jueves, 26 de noviembre de 2015
miércoles, 25 de noviembre de 2015
FINAL Y PRINCIPIO
FINAL Y PRINCIPIO
Porque todo tiene que acabar, aquí acaba la isla.
Mas otra isla -más pequeña- emerge a su final,
unidas ambas por una angosta lengua de arena húmeda y amarilla
que corta el agua en dos mares,
que corta el aire en dos vientos, que duplica el horizonte
donde la costa turca se duplica, donde vuelan
dobles alas de colores, dobles surcos en la arena,
dobles pasos, corazones, ausencias y presencias,
para que todo nuestro mundo sea dual y otra vida comience
donde esta vida termina.
Salvador Alís (Prasonisi, 7 - XI - 2015).
Porque todo tiene que acabar, aquí acaba la isla.
Mas otra isla -más pequeña- emerge a su final,
unidas ambas por una angosta lengua de arena húmeda y amarilla
que corta el agua en dos mares,
que corta el aire en dos vientos, que duplica el horizonte
donde la costa turca se duplica, donde vuelan
dobles alas de colores, dobles surcos en la arena,
dobles pasos, corazones, ausencias y presencias,
para que todo nuestro mundo sea dual y otra vida comience
donde esta vida termina.
Salvador Alís (Prasonisi, 7 - XI - 2015).
sábado, 21 de noviembre de 2015
DIARIO DE UN CANALLA
El pasado viernes 13 nos despertamos a las 3:45. La despedida de los gatitos Pin, Pun y Pan fue -al menos por mi parte- bastante triste y doliente (y más adelante tendré que meditar sobre el por qué). Nos dirijimos, en la noche, hacia el aeropuerto Diágoras. Y luego, al amanecer, en un airbus 320 de Aegean, hasta Atenas. Y después, en similar aeronave y misma compañía, llegamos a Barcelona. Por último, en un Embraer 195 de AEA, aterrizamos a media tarde en Palma.
Pocas horas más tarde, en París, unos cuantos mataban a muchos. Me acosté al salir el sol, rompiendo mi artificioso horario vacacional, para restablecer el ciclo habitual de mis días y mis noches. A mediodía del sábado, tomando un café servido por una inexpresiva camarera china y leyendo un periódico local, me pregunté a cuántas vidas árabes equivale una vida francesa. Me pregunté, además, qué diferencia al terror vivido la noche anterior en París de los terrores vividos tantas noches, en tantos otros lugares, desde Siria hasta Irak, pasando por Palestina, etcétera.
Muy tocado, a la vuelta de este viaje, paso gran parte del sábado por la tarde en la cama, inactivo y pensativo. Y lo mismo sucede el domingo. Y el lunes, al salir a la calle, me golpea en los ojos la presencia de un andamio en la finca contigua a la nuestra. El proyecto de obra dice: 3 plantas + ático. Eso dispara el peligro latente (aplazado) en los pilares de nuestra casa.
Puesto que ya no fumo -dejé de fumar definitivamente el 5 de marzo de este año-, no me es posible marear mis preocupaciones con humo, así que busco otras alternativas donde quizá no debiera, en el vino por ejemplo, y no diré más.
Llamadas de teléfono a diestro y siniestro usando y abusando de mi viejo Ifone 3gs de 32 gb. (vecinos, aparejadores, arquitectos), dejando de lado asuntos prioritarios relativos a mi salud (la extracción de una muela) y entretenimientos espirituales (este blog, poemas pendientes, revisión de fotografías).
No sé cuándo ni cómo consigo publicar tres de los poemas escritos en Rodas, y trasladar las 2600 fotografías de la cámara al ordenador -trabajo que se dispersa en las noches, cuando vivo realmente y estoy despierto y alerta.
El martes por la tarde voy a Babel y me tomo un par de copas de Juan Gil. Y cuando ya daba por perdida la jornada, fracasado el intento de olvidar el pasado reciente y no soñar, descubro escondido el Diario de un canalla entre otros libros, libro ansiado, deseado y esperado que al fin llega a mis manos.
Voy a copiar algún párrafo porque es inevitable, pero guardaré para después los comentarios:
"Yo sé que existen el azar, el viento, los accidentes. Sé que la presencia de árboles y de la enredadera en la azotea vecina crea excelentes condiciones para la presencia de pájaros y que, por azar, algunos pueden caer en el patio de vez en cuando."
"Aquí hay por lo menos dos temas: el tema humano y el tema divino, o símbólico si usted lo prefiere. Yo cuidaría lo mejor posible a Pajarito aunque no fuera una señal; siendo una señal, confío mucho más en el cuidado de la misteriosa ley que lo trajo aquí y siento que no debo hacer nada especial por él. Anoche, ante la amenaza de la tormenta, estuve tentado de fabricar algo, no sabía bien qué, pero sin duda algún aparato complejo y desprolijo, que más que protegerlo probablemente le provocaría un infarto. Al mismo tiempo, temo que a Pajarito realmente pueda pasarle algo malo, y entonces perder, yo, la fe definitivamente, o más bien la esperanza de alcanzarla. ¿Habrá determinado el Espíritu que deba pasar por esta tremenda prueba?"
Sustituyan ustedes, si lo prefieren, al Pajarito de Mario Levrero por mis pequeños gatos de Rodas, por Pin, Pun y Pan. Y el resultado no variará sustancialmente, sobre todo si nos referimos a mi favorito, Pun, que nos siguió kilómetros -en compañía de una de sus hermanas, Pin- desde sus abandonados jardines hasta nuestra casa de alquiler. Como tampoco ha de variar respecto a Pan, que también me siguió, en solitario y en la oscuridad, hasta la casa.
¿Será difícil entender lo que pretendo? A veces yo también tengo dudas. Importa la sangre derramada, sí, pero ¿quién es inocente?
Pun me acompañaba, sin hacer preguntas, mañana tras mañana, en mis absurdas vueltas alrededor de la piscina -primero llena y luego vacía-, tan pequeño, tan frágil, tan inocente, tan merecedor de vida... Y yo, tan canalla como el que más, lo he abandonado, lo he dejado atrás para volver a nuestro mundo absurdo, a este mundo donde vale más un diamante que una lágrima, y vale más la vida de alguien como yo o como tú, la vida de cualquier habitante de una prestigiosa ciudad defendida y custodiada por mil ojos, que la simple y pura vida salvaje.
Me resulta complicado, ahora, en la madrugada de este jueves, definir a los gatos de Rodas. Hay muchos. Y si no son en estricto sentido salvajes, tampoco son domésticos. No rehuyen, en general, el contacto humano, pero no suelen "pertenecer" a una casa ni, por supuesto, tienen dueño. No son únicamente callejeros, puesto que se les encuentra en ciudades pero también en el campo, en jardines, en la playa, en casas deshabitadas, en las montañas, en los templos.
Algunos de esos gatos tienen un ojo dañado, ciego. Y, sin embargo, su mirada resulta mucho más expresiva que la de otros, mejor dotados.
Cada noche que pasa parece que dormir, y tener agradables sueños, sea más difícil, quede más lejos. Al acostarme pienso obsesivamente en los gatos, convocándolos e invocándolos para que me protejan y saquen de mi cuarto el miedo que -por capilaridad- asciende por los pilares desde el garaje hasta la terraza.
Después de los informes, las reuniones, reflexiones y deliberaciones, un día antes de volver al trabajo, en la tarde del viernes, minutos antes del cierre del local de libros usados, compro en un impulso los Sueños de Einstein:
"Imagina un mundo en que no hay tiempo. Sólo imágenes. Un halcón enmarcado por el cielo, las alas desplegadas, el sol atravesando las plumas. Una barca mar adentro en la noche, una luz apagada por la distancia como una diminuta estrella roja en el cielo negro. El rocío en las hojas, cristalino, opalescente. Rosas cortadas a la deriva en el río bajo el puente, y un castillo a la distancia. Planetas atrapados en el espacio, océanos, silencio. Una gota de agua en la ventana. Una soga enrollada."
Cuando la vida oscila entre el despacho de un arquitecto y los tableros donde otros juegan para matar el tiempo. Cuando los Dassault Rafale difuminan el terror con sus ráfagas en otros cielos. Cuando la locura cierra las persianas y espía entre las ranuras con su cristal quebradizo.
A las 5:20, pensando en Pin, Pun y Pan, en relojes rotos, mecanismos que no funcionan. Pensando en Pajarito. Pensando en qué querrá decir Alan Lightman cuando dice:
"Los cazadores gozan del instante congelado, pero pronto descubren que el ruiseñor expira, que su clara canción se reduce al silencio, que el momento atrapado se marchita y muere."
Pocas horas más tarde, en París, unos cuantos mataban a muchos. Me acosté al salir el sol, rompiendo mi artificioso horario vacacional, para restablecer el ciclo habitual de mis días y mis noches. A mediodía del sábado, tomando un café servido por una inexpresiva camarera china y leyendo un periódico local, me pregunté a cuántas vidas árabes equivale una vida francesa. Me pregunté, además, qué diferencia al terror vivido la noche anterior en París de los terrores vividos tantas noches, en tantos otros lugares, desde Siria hasta Irak, pasando por Palestina, etcétera.
Muy tocado, a la vuelta de este viaje, paso gran parte del sábado por la tarde en la cama, inactivo y pensativo. Y lo mismo sucede el domingo. Y el lunes, al salir a la calle, me golpea en los ojos la presencia de un andamio en la finca contigua a la nuestra. El proyecto de obra dice: 3 plantas + ático. Eso dispara el peligro latente (aplazado) en los pilares de nuestra casa.
Puesto que ya no fumo -dejé de fumar definitivamente el 5 de marzo de este año-, no me es posible marear mis preocupaciones con humo, así que busco otras alternativas donde quizá no debiera, en el vino por ejemplo, y no diré más.
Llamadas de teléfono a diestro y siniestro usando y abusando de mi viejo Ifone 3gs de 32 gb. (vecinos, aparejadores, arquitectos), dejando de lado asuntos prioritarios relativos a mi salud (la extracción de una muela) y entretenimientos espirituales (este blog, poemas pendientes, revisión de fotografías).
No sé cuándo ni cómo consigo publicar tres de los poemas escritos en Rodas, y trasladar las 2600 fotografías de la cámara al ordenador -trabajo que se dispersa en las noches, cuando vivo realmente y estoy despierto y alerta.
El martes por la tarde voy a Babel y me tomo un par de copas de Juan Gil. Y cuando ya daba por perdida la jornada, fracasado el intento de olvidar el pasado reciente y no soñar, descubro escondido el Diario de un canalla entre otros libros, libro ansiado, deseado y esperado que al fin llega a mis manos.
Voy a copiar algún párrafo porque es inevitable, pero guardaré para después los comentarios:
"Yo sé que existen el azar, el viento, los accidentes. Sé que la presencia de árboles y de la enredadera en la azotea vecina crea excelentes condiciones para la presencia de pájaros y que, por azar, algunos pueden caer en el patio de vez en cuando."
"Aquí hay por lo menos dos temas: el tema humano y el tema divino, o símbólico si usted lo prefiere. Yo cuidaría lo mejor posible a Pajarito aunque no fuera una señal; siendo una señal, confío mucho más en el cuidado de la misteriosa ley que lo trajo aquí y siento que no debo hacer nada especial por él. Anoche, ante la amenaza de la tormenta, estuve tentado de fabricar algo, no sabía bien qué, pero sin duda algún aparato complejo y desprolijo, que más que protegerlo probablemente le provocaría un infarto. Al mismo tiempo, temo que a Pajarito realmente pueda pasarle algo malo, y entonces perder, yo, la fe definitivamente, o más bien la esperanza de alcanzarla. ¿Habrá determinado el Espíritu que deba pasar por esta tremenda prueba?"
Sustituyan ustedes, si lo prefieren, al Pajarito de Mario Levrero por mis pequeños gatos de Rodas, por Pin, Pun y Pan. Y el resultado no variará sustancialmente, sobre todo si nos referimos a mi favorito, Pun, que nos siguió kilómetros -en compañía de una de sus hermanas, Pin- desde sus abandonados jardines hasta nuestra casa de alquiler. Como tampoco ha de variar respecto a Pan, que también me siguió, en solitario y en la oscuridad, hasta la casa.
¿Será difícil entender lo que pretendo? A veces yo también tengo dudas. Importa la sangre derramada, sí, pero ¿quién es inocente?
Pun me acompañaba, sin hacer preguntas, mañana tras mañana, en mis absurdas vueltas alrededor de la piscina -primero llena y luego vacía-, tan pequeño, tan frágil, tan inocente, tan merecedor de vida... Y yo, tan canalla como el que más, lo he abandonado, lo he dejado atrás para volver a nuestro mundo absurdo, a este mundo donde vale más un diamante que una lágrima, y vale más la vida de alguien como yo o como tú, la vida de cualquier habitante de una prestigiosa ciudad defendida y custodiada por mil ojos, que la simple y pura vida salvaje.
Me resulta complicado, ahora, en la madrugada de este jueves, definir a los gatos de Rodas. Hay muchos. Y si no son en estricto sentido salvajes, tampoco son domésticos. No rehuyen, en general, el contacto humano, pero no suelen "pertenecer" a una casa ni, por supuesto, tienen dueño. No son únicamente callejeros, puesto que se les encuentra en ciudades pero también en el campo, en jardines, en la playa, en casas deshabitadas, en las montañas, en los templos.
Algunos de esos gatos tienen un ojo dañado, ciego. Y, sin embargo, su mirada resulta mucho más expresiva que la de otros, mejor dotados.
Cada noche que pasa parece que dormir, y tener agradables sueños, sea más difícil, quede más lejos. Al acostarme pienso obsesivamente en los gatos, convocándolos e invocándolos para que me protejan y saquen de mi cuarto el miedo que -por capilaridad- asciende por los pilares desde el garaje hasta la terraza.
Después de los informes, las reuniones, reflexiones y deliberaciones, un día antes de volver al trabajo, en la tarde del viernes, minutos antes del cierre del local de libros usados, compro en un impulso los Sueños de Einstein:
"Imagina un mundo en que no hay tiempo. Sólo imágenes. Un halcón enmarcado por el cielo, las alas desplegadas, el sol atravesando las plumas. Una barca mar adentro en la noche, una luz apagada por la distancia como una diminuta estrella roja en el cielo negro. El rocío en las hojas, cristalino, opalescente. Rosas cortadas a la deriva en el río bajo el puente, y un castillo a la distancia. Planetas atrapados en el espacio, océanos, silencio. Una gota de agua en la ventana. Una soga enrollada."
Cuando la vida oscila entre el despacho de un arquitecto y los tableros donde otros juegan para matar el tiempo. Cuando los Dassault Rafale difuminan el terror con sus ráfagas en otros cielos. Cuando la locura cierra las persianas y espía entre las ranuras con su cristal quebradizo.
A las 5:20, pensando en Pin, Pun y Pan, en relojes rotos, mecanismos que no funcionan. Pensando en Pajarito. Pensando en qué querrá decir Alan Lightman cuando dice:
"Los cazadores gozan del instante congelado, pero pronto descubren que el ruiseñor expira, que su clara canción se reduce al silencio, que el momento atrapado se marchita y muere."
miércoles, 18 de noviembre de 2015
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