por si esto no fuera suficiente, se ayudan de muñecos a través de los cuales ejercitan su capacidad de ventriloquia para multiplicar y expandir su discurso.

Que los políticos son farsantes y oportunistas lo demuestra el hecho de que a esta hora en que escribo (las cuatro de la mañana), en esta España Una Grande y Libre, ellos duermen mientras yo contemplo una Luna aumentada en tamaño y brillo. Ningún político que se precie se deja llevar por un impulso semejante. El estricto horario, las vitaminas, el impecable traje, la lectura del resumen de prensa, el texto por encargo, la publicidad pagada...; de un lado a otro y todo medido y cronometrado.

Que la política es cada vez más un espectáculo lo demuestra el hecho de los fichajes anunciados a bombo y platillo: una marquesa, un vicepresidente farmacéutico, un predicador, un periodista, un seleccionador de baloncesto, un coronel, un general, un legionario... Todo vale siempre que sea mediático y encandile a los espectadores. Pasa lo que pasa porque la fe vuelve a ser una epidemia. Sólo a los ya predispuestos a creer se les aparece la Virgen, o contemplan un lunes por la tarde un ovni entre las nubes, o adoran como dioses a un cristiano o a un messi. La credulidad consigue curar enfermedades imaginarias, obra milagros.

Puestos a fichar estrellas, y habiendo ya fichado a mediocres escritores y astronautas, ¿por qué todavía a ningún responsable político se le ha pasado por la cabeza fichar para su partido a un clérigo, mejor prior, abad, obispo, arzobispo o cardenal? Siendo España, como dicen que es, tan católica, ese fichaje sin duda atraería a tantos votantes como comulgantes, un éxito total.

Mientras los noticieros informan de dos atentados terroristas, uno en Utrecht (Holanda) y otro en Christchurch (Nueva Zelanda), el toro hispánico Abascal propone el derecho a la libre compra y venta de armas en España, para que los ciudadanos de bien puedan defenderse de sus enemigos, sin especificar cuáles puedan ser estos ni bajo qué condiciones de ataque sería necesaria la defensa.

No puedo estar más de acuerdo. Pues ya desde mi tierna infancia me fascinaba John Wayne, aquel lejano Oeste, esos indios terribles, el chupito de güisqui y la fanfarronería del más rápido. Obras maestras como La diligencia, El hombre que mató a Liberty Valance, El Álamo, Río Rojo, Río Bravo o Centauros del desierto, me convencieron de por vida que mejor morir de pie que vivir de rodillas.

Dicen de este mago, al que no le sienta bien la corbata, que prefiere defender sus trucos con una pistola en el cinto. Si algún escéptico no se deja subyugar por la magia, quizá afirme con la cabeza cuando sienta contra su sien el contacto de esa varita mágica.

Mi voto también es volátil. Dependerá del vino y la ocasión. Para celebrar las próximas elecciones (un ejercicio de cinismo como no hay otro), para celebrar el triunfo de los embaucadores, quizá me compre una botella de Kalamity 2015 (vean su etiqueta y comprenderán por qué).

La propuesta de los tres mosqueteros (al servicio de su Rey y su Reino), Abascal, Ortega Smith y Espinosa de los Monteros, me convence por su pasión y, sobre todo, por su utilidad. Si puedo portar libremente y con derecho una pistola ¡cuantos problemas cotidianos resolveré! Al vecino que saca la basura al rellano de la escalera, le pego un tiro y se acabó. Al turista que coloca su maleta sobre un asiento en el autobús, le pego y tiro y se acabó. Al camarero que me sirve un vino blanco pasado de vueltas y de años, le pego un tiro y se acabó. Al yonki que me exige un cigarrillo como si le debiera algo, le pego un tiro y se acabó. Al ciclista sin luces o al idiota del patinete eléctrico que me intentan atropellar en mis paseos, les pego un tiro y se acabó. Al empresario que se niega a firmar un Convenio para no asumir un incremento salarial del 2%, después de tres años de beneficios, se le pega un tiro y se acabó. Al banquero que mete en sus bolsillos los intereses prometidos, igual un tiro y se acabó. Y para el que tose, para el que no usa cinturón y se le caen los pantalones, para el que usa capucha y el que se atiborra de hamburguesas, un tiro y se acabó.

Por mis manos han pasado cinco armas de fuego. La primera a los 17, cuando un pariente me invitó a dispararla una mañana de domingo a dos kilómetros del Puente Natural. La segunda a los 20, en el asiento trasero de un coche que, aparcado en una gasolinera, no pretendía repostar. La tercera a los 24, en una discoteca de Chiva y en un Club de alterne de Requena. La cuarta a los 25, porque alguien que pretendía huir a Portugal, después del fallido golpe de Estado, me pidió que se la guardara escondiéndola bajo una teja de mi tejado. De la quinta no diré nada por el momento. Mi salvaguarda.

No sé a cuento de qué vuelvo a pensar ahora en aquellos versos de la Canción del jinete de Lorca: "Aunque sepa los caminos / yo nunca llegaré a Córdoba".

¿Algún poeta ha sido alguna vez político? ¿Algún filósofo? ¿Algún pintor? Y no vale mencionar a Hitler por sus acuarelas o sus proclamas.

Casado, según la luz, se parece el biznieto de Drácula. Rivera, según Espinosa de los Monteros, es un izquierdista aseado. Iglesias toma aliento para volver y negar que él también fue partidario del armamento. A Sánchez se le perdona todo menos su altura. Entre tanto, un coro de mujeres menospreciadas alza la voz para reivindicar su derecho a no ser simplemente ayudantes de magos sino magas de primera línea. Y encantan porque encantan, porque insisten en que su juventud y su belleza no tienen nada que ver con sus ideas. De acuerdo, pero entonces ¿cuáles son sus ideas?

Una gran luna llena desciende bajo el horizonte urbano, a las 6:39 de la mañana. A esta hora seguro que los políticos y las magas, los magos y las políticas, se han duchado y vestido y van todos y todas lanzados y lanzadas hacia su destino triunfal.

Se podrá entender o no entender que uno eche de menos otras voces femeninas: quizá Aleksandra Kolontái, o Anna Ajmátova, Hannah Arendt, María Zambrano... La tentación de incluir aquí un poema dedicado a las magas que pretenden, desde ambos extremos del escenario, encandilar a los presentes, es inevitable. De Hannah Arendt, sin título:

"Paso los días desorientada.
Pronuncio palabras sin peso. 
Vivo en una oscuridad sin visión. 
Carezco de timón en la vida. 
Sobe mí se cierne monstruoso 
como un nuevo pájaro enorme y negro 
el rostro de la noche." 

¿Alguien puede imaginar a una Montero o una Arrimadas confrontadas con una Pizarnik o una Szymborska; a un Abascal con un Primo Levi o un Kertész; a un Iglesias frente a la brutalidad de Parménides ("Lo mismo es pensar y ser.", "La guerra es el arte de destruir a los hombres; la política, el arte de engañarlos.", "La razón acabará por tener razón.").

Un día luminoso, otro amanecer que se impone como vida y espectáculo. Preferiría no hacer uso de un arma por derecho. Preferiría no votar.

Los magos desvían la atención de los espectadores con lazos amarillos, banderines tricolores y palabrería sin complejos. Adulan al crédulo para encantarlo. Antes que usar la pistola, acabaré mi copa y mi penúltimo cigarrillo. La pereza que siento ante el uso de las armas se compensa con la expectativa de leer a Zizek para no entenderlo.

En realidad todo es más fácil. Sólo hay que hallar las palabras justas para expresarlo. ¿Qué mueve a los sicarios, a los que cobran por mantener en lo alto al que carga las armas? ¿Qué hace que tantos aplaudan esta tragicomedia donde los actores secundarios se suicidan tras un telón pintado con los colores de un falso amanecer?

En cuanto a mí, los ojos abiertos y completamente escéptico ante la política y la magia, me llena de luz la luz de un nuevo día, a las 8:23 de una seca mañana de primavera donde nada es lo que parece y la pretensión de no publicar no se cumple (pues toda verdad personal debe valerse por sí misma).

Salvador Alís. 











domingo, 17 de marzo de 2019

EFECTOS DEL CAMBIO CLIMÁTICO EN LA MENTE HUMANA

EFECTOS DEL CAMBIO CLIMÁTICO EN LA MENTE HUMANA 

Para J. C.


     Cito de memoria, pero alguna vez escribí algo parecido a lo que sigue: "Tensar el arco y disparar la flecha. Y tener tiempo aún de ser la diana." Las imágenes que esas palabras pretendían iluminar tienen que ver con las ideas de velocidad y fatalidad. Un arquero capaz de adelantarse a su propia flecha y colocarse ante ella al final de su trayecto. Ambos conceptos, además, son condición y consecuencia de la aparente legitimidad de la aspiración humana hacia el progreso. Todo lo deseable se ha de conseguir cuanto antes, por más que esa consecución nos resulte dañina. 

     Según el poeta persa Jalal-Uddin Ru-mi, citado por Borges y maestro, tal vez, de Schopenhauer, el hombre es al mismo tiempo "el que tiende la red" y "el pájaro", "la imagen" y "el espejo", "el grito y el eco". Otra forma de decir que cada uno es responsable de sus actos. Y que los actos de cada uno revierten siempre sobre el actor. 

     Schopenhauer, según Borges, va un paso más allá al sustentar que esa ley recíproca se cumple inexorablemente: "Uno son el torturador y el torturado. El torturador se equivoca, porque cree no participar en el sufrimiento; el torturado se equivoca, porque cree no participar en la culpa". 

     Incurre en un grave error quien desprecia, por carencia de responsabilidad, una cierta visión de futuro, cuando su pensamiento reducido reduce lo general a lo particular, el amplio mundo a su ámbito privado, y todos los bosques y las selvas a su pequeño jardín. 

     Este minuto tuyo no es el Tiempo. Este lugar concreto cuya posesión reclamas no es el Mundo. Sólo un loco encendería un fuego incontrolable en su casa; sólo un loco se atrevería a envenenar su depósito de agua; sólo un loco acumularía en su vivienda basuras hasta la putrefacción. 

     Se pretende un espacio personal inmaculado, pasando por alto que todo espacio personal forma parte y depende de un conjunto de espacios, de una totalidad condicionada por leyes matemáticas, físicas, biológicas, históricas y temporales. 

     Sólo alguien desquiciado colocaría bombas de relojería en los pilares y cimientos de su casa. Pero esto es lo que tan a menudo se hace con la casa de todos, la Casa-Tierra que nadie ha comprado ni pagado, que nos ha sido cedida, aunque no gratuitamente, a cambio de su mantenimiento, de su cuidado. Con tal de prosperar en sótanos blindados, muchos olvidan lo que sucede en la superficie, al aire libre, a cielo abierto. 

     Los pájaros enloquecen o son enloquecidos; los delfines se suicidan; desaparecen las abejas; una ballena se traga a un hombre y luego lo escupe; los rinocerontes son aniquilados por sus cuernos y los tigres por sus penes; las mariposas diurnas vuelan en la noche por temor a quemarse las alas. 

     Los viejos idiotas que gobiernan el Mundo, sabedores de que su goce es limitado, se afanan en acabar sus tumbas piramidales y llenarlas de un oro inútil que para nada ha de servir. 

     Hace años, con los primeros atisbos de la tragedia, sabios y científicos de toda índole, iniciaron una alerta mundial que, hasta el momento, ha sido negada, aturdida, contraatacada con el interés de argumentos interesados. 

     Parece que anteayer, es decir ahora mismo, miles o millones de personas más jóvenes han comenzado a moverse, como si de repente todos hubieran leído El queso y los gusanos, o porque tal vez el laborioso y constante discurso de unos pocos, esa semilla laboriosamente plantada, ha comenzado a florecer. 

     Hace ya tantos años que imaginé el Mundo como una enorme naranja enmohecida por la humanidad. No me alegra el hecho de saber que yo profeticé tal cosa. Ninguna satisfacción por acertar en una apuesta perdida. 

     Como soy un maniático obsesivo y me entretengo con temas marginales y raros, hace una semana que llevo calculando el tiempo que me queda por vivir. Así he llegado a la conclusión de que, probablemente, moriré dentro de 6.387 días. Una minucia en el seno del tiempo cósmico e incluso el terrenal. Pero sucede que tengo una hija y una nieta, y amigos más jóvenes y amores que no deben morir todavía. 

     ¿Se les puede pedir a esos monigotes poderosos, merecedores de ser quemados en una falla, un ápice de conciencia, una mínima voluntad de implicación? ¿Se puede razonar con el presidente acomplejado bajo su peluca ardiente? ¿Se puede negociar con el caballero que, para masturbarse, necesita tanto su dosis de viagra como el recuerdo de una modelo muerta? ¿Se puede siquiera mencionar el tema ante el espía-emperador? ¿Pedir explicaciones bajo la pagoda? Y la grande y libre Europa ¿qué tiene que decir al respecto? 

     Paradójicamente, si tal como intuyó Jalal-Uddin Ru-mi, el piloto hubiera sido el avión, quizá los Boeing 737 Max no se hubieran estrellado causando tantas muertes gratuitas y, lo que es peor, la angustia insoportable de esos minutos de caída y de infierno mental. 

     Los pilotos, en su pánico, intentaron no ser los arqueros ni las dianas. Pero otros diseñaron el escenario y la guerra. El progreso y la técnica sin moral ni medida, cuando únicamente el beneficio importa, crean semejantes sistemas atroces. 

     ¿Cómo puede luchar un hombre común contra una inteligencia artificial? ¿Y qué actitud tomar ante una inteligencia planetaria? Posiblemente fuera Stanislav Lem el primero en imaginar un planeta vivo, representado en un océano esférico y enorme, bajo cuya influencia un astronauta sufría todas las alucinaciones del amor y de la muerte. 

     El protagonista de Solaris se pregunta en las páginas finales: "¿Resignarse entonces a la idea de ser un reloj que mide el transcurso del tiempo, ya descompuesto, ya reparado, y cuyo mecanismo tan pronto como el constructor lo pone en marcha, engendra desesperación y amor?" 

     Ninguna confianza me inspiran los que pertenecen a gremios y sociedades, los que siendo insectos maléficos (los que arrasan cosechas) o menos que insectos, células alteradas, bacterias y virus oportunistas y, en resumen, parásitos de toda índole, viven a expensas de la vida. 

     Si hoy tuviera la tercera parte de la edad que tengo, si mi futuro estuviera en juego sobre una mesa de apuestas con las cartas marcadas para siempre favorecer a quienes controlan la mesa, no hay duda que pondría sobre el tapete un argumento incuestionable. 

     Que todavía no habiendo transcurrido un siglo, después de la terrible alucinación colectiva y el paroxismo de la Segunda Guerra, tengamos que soportar no ya un genocidio sino una aniquilación que se pretende ingenua, casual, no programada, de la Tierra en su conjunto, debería disparar todas las emociones y todos los pensamientos. 

     Un pensamiento que se dispara debe llegar lejos, hasta las últimas consecuencias, hasta los máximos responsables. ¿Cuesta mucho imaginar el poder efectivo detentado por aquellos a quienes hoy se les niega un futuro? 

     Un mundo no gobernado por viejos preocupados tan sólo por satisfacer los caprichos de sus pollas viejas. Un mundo donde esos miles o millones de jóvenes que hoy o ayer se manifiestan, y ojalá que insistan mañana en sus pretensiones, tomen el control de sus vidas y sean capaces de diseñar un mapa distinto para llegar a otro lugar. 

     Mi cerebro está blindado por la experiencia. No me afectan las mentiras, no me conmueven las ilusiones programadas: ningún agujero negro nos lanzará como si nada a otro paraíso. La humanidad no encontrará su redención en otro mundo. 

     Si no somos capaces de salvar de una ruina previsible nuestra esencia, ¿cómo pretender salvarnos de un invierno que desaparece, de una lluvia que no fluye, de un diluvio que se presenta de forma inesperada, del desierto que no pide permiso, del ciclón enfurecido, del trastorno y las altas temperaturas que inciden en los cuerpos y las almas? 

     Se puede matar a un elefante a traición y con ventaja, disparando desde una distancia segura para el asesino. Si el disparo no acierta en el punto exacto, cosa que viene sucediendo por la torpeza sistemática de los cazadores, el elefante puede defenderse y contraatacar, según su naturaleza, con terribles consecuencias para quienes lo acosan. 

     Así la Tierra, como el sensible y sabio elefante, se ha de defender. Pero sobre ese enfrentamiento soy pesimista. El elefante morirá sin duda. Y no obstante me queda el consuelo de otras ideas: belleza y juventud, tiempo presente y futuro, semilla que se abre en condiciones adversas. 

     Sobre el cambio climático debemos pensar sin dilación. Y, a la vez, pensar cómo ese cambio nos afecta. Burt Lancaster nadaba de piscina en piscina, desde el sol a la tormenta. La película de Pollack planteaba un dilema de difícil resolución. 

     Cuando abro las ventanas y miro al cielo veo una luna duplicada. Y por más que me esfuerzo no consigo fijar la vista en mi objetivo. Quiero decir lo que digo, pero no sé si lo que digo es lo que quiero decir. Por suerte Séneca resuelve todas las dudas: "La Tierra tiene naturaleza esponjosa y está llena de huecos, por los cuales circula el aire, y cuando ha entrado más del que puede salir, este aire encerrado la agita." 

     A todo discurso incomprensible le corresponde una música tal. Que a una locura se oponga otra locura no debería sorprender. 


     Salvador Alís.

     


     



          

jueves, 14 de marzo de 2019

GEORGE HARRISON / MY SWEET LORD

IMPOTENTE, MALVADO E INEXISTENTE

IMPOTENTE, MALVADO E INEXISTENTE

Tal vez fuera Jorge Luis Borges quien dictó esta cita 
y Alicia Jurado la escribiente.
Tal vez Alicia sugirió la fuente a Borges.
Pero sin duda el ciego pudo anticipar el tema 
e indicar el camino de la sugerencia.
La redacción no es de Borges sino de Alicia,
pues según el prólogo no titulado
de eso no cabe la menor duda.
Sea como sea, el nombre del autor ocupa
un tercio de la portada, mientras a ella se la menciona
en pequeñas minúsculas como colaboradora.

Según Borges, según Alicia:
"Lactancio, según Voltaire, atribuye a Epicuro
el siguiente argumento: <<Si Dios quiere suprimir el mal
y no puede hacerlo, es impotente;
si puede y no quiere, es malvado;
si ni quiere ni puede, es a la vez malvado e impotente;
si quiere y puede ¿cómo explicar la presencia
del mal en este mundo?>>."

Otros libros esperan ser escritos por el malvado,
otras portadas donde ella
ocupe el tercio superior de la portada.
Un perro ladra en la noche a la oscuridad y al silencio.
Si nada se muestra ni se expresa ni levanta la voz,
en realidad el perro se ladra a sí mismo.

Este libro guardado se compone de errores
y negaciones, páginas que pretenden suprimir el mal
y no lo consiguen. Según otra Alicia ante otro espejo,
¿a qué espera Dios para suprimir al opresor
y al pretendido poderoso, al que se vale del látigo
y la forma, al que se vale de la ley inventada
y de la ficticia norma que pretende ser ley?

Del tirachinas imaginado en la infancia
no diré que me sienta orgulloso,
esa "y" griega de rama de limonero, esas tiras de goma
provenientes de una vieja rueda de bicicleta,
esos guijarros de granito... Mas el impulso, la tensión y
el objetivo me pertenecen.

Así ocurre con las palabras cuando persiguen
la muerte de lo que señalan.
No es posible describir esta música con palabras.
El pasado no admite rectificaciones.
Tu Dios es un símbolo mal construido,
una torre de arena habitada por termitas.

Cuando pienso en Borges pienso en su laberinto,
pero su laberinto no es el mío. Un perro mezclado
corre en la noche, según su destino.
Y un gato negro, más grande que Borges y
más grande que Alicia, más grande que la música,
que la noche, que el libro y más grande que yo mismo
-el que piensa, el que duda y el que escribe-,
más grande incluso que Dios, salta desde su gran altura
y cae sobre sus cuatro patas sin daño y sin emoción.

Esa es la naturaleza del gato. ¿La de un Dios?
Mi naturaleza es errar y rectificar, vivir y acabar,
decir y negar. No es posible
traducir esta música, escribir con palabras su fe.
Si su visión es infinita y eterna,
la mía se termina aquí y ahora: forjaré mi espada
contra tus tentaciones y tus mentiras.
No eres mi Dios ni yo soy tu laberinto.

Salvador Alís.






jueves, 7 de marzo de 2019

SEZEN AKSU / HERKES YARALI

TODOS HERIDOS

TODOS HERIDOS

Cuando te sientes tan profundo No crees que lo sientas de nuevo. Qué terquedad Duele desde el mismo lugar. ¿Cuál es la idea de la idea? Sabes que pasa el tiempo pero qué beneficios. Todos heridos de la cabeza a los pies. Regla no convencional. ¿Cuánta sangre puedes seguir sangrando? Lo que viene de lo que está pasando. Amo el resto del amor. Fui al agua y fui a mi última mentira. El libro más inexperto. Si no vivo, sálvame.

(Traducción automática mediante diccionario turco - español en google de la letra de la canción de Sezen Aksu: Herkes yarali).

LEÓN

LEÓN

¿Por qué vuelves ahora, León, después de tantos años,
desde una tumba desconocida?
¿Por qué vuelves desde otra isla, en otro sueño,
a todas horas, día y noche, noche y día,
con la intensidad del símbolo y de la culpa?
¿Por que vienes a mí como un ladrido urgente,
alegre en tu carrera y ciego en el camino?
¿Por qué subes sin detenerte hasta mi montaña, sin detenerte
hasta mi cielo, sin poner freno ante nuestro mar?
¿Acaso pretendes que nos una el recuerdo como destino?
¿Y qué mensaje traes entre tus dientes y tu lengua?

Naciste en Ibiza en los anuncios de un periódico,
una mañana de abril de 1984, junto a cuatro hermanos,
pastores alemanes todos menos tú,
color canela y ojos azules y distintos.
Por esa diferencia fuiste elegido y adoptado.
Sin collar y sin correa, libre como solo un cachorro
puede ser libre, adelante y atrás y entre mis pasos, creciste
para ser digno de tu nombre.

Aún sonrío al evocar aquellas mañanas y tus regalos,
cuando en la noche saqueabas las casas colindantes,
la ropa tendida, objetos olvidados.
Con el amanecer de cada día me ofrecías un presente:
zapatillas mordidas, camisas rotas, libros sin portada.
Y aguardabas expectante mi reconocimiento,
mi afirmación y mis caricias.

Aún se escapa una lágrima al recordar tus lamentos,
cuando otro perro más fiero, en una absurda pelea,
te clavó los colmillos en los testículos,
tu asombro y mis cuidados.

Ella también te quería, no puedo negarlo, pero menos.
Y supongo que su amor por ti fue semejante
al amor que por mí sentía. Dijo que todo tiene un final.
Me lo dijo a mí una tarde de septiembre,
después de una tormenta. Y tú la escuchaste sin entender.
Me seguiste hasta la higuera, León, preocupado y fiel.
Y creo que tu mirada tuvo mucho que ver
con que yo desistiera.

Tres gatos fueron adorados por ti. Ya no sé cómo ni por qué
llegaron el negro y el atigrado.
Pero a Orgulloso lo recuerdo bien: lo rescaté
entre las ruedas de un coche, en Sant Josep de sa Talaia,
frente a una iglesia blanca que más tarde pinté.
Al acabar el verano, el negro y el atigrado
viajaron en barco, un tiempo con nosotros y otro tiempo
con ella hasta morir.

Me duele no recordar qué fue de Orgulloso,
y sólo impedir una de sus siete muertes.
Pero él no vuelve ahora como tú, después de tantos años,
para correr tras de mí cuando ya me voy.
Él no vuelve, León. Él agotó sus vidas y descansa.
¿Acaso tú no puedes descansar?

Es cierto que te abandoné, que fui abandonado,
que cambié una isla por otra.
Y tal vez equivocado, pensé que no fuera buena idea
compartir tu suerte con mi suerte,
que más valía tu libertad que mi amor empozoñado,
tu campo vibrante y multicolor antes que mi jaula,
una ciudad cuyas reglas no entenderías en el invierno.

¿Por qué vuelves ahora, León, después de tantos años,
desde una tumba desconocida?
Tu huesos mezclados con esa tierra, en algún lugar
junto a los caminos que, siendo tan jóvenes,
corrimos juntos, subiendo montañas, rozando el cielo,
sin que ningún mar ni espejo nos detuviera.

¿Quizá vienes a mi memoria para decirme que todo
lo que fue vida es inmortal? ¿Y que por tanto yo
también puedo serlo?

Pastor alemán nacido en Ibiza a comienzos de 1984,
elegido, adoptado y nombrado León.
Color canela y ojos azules. Sin collar y sin correa.

Tú y yo somos felices en mis sueños.
Espero que en los tuyos la luna no caiga sobre la tierra,
los pinos no ardan con su potente resina en la noche,
que alguien te haya querido como te quise.

Impulsado por tu presencia, busco entre miles
de fotografías una huella de ti. En aquellos tiempos
de tu vida no era fácil obtener imágenes.
Quedan menos de diez, y de calidad dudosa.
Nada que ver con tu presencia en mis sueños actuales.

Llegas para decirme que el pasado no se destruye
ni se borra, que no es cierto que un presente infinito
anule permanentemente el ayer y el mañana.
Y puesto que, soñando y viviendo, aún corremos juntos,
acaricio tu cabeza mientras tú lames mi cara,
y creo lo que dices. Y vuelvo atrás.
Y nunca te abandono.

Salvador Alís.