sábado, 25 de abril de 2015
miércoles, 22 de abril de 2015
EL CONTRAGOLPE
EL CONTRAGOLPE
Me gusta tanto pasear. Sin saber a dónde iré a parar. Preferiblemente al atardecer.
Entretenido en mis pensamientos. Estímulos a cada paso. Tarareando canciones.
Como gato en un jardín. Como felino cazador de sombras.
Me gusta tanto decir entre dientes y sin articular palabras lo que pienso. Mis instintos.
Me gusta tanto. Bajo el cielo.
Qué mar tan puro, el Mediterráneo. No el mar real sino el coloreado.
Cincuenta años atrás. Navegando los griegos entretenidos en sus pensamientos.
Los romanos. Preferiblemente al amanecer. Los egipcios saludando a su disco solar.
La plata y el oro brillando para los tiburones. Y lágrimas de lava incandescente
salpicando el mar.
Nunca se hace de noche en mi casa. Lo impiden mis tres diosas blancas.
Dos años de oscuridad y la luz al fin irrumpe como luz.
Nunca se acaba aunque a cada instante parece que se acabe. Siempre.
Siempre una palabra más, otra canción inédita, otra esperanza que ahogar
y mi corazón maquinita calle arriba y calle abajo.
No escribo para estúpidos que siguen con el dedo cada línea sin sentido.
No escribo para nadie aunque a veces piense que yo debería llamarme nadie.
Con lápices de colores. La silueta de un mar donde naufraga el esclavo de su libertad,
el que cruza el desierto sin pensar en nada, la mujer preñada
de cuya hija se espera que avive sus ojos y encienda su mirada.
En bañera de acero o porcelana, ajeno al agua salada -el popular español,
el forza italia, el nazi, el cabeza rapada, el que se envuelve en turbante,
el que se calienta con wodka o enloquece con raki,
el que vive entre la niebla, el prisionero del 787 o del 380, el obeso democrático
y el maquinador impenitente- en este amanecer dorado.
Suceden (o creo que suceden) los naufragios en la noche.
Qué importan entonces las palabras y los amaneceres. La luna fría y el mar en calma.
Jefes de Estado y sus poderes. Banqueros y sus lingotes. Predicadores
y sus copas negras. Cartas marcadas. Dados desequilibrados.
Se echa de menos al Nautilus y al Holandés Errante.
Mueren intentando cruzar el mar. Por decenas. Por centenas. Por miles.
El cementerio marino de Valéry tras la cortina. El mar. El pensamiento. La poesía.
Cómo bañarse, como turista, como indolente, en este mar saturado de muerte
y de injusticia. No seré yo quien cuestione la Suprema Ley de las Apuestas.
El más incompetente de los diablos: vencedor de oposiciones.
Salvador Alís.
Me gusta tanto pasear. Sin saber a dónde iré a parar. Preferiblemente al atardecer.
Entretenido en mis pensamientos. Estímulos a cada paso. Tarareando canciones.
Como gato en un jardín. Como felino cazador de sombras.
Me gusta tanto decir entre dientes y sin articular palabras lo que pienso. Mis instintos.
Me gusta tanto. Bajo el cielo.
Qué mar tan puro, el Mediterráneo. No el mar real sino el coloreado.
Cincuenta años atrás. Navegando los griegos entretenidos en sus pensamientos.
Los romanos. Preferiblemente al amanecer. Los egipcios saludando a su disco solar.
La plata y el oro brillando para los tiburones. Y lágrimas de lava incandescente
salpicando el mar.
Nunca se hace de noche en mi casa. Lo impiden mis tres diosas blancas.
Dos años de oscuridad y la luz al fin irrumpe como luz.
Nunca se acaba aunque a cada instante parece que se acabe. Siempre.
Siempre una palabra más, otra canción inédita, otra esperanza que ahogar
y mi corazón maquinita calle arriba y calle abajo.
No escribo para estúpidos que siguen con el dedo cada línea sin sentido.
No escribo para nadie aunque a veces piense que yo debería llamarme nadie.
Con lápices de colores. La silueta de un mar donde naufraga el esclavo de su libertad,
el que cruza el desierto sin pensar en nada, la mujer preñada
de cuya hija se espera que avive sus ojos y encienda su mirada.
En bañera de acero o porcelana, ajeno al agua salada -el popular español,
el forza italia, el nazi, el cabeza rapada, el que se envuelve en turbante,
el que se calienta con wodka o enloquece con raki,
el que vive entre la niebla, el prisionero del 787 o del 380, el obeso democrático
y el maquinador impenitente- en este amanecer dorado.
Suceden (o creo que suceden) los naufragios en la noche.
Qué importan entonces las palabras y los amaneceres. La luna fría y el mar en calma.
Jefes de Estado y sus poderes. Banqueros y sus lingotes. Predicadores
y sus copas negras. Cartas marcadas. Dados desequilibrados.
Se echa de menos al Nautilus y al Holandés Errante.
Mueren intentando cruzar el mar. Por decenas. Por centenas. Por miles.
El cementerio marino de Valéry tras la cortina. El mar. El pensamiento. La poesía.
Cómo bañarse, como turista, como indolente, en este mar saturado de muerte
y de injusticia. No seré yo quien cuestione la Suprema Ley de las Apuestas.
El más incompetente de los diablos: vencedor de oposiciones.
Salvador Alís.
lunes, 20 de abril de 2015
700 EN EL MAR
700 EN EL MAR
Y ahora que me voy marchando,
ahora que pronto voy a desaparecer,
me pregunto dónde colgarán mis cuadros,
quién moverá las fichas blancas y negras del ajedrez,
quién me servirá la última copa,
quién, a mi lado, se enfrentará a la medianoche,
quién enmarcará mis palabras
y, sobre ellas, pondrá cristales y distancias
como algo muerto a contemplar.
Cruzo mis brazos sobre el pecho
y siento que aún puedo mover estrellas
de un lado al otro lado de la comprensión.
Cuanto más lúcido, más solo;
cuanto más ingenuo, menos sospechoso.
Yo soy el que abre la puerta y enciende la luz,
el que araña la pared,
el que juzga al amigo y al hermano,
el que incumple todas las reglas.
700 en el mar sin un suspiro, sin un ay, sin un adios.
Cualquier cosa dicha, pensada, mentida o inventada,
todo se hunde y se ahoga.
Yo el único y los demás.
Me llaman y no escucho, me citan y me desentiendo.
Soy el que pisa tierra adentro,
el que porta el cuchillo, el que cierra la puerta,
el que apaga la luz.
Me llaman calle de dirección única.
Salvador Alís.
Y ahora que me voy marchando,
ahora que pronto voy a desaparecer,
me pregunto dónde colgarán mis cuadros,
quién moverá las fichas blancas y negras del ajedrez,
quién me servirá la última copa,
quién, a mi lado, se enfrentará a la medianoche,
quién enmarcará mis palabras
y, sobre ellas, pondrá cristales y distancias
como algo muerto a contemplar.
Cruzo mis brazos sobre el pecho
y siento que aún puedo mover estrellas
de un lado al otro lado de la comprensión.
Cuanto más lúcido, más solo;
cuanto más ingenuo, menos sospechoso.
Yo soy el que abre la puerta y enciende la luz,
el que araña la pared,
el que juzga al amigo y al hermano,
el que incumple todas las reglas.
700 en el mar sin un suspiro, sin un ay, sin un adios.
Cualquier cosa dicha, pensada, mentida o inventada,
todo se hunde y se ahoga.
Yo el único y los demás.
Me llaman y no escucho, me citan y me desentiendo.
Soy el que pisa tierra adentro,
el que porta el cuchillo, el que cierra la puerta,
el que apaga la luz.
Me llaman calle de dirección única.
Salvador Alís.
NUNCA SE SABE
NUNCA SE SABE
Tendrás que hacerte a la idea de que vas a morir, tarde o temprano,
más pronto que tarde, mañana o pasado mañana, no dentro de cien años;
y que esa idea, esa certeza, esa ecuación,
no debe ser necesariamente trágica.
Nubes blancas sobre un fondo azul
y velas blancas sobre el agua y crestas de las olas.
Ojos azules mirando al sol, y algo -sin embargo- no parece normal,
algo no está en su sitio, no está donde debiera.
La carretera gris y el cuello incapaz de soportar el peso de la cabeza.
Sientes pánico ante la posibilidad de acabar como tu padre,
como el padre de tu padre, con un gran dolor en el pecho,
con un desarreglo mental extremo.
Y envidias la muerte de tu madre, y la muerte de la madre de tu madre,
cansadas de vivir y jugando su última moneda a todo o nada.
Me encuentro mejor en la noche, aunque algo me falta y
-por más que lo intente- no consiga saber qué es.
Semejante la noche a la sustancia que portan los gatos en sus mejillas,
con la que marcan, mediante rozamiento, las esquinas de su territorio.
El día es un planeta donde un río sin principio ni final discurre
bajo una selva que no deja ver el río.
Navegarás por ese río sin saber dónde se afilan sus orillas,
dónde cortan, dónde se cierran, dónde prohiben el paso y alertan
de un peligro insospechado.
Blancas crestas de las olas aquí. Azules reflejos del más allá.
A lo largo del río hallarás puertos donde aventuras sin nombre surgirán
como flores de un día.
Los muertos y los vivos comparten tequila y gusanos
en esos lugares de paso y acogida.
Tendrás que pagar por nada, como muchas otras veces.
Pero nada es todo y todo se vuelve música cuando el oído permanece atento
y cumple su cometido sin mirar hacia otro lado.
Ver y escuchar, para el ciego y para el sordo, son alternativas y opciones.
A lo largo del río, patrones de un barco con los ojos vendados.
Cera en las orejas para no caer en los cantos de sirena.
Enloquecer no es factible en esta variante del siglo XXI
con su enloquecido protagonista contemplando las nubes y sin dormir.
Deberás escribir un discurso final,
algo coherente o, al menos, legible para el último momento.
No hablarás de ti mismo, ni del que fuiste ni del que hubieras podido ser.
También en la noche las nubes manchan el cielo. No duermes,
piensas; no amas, deseas amar, a quién; y te sacude y trastorna esta esperanza,
que no se pierda esta vida, entonces ¿qué? Nunca se sabe.
Salvador Alís.
Tendrás que hacerte a la idea de que vas a morir, tarde o temprano,
más pronto que tarde, mañana o pasado mañana, no dentro de cien años;
y que esa idea, esa certeza, esa ecuación,
no debe ser necesariamente trágica.
Nubes blancas sobre un fondo azul
y velas blancas sobre el agua y crestas de las olas.
Ojos azules mirando al sol, y algo -sin embargo- no parece normal,
algo no está en su sitio, no está donde debiera.
La carretera gris y el cuello incapaz de soportar el peso de la cabeza.
Sientes pánico ante la posibilidad de acabar como tu padre,
como el padre de tu padre, con un gran dolor en el pecho,
con un desarreglo mental extremo.
Y envidias la muerte de tu madre, y la muerte de la madre de tu madre,
cansadas de vivir y jugando su última moneda a todo o nada.
Me encuentro mejor en la noche, aunque algo me falta y
-por más que lo intente- no consiga saber qué es.
Semejante la noche a la sustancia que portan los gatos en sus mejillas,
con la que marcan, mediante rozamiento, las esquinas de su territorio.
El día es un planeta donde un río sin principio ni final discurre
bajo una selva que no deja ver el río.
Navegarás por ese río sin saber dónde se afilan sus orillas,
dónde cortan, dónde se cierran, dónde prohiben el paso y alertan
de un peligro insospechado.
Blancas crestas de las olas aquí. Azules reflejos del más allá.
A lo largo del río hallarás puertos donde aventuras sin nombre surgirán
como flores de un día.
Los muertos y los vivos comparten tequila y gusanos
en esos lugares de paso y acogida.
Tendrás que pagar por nada, como muchas otras veces.
Pero nada es todo y todo se vuelve música cuando el oído permanece atento
y cumple su cometido sin mirar hacia otro lado.
Ver y escuchar, para el ciego y para el sordo, son alternativas y opciones.
A lo largo del río, patrones de un barco con los ojos vendados.
Cera en las orejas para no caer en los cantos de sirena.
Enloquecer no es factible en esta variante del siglo XXI
con su enloquecido protagonista contemplando las nubes y sin dormir.
Deberás escribir un discurso final,
algo coherente o, al menos, legible para el último momento.
No hablarás de ti mismo, ni del que fuiste ni del que hubieras podido ser.
También en la noche las nubes manchan el cielo. No duermes,
piensas; no amas, deseas amar, a quién; y te sacude y trastorna esta esperanza,
que no se pierda esta vida, entonces ¿qué? Nunca se sabe.
Salvador Alís.
viernes, 17 de abril de 2015
EL TAO EN LA PENUMBRA
EL TAO EN LA PENUMBRA
Tao-hsin: ¿Cómo podría liberarme?
Seng-ts´an: ¿Quién te tiene atado?
Tao-hsin: Nadie me tiene atado.
Seng-ts´an: Entonces ¿por qué buscas liberarte?
Una mano invisible sin piedad te tiene cogido por el cuello; el dolor desciende
desde detrás de la oreja izquierda hasta la mitad del hombro. Te preguntas
por qué el sueño se interrumpe cada mañana cuando la claridad se abre paso
entre las cortinas mal cerradas. Las cortinas blancas y los pájaros azules
estampados en ellas. Y el ruido de los aleteos de los negros pensamientos
en un círculo cerrado -cabeza que gira a un lado, luego al otro y después
permanece boca arriba espantada ante la imposibilidad de hallar refugio
en la isla desierta, en las altas montañas, en el bosque jamás hollado.
Una mano invisible sin compasión te cierra la boca; esas palabras detenidas
¿dónde irán? Apenas perceptible, sólo bajo cierta luz, el polvo se une al polvo,
un libro hace muro con otros libros, los años más blancos ya secos y amarillos.
El teléfono apagado, la botella de agua casi vacía, las gafas de aumento
sobre el libro, el libro sobre el cuaderno, la bombilla fundida,
la sábana empapada, la dentadura incompleta, el sueño interrumpido,
un ojo cansado y el otro ciego, y el día que se renueva
como una amenaza simplemente casual y sin objetivo.
Una mano invisible sin finalidad sobre tu pecho -presión que altera, huella
cuya ignorancia la hace única y, por tanto, sin dirección. El largo espejo
junto a la cama, el armario de cuatro puertas y el otro mundo que allí se esconde
entre las camisas con sus cebras y sus antílopes y las acacias y sus durmientes.
"Jamás hubo un árbol Bodhi, ni brillante espejo de pie.
En realidad nada existe. ¿Dónde, pues, se va a juntar el polvo." Sucederá
otra vez. Y otra y otra vez. Porque la repetición y el error son inevitables,
cuerdas que no se anudan y manos que se entretienen con la escritura.
Salvador Alís.
martes, 14 de abril de 2015
¿POR QUÉ?
"<<¿Por qué -pregunta Zapffe- no se extinguió la humanidad hace tiempo durante grandes epidemias de locura? ¿Por qué sólo perece un número muy reducido de individuos por no poder resistir la tensión de vivir, porque el conocimiento les da más de lo que pueden soportar?>>
La respuesta de Zapffe es: <<la mayoría de la gente aprende a salvarse limitando artificialmente el contenido de su consciencia.>>"
Thomas Ligotti. La conspiración contra la especie humana. Valdemar. 2015. Pág. 36.
sábado, 11 de abril de 2015
SENECTUD
SENECTUD
Finjo que los problemas del mundo me interesan,
pero cada vez deseo pasar más tiempo a oscuras y en la cama.
Compro libros sabiendo que nunca voy a leerlos.
Hace años que dejé de ir al cine. No me gustan las películas
actuales, ni la música actual (salvo excepciones).
Si paseando por las calles me veo lateralmente en algún espejo,
me veo envejecido y mis ojos se asombran pero yo no,
pues soy lo que veo y de mí se refleja, y el disfraz es mental
y sólo sirve para pensarse y engañarse en soledad.
Todo lo dejo para mañana por pereza infinita,
y para el día siguiente y la otra semana y el mes de más allá.
Siento un gran desprecio por las multitudes
y las ideas comunes, fealdad extrema y exceso de formas.
El mundo está lleno de pasásitos -me digo exagerando,
cada vez más gente en las calles, en las carreteras,
en los trenes, en los barcos, en los aviones,
yendo a ninguna parte pues todos los lugares son el mismo
e inevitablemente cada uno vuelve a su punto de partida.
Recuerdo, como si fuese ayer, mi punto de partida;
y recuerdo todos y cada uno de mis ayeres.
Simplemente vivo en esos recuerdos e invento otros posibles.
Que yo sea importante para quién, que yo deba vivir
más o mejor o por delante de otros, que yo alcance mi sentido
y lo reconozca y lo comprenda. ¿Dónde está el problema?
Ya no siente el aroma del amor mi olfato perdido;
mi loca y desconcertada nariz en su renovación
huele las flores y los frutos y hasta el lejano bosque
y el azufre amarillo y el arándano negro. Pero el amor no.
Finjo que trabajo para ganarme la vida, que me interesan
las condiciones laborales, y coincido con aquellos
que fingen lo mismo que yo. La verdad es que pierdo la vida
en la torpe ilusión de ganarla, mientras se escapa el tiempo
como una liebre entre las garras de su alado cazador.
En la rutina de las tardes, las partidas no jugadas,
las copas de cristal sujetas por el tallo. A duras penas duermo
en una habitación sin luz porque la luz ya no me atañe.
Y se junta el polvo con el polvo en los libros frente a mí.
Y escribo sin que ya ningún papel aumente este desorden.
Hace años que dejé de ir a la playa. Y aunque vivo en una isla,
del mar apenas me gusta la superficie (si no está alterada).
Finjo que los problemas del mundo me interesan,
pero el mundo se erosiona y reduce su tamaño dando vueltas
alrededor de un eje inestable, alrededor de un sol que se muere,
como todo en este vasto universo, cuando más brilla.
Salvador Alís.
Finjo que los problemas del mundo me interesan,
pero cada vez deseo pasar más tiempo a oscuras y en la cama.
Compro libros sabiendo que nunca voy a leerlos.
Hace años que dejé de ir al cine. No me gustan las películas
actuales, ni la música actual (salvo excepciones).
Si paseando por las calles me veo lateralmente en algún espejo,
me veo envejecido y mis ojos se asombran pero yo no,
pues soy lo que veo y de mí se refleja, y el disfraz es mental
y sólo sirve para pensarse y engañarse en soledad.
Todo lo dejo para mañana por pereza infinita,
y para el día siguiente y la otra semana y el mes de más allá.
Siento un gran desprecio por las multitudes
y las ideas comunes, fealdad extrema y exceso de formas.
El mundo está lleno de pasásitos -me digo exagerando,
cada vez más gente en las calles, en las carreteras,
en los trenes, en los barcos, en los aviones,
yendo a ninguna parte pues todos los lugares son el mismo
e inevitablemente cada uno vuelve a su punto de partida.
Recuerdo, como si fuese ayer, mi punto de partida;
y recuerdo todos y cada uno de mis ayeres.
Simplemente vivo en esos recuerdos e invento otros posibles.
Que yo sea importante para quién, que yo deba vivir
más o mejor o por delante de otros, que yo alcance mi sentido
y lo reconozca y lo comprenda. ¿Dónde está el problema?
Ya no siente el aroma del amor mi olfato perdido;
mi loca y desconcertada nariz en su renovación
huele las flores y los frutos y hasta el lejano bosque
y el azufre amarillo y el arándano negro. Pero el amor no.
Finjo que trabajo para ganarme la vida, que me interesan
las condiciones laborales, y coincido con aquellos
que fingen lo mismo que yo. La verdad es que pierdo la vida
en la torpe ilusión de ganarla, mientras se escapa el tiempo
como una liebre entre las garras de su alado cazador.
En la rutina de las tardes, las partidas no jugadas,
las copas de cristal sujetas por el tallo. A duras penas duermo
en una habitación sin luz porque la luz ya no me atañe.
Y se junta el polvo con el polvo en los libros frente a mí.
Y escribo sin que ya ningún papel aumente este desorden.
Hace años que dejé de ir a la playa. Y aunque vivo en una isla,
del mar apenas me gusta la superficie (si no está alterada).
Finjo que los problemas del mundo me interesan,
pero el mundo se erosiona y reduce su tamaño dando vueltas
alrededor de un eje inestable, alrededor de un sol que se muere,
como todo en este vasto universo, cuando más brilla.
Salvador Alís.
DECADENCIA
"El secreto está en la seguridad interior. Llovía con fuerza pero sin velocidad; gotas muy pesadas que estallaban con ruido al tocar las baldosas. Hay una forma de placer muy intenso que es difícil describir y que aparece sólo en la vejez; dejé pasar varios ómnibus que me servían, me servían todos en realidad, pero no quería interrumpir el placer. Es algo parecido a la lluvia, algo que cae y se dispersa."
"Lo que más me desespera de este proceso de decadencia física y mental es un elemento, tal vez compensatorio, que se infiltra insidiosamente en el espíritu y a uno lo hace colaborar alegremente con el enemigo; un sentimiento de placer, y de extrema placidez, que al mismo tiempo implica un supremo desinterés por lo que está ocurriendo, y por lo que le está ocurriendo a uno."
"Las gotas de lluvia rebotan contra el asfalto, se rompen contra el asfalto y se transforman en multitud de gotas minúsculas; es posible que, al volver a caer, vuelvan a rebotar y a fragmentarse. Pero al final todo es agua que corre, todo es pensamiento que fluye, todo es literatura que se escribe o palabras que se piensan, la Historia humana, las gotas de lluvia, todo se vuelve palabra consciente, o se pierde para siempre; aunque también se perderán las palabras. Y si todo este juego tiene al fin algún significado, eso no lo sabemos."
Mario Levrero, El alma de Gardel.
"Lo que más me desespera de este proceso de decadencia física y mental es un elemento, tal vez compensatorio, que se infiltra insidiosamente en el espíritu y a uno lo hace colaborar alegremente con el enemigo; un sentimiento de placer, y de extrema placidez, que al mismo tiempo implica un supremo desinterés por lo que está ocurriendo, y por lo que le está ocurriendo a uno."
"Las gotas de lluvia rebotan contra el asfalto, se rompen contra el asfalto y se transforman en multitud de gotas minúsculas; es posible que, al volver a caer, vuelvan a rebotar y a fragmentarse. Pero al final todo es agua que corre, todo es pensamiento que fluye, todo es literatura que se escribe o palabras que se piensan, la Historia humana, las gotas de lluvia, todo se vuelve palabra consciente, o se pierde para siempre; aunque también se perderán las palabras. Y si todo este juego tiene al fin algún significado, eso no lo sabemos."
Mario Levrero, El alma de Gardel.
lunes, 6 de abril de 2015
BILLIE HOLIDAY CUMPLE CIEN AÑOS
BILLIE HOLIDAY CUMPLE CIEN AÑOS
Las instrucciones ya no llegan, como hace tiempo, por correo postal.
Los informes de instancias superiores hablan de un caos total.
Se cruzan imágenes, se atraviesan imágenes, se rompen y descomponen
imágenes mientras el conquistador de las alturas cae de rodillas
y el explorador de las profundidades flota cabeza abajo.
Todo el riesgo en manos de una élite de perdedores, las montañas
y las fosas submarinas, las cuerdas trenzadas y las algas del dolor.
Las preguntas son las mismas de siempre. De cara a la pared,
con los ojos vendados, frente a la puerta que no se abre.
Nada nuevo y, no obstante, la locura toma el control. La locura decide
qué nieve y qué avalancha, qué caída libre, qué reserva de oxígeno,
qué palabras y qué silencios, qué plazos, qué finales.
El alma de Billie Holiday en una carretera perdida en el recuerdo,
atravesando un bosque de claras incertidumbres. Esa luz de luna,
esa melodía obsesiva y sin importancia. Las instrucciones ya no llegan,
como hace tiempo, con los colores variables de cada amanecer.
La maldad se hace como se hacen los arcos de bambú,
lenta y cuidadosamente, forzando la doblez sin que la tensión se pierda
en rotura y estallido, mientras se adelgaza la forma y el tiempo es invertido.
Los informes de instancias superiores hablan de un caos total.
Pero nada me impide, en esta noche sin peso y tan superficial, decir que
lo contrario de una sonrisa es una lágrima, y que con ambos gestos
algo se pierde y algo se gana. Y eso es todo por ahora.
Salvador Alís.
Las instrucciones ya no llegan, como hace tiempo, por correo postal.
Los informes de instancias superiores hablan de un caos total.
Se cruzan imágenes, se atraviesan imágenes, se rompen y descomponen
imágenes mientras el conquistador de las alturas cae de rodillas
y el explorador de las profundidades flota cabeza abajo.
Todo el riesgo en manos de una élite de perdedores, las montañas
y las fosas submarinas, las cuerdas trenzadas y las algas del dolor.
Las preguntas son las mismas de siempre. De cara a la pared,
con los ojos vendados, frente a la puerta que no se abre.
Nada nuevo y, no obstante, la locura toma el control. La locura decide
qué nieve y qué avalancha, qué caída libre, qué reserva de oxígeno,
qué palabras y qué silencios, qué plazos, qué finales.
El alma de Billie Holiday en una carretera perdida en el recuerdo,
atravesando un bosque de claras incertidumbres. Esa luz de luna,
esa melodía obsesiva y sin importancia. Las instrucciones ya no llegan,
como hace tiempo, con los colores variables de cada amanecer.
La maldad se hace como se hacen los arcos de bambú,
lenta y cuidadosamente, forzando la doblez sin que la tensión se pierda
en rotura y estallido, mientras se adelgaza la forma y el tiempo es invertido.
Los informes de instancias superiores hablan de un caos total.
Pero nada me impide, en esta noche sin peso y tan superficial, decir que
lo contrario de una sonrisa es una lágrima, y que con ambos gestos
algo se pierde y algo se gana. Y eso es todo por ahora.
Salvador Alís.
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