CUATRO CORAZONES
Soy un hombre afortunado.
Además de otros inmateriales o no presentes,
poseo en esta noche cuatro corazones:
uno dentro de mi pecho,
de un intenso color rojo,
complejo mecanismo que mueve mi sangre,
y tres más que están afuera
-aunque cercanos.
¿Qué me impide soñar que todos laten bajo mi mano
y suenan como relojes que nunca han de pararse,
inmunes a la corrosión del tiempo,
felices porque nada temen
en la clara ignorancia de su mortalidad?
Cuatro cartas marcadas. Ninguna de ellas me dará
la combinación ganadora.
Pero son tan bellas que jugar esta partida
siempre habrá merecido la pena.
Salvador Alís.
domingo, 25 de marzo de 2018
jueves, 22 de marzo de 2018
COMPRENDER Y CONTEMPLAR
COMPRENDER Y CONTEMPLAR
Se contempla una estrella plural misterio de este cielo,
pero no se comprende.
Se comprende un libro objeto único y distinto, múltiple y ajeno,
pero no se contempla.
No se contempla amor en vano llave rota,
mas se comprende.
No se comprende vida que desaparece mientras te vive,
mas se contempla.
Estrella y libro, amor y vida, luz, caligrafía, árbol
y fruta prohibida.
Se comprende una palabra singular música de esta voz,
no se contempla.
Se contempla un fuego de vivas llamas páginas jamás leídas,
no se comprende.
No se comprende dulce semilla constelación girando
mientras hace su número infinito,
mas se contempla.
No se contempla dibujo verde laberinto de nidos
llenos y vacíos,
pero se comprende.
Libro y estrella, vida y amor, fruta, árbol, letra
y luz extinguida.
No es lo mismo comprender que contemplar.
No se comprenden mares, vientos, altas montañas.
No pueden comprenderse pinturas, semblantes, gestos.
Se contempla la imagen reflejada que te contempla.
Se contempla la comprensión que tan altiva te ignora.
No es lo mismo contemplar que comprender.
Se comprende la escritura en su línea quebrada.
Se comprende el pensamiento vacilante, el alma rasgada.
No pueden contemplarse ideas pájaros invisibles.
No se contemplan cuerdas anudadas sin fin.
No es igual lo uno que lo otro
cuando quieres desatarte e ir más allá
de la comprensión y la contemplación, pues el nudo
que contemplas y no comprendes no es el mismo nudo
que comprendes y no contemplas.
Viaje de ida y vuelta: todo acaba donde comienza.
Salvador Alís.
Se contempla una estrella plural misterio de este cielo,
pero no se comprende.
Se comprende un libro objeto único y distinto, múltiple y ajeno,
pero no se contempla.
No se contempla amor en vano llave rota,
mas se comprende.
No se comprende vida que desaparece mientras te vive,
mas se contempla.
Estrella y libro, amor y vida, luz, caligrafía, árbol
y fruta prohibida.
Se comprende una palabra singular música de esta voz,
no se contempla.
Se contempla un fuego de vivas llamas páginas jamás leídas,
no se comprende.
No se comprende dulce semilla constelación girando
mientras hace su número infinito,
mas se contempla.
No se contempla dibujo verde laberinto de nidos
llenos y vacíos,
pero se comprende.
Libro y estrella, vida y amor, fruta, árbol, letra
y luz extinguida.
No es lo mismo comprender que contemplar.
No se comprenden mares, vientos, altas montañas.
No pueden comprenderse pinturas, semblantes, gestos.
Se contempla la imagen reflejada que te contempla.
Se contempla la comprensión que tan altiva te ignora.
No es lo mismo contemplar que comprender.
Se comprende la escritura en su línea quebrada.
Se comprende el pensamiento vacilante, el alma rasgada.
No pueden contemplarse ideas pájaros invisibles.
No se contemplan cuerdas anudadas sin fin.
No es igual lo uno que lo otro
cuando quieres desatarte e ir más allá
de la comprensión y la contemplación, pues el nudo
que contemplas y no comprendes no es el mismo nudo
que comprendes y no contemplas.
Viaje de ida y vuelta: todo acaba donde comienza.
Salvador Alís.
martes, 20 de marzo de 2018
ODIO EL INVIERNO Y OTRAS FÁBULAS CHINAS
ODIO EL INVIERNO Y OTRAS FÁBULAS CHINAS
LA SOSPECHA
"Un hombre perdió su hacha; y sospechó del hijo de su vecino.
Observó la manera de caminar del muchacho -exactamente como un ladrón. Observó la expresión del joven -idéntica a la de un ladrón. Observó su forma de hablar -igual a la de un ladrón. En fin, todos sus gestos y acciones lo denunciaban culpable del hurto.
Pero más tarde, encontró su hacha en un valle. Y después, cuando volvió a ver al hijo de su vecino, todos los gestos y acciones del muchacho le parecían muy diferentes de los de un ladrón."
EL HOMBRE QUE NO VIO A NADIE
"Había una vez un hombre en el Reino de Qi que tenía sed de oro. Una mañana se vistió con elegancia y se fue a la plaza. Apenas llegó al puesto del comerciante en oro, se apoderó de una pieza y se escabulló.
El oficial que lo aprehendió le preguntó: -¿Por qué robó el oro en presencia de tanta gente?
-Cuando tomé el oro -contestó-, no vi a nadie. No vi más que el oro."
CASTIGANDO AL CABALLO
"Un viajero en el Reino de Song metió a su caballo en un arroyo porque éste se negaba a avanzar; luego lo volvió a montar para partir. El caballo se negó de nuevo a andar. Lo castigó otra vez en la misma forma. Esto se repitió tres veces.
Ni el más experto jinete habría ideado un medio mejor de asustar al caballo; pero si no es un jinete, sino un simple asustador, el caballo se negará a llevarle."
PALILLOS DE MARFIL
"Cuando el rey Zhou pidió palillos de marfil, Qi Zi se preocupó. Temía que en cuanto el rey tuviera palillos de marfil no se contentaría con la vajilla de barro y querría vasos de cuerno de rinoceronte y jade; y en vez de fríjoles y verduras, pediría manjares exquisitos, como cola de elefante y cachorros de leopardo. Difícilmente estaría dispuesto a vestir telas burdas y a vivir bajo un techo de paja; y encargaría sedas y mansiones lujosas.
-Me siento inquieto, temo el final de todo esto -dijo Qi Zi.
Cinco años después, en efecto, el rey Zhou tenía un jardín repleto de manjares, torturaba a sus súbditos con hierros candentes y se embriagaba en un lago de vino. Y así perdió su reino."
EL VENDEDOR DE LANZAS Y ESCUDOS
"En el Reino de Chu vivía un hombre que vendía lanzas y escudos.
-Mis escudos son tan sólidos -se jactaba-, que nada puede traspasarlos. Mis lanzas son tan agudas que nada hay que no puedan penetrar.
-¿Qué pasa si una de sus lanzas choca con uno de sus escudos? -preguntó alguien.
El hombre no replicó."
EL ZORRO QUE SE APROVECHO DEL PODER DEL TIGRE
"Andando de cacería, el tigre cogió a un zorro.
-A mí no puedes comerme -dijo el zorro-. El Emperador del Cielo me ha designado rey de todas las bestias. Si me comes desobedecerás sus órdenes. Si no me crees, ven conmigo. Pronto verás cómo los otros animales huyen en cuanto me ven.
El tigre accedió a acompañarle; y en cuanto los otros animales los veían llegar, escapaban. El tigre creyó que temían al zorro, y no se daba cuenta de que a quien temían era a él."
EL POZO
"Un pozo fue horadado a orillas de un camino.
Los viajeros se sentían felices de poder sacar agua para apagar su sed. Un día se ahogó un hombre en él, y desde entonces todo el mundo empezó a censurar a quien había cavado el pozo en aquel lugar."
EN BUSCA DEL PEDERNAL
"Una noche Ai Zi pidió la luz, y como el tiempo pasaba sin que le llevaran la lámpara, le gritó a su discípulo que se apurara.
-Está tan oscuro -contestó el alumno- que no puedo encontrar el pedernal.
Después añadió:
-Maestro, ¿no podría usted encender la vela para ayudarme a buscarlo?"
ALGO PARA LA RISA
"Un ciego estaba sentado en medio de varias personas. De pronto, todos se pusieron a reír y el ciego los imitó.
-¿Qué ha visto usted para reír de esa manera -le preguntó alguien.
-Puesto que todos ríen, es porque con seguridad se trata de algo risible -contestó el ciego-. ¿No habrán pretendido engañarme, verdad?
DIFICIL DE CONTENTAR
"Un pobre hombre se encontró con un antiguo amigo en su camino. Este tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato quedó transformado en oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste encontró que eso era muy poco. El amigo tocó un león de piedra que se convirtió en un león de oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El pobre encontró que el regalo era aún insuficiente.
-¿Qué más deseas pues? -le preguntó el hacedor de prodigios.
-¡Quisiera tu dedo! -contestó el otro.
ODIO EL INVIERNO
Un calígrafo que vivía en una remota aldea llamada Isla se encontraba un día sentado a la puerta de su casa, escribiendo un poema, cuando comenzó a llover.
-Odio el invierno -exclamó malhumorado.
Un viejo que caminaba bajo la lluvia se detuvo frente a él y le preguntó por qué odiaba el invierno.
-La lluvia desdibuja mis letras -le respondió el calígrafo.
-No me extraña -dijo el viejo-, puesto que escribes a la intemperie. Si lo hicieras dentro de tu casa esto no pasaría.
-En el interior no puedo hacerlo, ahí no hay nada que me inspire.
-Entonces sigue usando tu pincel bajo la lluvia, pero cambia de oficio. Las palabras, fijadas o diluidas, son difíciles de comprender. Pero esos mismos trazos de tinta, bajo los efectos del invierno, se convertirán en paisajes que tan sólo hay que contemplar.
Salvador Alís.
LA SOSPECHA
"Un hombre perdió su hacha; y sospechó del hijo de su vecino.
Observó la manera de caminar del muchacho -exactamente como un ladrón. Observó la expresión del joven -idéntica a la de un ladrón. Observó su forma de hablar -igual a la de un ladrón. En fin, todos sus gestos y acciones lo denunciaban culpable del hurto.
Pero más tarde, encontró su hacha en un valle. Y después, cuando volvió a ver al hijo de su vecino, todos los gestos y acciones del muchacho le parecían muy diferentes de los de un ladrón."
Lie Zi.
EL HOMBRE QUE NO VIO A NADIE
"Había una vez un hombre en el Reino de Qi que tenía sed de oro. Una mañana se vistió con elegancia y se fue a la plaza. Apenas llegó al puesto del comerciante en oro, se apoderó de una pieza y se escabulló.
El oficial que lo aprehendió le preguntó: -¿Por qué robó el oro en presencia de tanta gente?
-Cuando tomé el oro -contestó-, no vi a nadie. No vi más que el oro."
Lie Zi.
CASTIGANDO AL CABALLO
"Un viajero en el Reino de Song metió a su caballo en un arroyo porque éste se negaba a avanzar; luego lo volvió a montar para partir. El caballo se negó de nuevo a andar. Lo castigó otra vez en la misma forma. Esto se repitió tres veces.
Ni el más experto jinete habría ideado un medio mejor de asustar al caballo; pero si no es un jinete, sino un simple asustador, el caballo se negará a llevarle."
Lü Buwei.
PALILLOS DE MARFIL
"Cuando el rey Zhou pidió palillos de marfil, Qi Zi se preocupó. Temía que en cuanto el rey tuviera palillos de marfil no se contentaría con la vajilla de barro y querría vasos de cuerno de rinoceronte y jade; y en vez de fríjoles y verduras, pediría manjares exquisitos, como cola de elefante y cachorros de leopardo. Difícilmente estaría dispuesto a vestir telas burdas y a vivir bajo un techo de paja; y encargaría sedas y mansiones lujosas.
-Me siento inquieto, temo el final de todo esto -dijo Qi Zi.
Cinco años después, en efecto, el rey Zhou tenía un jardín repleto de manjares, torturaba a sus súbditos con hierros candentes y se embriagaba en un lago de vino. Y así perdió su reino."
Han Fei Zi.
EL VENDEDOR DE LANZAS Y ESCUDOS
"En el Reino de Chu vivía un hombre que vendía lanzas y escudos.
-Mis escudos son tan sólidos -se jactaba-, que nada puede traspasarlos. Mis lanzas son tan agudas que nada hay que no puedan penetrar.
-¿Qué pasa si una de sus lanzas choca con uno de sus escudos? -preguntó alguien.
El hombre no replicó."
Han Fei Zi.
EL ZORRO QUE SE APROVECHO DEL PODER DEL TIGRE
"Andando de cacería, el tigre cogió a un zorro.
-A mí no puedes comerme -dijo el zorro-. El Emperador del Cielo me ha designado rey de todas las bestias. Si me comes desobedecerás sus órdenes. Si no me crees, ven conmigo. Pronto verás cómo los otros animales huyen en cuanto me ven.
El tigre accedió a acompañarle; y en cuanto los otros animales los veían llegar, escapaban. El tigre creyó que temían al zorro, y no se daba cuenta de que a quien temían era a él."
Liu Xiang.
EL POZO
"Un pozo fue horadado a orillas de un camino.
Los viajeros se sentían felices de poder sacar agua para apagar su sed. Un día se ahogó un hombre en él, y desde entonces todo el mundo empezó a censurar a quien había cavado el pozo en aquel lugar."
Shen Meng Zi.
EN BUSCA DEL PEDERNAL
"Una noche Ai Zi pidió la luz, y como el tiempo pasaba sin que le llevaran la lámpara, le gritó a su discípulo que se apurara.
-Está tan oscuro -contestó el alumno- que no puedo encontrar el pedernal.
Después añadió:
-Maestro, ¿no podría usted encender la vela para ayudarme a buscarlo?"
Su Shi.
ALGO PARA LA RISA
"Un ciego estaba sentado en medio de varias personas. De pronto, todos se pusieron a reír y el ciego los imitó.
-¿Qué ha visto usted para reír de esa manera -le preguntó alguien.
-Puesto que todos ríen, es porque con seguridad se trata de algo risible -contestó el ciego-. ¿No habrán pretendido engañarme, verdad?
Zhao Nanxing.
DIFICIL DE CONTENTAR
"Un pobre hombre se encontró con un antiguo amigo en su camino. Este tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato quedó transformado en oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste encontró que eso era muy poco. El amigo tocó un león de piedra que se convirtió en un león de oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El pobre encontró que el regalo era aún insuficiente.
-¿Qué más deseas pues? -le preguntó el hacedor de prodigios.
-¡Quisiera tu dedo! -contestó el otro.
Feng Menglong.
ODIO EL INVIERNO
Un calígrafo que vivía en una remota aldea llamada Isla se encontraba un día sentado a la puerta de su casa, escribiendo un poema, cuando comenzó a llover.
-Odio el invierno -exclamó malhumorado.
Un viejo que caminaba bajo la lluvia se detuvo frente a él y le preguntó por qué odiaba el invierno.
-La lluvia desdibuja mis letras -le respondió el calígrafo.
-No me extraña -dijo el viejo-, puesto que escribes a la intemperie. Si lo hicieras dentro de tu casa esto no pasaría.
-En el interior no puedo hacerlo, ahí no hay nada que me inspire.
-Entonces sigue usando tu pincel bajo la lluvia, pero cambia de oficio. Las palabras, fijadas o diluidas, son difíciles de comprender. Pero esos mismos trazos de tinta, bajo los efectos del invierno, se convertirán en paisajes que tan sólo hay que contemplar.
Salvador Alís.
sábado, 10 de marzo de 2018
DE GUILLERMO BROWN A OMAR KHEYYAM
DE GUILLERMO BROWN A OMAR KHEYYAM
Una de mis primeras lecturas, si no la primera, fue Guillermo el conquistador, un libro de gruesas tapas de cartón y portada roja, obra de Richmal Crompton. Entonces yo debía tener alrededor de diez años. Los antecedentes, sin entrar en detalle puesto que merecerían explicarse en capítulos propios, fueron: la caja de tebeos españoles (que se llenaba, vaciaba o renovaba periódicamente mediante la compra, venta o intercambio con otros niños poseedores, a su vez, de otras cajas similares); los cómics de superhéroes, sobre todo de la editorial Marvel (publicados aquí por Vértice); y algunos volúmenes de las aventuras de Tintín (que por suerte pude conseguir en la Biblioteca Pública y ver y leer o contemplar a resguardo de las inclemencias de un frío invierno que aún no he olvidado).
A lo largo de la vida encontré libros sin tener un conocimiento previo de los mismos, de su fama, argumentos y autores; simplemente aparecieron ante mí, abrí sus páginas y comencé a leerlos. Me gustaron más o menos, me influyeron mucho o algo o nada. Estos encuentros se dieron con mayor frecuencia al principio, disminuyendo después. Sin duda el de Guillermo Brown fue un encuentro emblemático y feliz.
Poco a poco (pues un libro lleva a otro libro y un autor a otro), en la medida en que decrecían los encuentros, aumentaron las búsquedas. De manera que, una vez encontrado un ejemplar de mi interés, me obsesionaba (y me obsesiono) con buscar la serie, la obra completa.
El reloj, tal es su costumbre, no se detiene, no me espera y eso crea -ahora- un conflicto. Me gustaría detenerme y meditar, pero no es posible. Se impone, pues, ir directamente a lo esencial y dejar a la curiosidad otras indagaciones. Podría decir que Tintín quedó del lado de la infancia y que ya los superhéroes no me importan lo más mínimo. Podría decir que de tanto en cuanto consigo una vieja edición del irreverente Guillermo y la reservo para leer o releer más tarde, en el momento adecuado de mi vejez, cuando ya me sienta capaz de cerrar este círculo.
Entonces tenemos, por un lado, obras encontradas y, por otro, obras buscadas. Pero toda experiencia lectora se encierra en un triángulo. Queda mencionar todavía los libros no encontrados ni buscados, los que por su cuenta nos encontraron y eligieron. De las dos primeras posibilidades, mencionaré como ejemplos recientes: Teoría King Kong de Virginie Despentes (libro encontrado) y Carta abierta a los animales de Frédéric Lenoir (libro buscado).
El de Virginie hace (en buena hora) que me cuestione mi rol de hombre; el de Frédéric, mi rol de hombre carnívoro. Nunca es tarde -a pesar del reloj- para darle una vuelta a las ideas concebidas o preconcebidas y rectificar si fuera necesario.
En el capítulo titulado "Guillermo es un entrometido" en Las travesuras de Guillermo, cuando su hermano Roberto le cuenta a la madre las excelencias y virtudes de su nueva posible conquista ("Es distinta a todas las demás mujeres del mundo."), Guillermo, el insolente, pregunta: "¿Cómo es que resulta distinta a las demás? ¿Es ciega, coja, o algo así?".
Si la inglesa Richmal Crompton (1890-1969) hubiera leído en su juventud, por un capricho o bucle temporal, la Teoría King Kong, quién sabe si su Guillermo no hubiera sido Guillermina.
Frédéric Lenoir, por su parte, contribuye en lo que a mí respecta a reforzar ideas latentes que intuyo ya próximas a derivar en actos, siguiendo la línea trazada por mi negación absoluta a comer conejos y a manifestar mi horror por el despellejamiento en vida de ciertos animales.
Tal vez me equivoque (y algún experto pueda rectificarme), pero no recuerdo que Tintín, en ninguna de sus aventuras, se enamorase. ¿Milú lo hubiera consentido?
Escribo contra-reloj, siempre temiendo que las saetas encuentren un obstáculo y se detengan. Para tranquilizarme lanzo miradas a los relojes clásicos que tengo a mi alcance: el de pulsera, el que domina el comedor o la cocina, los redondos en los cuales las saetas giran sin cesar mientras su energía no se consume y apaga, y -dada la hora- sé que debo ya ir acabando.
A donde quería llegar es al acontecimiento inusual consistente en que un libro me encontrara o eligiera, un libro que he visto cientos de veces y que nunca -hasta ayer- había reclamado mi atención. Se trata del Rubaiyat de Omar Kheyyam. Presente ante mis ojos y despreciado sin motivo (sin conocimiento), hasta que por alguna razón que desconozco me ha elegido como lector.
Escritos hace casi mil años (se supone que Kheyyam nació a mediados del siglo XI) y publicados por primera vez en España hace un siglo, los cuartetos del poeta persa se instalan en mis noches para hablarme del sol y de la luna, del placer y del vino, de la fugacidad de la vida y la certeza de la muerte, cosas ya sabidas, pero dichas con otra voz, una voz que me ha elegido.
De Omar Kheyyam, Rubaiyat (Rotativa. 1969), esta breve selección:
"¿Sabes tú por qué al alba el gallo, con su canto
agudo, se lamenta? Porque vio en el espejo
de la clara mañana, que había transcurrido
una noche en tu vida sin que te dieras cuenta."
"Débiles son los hombres, y su hado inevitable.
¡Oh, cuántos juramentos son olvidados! Queda
la conciencia. También obro yo como un loco.
Estar ebrio de vino y amor es mi disculpa."
"Pretender que el humilde devuelva en oro el plomo
que a él le han arrojado, y exigirle que pague
una deuda que nunca con nadie ha contraído,
es comercio de usura al que nadie está obligado."
"El hombre es sólo un títere que la Rueda maneja
a su antojo y capricho. La Rueda nos empuja
al escenario del mundo, mas cuando siente hastío
no duda en arrojarnos al cajón de la Nada."
"En este envilecido mundo, has de contentarte
con muy pocos amigos. No quieras que perduren
tus simpatías. Cuando estreches una mano
pregúntate si ella te golpeará algún día."
"Desprecia al corazón que no ama la belleza.
Repugnante es el ser carente de pasiones.
Indigno es él del sol que alumbra, y de ese beso
con que suele aplacar nuestras penas la luna."
"¿Por qué debe inquietarme lo que oculta el futuro?
La desgracia persigue al hombre temeroso.
Alégrate y no tomes la vida muy en serio:
las zozobras no alteran el curso del destino."
"Me dieron la existencia sin consultar conmigo.
luego aumentó la vida día a día mi asombro.
Me iré sin desearlo, y sin saber la causa
de la llegada mía, mi estancia y mi partida."
Por lo demás, indicar que este libro, que no busqué ni encontré, fue dedicado por Juan Oliver a su amigo Joan Bergas el 25 de noviembre de 1974 "com a record d´una diada a Vàlencia i d´una molt ensenyadera parlada a proposit de vins." (Cualquier error en las citas será responsabilidad mía).
En la portada amarilla, también de cartón grueso, el dibujo de un hombre en cuclillas que abraza a una mujer en pie con un pájaro tranquilo posado en una de sus manos.Tras la mujer, un árbol que no la sostiene, pues se tiene sola. Y ante ella, nubes o vientos que no parecen alterarla. Este dibujo (o la composición de la portada) lo firma J. Palet.
Un gajo brillante y anaranjado de luna, cuatro o cinco estrellas en el cielo. Pronto amanecerá y no quisiera escuchar el agudo canto del gallo. No me espera la noche. Pero sé que la noche me ha buscado, encontrado y elegido.
Salvador Alís.
Una de mis primeras lecturas, si no la primera, fue Guillermo el conquistador, un libro de gruesas tapas de cartón y portada roja, obra de Richmal Crompton. Entonces yo debía tener alrededor de diez años. Los antecedentes, sin entrar en detalle puesto que merecerían explicarse en capítulos propios, fueron: la caja de tebeos españoles (que se llenaba, vaciaba o renovaba periódicamente mediante la compra, venta o intercambio con otros niños poseedores, a su vez, de otras cajas similares); los cómics de superhéroes, sobre todo de la editorial Marvel (publicados aquí por Vértice); y algunos volúmenes de las aventuras de Tintín (que por suerte pude conseguir en la Biblioteca Pública y ver y leer o contemplar a resguardo de las inclemencias de un frío invierno que aún no he olvidado).
A lo largo de la vida encontré libros sin tener un conocimiento previo de los mismos, de su fama, argumentos y autores; simplemente aparecieron ante mí, abrí sus páginas y comencé a leerlos. Me gustaron más o menos, me influyeron mucho o algo o nada. Estos encuentros se dieron con mayor frecuencia al principio, disminuyendo después. Sin duda el de Guillermo Brown fue un encuentro emblemático y feliz.
Poco a poco (pues un libro lleva a otro libro y un autor a otro), en la medida en que decrecían los encuentros, aumentaron las búsquedas. De manera que, una vez encontrado un ejemplar de mi interés, me obsesionaba (y me obsesiono) con buscar la serie, la obra completa.
El reloj, tal es su costumbre, no se detiene, no me espera y eso crea -ahora- un conflicto. Me gustaría detenerme y meditar, pero no es posible. Se impone, pues, ir directamente a lo esencial y dejar a la curiosidad otras indagaciones. Podría decir que Tintín quedó del lado de la infancia y que ya los superhéroes no me importan lo más mínimo. Podría decir que de tanto en cuanto consigo una vieja edición del irreverente Guillermo y la reservo para leer o releer más tarde, en el momento adecuado de mi vejez, cuando ya me sienta capaz de cerrar este círculo.
Entonces tenemos, por un lado, obras encontradas y, por otro, obras buscadas. Pero toda experiencia lectora se encierra en un triángulo. Queda mencionar todavía los libros no encontrados ni buscados, los que por su cuenta nos encontraron y eligieron. De las dos primeras posibilidades, mencionaré como ejemplos recientes: Teoría King Kong de Virginie Despentes (libro encontrado) y Carta abierta a los animales de Frédéric Lenoir (libro buscado).
El de Virginie hace (en buena hora) que me cuestione mi rol de hombre; el de Frédéric, mi rol de hombre carnívoro. Nunca es tarde -a pesar del reloj- para darle una vuelta a las ideas concebidas o preconcebidas y rectificar si fuera necesario.
En el capítulo titulado "Guillermo es un entrometido" en Las travesuras de Guillermo, cuando su hermano Roberto le cuenta a la madre las excelencias y virtudes de su nueva posible conquista ("Es distinta a todas las demás mujeres del mundo."), Guillermo, el insolente, pregunta: "¿Cómo es que resulta distinta a las demás? ¿Es ciega, coja, o algo así?".
Si la inglesa Richmal Crompton (1890-1969) hubiera leído en su juventud, por un capricho o bucle temporal, la Teoría King Kong, quién sabe si su Guillermo no hubiera sido Guillermina.
Frédéric Lenoir, por su parte, contribuye en lo que a mí respecta a reforzar ideas latentes que intuyo ya próximas a derivar en actos, siguiendo la línea trazada por mi negación absoluta a comer conejos y a manifestar mi horror por el despellejamiento en vida de ciertos animales.
Tal vez me equivoque (y algún experto pueda rectificarme), pero no recuerdo que Tintín, en ninguna de sus aventuras, se enamorase. ¿Milú lo hubiera consentido?
Escribo contra-reloj, siempre temiendo que las saetas encuentren un obstáculo y se detengan. Para tranquilizarme lanzo miradas a los relojes clásicos que tengo a mi alcance: el de pulsera, el que domina el comedor o la cocina, los redondos en los cuales las saetas giran sin cesar mientras su energía no se consume y apaga, y -dada la hora- sé que debo ya ir acabando.
A donde quería llegar es al acontecimiento inusual consistente en que un libro me encontrara o eligiera, un libro que he visto cientos de veces y que nunca -hasta ayer- había reclamado mi atención. Se trata del Rubaiyat de Omar Kheyyam. Presente ante mis ojos y despreciado sin motivo (sin conocimiento), hasta que por alguna razón que desconozco me ha elegido como lector.
Escritos hace casi mil años (se supone que Kheyyam nació a mediados del siglo XI) y publicados por primera vez en España hace un siglo, los cuartetos del poeta persa se instalan en mis noches para hablarme del sol y de la luna, del placer y del vino, de la fugacidad de la vida y la certeza de la muerte, cosas ya sabidas, pero dichas con otra voz, una voz que me ha elegido.
De Omar Kheyyam, Rubaiyat (Rotativa. 1969), esta breve selección:
"¿Sabes tú por qué al alba el gallo, con su canto
agudo, se lamenta? Porque vio en el espejo
de la clara mañana, que había transcurrido
una noche en tu vida sin que te dieras cuenta."
"Débiles son los hombres, y su hado inevitable.
¡Oh, cuántos juramentos son olvidados! Queda
la conciencia. También obro yo como un loco.
Estar ebrio de vino y amor es mi disculpa."
"Pretender que el humilde devuelva en oro el plomo
que a él le han arrojado, y exigirle que pague
una deuda que nunca con nadie ha contraído,
es comercio de usura al que nadie está obligado."
"El hombre es sólo un títere que la Rueda maneja
a su antojo y capricho. La Rueda nos empuja
al escenario del mundo, mas cuando siente hastío
no duda en arrojarnos al cajón de la Nada."
"En este envilecido mundo, has de contentarte
con muy pocos amigos. No quieras que perduren
tus simpatías. Cuando estreches una mano
pregúntate si ella te golpeará algún día."
"Desprecia al corazón que no ama la belleza.
Repugnante es el ser carente de pasiones.
Indigno es él del sol que alumbra, y de ese beso
con que suele aplacar nuestras penas la luna."
"¿Por qué debe inquietarme lo que oculta el futuro?
La desgracia persigue al hombre temeroso.
Alégrate y no tomes la vida muy en serio:
las zozobras no alteran el curso del destino."
"Me dieron la existencia sin consultar conmigo.
luego aumentó la vida día a día mi asombro.
Me iré sin desearlo, y sin saber la causa
de la llegada mía, mi estancia y mi partida."
Por lo demás, indicar que este libro, que no busqué ni encontré, fue dedicado por Juan Oliver a su amigo Joan Bergas el 25 de noviembre de 1974 "com a record d´una diada a Vàlencia i d´una molt ensenyadera parlada a proposit de vins." (Cualquier error en las citas será responsabilidad mía).
En la portada amarilla, también de cartón grueso, el dibujo de un hombre en cuclillas que abraza a una mujer en pie con un pájaro tranquilo posado en una de sus manos.Tras la mujer, un árbol que no la sostiene, pues se tiene sola. Y ante ella, nubes o vientos que no parecen alterarla. Este dibujo (o la composición de la portada) lo firma J. Palet.
Un gajo brillante y anaranjado de luna, cuatro o cinco estrellas en el cielo. Pronto amanecerá y no quisiera escuchar el agudo canto del gallo. No me espera la noche. Pero sé que la noche me ha buscado, encontrado y elegido.
Salvador Alís.
sábado, 3 de marzo de 2018
ENVIDIA
ENVIDIA
Esta mañana, por fin,
he depositado en la oficina de correos
un sobre con seis fotografías.
La carta será certificada.
Contiene además tres páginas manuscritas.
Me dijeron que su viaje
puede demorarse aún dos semanas.
Las fotografías te muestran
en una infancia feliz.
Si acaban en tus manos,
si las vuelven a contemplar tus ojos,
habrán atravesado el espacio y el tiempo
para llegar hasta ti.
¡Cómo no envidiarlas!
Salvador Alís.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)