SONATA
No toca la lluvia todavía el suelo, y el suelo ya esta mojado.
Como si las teclas blancas y negras del piano se hundieran antes de ser tocadas,
como si presintieran la caricia de los dedos, su acechante proximidad.
Sabe la lluvia que pronto se dejará caer, pero aguarda.
Sabe la mano izquierda y sabe la mano derecha
que más pronto o más tarde se cruzarán sin mezclarse.
De esta forma natural e inevitable se escriben las palabras,
sin que la punta recién afilada haya rozado aún el papel.
Y el teclado bajo los ojos. Y la ciudad dormida, tan lejos y fuera del plano.
¿Quién ha escrito la partitura? Tan bella y tan triste
en estas huellas frías que se precipitan, en este vuelo y en esta caída.
Libros apilados como ladrillos de adobe, palabras y hojas en el barro.
Se agotan las lenguas en su torre de babel, enmudecen
bajo un sol que no se abre paso. Gris y helada la belleza, la música.
Como si las teclas blancas y negras del piano supieran antes de saber,
como si en sus ojos una gota de tinta, como si comenzara a llover.
Portando ella en una mano el cristal y en la otra el acero.
Su ropa en el armario y desnuda, descendiendo una escalera.
No toca la lluvia todavía el suelo, y ya moja sus labios.
Trazos de grafito en las paredes, y un laberinto que se cierra.
El tiempo anticipa su melodía, a contraluz su versátil silueta sonora.
¿Quién ha escrito la partitura? Tan triste y tan bella.
Porque belleza y tristeza juegan en el aire y se cruzan sin mezclarse.
Y no se escriben las palabras, no se unen con las hojas en el barro,
no levantan paredes escritas. Todo en suspenso espera su motivo.
Se cierran los ojos para ver y se desvían las miradas.
La lluvia se dispone a caer y, sin embargo, la ciudad ya brilla.
Dormida tan lejos y fuera del plano, como vista en otra vida.
¿Cuántas, como ella, habrán nacido sin nacer, en una mano el cristal,
el acero en la otra mano? Y sobre el piano, la lluvia.
Libros entre libros, el teclado bajo los ojos, la ciudad dormida.
Se despierta la belleza. El sol del otro lado.
Sujetan los dedos su vuelo, y se hunden las teclas blancas y las negras.
Y la lluvia no comienza. Y anticipa el piano su latido.
Salvador Alís.