jueves, 31 de marzo de 2016
CERRADO POR VACACIONES
CERRADO POR VACACIONES
Sales de un bar y te diriges a otro bar. Numerosos e incontables los bares, que son bares y al tiempo son símbolos y cosas distintas, según tu costumbre. El ánimo es bueno y te encuentras relajado. Los tragos medidos, no muchos pero selectos.
Junto a la puerta del segundo bar hay un gran escaparate a través del cual ves a un grupo heterogéneo de personas ejecutando extraños bailes. La música debe sonar alta en el interior, afuera no se escucha. Esas personas, ellas mismas o sus movimientos, no te inspiran confianza, por tanto desconfías y decides no entrar.
Doblas una esquina y te enfrentas a una pronunciada cuesta escalonada que baja hacia el mar. Dirías que se trata de la ciudad donde vives, pero en esto no hay seguridad. El paisaje es irreconocible.
No sientes miedo de nada, de nadie, aunque sí cierta inquietud. Quieres escapar, alejarte, ir a otro lugar. Y comienzas a descender, primero caminando pausadamente, sin alteración, y luego corriendo, cada vez más deprisa, sobre los anchos escalones forrados con placas de mármol y azulejos.
Arriba, en la zona de los bares, había mucha gente, un ambiente festivo, y lucía el sol y el cielo se veía tan azul. En la cuesta, sin embargo, estás solo. Casas deshabitadas, locales cerrados, cristales rotos y macetas con plantas marchitas o muertas, a ambos lados de la cuesta.
A ambos lados carteles sucios, imágenes desdibujadas, reclamos y palabras que aparecen, desaparecen y vuelven a aparecer. Publicidad agresiva y tan a menudo falsa: "pájaros vivos se venden", "se curan todo tipo de quemaduras", "desde este locutorio puede usted hablar con dios", "se echan las cartas, se adivina el futuro", "dulces masajes, final feliz".
Tu carrera se hace cada vez más rápida, se acelera vertiginosamente mientras comienza a llover y el suelo se vuelve resbaladizo y peligroso.
La cuesta parece no acabar nunca. Ya has recorrido una gran distancia pero el mar, que es tu meta, sigue igual, como una foto fija, abajo en la lejanía, al fondo de la cuesta.
La lluvia es más intensa a cada instante, una verdadera tormenta que todo lo convierte en gris.
Ahora sientes pánico, no por nada ni por nadie, no por el motivo -sea el que sea- de tu huida, sino por tu propia carrera descontrolada.
Lo que contemplas a tu alrededor pasa a tal velocidad que se vuelve borroso, se mezcla y confunde. Un mendigo y un gato se acurrucan sobre papeles de periódico al abrigo de un portal, hechos un bulto. ¿Quién es el mendigo? ¿Quién es el gato?
Por fin logras detenerte agarrando una barandilla lateral. Y se frena tu caída secamente, abruptamente, lo que parecía imposible. Los zapatos encharcados, mojado de la cabeza a los pies, el corazón latiendo como si la vida te fuera en ello.
Junto a ti descubres una puerta blanca, estrecha y larga, un comercio o un negocio abandonado entre los muchos que bordean la cuesta, y sobre ella un panel horizontal con letras mayúsculas de color rojo: "CERRADO POR VACACIONES".
Hasta aquí el sueño de esta tarde, durante los cortos quince minutos que duró la siesta.
El primer pensamiento, al despertar, fue creer que el texto no era el apropiado. Mejor haber escrito: "CERRADO POR MAL TIEMPO".
Salvador Alís.
"¿Qué debo hacer? Sólo veo oscuridad por todas partes. ¿Creeré que no soy nada?
¿Creeré que soy dios?"
"La curiosidad no es más que vanidad.
Por regla general sólo se quiere saber para hablar de ello,
Por regla general sólo se quiere saber para hablar de ello,
de lo contrario no viajaríamos por mar para no decir nunca nada del viaje
y por el mero placer de ver,
y por el mero placer de ver,
sin esperanza de no poder explayarnos sobre lo que hemos visto."
Pascal (1623 - 1662). Pensamientos. "Papeles clasificados". Pág.: 23 y 43.
Sales de un bar y te diriges a otro bar. Numerosos e incontables los bares, que son bares y al tiempo son símbolos y cosas distintas, según tu costumbre. El ánimo es bueno y te encuentras relajado. Los tragos medidos, no muchos pero selectos.
Junto a la puerta del segundo bar hay un gran escaparate a través del cual ves a un grupo heterogéneo de personas ejecutando extraños bailes. La música debe sonar alta en el interior, afuera no se escucha. Esas personas, ellas mismas o sus movimientos, no te inspiran confianza, por tanto desconfías y decides no entrar.
Doblas una esquina y te enfrentas a una pronunciada cuesta escalonada que baja hacia el mar. Dirías que se trata de la ciudad donde vives, pero en esto no hay seguridad. El paisaje es irreconocible.
No sientes miedo de nada, de nadie, aunque sí cierta inquietud. Quieres escapar, alejarte, ir a otro lugar. Y comienzas a descender, primero caminando pausadamente, sin alteración, y luego corriendo, cada vez más deprisa, sobre los anchos escalones forrados con placas de mármol y azulejos.
Arriba, en la zona de los bares, había mucha gente, un ambiente festivo, y lucía el sol y el cielo se veía tan azul. En la cuesta, sin embargo, estás solo. Casas deshabitadas, locales cerrados, cristales rotos y macetas con plantas marchitas o muertas, a ambos lados de la cuesta.
A ambos lados carteles sucios, imágenes desdibujadas, reclamos y palabras que aparecen, desaparecen y vuelven a aparecer. Publicidad agresiva y tan a menudo falsa: "pájaros vivos se venden", "se curan todo tipo de quemaduras", "desde este locutorio puede usted hablar con dios", "se echan las cartas, se adivina el futuro", "dulces masajes, final feliz".
Tu carrera se hace cada vez más rápida, se acelera vertiginosamente mientras comienza a llover y el suelo se vuelve resbaladizo y peligroso.
La cuesta parece no acabar nunca. Ya has recorrido una gran distancia pero el mar, que es tu meta, sigue igual, como una foto fija, abajo en la lejanía, al fondo de la cuesta.
La lluvia es más intensa a cada instante, una verdadera tormenta que todo lo convierte en gris.
Ahora sientes pánico, no por nada ni por nadie, no por el motivo -sea el que sea- de tu huida, sino por tu propia carrera descontrolada.
Lo que contemplas a tu alrededor pasa a tal velocidad que se vuelve borroso, se mezcla y confunde. Un mendigo y un gato se acurrucan sobre papeles de periódico al abrigo de un portal, hechos un bulto. ¿Quién es el mendigo? ¿Quién es el gato?
Por fin logras detenerte agarrando una barandilla lateral. Y se frena tu caída secamente, abruptamente, lo que parecía imposible. Los zapatos encharcados, mojado de la cabeza a los pies, el corazón latiendo como si la vida te fuera en ello.
Junto a ti descubres una puerta blanca, estrecha y larga, un comercio o un negocio abandonado entre los muchos que bordean la cuesta, y sobre ella un panel horizontal con letras mayúsculas de color rojo: "CERRADO POR VACACIONES".
Hasta aquí el sueño de esta tarde, durante los cortos quince minutos que duró la siesta.
El primer pensamiento, al despertar, fue creer que el texto no era el apropiado. Mejor haber escrito: "CERRADO POR MAL TIEMPO".
Salvador Alís.
martes, 29 de marzo de 2016
LECTURAS DE SEMANA SANTA
LECTURAS DE SEMANA SANTA
PASCAL
"Todas las buenas normas de conducta están en el mundo: sólo falta aplicarlas.
Por ejemplo, nadie duda de que tengamos que exponer la vida en defensa del bien público; pero en defensa de la religión no.
Es necesario que exista desigualdad entre los hombres, esto es cierto; pero concedido esto he aquí abierta la puerta no solamente a la máxima dominación, sino a la máxima tiranía.
Es necesario dar un poco de libertad al espíritu, pero esto abre la puerta a los mayores excesos.
Debemos fijar los límites. No existen límites en las cosas. Las leyes pretenden ponerlos y el espíritu no puede soportarlos."
PASCAL
"Todas las buenas normas de conducta están en el mundo: sólo falta aplicarlas.
Por ejemplo, nadie duda de que tengamos que exponer la vida en defensa del bien público; pero en defensa de la religión no.
Es necesario que exista desigualdad entre los hombres, esto es cierto; pero concedido esto he aquí abierta la puerta no solamente a la máxima dominación, sino a la máxima tiranía.
Es necesario dar un poco de libertad al espíritu, pero esto abre la puerta a los mayores excesos.
Debemos fijar los límites. No existen límites en las cosas. Las leyes pretenden ponerlos y el espíritu no puede soportarlos."
Blaise Pascal. Pensamientos. "Papeles no clasificados". Pág.: 217-218. Gredos. 2014.
KRISHNAMURTI
"¿Pueden ustedes, entonces, viviendo en este mundo, vivir completamente sin ambición, sin compararse jamás con nadie? Porque tan pronto se comparan, hay conflicto, envidia, deseo de lograr cosas, de superar al otro.
¿Puede una mente y un corazón que recuerdan las ofensas, los insultos, las cosas que los han embotado y vuelto insensibles, (...) saber qué es el amor. Sin embargo, esto es lo que estamos persiguiendo, consciente o inconscientemente. Nuestros dioses son el resultado de nuestro placer. Nuestras creencias, nuestra estructura social, la moral de la sociedad -que es esencialmente inmoral-, son el resultado de nuestra persecución del placer. Y cuando decimos que <<amamos>> a alguien, ¿es eso amor? Amar a alguien significa que no hay separación ni dominio ni actividad egocéntrica alguna. Para descubrir qué es el amor, uno debe negar todo esto, negarlo en el sentido de ver su falsedad. Una vez que vemos algo como falso -algo que hemos aceptado como verdadero, natural, humano-, jamás podemos regresar a ello. Cuando vemos una serpiente peligrosa, o un animal peligroso, jamás jugamos con él ni nos acercamos. De igual manera, cuando ustedes vean realmente que el amor no es ninguna de estas cosas (no depender el uno del otro, no escapar de la propia soledad valiéndose del otro, no tratar de encontrar, por medio del otro, consuelo ni compañía), cuando perciban esto, cuando lo observen, lo mastiquen bien, vivan con ello, se entreguen a ello totalmente, sabrán qué es el amor, qué es la compasión, que significa pasión por todos.
Nosotros carecemos de pasión; conocemos la lujuria, el placer. La raíz etimológica de la palabra pasión es dolor. Todos hemos experimentado dolor de una u otra clase; la pérdida de alguien, el dolor de la autocompasión, el dolor de la raza humana, tanto el colectivo como el personal. Sabemos lo que es el dolor por la muerte de alguien a quien consideramos haber amado. Cuando permanezcamos con ese dolor totalmente, sin tratar de racionalizarlo, sin intentar escapar de él en ninguna forma -por medio de palabras o por medio de la acción-, cuando permanezcamos completamente con el dolor, sin movimiento alguno del pensar, descubriremos que, desde ese dolor, surge la pasión. Esa pasión tiene la calidad del amor, y el amor está libre de dolor.
(...) Uno ha de descubrir por sí mismo qué significa morir. Entonces no hay miedo y, por lo tanto, cada día es un nuevo día. Y esto es lo que realmente quiero decir: uno puede hacerlo, de modo tal que su mente y sus ojos vean la vida como algo totalmente nuevo. Eso es eternidad. Es la calidad de la mente que ha dado con este estado intemporal, porque ha sabido lo que significa morir cotidianamente a todo lo que ha acumulado durante el día. Por cierto, en eso hay amor. El amor es algo totalmente nuevo cada día, pero el placer no lo es, el placer tiene continuidad. El amor es siempre nuevo; por lo tanto, tiene su propia eternidad.
¿Desean formular algunas preguntas?"
Jiddu Krishnamurti. Sobre el amor y la soledad. Pág.: 88-89. Kairós. 1998.
jueves, 24 de marzo de 2016
LA LLAGA
LA LLAGA
Un accidente doméstico y estás tocado, señalado, malherido,
una extraña noche de agua caliente en los pies, ni siquiera agua hirviendo,
humedad y calor y la llaga en el tobillo.
La llaga tiene los bordes enrojecidos, la forma de tu dedo pulgar,
su tamaño, una depresión de tres milímetros, el interior blanquecino.
Pero día tras día la llaga muta, se convierte en otra cosa, lo indeseable,
se convierte en dolor y en furia, se expande y se encoge,
lo blanco se vuelve verde, las gasas y los esparadrapos no la contienen.
La sangre acude en defensa de la sangre, moviliza
a sus avanzadillas de glóbulos blancos, se enfrenta a las bacterias.
La fiebre te hace pensar, los pensamientos alertan,
mas no temes un peligro inmediato causado por la llaga,
temes a los propios pensamientos, pensar es lo que cuenta.
Y en ese delirio producido por la llaga recuerdas a los cruzados,
aquellos que por la cruz abandonaron los cinturones de hierro,
se demoraron años en travesías y batallas, perdieron llaves,
cruzaron mares, invadieron tierras infieles, y todo ello bendecido
por el hijo bastardo de dios y en su propio nombre y bajo su bandera.
La llaga no se contenta con taladrar los tejidos, intenta llegar al hueso.
La llaga te recuerda que en aquellas fechas lejanas
aún yacía oculto el oro negro bajo los desiertos,
y que algunos siglos después, otros capitanes al mando de asesinos,
dando una vuelta de tuerca llegaron a un nuevo mundo
para cargar sus naves con el oro amarillo de otros infieles
llamados indígenas, en realidad llamados exterminio.
Cruzados y Conquistadores devastaron pueblos y culturas,
a su favor el metal y la pólvora, los caballos resoplantes, las epidemias.
La llaga te dice que el lenguaje no es inocente, ni la historia,
ni la piel, y que una sangre no es igual que otra sangre.
Y por esos accidentes y casualidades de la vida, es la llaga incurable
la que te hace leer las iluminadas palabras de Fray Bartolomé
de las Casas, que pusieron acento a una barbarie antigua
y lo ponen otra vez, ¿cuántas veces?, a esta confusa época
donde los impotentes y los asesinos, los saqueadores y los genocidas,
siguen defendiendo su nombre y el nombre de su dios,
su bandera, su llave perdida: "En estas ovejas mansas,
y de las calidades susodichas por su Hacedor y Criador así dotadas,
entraron los españoles, desde luego que las conocieron,
como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos.
Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte,
hasta hoy, e hoy en este día lo hacen,
sino despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas
y destruirlas por las extrañas y nuevas e varias
e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad."
Entraron los españoles, sí, y también entraron portugueses
e ingleses, franceses, holandeses, belgas, alemanes y, por simplificar,
vanguardias y bacterias de muchas naciones, y de los nuevos
y poderosos imperios, soles y estrellas, hoces y martillos,
y siempre las cruces, los abanderados, los uniformes negros.
Diez horas caminando cada día, cuatro pisos sin ascensor,
subir y bajar, bajar y subir, y drenar cada mañana y cada noche
la herida que no cicatriza, el pensamiento que no se contiene.
Esta llaga febril y fervorosa te indica que todo está sucediendo
al mismo tiempo, sin orden ni concierto,
que todo es lo que fue, que la espada, el cañón, la energía atómica,
el polvo blanco, los helicópteros grises, las escuchas, los cascos,
los encriptamientos, la esvástica, las capuchas, la libertad, el terror,
la triple k, los mayas, los incas, los aztecas, la derecha, la izquierda,
los protocolos, las paranoias, los suicidas por su causa,
el Cristo del Gran Poder, Judea, Palestina, el G-20, los virus,
la Bolsa, la Vida y la Muerte y hasta el dominio del espacio exterior
son lo que son y lo que fueron, el big bang de una manzana podrida,
una llaga en el tobillo que te hace medir los pasos
y por momentos renegar de la ilusión de una vida decente
que pueda llegar a su cénit sin mayores contratiempos.
Te dirán que la escritura no es neutral, lectores privilegiados
a los que muestras tu herida. Pero no deben importarte los lectores,
los lectores no son nada ante los eritemas y fibrinógenos,
ni los que callan ni los que opinan, los que leen para sí,
los que expanden lo leído como infección descontrolada,
infección que no se combate con Silvederma, Iruxol o Urgo Clean,
los que se retraen, los que contraatacan, los que comprenden,
los incomprendidos, los que sienten miedo, los no llamados y no elegidos,
los ungidos con sueros fisiológicos y estériles,
los que hablan por hablar, los que incluso te sorprenden.
En sus respectivos cielos, Zeus, Guan Yin, Ra, Atenea, Vishnú, Abraxas,
Epona, Mitra, Xochiquétzal, Yahveh, Gea, Shangdi, Isis, Huiracocha,
Lilit, Júpiter, Ixchel, Xwedè, Ishtar, Shivá, Sarasvati, Allah, Tiamat,
Quetzalcoatl, Nyame y Asase y todos los dioses y diosas que faltan,
que no son pocos, deben contemplarte
como un bicho raro, alguien que hace de su llaga una historia
que pretende ser la Historia. Apenas llueve hoy en día,
pero desde esos cielos ha llovida tanto.
Ayer te habló la luna llena: "Dioses humanos te están jodiendo la vida".
Y también: "En tu sangre luchan alcoholes, tétanos y eritromicinas,
pero el verdadero enemigo, el oculto, el desconocido, es otro."
Salvador Alís.
Un accidente doméstico y estás tocado, señalado, malherido,
una extraña noche de agua caliente en los pies, ni siquiera agua hirviendo,
humedad y calor y la llaga en el tobillo.
La llaga tiene los bordes enrojecidos, la forma de tu dedo pulgar,
su tamaño, una depresión de tres milímetros, el interior blanquecino.
Pero día tras día la llaga muta, se convierte en otra cosa, lo indeseable,
se convierte en dolor y en furia, se expande y se encoge,
lo blanco se vuelve verde, las gasas y los esparadrapos no la contienen.
La sangre acude en defensa de la sangre, moviliza
a sus avanzadillas de glóbulos blancos, se enfrenta a las bacterias.
La fiebre te hace pensar, los pensamientos alertan,
mas no temes un peligro inmediato causado por la llaga,
temes a los propios pensamientos, pensar es lo que cuenta.
Y en ese delirio producido por la llaga recuerdas a los cruzados,
aquellos que por la cruz abandonaron los cinturones de hierro,
se demoraron años en travesías y batallas, perdieron llaves,
cruzaron mares, invadieron tierras infieles, y todo ello bendecido
por el hijo bastardo de dios y en su propio nombre y bajo su bandera.
La llaga no se contenta con taladrar los tejidos, intenta llegar al hueso.
La llaga te recuerda que en aquellas fechas lejanas
aún yacía oculto el oro negro bajo los desiertos,
y que algunos siglos después, otros capitanes al mando de asesinos,
dando una vuelta de tuerca llegaron a un nuevo mundo
para cargar sus naves con el oro amarillo de otros infieles
llamados indígenas, en realidad llamados exterminio.
Cruzados y Conquistadores devastaron pueblos y culturas,
a su favor el metal y la pólvora, los caballos resoplantes, las epidemias.
La llaga te dice que el lenguaje no es inocente, ni la historia,
ni la piel, y que una sangre no es igual que otra sangre.
Y por esos accidentes y casualidades de la vida, es la llaga incurable
la que te hace leer las iluminadas palabras de Fray Bartolomé
de las Casas, que pusieron acento a una barbarie antigua
y lo ponen otra vez, ¿cuántas veces?, a esta confusa época
donde los impotentes y los asesinos, los saqueadores y los genocidas,
siguen defendiendo su nombre y el nombre de su dios,
su bandera, su llave perdida: "En estas ovejas mansas,
y de las calidades susodichas por su Hacedor y Criador así dotadas,
entraron los españoles, desde luego que las conocieron,
como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos.
Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte,
hasta hoy, e hoy en este día lo hacen,
sino despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas
y destruirlas por las extrañas y nuevas e varias
e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad."
Entraron los españoles, sí, y también entraron portugueses
e ingleses, franceses, holandeses, belgas, alemanes y, por simplificar,
vanguardias y bacterias de muchas naciones, y de los nuevos
y poderosos imperios, soles y estrellas, hoces y martillos,
y siempre las cruces, los abanderados, los uniformes negros.
Diez horas caminando cada día, cuatro pisos sin ascensor,
subir y bajar, bajar y subir, y drenar cada mañana y cada noche
la herida que no cicatriza, el pensamiento que no se contiene.
Esta llaga febril y fervorosa te indica que todo está sucediendo
al mismo tiempo, sin orden ni concierto,
que todo es lo que fue, que la espada, el cañón, la energía atómica,
el polvo blanco, los helicópteros grises, las escuchas, los cascos,
los encriptamientos, la esvástica, las capuchas, la libertad, el terror,
la triple k, los mayas, los incas, los aztecas, la derecha, la izquierda,
los protocolos, las paranoias, los suicidas por su causa,
el Cristo del Gran Poder, Judea, Palestina, el G-20, los virus,
la Bolsa, la Vida y la Muerte y hasta el dominio del espacio exterior
son lo que son y lo que fueron, el big bang de una manzana podrida,
una llaga en el tobillo que te hace medir los pasos
y por momentos renegar de la ilusión de una vida decente
que pueda llegar a su cénit sin mayores contratiempos.
Te dirán que la escritura no es neutral, lectores privilegiados
a los que muestras tu herida. Pero no deben importarte los lectores,
los lectores no son nada ante los eritemas y fibrinógenos,
ni los que callan ni los que opinan, los que leen para sí,
los que expanden lo leído como infección descontrolada,
infección que no se combate con Silvederma, Iruxol o Urgo Clean,
los que se retraen, los que contraatacan, los que comprenden,
los incomprendidos, los que sienten miedo, los no llamados y no elegidos,
los ungidos con sueros fisiológicos y estériles,
los que hablan por hablar, los que incluso te sorprenden.
En sus respectivos cielos, Zeus, Guan Yin, Ra, Atenea, Vishnú, Abraxas,
Epona, Mitra, Xochiquétzal, Yahveh, Gea, Shangdi, Isis, Huiracocha,
Lilit, Júpiter, Ixchel, Xwedè, Ishtar, Shivá, Sarasvati, Allah, Tiamat,
Quetzalcoatl, Nyame y Asase y todos los dioses y diosas que faltan,
que no son pocos, deben contemplarte
como un bicho raro, alguien que hace de su llaga una historia
que pretende ser la Historia. Apenas llueve hoy en día,
pero desde esos cielos ha llovida tanto.
Ayer te habló la luna llena: "Dioses humanos te están jodiendo la vida".
Y también: "En tu sangre luchan alcoholes, tétanos y eritromicinas,
pero el verdadero enemigo, el oculto, el desconocido, es otro."
Salvador Alís.
martes, 22 de marzo de 2016
¿DEBER O NO DEBER?
¿DEBER O NO DEBER?
No deberías ocuparte de asuntos que no importan, de la vida real,
de la gente que ves en la calle y cuyas conversaciones,
cara a cara o en el aire, y a juzgar por los fragmentos, por las estelas,
no van a ninguna parte, son ruido.
No deberías perder el tiempo con los días bajo la luz del día,
con los vivos que creen estar vivos,
con los informes y los cantos repetidos sin acierto,
con las lágrimas de diamante de esta Europa enmascarada.
No deberías preocuparte por el futuro que llega como tormenta de arena,
por un pasado donde la culpa es signo y cruz y mortaja.
No deberías interesarte por los hechos, por los actos,
sino por la reflexión sobre los hechos y la reflexión sobre los actos.
No deberías considerar el amor, hallado, perdido, cultivado, enmarañado,
sino la pornografía, la única desnudez que se aproxima a la verdad
frente a la amada hipocresía y la hipocortesía convencional.
Deberías concentrarte en los libros y no en la lengua hablada,
en las palabras de tinta y no en los remedos aforísticos
de los analfabetos de la velocidad contemporánea.
Deberías centrarte en los muertos, en ti mismo,
en el sentido del bosque y en la emoción del bosque,
y no en propio bosque, en el árbol solo, en la flor caída,
en el pájaro en su nido, en el mono que salta de rama en rama.
Deberías ver el cuadro antes que la fotografía,
la fotografía antes que el objeto, el sueño antes que el cuadro.
Deberías rechazar por falsedad las lágrimas de oro y las de jade,
lágrimas de las dunas y de los palacios,
lágrimas que parecen de sangre en esta España Negra
por la mezcla trágica o por la trágica ausencia de sus colores.
Deberías establecerte en aquella zona neutra donde no sucede nada
y sucede todo, donde el puro pensamiento
sustituye a las acciones, y preferir la inmovilidad
al alocado giro de la máquina del continuo movimiento.
Deberías respirar el aire y la oscuridad de la cueva
antes que la forma misma de la cueva y su incógnito propósito.
Deberías despreciar los aviones de aluminio
y elaborar, con atención y delicadeza, simples aviones de papel.
No deberías aceptar un dolor que se hace rodar y crecer
como bola de nieve y al final se precipita,
ni aceptar las mentiras, los parlamentos, los discursos,
las estadísticas de los estadistas,
los números y sus ecuaciones incuestionables.
No deberías dar crédito a la justificación que invade y discrimina.
No deberías empuñar la espada que separa el bien del mal.
No deberías sentir temor ante el índice de su poder.
Deberías saber que de las paredes surgen manos
y de las manos surgen armas, que todo lo que avanza
lo hace a tu pesar, y que finge, ahoga, saquea,
se autolesiona para lesionar, hiere por su herida
y busca siempre ennegrecer la quemadura.
No deberías contemplar ninguna duda, pues dudar es el instante
que precede al actuar, que por último está de más
y se opone a la vida contemplativa y es solo vida en el espejo.
No deberías sentir, calcular,
pararte un segundo ante el calendario.
No deberías ignorar que naces cada día, que mueres cada día,
que todo diálogo es monólogo, que toda noche es despertar,
que todo sueño es esperanza de soñar,
que este Mundo Perfecto ya estaba escrito y adulterado en su origen,
antes de que tú nacieras, que hasta tu nacimiento ha sido fruto
de una compleja especulación,
que no se llega nunca a puerto pues el mar es infinito y tiene hambre,
que todo se eleva y todo se derrumba,
pueblos, culturas, civilizaciones, ejércitos, modos y motivos.
Deberías saberlo, valerte por ti mismo,
olvidar, no olvidar, ser lo que eres, afirmar y negar a la vez
y abrir de par en par las puertas y las ventanas a la diosa del azar
y su cohorte de contradicciones.
Aceptar en definitiva que en el País de los Ciegos
el ojo debe invertir la dirección de su mirada.
Y que tras la siembra, si tu destino es sembrar,
en tu campo tan fértil la abundante cosecha será llamada trastorno
y desconcierto.
Salvador Alís.
No deberías ocuparte de asuntos que no importan, de la vida real,
de la gente que ves en la calle y cuyas conversaciones,
cara a cara o en el aire, y a juzgar por los fragmentos, por las estelas,
no van a ninguna parte, son ruido.
No deberías perder el tiempo con los días bajo la luz del día,
con los vivos que creen estar vivos,
con los informes y los cantos repetidos sin acierto,
con las lágrimas de diamante de esta Europa enmascarada.
No deberías preocuparte por el futuro que llega como tormenta de arena,
por un pasado donde la culpa es signo y cruz y mortaja.
No deberías interesarte por los hechos, por los actos,
sino por la reflexión sobre los hechos y la reflexión sobre los actos.
No deberías considerar el amor, hallado, perdido, cultivado, enmarañado,
sino la pornografía, la única desnudez que se aproxima a la verdad
frente a la amada hipocresía y la hipocortesía convencional.
Deberías concentrarte en los libros y no en la lengua hablada,
en las palabras de tinta y no en los remedos aforísticos
de los analfabetos de la velocidad contemporánea.
Deberías centrarte en los muertos, en ti mismo,
en el sentido del bosque y en la emoción del bosque,
y no en propio bosque, en el árbol solo, en la flor caída,
en el pájaro en su nido, en el mono que salta de rama en rama.
Deberías ver el cuadro antes que la fotografía,
la fotografía antes que el objeto, el sueño antes que el cuadro.
Deberías rechazar por falsedad las lágrimas de oro y las de jade,
lágrimas de las dunas y de los palacios,
lágrimas que parecen de sangre en esta España Negra
por la mezcla trágica o por la trágica ausencia de sus colores.
Deberías establecerte en aquella zona neutra donde no sucede nada
y sucede todo, donde el puro pensamiento
sustituye a las acciones, y preferir la inmovilidad
al alocado giro de la máquina del continuo movimiento.
Deberías respirar el aire y la oscuridad de la cueva
antes que la forma misma de la cueva y su incógnito propósito.
Deberías despreciar los aviones de aluminio
y elaborar, con atención y delicadeza, simples aviones de papel.
No deberías aceptar un dolor que se hace rodar y crecer
como bola de nieve y al final se precipita,
ni aceptar las mentiras, los parlamentos, los discursos,
las estadísticas de los estadistas,
los números y sus ecuaciones incuestionables.
No deberías dar crédito a la justificación que invade y discrimina.
No deberías empuñar la espada que separa el bien del mal.
No deberías sentir temor ante el índice de su poder.
Deberías saber que de las paredes surgen manos
y de las manos surgen armas, que todo lo que avanza
lo hace a tu pesar, y que finge, ahoga, saquea,
se autolesiona para lesionar, hiere por su herida
y busca siempre ennegrecer la quemadura.
No deberías contemplar ninguna duda, pues dudar es el instante
que precede al actuar, que por último está de más
y se opone a la vida contemplativa y es solo vida en el espejo.
No deberías sentir, calcular,
pararte un segundo ante el calendario.
No deberías ignorar que naces cada día, que mueres cada día,
que todo diálogo es monólogo, que toda noche es despertar,
que todo sueño es esperanza de soñar,
que este Mundo Perfecto ya estaba escrito y adulterado en su origen,
antes de que tú nacieras, que hasta tu nacimiento ha sido fruto
de una compleja especulación,
que no se llega nunca a puerto pues el mar es infinito y tiene hambre,
que todo se eleva y todo se derrumba,
pueblos, culturas, civilizaciones, ejércitos, modos y motivos.
Deberías saberlo, valerte por ti mismo,
olvidar, no olvidar, ser lo que eres, afirmar y negar a la vez
y abrir de par en par las puertas y las ventanas a la diosa del azar
y su cohorte de contradicciones.
Aceptar en definitiva que en el País de los Ciegos
el ojo debe invertir la dirección de su mirada.
Y que tras la siembra, si tu destino es sembrar,
en tu campo tan fértil la abundante cosecha será llamada trastorno
y desconcierto.
Salvador Alís.
viernes, 18 de marzo de 2016
ANOTACIONES 18-III-2016
ANOTACIONES 18-III-2016
Hace unos días, mientras tomaba una copa de Chablis en cierto club de vinos, cayó en mis manos un folleto publicitario donde se exponían las bondades del café. Para reforzar la idea, algún publicista aplicado había decidido incluir varias citas de prestigiosos autores. Una de ellas en particular, atribuida a Immanuel Kant, ha saltado del folleto a mi cerebro y se ha instalado en él: "La amistad es como el café. Una vez se ha enfriado, y por mucho que la recalentemos, ya ha perdido su sabor original."
Económicamente (por economía y porque me disgustan las complicaciones -y porque además no puedo permitírmelo- no poseo acciones, ni plan de pensiones, ni he creado sociedades, ni suscribo contratos sin ton ni son con los bancos, ni apuesto un euro a ningún juego de la oca o similares) soy un sujeto simple: una sola cuenta bancaria donde me ingresan la nómina, guardo mis escasos ahorros, pago algunos recibos (el teléfono, una revista literaria y un seguro para ser incinerado en caso de deceso), y me guardo en la cartera una tarjeta de débito y otra de crédito. Mi banco hasta hoy (o hasta mañana) ha sido el BMN -ningún reparo en decir su nombre-, un banco cuya estrategia comercial se centra en intentar expulsar a los millones de contribuyentes -como yo mismo- que ingresan unos pocos miles de euros que el banco, a su vez, presta a terceros obteniendo un sustancioso beneficio que no comparte en absoluto con quienes depositaron esos fondos y, quizá, su confianza. No únicamente te da cero interés por especular con tu dinero sino que incluso te cobra por ello: en mi caso, sumadas la comisión de mantenimiento y el coste de las tarjetas, 125 euros anuales, sin contar el precio de la correspondencia o las transferencias. La atención personalizada es muy deficiente: cierran sucursales, reducen personal, se incrementa el tiempo de espera y te tratan como si tú les debieras algo. Los cajeros automáticos suelen encontrarse fuera de servicio, estropeados, sin fondos, y si acaso funcionan son lentos y te hacen repetir dos veces tu clave (con la tarjeta en su interior) para sacar dinero y para consultar los movimientos. No creo que haya bancos buenos, pero sí algunos menos malos que otros. De manera que he decidido cambiar de banco. Sé que cuando quiera cancelar mi cuenta me podrán todo tipo de trabas, me interrogarán y me harán volver otro día porque no están preparados para aflojar la pasta, mi pasta, una suma ridícula en resumen. El banco exige saber todo de ti, no se contenta con los datos clásicos: nombre, DNI, teléfono, modalidad de contrato de trabajo, empresa, dirección postal y electrónica..., sino que también pretende que le justifiques y razones los motivos de tu renuncia. A cambio tú no tienes derecho a conocer en qué tipo de negocios (más o menos legales y en ocasiones, presuntamente, sucios) invierten tu dinero. No es la primera vez que cancelo una cuenta por maltrato económico y personal. Sin embargo ahora estoy más preparado y no perderé un minuto en explicaciones. El banco al que migro -no diré cuál para no hacerle publicidad gratuita- reduce las comisiones a la mitad, no me cobra por transferencias, me bonifica por recibos domiciliados, me ofrece un 3 % de interés sobre el capital y hasta me premia con algunas acciones, muy pocas y de poco valor, pero lo importante es el detalle. Cuando intenté negociar con el BMN unas mejores condiciones, su contra propuesta fue que debía domiciliar recibos que no me interesa domiciliar, o trasladarles la hipoteca (en otro banco y otra cuenta compartida con mi familia que sólo usamos para eso, para cubrir la cuota mensual hipotecaria), o contratar con ellos un seguro de vida, o dejar de molestarles físicamente con mi presencia gestionando nuestra relación dineraria a través de la banca on-line; todas ellas, como es evidente, exigencias abusivas que rechacé sin demora. Mis asuntos con los demás, cuando es posible, me gusta tratarlos cara a cara y desde una posición de equilibrio. Si me he extendido con esta nota es para ilustrar un ejemplo de mala gestión bancaria y ver si otros piensan como yo y toman sus decisiones. Y no es necesario que nadie se tome la molestia de buscar el calificativo. En efecto, soy un antisistema (cuando el sistema es como es, corrupto, injusto e insolidario). Hasta aquí hemos llegado.
He conocido a todo tipo de personas. Y las sigo conociendo. Las dos primeras acepciones de la RAE respecto a la palabra "miserable" son: 1. Ruin o canalla. 2. Extremadamente tacaño. Existen individuos que encajan perfectamente en esas definiciones, hipócritas, tergiversadores, aprovechados, que amasan fortunas para nada, mintiendo, robando, desdeñando normas y alejando de sí, con intención y malicia, cualquier atisbo de moralidad. De hecho, un personaje cuyo apellido aparece en la novela Hormigón de Thomas Bernhard se ha colado en mi vida, obeso y sudoroso, ruin y canalla y extremadamente tacaño. La preguntas inevitables son: ¿para qué quiere el dinero si no sabe cómo gastarlo? ¿por qué timar y causar tanto daño a otros sin obtener ninguna satisfacción? ¿qué complejo de inferioridad, que miedo, que trauma le llevan a ser lo que es? Retorcido, calculador, carnívoro y ansioso. ¿No habrá pensado nunca que, en el último instante, perderá todo lo que sumó su codicia y se marchará con las manos vacías? Las últimas emociones son las que cuentan, y más todavía si se prolongan después de cruzar la línea. Por algún motivo que desconozco, tal vez por errores o culpas pasadas, tengo que mirar sus ojos sin brillo y sin alma. No soy un asesino y creo que nunca lo seré, pero de vez en cuando sueño con eliminar (de mi vida) a parásitos como el descrito, gente que de ninguna forma se ha ganado el derecho a vivir.
Esta tarde, al pasar junto a cierta librería donde se celebran actos de presentación de libros, donde se puede tomar una copa de vino y, en ocasiones, escuchar música de piano, he cedido a la tentación de entrar. Me agobiaba ver a tanta gente en las calles, viernes que antecede a la Semana Santa. Algo de frío, pero no mucho. Las terrazas llenas. En la librería tres sujetos -uno de ellos el propietario-, sentados tras una mesa con micrófono y portando cada uno su gran copa de blanco, ilustraban a una docena de asistentes acerca de las cualidades del vino, y citaban a Nietzsche y a Søren Kierkegaard (In vino veritas). Puesto que mi pretensión era otra, he ido directamente a la pequeña barra de bar atendida por una camarera adolescente y, después de leer las ofertas en la pizarra, le he pedido con extrema educación que me sirviera una copa de Viridiana 2013, por la que he pagado la mitad de lo que cuesta una botella. El tema es delicado, lo sé, pues mi primera intención, a partir de las notas que he tomado con el móvil, era hablar de la belleza, de la juventud y la belleza -para ser más preciso- y eso siempre entraña riesgos. Por tal motivo deberé medir mis palabras. En primer lugar, la descripción: 18 años recién cumplidos, 1,60 m de altura, piel muy blanca, ojos azules, pelo rubio y liso recogido hacia lo alto, la nuca desnuda, acabado en un moño rizado, botines mullidos, leggins de color burdeos, jersey crema de manga corta. En media hora ha salido de la barra y vuelto a entrar, para servir a los clientes, una veintena de veces, pasando a mi lado, de cara, de espalda, de perfil, con movimientos marcadamente felinos. Y cada vez que nuestras miradas se han cruzado no dejaba de sonreír. A medida que Viridiana desprendía sus aromas y se intensificaba su sabor, aun a costa de menguar su volumen, la idea de escribir un poema titulado "La nuca" se afianzaba más y más en mí. Sólo una vez me he levantado del taburete, dejando la copa inacabada en la barra, para dar una vuelta entre los libros. Y únicamente me he fijado en uno (puedo jurarlo): los Cuadernos de Georg Christoph Lichtenberg. Al abrirlo por no importa qué página, este aforismo: "Dios creo a las mujeres con el cabello largo y cayendo sobre los hombros, pero a un peluquero le pareció bien cambiarlo para peinarlas hacia arriba." ¿Una casualidad? Más bien una señal. Entonces ha terminado la aburrida exposición. Todos en pie. Besos, abrazos, saludos dándose la mano, elogios y cotilleos. He apurado el último trago, he pagado mi copa y me he despedido de la adolescente camarera para, quizá, no volver a verla jamás (el propietario y conferenciante suele cambiar cada dos por tres de personal, siempre mujeres, camareras y dependientas eventuales, en prácticas, o quién sabe bajo qué promesas...; aunque tiene buen ojo para elegir). Apenas he subido la cuesta me he encontrado con las puertas de la parroquia de Sant Miquel abiertas de par en par, y a las puertas un vendedor de palmas, el recinto lleno hasta los topes, al fondo un Cristo crucificado. Dos o tres minutos paralizado ante el espectáculo, que resultaba más atrayente que las disertaciones en la librería y que completaba la sentencia (In vino veritas, in aqua sanitas). También ahora he cedido a la tentación de entrar. En la pared derecha, nada más atravesar el umbral, un óleo de grandes dimensiones, sin firma aparente, sin marco, presentaba a una doncella o virgen extrañamente parecida a la camarera adolescente (aunque sin el pelo recogido) ante un hombre mayor, tosco, quizá un labriego con una azada al hombro; en el fondo del cuadro, al final de la perspectiva, un ángel vigilante. Yo creía que en esa iglesia se celebraba cualquier acto relacionado con los preparativos de las procesiones de Semana Santa, pues una cola enorme de gente se alineaba en su interior, olor a cera, a piedra, a llama que no acaba de consumirse. En una de las capillas laterales, una escultura en bronce de Pere Pujol: Sant Miquel Arcàngel lanceando al demonio derrotado bajo sus pies. Al final me he dado cuenta (igualmente aquí besos y abrazos, pero también lágrimas y sollozos) que se trataba de un funeral. "En el vino está la verdad y en el agua la salud."
Con el amanecer, una sorpresa: los cantos de la multitud de pequeños pájaros que habitan en los jardines -y en los árboles de los jardines- que se abren y se alzan en la parte posterior de la casa. Cantos de pájaros los he escuchado mil veces, en mil lugares distintos, pero nunca como hoy. La melodía es única pues los pájaros son los más perfectos intérpretes de jazz e improvisan siempre. Por esa razón su canto y sus composiciones resultan siempre una novedad. Cuando uno se siente especialmente solo, alejado en lo profundo de sus pensamientos, perdido en el laberinto de sus complicaciones, pocas cosas hay que reconforten y den sentido y proporcionen tanta alegría: esta música regalada cuando amanece y un reducido número de nubes doradas que se desplaza lentamente hacia el mar.
Hace unos días, mientras tomaba una copa de Chablis en cierto club de vinos, cayó en mis manos un folleto publicitario donde se exponían las bondades del café. Para reforzar la idea, algún publicista aplicado había decidido incluir varias citas de prestigiosos autores. Una de ellas en particular, atribuida a Immanuel Kant, ha saltado del folleto a mi cerebro y se ha instalado en él: "La amistad es como el café. Una vez se ha enfriado, y por mucho que la recalentemos, ya ha perdido su sabor original."
Económicamente (por economía y porque me disgustan las complicaciones -y porque además no puedo permitírmelo- no poseo acciones, ni plan de pensiones, ni he creado sociedades, ni suscribo contratos sin ton ni son con los bancos, ni apuesto un euro a ningún juego de la oca o similares) soy un sujeto simple: una sola cuenta bancaria donde me ingresan la nómina, guardo mis escasos ahorros, pago algunos recibos (el teléfono, una revista literaria y un seguro para ser incinerado en caso de deceso), y me guardo en la cartera una tarjeta de débito y otra de crédito. Mi banco hasta hoy (o hasta mañana) ha sido el BMN -ningún reparo en decir su nombre-, un banco cuya estrategia comercial se centra en intentar expulsar a los millones de contribuyentes -como yo mismo- que ingresan unos pocos miles de euros que el banco, a su vez, presta a terceros obteniendo un sustancioso beneficio que no comparte en absoluto con quienes depositaron esos fondos y, quizá, su confianza. No únicamente te da cero interés por especular con tu dinero sino que incluso te cobra por ello: en mi caso, sumadas la comisión de mantenimiento y el coste de las tarjetas, 125 euros anuales, sin contar el precio de la correspondencia o las transferencias. La atención personalizada es muy deficiente: cierran sucursales, reducen personal, se incrementa el tiempo de espera y te tratan como si tú les debieras algo. Los cajeros automáticos suelen encontrarse fuera de servicio, estropeados, sin fondos, y si acaso funcionan son lentos y te hacen repetir dos veces tu clave (con la tarjeta en su interior) para sacar dinero y para consultar los movimientos. No creo que haya bancos buenos, pero sí algunos menos malos que otros. De manera que he decidido cambiar de banco. Sé que cuando quiera cancelar mi cuenta me podrán todo tipo de trabas, me interrogarán y me harán volver otro día porque no están preparados para aflojar la pasta, mi pasta, una suma ridícula en resumen. El banco exige saber todo de ti, no se contenta con los datos clásicos: nombre, DNI, teléfono, modalidad de contrato de trabajo, empresa, dirección postal y electrónica..., sino que también pretende que le justifiques y razones los motivos de tu renuncia. A cambio tú no tienes derecho a conocer en qué tipo de negocios (más o menos legales y en ocasiones, presuntamente, sucios) invierten tu dinero. No es la primera vez que cancelo una cuenta por maltrato económico y personal. Sin embargo ahora estoy más preparado y no perderé un minuto en explicaciones. El banco al que migro -no diré cuál para no hacerle publicidad gratuita- reduce las comisiones a la mitad, no me cobra por transferencias, me bonifica por recibos domiciliados, me ofrece un 3 % de interés sobre el capital y hasta me premia con algunas acciones, muy pocas y de poco valor, pero lo importante es el detalle. Cuando intenté negociar con el BMN unas mejores condiciones, su contra propuesta fue que debía domiciliar recibos que no me interesa domiciliar, o trasladarles la hipoteca (en otro banco y otra cuenta compartida con mi familia que sólo usamos para eso, para cubrir la cuota mensual hipotecaria), o contratar con ellos un seguro de vida, o dejar de molestarles físicamente con mi presencia gestionando nuestra relación dineraria a través de la banca on-line; todas ellas, como es evidente, exigencias abusivas que rechacé sin demora. Mis asuntos con los demás, cuando es posible, me gusta tratarlos cara a cara y desde una posición de equilibrio. Si me he extendido con esta nota es para ilustrar un ejemplo de mala gestión bancaria y ver si otros piensan como yo y toman sus decisiones. Y no es necesario que nadie se tome la molestia de buscar el calificativo. En efecto, soy un antisistema (cuando el sistema es como es, corrupto, injusto e insolidario). Hasta aquí hemos llegado.
He conocido a todo tipo de personas. Y las sigo conociendo. Las dos primeras acepciones de la RAE respecto a la palabra "miserable" son: 1. Ruin o canalla. 2. Extremadamente tacaño. Existen individuos que encajan perfectamente en esas definiciones, hipócritas, tergiversadores, aprovechados, que amasan fortunas para nada, mintiendo, robando, desdeñando normas y alejando de sí, con intención y malicia, cualquier atisbo de moralidad. De hecho, un personaje cuyo apellido aparece en la novela Hormigón de Thomas Bernhard se ha colado en mi vida, obeso y sudoroso, ruin y canalla y extremadamente tacaño. La preguntas inevitables son: ¿para qué quiere el dinero si no sabe cómo gastarlo? ¿por qué timar y causar tanto daño a otros sin obtener ninguna satisfacción? ¿qué complejo de inferioridad, que miedo, que trauma le llevan a ser lo que es? Retorcido, calculador, carnívoro y ansioso. ¿No habrá pensado nunca que, en el último instante, perderá todo lo que sumó su codicia y se marchará con las manos vacías? Las últimas emociones son las que cuentan, y más todavía si se prolongan después de cruzar la línea. Por algún motivo que desconozco, tal vez por errores o culpas pasadas, tengo que mirar sus ojos sin brillo y sin alma. No soy un asesino y creo que nunca lo seré, pero de vez en cuando sueño con eliminar (de mi vida) a parásitos como el descrito, gente que de ninguna forma se ha ganado el derecho a vivir.
Esta tarde, al pasar junto a cierta librería donde se celebran actos de presentación de libros, donde se puede tomar una copa de vino y, en ocasiones, escuchar música de piano, he cedido a la tentación de entrar. Me agobiaba ver a tanta gente en las calles, viernes que antecede a la Semana Santa. Algo de frío, pero no mucho. Las terrazas llenas. En la librería tres sujetos -uno de ellos el propietario-, sentados tras una mesa con micrófono y portando cada uno su gran copa de blanco, ilustraban a una docena de asistentes acerca de las cualidades del vino, y citaban a Nietzsche y a Søren Kierkegaard (In vino veritas). Puesto que mi pretensión era otra, he ido directamente a la pequeña barra de bar atendida por una camarera adolescente y, después de leer las ofertas en la pizarra, le he pedido con extrema educación que me sirviera una copa de Viridiana 2013, por la que he pagado la mitad de lo que cuesta una botella. El tema es delicado, lo sé, pues mi primera intención, a partir de las notas que he tomado con el móvil, era hablar de la belleza, de la juventud y la belleza -para ser más preciso- y eso siempre entraña riesgos. Por tal motivo deberé medir mis palabras. En primer lugar, la descripción: 18 años recién cumplidos, 1,60 m de altura, piel muy blanca, ojos azules, pelo rubio y liso recogido hacia lo alto, la nuca desnuda, acabado en un moño rizado, botines mullidos, leggins de color burdeos, jersey crema de manga corta. En media hora ha salido de la barra y vuelto a entrar, para servir a los clientes, una veintena de veces, pasando a mi lado, de cara, de espalda, de perfil, con movimientos marcadamente felinos. Y cada vez que nuestras miradas se han cruzado no dejaba de sonreír. A medida que Viridiana desprendía sus aromas y se intensificaba su sabor, aun a costa de menguar su volumen, la idea de escribir un poema titulado "La nuca" se afianzaba más y más en mí. Sólo una vez me he levantado del taburete, dejando la copa inacabada en la barra, para dar una vuelta entre los libros. Y únicamente me he fijado en uno (puedo jurarlo): los Cuadernos de Georg Christoph Lichtenberg. Al abrirlo por no importa qué página, este aforismo: "Dios creo a las mujeres con el cabello largo y cayendo sobre los hombros, pero a un peluquero le pareció bien cambiarlo para peinarlas hacia arriba." ¿Una casualidad? Más bien una señal. Entonces ha terminado la aburrida exposición. Todos en pie. Besos, abrazos, saludos dándose la mano, elogios y cotilleos. He apurado el último trago, he pagado mi copa y me he despedido de la adolescente camarera para, quizá, no volver a verla jamás (el propietario y conferenciante suele cambiar cada dos por tres de personal, siempre mujeres, camareras y dependientas eventuales, en prácticas, o quién sabe bajo qué promesas...; aunque tiene buen ojo para elegir). Apenas he subido la cuesta me he encontrado con las puertas de la parroquia de Sant Miquel abiertas de par en par, y a las puertas un vendedor de palmas, el recinto lleno hasta los topes, al fondo un Cristo crucificado. Dos o tres minutos paralizado ante el espectáculo, que resultaba más atrayente que las disertaciones en la librería y que completaba la sentencia (In vino veritas, in aqua sanitas). También ahora he cedido a la tentación de entrar. En la pared derecha, nada más atravesar el umbral, un óleo de grandes dimensiones, sin firma aparente, sin marco, presentaba a una doncella o virgen extrañamente parecida a la camarera adolescente (aunque sin el pelo recogido) ante un hombre mayor, tosco, quizá un labriego con una azada al hombro; en el fondo del cuadro, al final de la perspectiva, un ángel vigilante. Yo creía que en esa iglesia se celebraba cualquier acto relacionado con los preparativos de las procesiones de Semana Santa, pues una cola enorme de gente se alineaba en su interior, olor a cera, a piedra, a llama que no acaba de consumirse. En una de las capillas laterales, una escultura en bronce de Pere Pujol: Sant Miquel Arcàngel lanceando al demonio derrotado bajo sus pies. Al final me he dado cuenta (igualmente aquí besos y abrazos, pero también lágrimas y sollozos) que se trataba de un funeral. "En el vino está la verdad y en el agua la salud."
Con el amanecer, una sorpresa: los cantos de la multitud de pequeños pájaros que habitan en los jardines -y en los árboles de los jardines- que se abren y se alzan en la parte posterior de la casa. Cantos de pájaros los he escuchado mil veces, en mil lugares distintos, pero nunca como hoy. La melodía es única pues los pájaros son los más perfectos intérpretes de jazz e improvisan siempre. Por esa razón su canto y sus composiciones resultan siempre una novedad. Cuando uno se siente especialmente solo, alejado en lo profundo de sus pensamientos, perdido en el laberinto de sus complicaciones, pocas cosas hay que reconforten y den sentido y proporcionen tanta alegría: esta música regalada cuando amanece y un reducido número de nubes doradas que se desplaza lentamente hacia el mar.
martes, 15 de marzo de 2016
domingo, 13 de marzo de 2016
EL OJO BIÓNICO / NOTAS DE LECTURA
EL OJO BIÓNICO / NOTAS DE LECTURA
Si a un chimpancé se le facilitara una regla y un rotulador y, frente a él, una cartulina con dos puntos de color pintados, es muy posible que trazara una línea recta uniendo esos puntos. Son listos los chimpancés, comparten con nosotros un 98 % de código genético, y nosotros somos tan listos... Esa recta podría llegar hasta el límite de la cartulina (y hasta más allá incluso), señalando un tercer punto imaginario después de atravesar en su trayectoria o prolongación una cantidad finita o infinita de otros puntos (dudar es humano), o tal vez volver al punto de partida, si el plano fuera curvo, dibujando una circunferencia o un óvalo (quién sabe) y cerrándose sobre sí misma. La cuestión, en resumidas cuentas, es que uno más uno son dos pero también pueden ser tres. Sirva lo anterior como preámbulo para las proyecciones que tendrán lugar luego de anotar o citar fragmentos de una entrevista de Elena Vallés al oftalmólogo Jeroni Nadal, coordinador de la Unidad de Mácula de la clínica Barraquer, publicada el 8 de marzo de este año por el Diario de Mallorca. Jeroni Nadal, nacido en esta isla, en la población de Binissalem, ha sido el primer médico español que ha implantado (en 2014) un ojo biónico a una paciente ciega, y esa operación la ha repetido con éxito en otras dos ocasiones (en total, en el mundo, se han realizado unas cien). Cuando se le pregunta qué es un ojo biónico, responde: "Es un aparato de microelectrónica. Y está basado en dos componentes. Uno externo, que es una cámara que capta la imagen. Luego hay un procesador de esta imagen y después hay una parte quirúrgica que es la que estimula la retina del paciente. Después se le envía un impulso eléctrico al cerebro para que lo interprete como una imagen. En las personas que sufren una enfermedad de la retina este aparato procede a dar un estímulo directo sobre la retina que es transmitido al cerebro. Los estímulos visuales proceden de una microcámara instalada en unas gafas que lleva el paciente y son transmitidos a la retina por el chip implantado." Al principio parece algo confuso, y seguramente lo sea, pero el oftalmólogo afirma que mejora la percepción de algunas personas aquejadas de un tipo particular de ceguera, la causada por la retinosis pigmentaria. Y es posible, según él, que "en un futuro no muy lejano podrá aplicarse también en pacientes ciegos por degeneración macular senil o por otras dolencias hereditarias o degenerativas de la mácula." Tras esta operación no se pueden percibir colores pero sí "formas, letras o el movimiento de personas u objetos." E incluso "llegar a leer palabras de cuatro letras de un tipo de grafía de hasta cinco centímetros." Lástima que el invento -por ahora- no resulte válido para los ciegos de nacimiento. Dice Jeroni Nadal que "para aplicar el ojo biónico, el paciente ha de tener memoria visual anterior porque para poder recuperar la visión el cerebro ha de interpretar los estímulos. En personas que nacen ciegas todo esto sería mucho más complicado (pero no dice "imposible"). Y este tipo de dispositivos debería aplicarse desde el nacimiento." El aparato (de momento financiado como experimento por la cátedra de investigación de la fundación Barraquer) tiene un coste de 120.000 euros. Pero volvamos al chimpancé, a la regla y el rotulador. Si unimos microcámara y microchip, la línea resultante nos puede llevar a una lente de contacto ultrasensible fabricada a partir del desarrollo de materiales como el grafeno, de espesor atómico, que pudiera funcionar a la vez como cámara y procesador, unida a los nervios ópticos y al cerebro, que fuera capaz de grabar lo que a través suyo contemplaran los ojos, una especie de colección permanente de secuencias de imágenes o película completa, y que al mismo tiempo, de forma instantánea, permitiera registrar en la nube, al alcance o no de cualquiera que pudiera acceder a su contemplación, todo lo visto por el portador. Algo así, con chimpancé o sin chimpancé, se está tramando ya. Quisiera creer que soy el primero en imaginarlo, pero no, seguro que no. Esa lente de contacto, si seguimos el progreso de la línea, igualmente convertiría nuestros pensamientos en imágenes, y cada cual podría (o no podría evitar) colgarlas en las futuras redes sociales de libre visionado. Hasta los sueños, mientras soñamos, serían filmados y publicados. Esa lente traduciría los lenguajes no verbales de nuestros interlocutores, atravesaría las paredes, asimilaría para nosotros en una milésima de segundo páginas de texto, incluso con el plus de traducirlas si estuvieran escritas en otros idiomas. Foto fija en un parpadeo ampliable hasta lo increíble gracias a sus 16 yottapíxeles. Esa lente nos permitiría observar la realidad microscópica y el origen del Universo. Qué pena que los ciegos de nacimiento lo tengan más complicado. Y los pobres en general, porque el aparato jamás estará al alcance de sus bolsillos (si los tienen). De esa realidad consciente o inconsciente, espiada o escudriñada con tanta aplicación y tan obsesivamente, sólo puede derivarse un panorama espantoso. Los pequeños drones actuales y sus cámaras de vídeo con lentes gran-angulares no tardarán en ser sustituidos por pájaros vivos, controlados para ver, procesar y transmitir gracias a sus diminutos y sofisticados ojos biónicos todo lo que suceda en la superficie de la Tierra. Para los agujeros y profundidades se habilitarán cucarachas y otros insectos hemimetábolos, acorazados, implacables. Plagas de cigarras, chinches, saltamontes o mantis religiosas acosarán nuestras rutinas. Detrás del ojo biónico no hay ciegos justamente. Muchos que gozan de una perfecta visión no son capaces de leer (comprender) palabras simples de cuatro letras aunque sean ampliadas a una grafía de cinco metros, por ejemplo la palabra "amor". La línea trazada por el chimpancé acaba en el borde de esta cartulina: un rebaño geométricamente ordenado y vigilado por un lobo que nunca duerme. Más allá de la cartulina todo es posible. Es posible que en este mismo instante tiburones, orcas, delfines, ballenas y otros peces y mamíferos marinos, a los que desde hace ya tiempo -es cosa sabida- se les implantan microchips para seguir sus movimientos, naveguen provistos de potentes cámaras espías y más potentes aún microbombas atómicas con la posibilidad de ser detonadas a distancia. Los robots made in japan, por muy avanzados que parezcan, ya son artículos anticuados. La biotecnología arrolla a la tecnología. La falta de interés del Imperio por la robótica tradicional esconde un secreto. ¿Para qué perder el tiempo con juguetes si podemos convertir a los jugadores en objetos del juego?
Después de escribir lo que antecede, después de leer subtitulado a Edward Snowden, a las 4:22 en punto, con mis ideas y mis criterios en punto, me sirvo una copa, la última, no la última, me asomo a la calle, contemplo la noche, la ciudad, y veo que todo está inmóvil, todo en su sitio, nada se mueve, y no obstante recuerdo que todo es relativo, que viajamos en el espacio a grandes velocidades alrededor del sol, sujetos a la gran espiral, lanzados sin freno hacia el borde de lo que existe o imaginamos. Tal vez la canción que escucho no sea la más adecuada. Y quizá tenga que disculparme por la ambigüedad y las repeticiones. Pero esto es lo que hay. Todo pura contradicción, pura impotencia. E pur si muove.
Si a un chimpancé se le facilitara una regla y un rotulador y, frente a él, una cartulina con dos puntos de color pintados, es muy posible que trazara una línea recta uniendo esos puntos. Son listos los chimpancés, comparten con nosotros un 98 % de código genético, y nosotros somos tan listos... Esa recta podría llegar hasta el límite de la cartulina (y hasta más allá incluso), señalando un tercer punto imaginario después de atravesar en su trayectoria o prolongación una cantidad finita o infinita de otros puntos (dudar es humano), o tal vez volver al punto de partida, si el plano fuera curvo, dibujando una circunferencia o un óvalo (quién sabe) y cerrándose sobre sí misma. La cuestión, en resumidas cuentas, es que uno más uno son dos pero también pueden ser tres. Sirva lo anterior como preámbulo para las proyecciones que tendrán lugar luego de anotar o citar fragmentos de una entrevista de Elena Vallés al oftalmólogo Jeroni Nadal, coordinador de la Unidad de Mácula de la clínica Barraquer, publicada el 8 de marzo de este año por el Diario de Mallorca. Jeroni Nadal, nacido en esta isla, en la población de Binissalem, ha sido el primer médico español que ha implantado (en 2014) un ojo biónico a una paciente ciega, y esa operación la ha repetido con éxito en otras dos ocasiones (en total, en el mundo, se han realizado unas cien). Cuando se le pregunta qué es un ojo biónico, responde: "Es un aparato de microelectrónica. Y está basado en dos componentes. Uno externo, que es una cámara que capta la imagen. Luego hay un procesador de esta imagen y después hay una parte quirúrgica que es la que estimula la retina del paciente. Después se le envía un impulso eléctrico al cerebro para que lo interprete como una imagen. En las personas que sufren una enfermedad de la retina este aparato procede a dar un estímulo directo sobre la retina que es transmitido al cerebro. Los estímulos visuales proceden de una microcámara instalada en unas gafas que lleva el paciente y son transmitidos a la retina por el chip implantado." Al principio parece algo confuso, y seguramente lo sea, pero el oftalmólogo afirma que mejora la percepción de algunas personas aquejadas de un tipo particular de ceguera, la causada por la retinosis pigmentaria. Y es posible, según él, que "en un futuro no muy lejano podrá aplicarse también en pacientes ciegos por degeneración macular senil o por otras dolencias hereditarias o degenerativas de la mácula." Tras esta operación no se pueden percibir colores pero sí "formas, letras o el movimiento de personas u objetos." E incluso "llegar a leer palabras de cuatro letras de un tipo de grafía de hasta cinco centímetros." Lástima que el invento -por ahora- no resulte válido para los ciegos de nacimiento. Dice Jeroni Nadal que "para aplicar el ojo biónico, el paciente ha de tener memoria visual anterior porque para poder recuperar la visión el cerebro ha de interpretar los estímulos. En personas que nacen ciegas todo esto sería mucho más complicado (pero no dice "imposible"). Y este tipo de dispositivos debería aplicarse desde el nacimiento." El aparato (de momento financiado como experimento por la cátedra de investigación de la fundación Barraquer) tiene un coste de 120.000 euros. Pero volvamos al chimpancé, a la regla y el rotulador. Si unimos microcámara y microchip, la línea resultante nos puede llevar a una lente de contacto ultrasensible fabricada a partir del desarrollo de materiales como el grafeno, de espesor atómico, que pudiera funcionar a la vez como cámara y procesador, unida a los nervios ópticos y al cerebro, que fuera capaz de grabar lo que a través suyo contemplaran los ojos, una especie de colección permanente de secuencias de imágenes o película completa, y que al mismo tiempo, de forma instantánea, permitiera registrar en la nube, al alcance o no de cualquiera que pudiera acceder a su contemplación, todo lo visto por el portador. Algo así, con chimpancé o sin chimpancé, se está tramando ya. Quisiera creer que soy el primero en imaginarlo, pero no, seguro que no. Esa lente de contacto, si seguimos el progreso de la línea, igualmente convertiría nuestros pensamientos en imágenes, y cada cual podría (o no podría evitar) colgarlas en las futuras redes sociales de libre visionado. Hasta los sueños, mientras soñamos, serían filmados y publicados. Esa lente traduciría los lenguajes no verbales de nuestros interlocutores, atravesaría las paredes, asimilaría para nosotros en una milésima de segundo páginas de texto, incluso con el plus de traducirlas si estuvieran escritas en otros idiomas. Foto fija en un parpadeo ampliable hasta lo increíble gracias a sus 16 yottapíxeles. Esa lente nos permitiría observar la realidad microscópica y el origen del Universo. Qué pena que los ciegos de nacimiento lo tengan más complicado. Y los pobres en general, porque el aparato jamás estará al alcance de sus bolsillos (si los tienen). De esa realidad consciente o inconsciente, espiada o escudriñada con tanta aplicación y tan obsesivamente, sólo puede derivarse un panorama espantoso. Los pequeños drones actuales y sus cámaras de vídeo con lentes gran-angulares no tardarán en ser sustituidos por pájaros vivos, controlados para ver, procesar y transmitir gracias a sus diminutos y sofisticados ojos biónicos todo lo que suceda en la superficie de la Tierra. Para los agujeros y profundidades se habilitarán cucarachas y otros insectos hemimetábolos, acorazados, implacables. Plagas de cigarras, chinches, saltamontes o mantis religiosas acosarán nuestras rutinas. Detrás del ojo biónico no hay ciegos justamente. Muchos que gozan de una perfecta visión no son capaces de leer (comprender) palabras simples de cuatro letras aunque sean ampliadas a una grafía de cinco metros, por ejemplo la palabra "amor". La línea trazada por el chimpancé acaba en el borde de esta cartulina: un rebaño geométricamente ordenado y vigilado por un lobo que nunca duerme. Más allá de la cartulina todo es posible. Es posible que en este mismo instante tiburones, orcas, delfines, ballenas y otros peces y mamíferos marinos, a los que desde hace ya tiempo -es cosa sabida- se les implantan microchips para seguir sus movimientos, naveguen provistos de potentes cámaras espías y más potentes aún microbombas atómicas con la posibilidad de ser detonadas a distancia. Los robots made in japan, por muy avanzados que parezcan, ya son artículos anticuados. La biotecnología arrolla a la tecnología. La falta de interés del Imperio por la robótica tradicional esconde un secreto. ¿Para qué perder el tiempo con juguetes si podemos convertir a los jugadores en objetos del juego?
Después de escribir lo que antecede, después de leer subtitulado a Edward Snowden, a las 4:22 en punto, con mis ideas y mis criterios en punto, me sirvo una copa, la última, no la última, me asomo a la calle, contemplo la noche, la ciudad, y veo que todo está inmóvil, todo en su sitio, nada se mueve, y no obstante recuerdo que todo es relativo, que viajamos en el espacio a grandes velocidades alrededor del sol, sujetos a la gran espiral, lanzados sin freno hacia el borde de lo que existe o imaginamos. Tal vez la canción que escucho no sea la más adecuada. Y quizá tenga que disculparme por la ambigüedad y las repeticiones. Pero esto es lo que hay. Todo pura contradicción, pura impotencia. E pur si muove.
sábado, 12 de marzo de 2016
COPAS DE VINO
COPAS DE VINO
Tengo una colección de copas de vino, la mejor del mundo sin duda.
Algunas están vacías, limpias, jamás fueron usadas,
y brillan altivas y transparentes sin complejos;
otras están llenas o casi llenas,
se desbordan ante el más mínimo soplo o vibración;
algunas semi-llenas, apenas llenas, con sedimentos sólidos
como escamas de sangre seca.
Durante años las he guardado, amontonado, construido con ellas
un castillo de naipes de cristal.
Las más preciosas conservan huellas de labios,
pero en otras cayeron insectos y son tumbas abiertas.
Muchas están rotas, perdieron su integridad, su perfección,
en el trayecto de la mesa a la boca;
algunas están sucias, la resaca impidió que fueran lavadas.
Las hay que contuvieron vino tinto, sus reflejos morados y azules,
vino rosa oscuro y rosa pálido, amarillo de miel y de limón.
Las hay que aún encierran en su interior
las palabras de las tertulias, las voces de las confidencias.
Las hay silenciosas y silbantes,
las que escuchan, las que callan,
las que tintinean como campanas invertidas.
Algunas son de tallo largo y fino como las palmeras,
y otras son robustas como la granada.
Huelen a muchos aromas, aunque pocas veces a los descritos;
saben a besos y a bocados, son dulces, saladas,
agrias y amargas como cualquier suceso en la vida.
Copas masculinas, femeninas, neutras, ambivalentes;
copas ligeras como alas de un pájaro de agua;
copas pesadas y escurridizas como el mercurio;
copas afiladas y copas negras.
En esas copas y con esas copas colecciono también
mis posibles destinos.
Copas llenas de pasados que fueron y no fueron,
de presentes que se evaporan como los alcoholes expuestos al sol,
futuros inciertos, probables, seguros hasta lo indecible.
¿Qué sería yo sin mis copas, sin mis elixires y pociones mágicas?
¿Cómo ser, vivir, escribir o dibujar mi vida única
y todas mis vidas, las proféticas, las vulgares,
las cotidianas, las soñadas,
las vidas que duelen y las que atraen el aplauso, la risa o el olvido?
Voy amontonando copas y surge un castillo de cartas marcadas,
ausentes los oros y los bosques,
escondidas las espadas;
copas sin modificación aparente, la mejor colección del mundo.
Copas de hielo que se deshacen al contacto de las manos.
Copas rebosantes de nieve.
Copas que aparecen al fundirse los glaciares.
Copas en cuyo borde circular viajan las estrellas.
Copas diminutas que comprenden lagos y lagunas, algas de agua dulce,
sus peces, sus anzuelos.
Copas donde nacen llamas, donde se generan fuegos,
donde crecen mandarinas ácidas y tornados.
Y a pesar de todo no estoy satisfecho. La colección es incompleta
-una colección sin duda falsa, un artificio tan verdadero-,
donde falta, donde no está ni se hallará nunca
la última y más deseada pieza: la copa de la inmortalidad.
Salvador Alís.
Tengo una colección de copas de vino, la mejor del mundo sin duda.
Algunas están vacías, limpias, jamás fueron usadas,
y brillan altivas y transparentes sin complejos;
otras están llenas o casi llenas,
se desbordan ante el más mínimo soplo o vibración;
algunas semi-llenas, apenas llenas, con sedimentos sólidos
como escamas de sangre seca.
Durante años las he guardado, amontonado, construido con ellas
un castillo de naipes de cristal.
Las más preciosas conservan huellas de labios,
pero en otras cayeron insectos y son tumbas abiertas.
Muchas están rotas, perdieron su integridad, su perfección,
en el trayecto de la mesa a la boca;
algunas están sucias, la resaca impidió que fueran lavadas.
Las hay que contuvieron vino tinto, sus reflejos morados y azules,
vino rosa oscuro y rosa pálido, amarillo de miel y de limón.
Las hay que aún encierran en su interior
las palabras de las tertulias, las voces de las confidencias.
Las hay silenciosas y silbantes,
las que escuchan, las que callan,
las que tintinean como campanas invertidas.
Algunas son de tallo largo y fino como las palmeras,
y otras son robustas como la granada.
Huelen a muchos aromas, aunque pocas veces a los descritos;
saben a besos y a bocados, son dulces, saladas,
agrias y amargas como cualquier suceso en la vida.
Copas masculinas, femeninas, neutras, ambivalentes;
copas ligeras como alas de un pájaro de agua;
copas pesadas y escurridizas como el mercurio;
copas afiladas y copas negras.
En esas copas y con esas copas colecciono también
mis posibles destinos.
Copas llenas de pasados que fueron y no fueron,
de presentes que se evaporan como los alcoholes expuestos al sol,
futuros inciertos, probables, seguros hasta lo indecible.
¿Qué sería yo sin mis copas, sin mis elixires y pociones mágicas?
¿Cómo ser, vivir, escribir o dibujar mi vida única
y todas mis vidas, las proféticas, las vulgares,
las cotidianas, las soñadas,
las vidas que duelen y las que atraen el aplauso, la risa o el olvido?
Voy amontonando copas y surge un castillo de cartas marcadas,
ausentes los oros y los bosques,
escondidas las espadas;
copas sin modificación aparente, la mejor colección del mundo.
Copas de hielo que se deshacen al contacto de las manos.
Copas rebosantes de nieve.
Copas que aparecen al fundirse los glaciares.
Copas en cuyo borde circular viajan las estrellas.
Copas diminutas que comprenden lagos y lagunas, algas de agua dulce,
sus peces, sus anzuelos.
Copas donde nacen llamas, donde se generan fuegos,
donde crecen mandarinas ácidas y tornados.
Y a pesar de todo no estoy satisfecho. La colección es incompleta
-una colección sin duda falsa, un artificio tan verdadero-,
donde falta, donde no está ni se hallará nunca
la última y más deseada pieza: la copa de la inmortalidad.
Salvador Alís.
EL CAMBIO CLIMÁTICO Y EL SÍNDROME DE CASANDRA
EL CAMBIO CLIMÁTICO Y EL SÍNDROME DE CASANDRA
"El
dios Apolo, despechado por ser rechazado por Casandra,
castigó a ésta con la capacidad de predecir el futuro pero que
nadie la creyese. Así los troyanos aceptaron el regalo del caballo
de los aqueos haciendo caso omiso de las advertencias de Casandra. Al
igual que Casandra, los investigadores que trabajamos en comprender y
anticipar los impactos del cambio climático hemos sido castigados,
esta vez por el dios del comercio y la codicia, Mercurio, con la
capacidad de anticipar el futuro pero no ser creídos.
El
31 de marzo de 2014 se daba a conocer el resumen de la nueva
evaluación en torno a las consecuencias del cambio global
del
IPCC (Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático).
El informe del IPCC, basado en la evaluación de las evidencias
recogidas en un volumen de literatura científica que duplica a la
disponible como base para la evaluación
anterior,
concluye
que el cambio climático está ocurriendo ya, que tendrá efectos mas
devastadores de lo previsto en evaluaciones anteriores, afectando
sobre todos a los más pobres, y que generará conflictos
importantes. Las catástrofes y sus consecuencias son ya palpables
pues los fenómenos extremos han aumentado en frecuencia e intensidad
y sus efectos, que generarán impactos valorados en varios puntos del
PIB global, pueden dar al traste con las perspectivas de reactivación
de las economías regionales y globales.
La
ciencia progresa a partir de establecer una serie de hipótesis para
explicar observaciones, que, una vez confirmadas, se convierten en
teorías que permiten formular predicciones. Cuando estas
predicciones no se cumplen, las teorías se debilitan, siendo
necesario buscar nuevas hipótesis que permitan proponer teorías que
formulen predicciones veraces. Sin embargo, cuando las predicciones
se cumplen las teorías salen reforzadas y las predicciones
siguientes ganan en fiabilidad. La capacidad de predecir los cambios
futuros derivados de las emisiones acumuladas de gases de efecto
invernadero no se debe a un don del dios Apolo, sino al trabajo
durante décadas de miles de científicos que han asentado la ciencia
del cambio climático como una ciencia basada en teorías y
fundamentos sólidos capaces de formular predicciones fiables. Sin
embargo, aunque la base para nuestras predicciones sea mucho mas
robusta que la de Casandra, compartimos con ella la maldición de que
la sociedad no nos crea (y tampoco nos escuche).
El
futuro que pronostica el informe del IPCC no es ya preocupante sino
que, de no hacer nada, sería catastrófico. Cada vez queda menos
tiempo para poder frenar los impactos y poder controlarlos y
asimilarlos o adaptarnos a ellos. Si las sociedades, nacionales y
globales, no toman medidas contundentes sin mas dilación estaremos
abocados a un futuro de catástrofes naturales, hambrunas, flujos
migratorios incontrolables y conflictos. África, el continente que
más personas añadirá a la población global hasta alcanzar los
9.000 millones de habitantes en 35 años, es un continente aquejado
ya por el hambre, la pobreza y todo tipo de conflictos. Si ahora son
centenares los que intentan saltar las vallas de Ceuta, ¿qué
ocurrirá cuando sean millones? ¿qué pelotas de goma o concertinas
podrán detenerles? Cuando las tormentas de nieve paralizan
Norteamérica y temporales extremos destruyen nuestras defensas
costeras, impulsados por la ruptura del vórtice polar, cuando el
aumento del nivel del mar derivado del calentamiento del océano y la
fusión de las masas de hielo continentales aumentan la erosión de
nuestras costas y causa daños a las infraestructuras costeras,
cuando huracanes intensos siegan miles de vidas en Filipinas o anegan
la ciudad de Nueva York, los medios de comunicación acuden a los
científicos con sorpresa para preguntarnos si tenemos alguna
explicación. ¿Donde está la sorpresa en que los hechos que
nuestras teorías y modelos predicen se confirmen una vez sí y otra
también? ¿Tan débil es la memoria de los medios y de la sociedad
que los consume?
Frenar
o destruir los avances en la implantación de energías renovables,
como la solar o eólica, para seguir consumiendo combustibles
fósiles, invocando para ello la necesidad de fomentar el crecimiento
económico, es ignorar que el cambio global puede dar al traste con
la débil recuperación económica y causar una crisis económica
mundial de la que no saldremos en décadas. Subvencionar la
implantación de energías renovables es una necesidad absoluta pues
no serán los mercados quienes nos resuelvan el problema del cambio
climático con sus mecanismos basados en la codicia como único
motor. No se trata de una subvención, se trata del pago de un
seguro. Retirar las ayudas al desarrollo y no aliviar la pobreza
cuando más necesario es, incluso por puro egoísmo, no ayudar a los
mas débiles a sobreponerse a las dificultades y estar mejor
preparados para afrontar los desafíos futuros es de una miopía
exasperante. Los líderes mundiales no han dado un solo paso serio
aún para afrontar el problema del cambio climático que no por
ignorarlo será menos real.
El
lunes 31 de marzo de 2014 el IPCC anunciaba las principales
conclusiones sobre la actualización de la evaluación de los
impactos del cambio climático. El espacio dedicado en los medios de
comunicación a este informe ha sido una fracción mínima del
dedicado (a otros temas de
segunda fila).
Cuando
el cambio climático nos vuelva a golpear, cada vez con más furia y
más seguido, nos preguntaremos qué ha pasado y quizás entonces
alguien recuerde que Casandra ya nos previno."
Research
Professor, CSIC, at the Mediterranean Institute for Advanced Studies
(IMEDEA)
07
/ 06 / 2014
El artículo anterior me fue facilitado por (aquí se omite el nombre y el apellido), físico de vocación y persona altamente comprometida con la pedagogía y la búsqueda de soluciones para el problema enunciado (además de otras causas importantes en el devenir de nuestra historia).
Me he permitido la licencia de hacer algunos pequeños cambios en el texto para adaptarlo a mi blog y gusto personal; espero que el autor no me lo tenga en cuenta; en lo esencial he procurado respetar su mensaje.
Escuchar a los científicos no es una tarea superflua, más bien al contrario: algo imprescindible en nuestros días pues lo que está en juego (y sin duda amenazado) es el futuro de nuestro planeta, sus habitantes (humanos y no humanos) y las generaciones que deberán sucedernos.
El artículo anterior me fue facilitado por (aquí se omite el nombre y el apellido), físico de vocación y persona altamente comprometida con la pedagogía y la búsqueda de soluciones para el problema enunciado (además de otras causas importantes en el devenir de nuestra historia).
Me he permitido la licencia de hacer algunos pequeños cambios en el texto para adaptarlo a mi blog y gusto personal; espero que el autor no me lo tenga en cuenta; en lo esencial he procurado respetar su mensaje.
Escuchar a los científicos no es una tarea superflua, más bien al contrario: algo imprescindible en nuestros días pues lo que está en juego (y sin duda amenazado) es el futuro de nuestro planeta, sus habitantes (humanos y no humanos) y las generaciones que deberán sucedernos.
viernes, 11 de marzo de 2016
PRIMO LEVI / NOTAS DE LECTURA
PRIMO LEVI / NOTAS DE LECTURA
Hoy he visto en televisión imágenes de un campo de refugiados en la frontera entre Grecia y Macedonia. Creo que ese campo o zona se conoce como Idomeni. Allí malviven, bajo precarias tiendas de campaña, sobre el barro, con el frío, 15 ò 20 mil personas, de las cuales un tercio o un cuarto son niños, que se fueron de sus hogares bombardeados por todo tipo de calamidades en busca de un mundo mejor. Pero ese mundo mejor, nuestro mundo, no atiende llamadas y ha cerrado las puertas. Esto me ha recordado un fragmento de lectura a la vez nuevo y antiguo, porque fue leído hace tanto tiempo y permanecía agazapado en la memoria que ha ido construyendo mi carácter, y porque recientemente volvió a sorprenderme y me resultó tan actual como sólo las reflexiones verdaderas lo son. Este campo no es por desgracia el único, ni el más grande, ni el peor, ni el primero ni -me temo- el último, pero lo destaco como ejemplo de tantos otros. El fragmento que quiero citar proviene de la edición en castellano de Si esto es un hombre, de Primo Levi (El Aleph Editores, 2008), de su presentación. Y dice: " Habrá muchos individuos o pueblos que piensen, más o menos conscientemente, que <<todo extranjero es un enemigo>>. En la mayoría de los casos esta convicción yace en el fondo de las almas como una infección latente; se manifiesta sólo en actos intermitentes e incoordinados, y no está en el origen de un sistema de pensamiento. Pero cuando éste llega, cuando el dogma inexpresado se convierte en la premisa mayor de un silogismo, entonces, al final de la cadena está el Lager. Él es producto de un concepto del mundo llevado a sus últimas consecuencias con una coherencia rigurosa: mientras el concepto subsiste las consecuencias nos amenazan. La historia de los campos de destrucción debería ser entendida por todos como una siniestra señal de peligro." El libro fue escrito por Levi (y publicado por primera vez en italiano por Da Silva, en Turín, en 1947 y con un dibujo de Goya en la portada). Pero ignoro si la presentación es de la misma época o fue añadida después. Se refiere, claro está, a su experiencia como deportado y esclavo en Auschwitz. Y por supuesto que hay diferencias entre un campo de refugiados y un campo de concentración y/o exterminio, pero también hay similitudes y eso es lo preocupante. La palabra Lager, en alemán, significa, "almacén, depósito, campamento". ¿Qué son hoy en día los campos en Europa o a las puertas de Europa sino depósitos donde se almacenan seres humanos inútiles, inservibles, improductivos o deteriorados?. No importa si esos miles de personas de ese campo concreto han llegado a ese lugar por sus propios medios, a diferencia de los que fueron conducidos contra su voluntad en camiones y trenes de la muerte. Cada vez que me siento feliz, cada vez que por algún motivo tengo ganas de reír -y confieso que algunas veces me pasa-, al momento me invade una cierta sensación de culpabilidad. ¿Por que extraño azar yo estoy aquí y ellos allá? ¿Y qué hago o qué puedo hacer y no hago para evitar que ellos estén allá? No importa el cómo ni el por qué; lo que importa es el campo en sí mismo, esa zona excluida, separada, vallada, donde se hacinan, enferman y son desposeídos lenta y laboriosamente (leyes y contraleyes, protocolos, ayuda insuficiente, simulacros, rechazos...) de su esperanza. Un mundo mejor no existe para ellos, sólo para nosotros. Pero ni siquiera para nosotros, si ellos no tienen cabida, pues el mundo no es únicamente un espacio físico sino también, y principalmente, un estado de conciencia. No apelaré a los insensibles gobiernos designados como guiñoles por el verdadero gobierno, pero sí a los pueblos, a la práctica totalidad de los pueblos de las naciones europeas que, a poco que investiguen o rememoren, verán que también su pasado incluye guerras y persecuciones, exilios y campos, porque nadie, nunca, ha estado ni puede estar a salvo del horror ni de la muerte; y apelaré a cada individuo, a cada lector o potencial lector. Todo el alegato de Primo Levi, certero y terrible, se resume en el poema que antecede a su libro, de igual título:
"Si esto es un hombre
Los que vivís seguros
En vuestras casas caldeadas
Los que os encontráis, al volver por la tarde,
La comida caliente y los rostros amigos:
Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un panecillo
Quien muere por un sí o por un no.
Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rama invernal.
Pensad que esto ha sucedido:
Os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
Al estar por casa, al ir por la calle,
Al acostaros, al levantaros;
Repetídselas a vuestros hijos.
O que vuestra casa se derrumbe,
La enfermedad os imposibilite,
Vuestros descendientes os vuelvan el rostro."
Parece que no hayamos aprendido nada, que la experiencia sea una nube pasajera y no el cielo en su totalidad. El verso de Levi "Pensad que esto ha sucedido", fácilmente puede cambiarse por "Pensad que esto sigue sucediendo". De nada sirve cambiar los gobiernos si antes no se cortan los hilos mediante los cuales los gobiernos son manejados desde una altura inalcanzable a la humanidad.
Hoy he visto en televisión imágenes de un campo de refugiados en la frontera entre Grecia y Macedonia. Creo que ese campo o zona se conoce como Idomeni. Allí malviven, bajo precarias tiendas de campaña, sobre el barro, con el frío, 15 ò 20 mil personas, de las cuales un tercio o un cuarto son niños, que se fueron de sus hogares bombardeados por todo tipo de calamidades en busca de un mundo mejor. Pero ese mundo mejor, nuestro mundo, no atiende llamadas y ha cerrado las puertas. Esto me ha recordado un fragmento de lectura a la vez nuevo y antiguo, porque fue leído hace tanto tiempo y permanecía agazapado en la memoria que ha ido construyendo mi carácter, y porque recientemente volvió a sorprenderme y me resultó tan actual como sólo las reflexiones verdaderas lo son. Este campo no es por desgracia el único, ni el más grande, ni el peor, ni el primero ni -me temo- el último, pero lo destaco como ejemplo de tantos otros. El fragmento que quiero citar proviene de la edición en castellano de Si esto es un hombre, de Primo Levi (El Aleph Editores, 2008), de su presentación. Y dice: " Habrá muchos individuos o pueblos que piensen, más o menos conscientemente, que <<todo extranjero es un enemigo>>. En la mayoría de los casos esta convicción yace en el fondo de las almas como una infección latente; se manifiesta sólo en actos intermitentes e incoordinados, y no está en el origen de un sistema de pensamiento. Pero cuando éste llega, cuando el dogma inexpresado se convierte en la premisa mayor de un silogismo, entonces, al final de la cadena está el Lager. Él es producto de un concepto del mundo llevado a sus últimas consecuencias con una coherencia rigurosa: mientras el concepto subsiste las consecuencias nos amenazan. La historia de los campos de destrucción debería ser entendida por todos como una siniestra señal de peligro." El libro fue escrito por Levi (y publicado por primera vez en italiano por Da Silva, en Turín, en 1947 y con un dibujo de Goya en la portada). Pero ignoro si la presentación es de la misma época o fue añadida después. Se refiere, claro está, a su experiencia como deportado y esclavo en Auschwitz. Y por supuesto que hay diferencias entre un campo de refugiados y un campo de concentración y/o exterminio, pero también hay similitudes y eso es lo preocupante. La palabra Lager, en alemán, significa, "almacén, depósito, campamento". ¿Qué son hoy en día los campos en Europa o a las puertas de Europa sino depósitos donde se almacenan seres humanos inútiles, inservibles, improductivos o deteriorados?. No importa si esos miles de personas de ese campo concreto han llegado a ese lugar por sus propios medios, a diferencia de los que fueron conducidos contra su voluntad en camiones y trenes de la muerte. Cada vez que me siento feliz, cada vez que por algún motivo tengo ganas de reír -y confieso que algunas veces me pasa-, al momento me invade una cierta sensación de culpabilidad. ¿Por que extraño azar yo estoy aquí y ellos allá? ¿Y qué hago o qué puedo hacer y no hago para evitar que ellos estén allá? No importa el cómo ni el por qué; lo que importa es el campo en sí mismo, esa zona excluida, separada, vallada, donde se hacinan, enferman y son desposeídos lenta y laboriosamente (leyes y contraleyes, protocolos, ayuda insuficiente, simulacros, rechazos...) de su esperanza. Un mundo mejor no existe para ellos, sólo para nosotros. Pero ni siquiera para nosotros, si ellos no tienen cabida, pues el mundo no es únicamente un espacio físico sino también, y principalmente, un estado de conciencia. No apelaré a los insensibles gobiernos designados como guiñoles por el verdadero gobierno, pero sí a los pueblos, a la práctica totalidad de los pueblos de las naciones europeas que, a poco que investiguen o rememoren, verán que también su pasado incluye guerras y persecuciones, exilios y campos, porque nadie, nunca, ha estado ni puede estar a salvo del horror ni de la muerte; y apelaré a cada individuo, a cada lector o potencial lector. Todo el alegato de Primo Levi, certero y terrible, se resume en el poema que antecede a su libro, de igual título:
"Si esto es un hombre
Los que vivís seguros
En vuestras casas caldeadas
Los que os encontráis, al volver por la tarde,
La comida caliente y los rostros amigos:
Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un panecillo
Quien muere por un sí o por un no.
Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rama invernal.
Pensad que esto ha sucedido:
Os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
Al estar por casa, al ir por la calle,
Al acostaros, al levantaros;
Repetídselas a vuestros hijos.
O que vuestra casa se derrumbe,
La enfermedad os imposibilite,
Vuestros descendientes os vuelvan el rostro."
Parece que no hayamos aprendido nada, que la experiencia sea una nube pasajera y no el cielo en su totalidad. El verso de Levi "Pensad que esto ha sucedido", fácilmente puede cambiarse por "Pensad que esto sigue sucediendo". De nada sirve cambiar los gobiernos si antes no se cortan los hilos mediante los cuales los gobiernos son manejados desde una altura inalcanzable a la humanidad.
martes, 1 de marzo de 2016
MAX HORKHEIMER / NOTAS DE LECTURA
NOTAS DE LECTURA
Hace unos días he comenzado a releer Crítica de la razón instrumental, de Max Horkheimer, leída por primera vez hace unos 40 años. La edición original fue publicada por S. Fischer Verlag, Frankfurt, en 1967. Pero el ejemplar que yo aún poseo es de 1973, y pude adquirirlo en la trastienda de una conocida librería de Valencia que importaba libros prohibidos y los vendía clandestinamente sólo a clientes de confianza, pues, a pesar de mi juventud, mantenía con los propietarios una cierta relación de afecto y amistad. Me ha sorprendido encontrar algunas líneas subrayadas con bolígrafo (eso dejé de hacerlo hace mucho tiempo), por ejemplo: "El tema de esta época es la conservación del yo, cuando no existe ningún yo para ser conservado." Únicamente por la frase citada, la relectura ya valdría la pena. En la contraportada de este volumen blanco y título en verde claro, una advertencia: "En el mundo de hoy parecen retroceder nítidamente -sin desmedro de la ampliación de los horizontes de actuación y pensamiento debida al saber técnico- la autonomía del sujeto individual, su posibilidad de resistirse al creciente aparato para el manejo de las masas, el poder de su fantasía, su juicio independiente." ¿Qué pensaría Horkheimer -muerto precisamente en 1973- si hubiera vivido hasta hoy? ¿Hasta dónde puede retroceder el individuo actual mientras la técnica avanza hacia un más allá cada día más arrogante y avasallador? Y el crecimiento del "aparato" citado por el filósofo ¿dónde se detendrá o qué límites tiene -si es que tiene algún límite? Dice Horkheimer: "La individualidad supone el sacrificio voluntario de la satisfacción inmediata en aras de la seguridad, de la preservación material y espiritual de la propia existencia." Y sin embargo, "la satisfacción inmediata" es la esencia de nuestras más novedosas pedagogías, es lo que se promociona y publicita, se ofrece hasta la saciedad y se vende por valores tan depreciados que resulta irresistible. "La satisfacción inmediata" es el motor del viejo-nuevo orden mundial, del capitalismo voraz y el post-capitalismo desalmado. Europa, Estados Unidos y otras zonas desarrolladas del planeta sueñan con establecer colonias en la Luna o en Marte; sus poblaciones han sido domadas, aleccionadas para contemplar sueños mientras cierran los ojos ante la realidad desesperada de quienes todavía son individuos y, no siendo masas, son tratados como infrahumanos. Quizá el filósofo judío, si tuviera hoy una cuenta en facebook o twitter, pudiera escribir algo parecido a Si la técnica nos permite en breve salvar distancias cósmicas e instalarnos en nuevos mundos, hagámoslo; será un logro para la humanidad. Pero no perdamos de vista a los que no pueden franquear el simple y atroz obstáculo de una valla de alambre de espino. Este libro permanece en la mesilla de noche, se superpone e intercambia con otros (Masa y Poder de Elias Canetti, Algo elemental de Eliot Weinberger, En el bosque del espejo de Alberto Manguel); son lecturas nocturnas. Durante las pausas en el trabajo, y a razón de una por tarde, también durante los últimos días, he releído de Bioy Casares Máscaras venecianas y La sierva ajena, de Vladimir Nabokov La Veneziana y de Octavio Paz Arenas movedizas y La hija de Rappaccini, obras menores -ahora me doy cuenta- pero no por ello menos gratificantes. Lo que sucede a menudo es que los libros no llegan en el momento adecuado. Se leen unos antes de hora y otros pasados de hora. Los libros eligen a su lector y no al contrario; algunos deslumbran en el momento (cumplen su función) aunque se apagan años después y pierden intensidad como la nostalgia de un primer amor. Otros siembran en los lectores su concentrada semilla de oscuridad, destinada a abrirse más tarde y cuestionar la materia de la experiencia. Tantos años leyendo y tantos libros leídos y aún no sé si hubiera preferido ser un analfabeto, un iletrado, puesto que pongo el duda que el "saber" proporcione alguna felicidad a costa de la ignorancia. La hija de Rappaccini ha envejecido mal: una obrita de teatro ridícula y afectada. En cambio, en Arenas movedizas hay párrafos brillantes y literalmente cegadores. La intriga de La Veneziana bien podría servir de argumento para una película pornográfica de corte clásico. Bioy, como siempre, magistral; y su personaje Rudolf -el cruel hombrecillo de La sierva ajena-, el que por su mal y desgracia atormenta a otros, justificando así el tormento y la maldad, todo un hallazgo, un paradigma tanto de la maldad propia como de la aplicada. Tras estas palabras, sospecho que debo ser un pusilánime o un indiferente: jamás emprendería viajes tan largos, ni por el espacio exterior ni contra los mares y fronteras. Me tienta "la satisfacción inmediata", desde luego, y al mismo tiempo no soy capaz de poner fin a un periplo espiritual que gira sobre sí mismo para acabar revelando que el yo -se mire como se mire- es insalvable. Por norma general prefiero la relectura a la lectura (¿será porque me estoy haciendo viejo?). En la última semana he acudido a Literanta y Babel y, después de ojear unas decenas de libros, he optado por tomar una copa de vino y marcharme con las manos vacías. ¿Para qué pagar 15 ó 20 euros por una novedad literaria y su acompañante -el riesgo de la decepción- mientras pueda encontrar alguna ganga diez veces más barata? Los autores vivos no van a enriquecerse con lectores como yo, lo sé, pero yo tampoco suelo ganar nada con ellos y, además, ya he gastado en años lo que tenía que gastar. Hoy prefiero las apuestas seguras, a ser posible deslucidas por el uso de otras manos y otros ojos. Recuerdo a Walter Benjamin comparando en Calle de dirección única a los libros con las prostitutas. Cada libro un rostro y un cuerpo diferentes, un precio más o menos elevado. El sexo ya no interesa sino como reflexión estética. El harén se ha reducido ostensiblemente. Uno entra en un libro (como en una pintura), y lo que ve allí es un sueño que ya ha sido soñado. Esto se llama fidelidad, mal que le pese al insoportable yo que aprovecha el mínimo resquicio para afirmarse como individuo.
Hace unos días he comenzado a releer Crítica de la razón instrumental, de Max Horkheimer, leída por primera vez hace unos 40 años. La edición original fue publicada por S. Fischer Verlag, Frankfurt, en 1967. Pero el ejemplar que yo aún poseo es de 1973, y pude adquirirlo en la trastienda de una conocida librería de Valencia que importaba libros prohibidos y los vendía clandestinamente sólo a clientes de confianza, pues, a pesar de mi juventud, mantenía con los propietarios una cierta relación de afecto y amistad. Me ha sorprendido encontrar algunas líneas subrayadas con bolígrafo (eso dejé de hacerlo hace mucho tiempo), por ejemplo: "El tema de esta época es la conservación del yo, cuando no existe ningún yo para ser conservado." Únicamente por la frase citada, la relectura ya valdría la pena. En la contraportada de este volumen blanco y título en verde claro, una advertencia: "En el mundo de hoy parecen retroceder nítidamente -sin desmedro de la ampliación de los horizontes de actuación y pensamiento debida al saber técnico- la autonomía del sujeto individual, su posibilidad de resistirse al creciente aparato para el manejo de las masas, el poder de su fantasía, su juicio independiente." ¿Qué pensaría Horkheimer -muerto precisamente en 1973- si hubiera vivido hasta hoy? ¿Hasta dónde puede retroceder el individuo actual mientras la técnica avanza hacia un más allá cada día más arrogante y avasallador? Y el crecimiento del "aparato" citado por el filósofo ¿dónde se detendrá o qué límites tiene -si es que tiene algún límite? Dice Horkheimer: "La individualidad supone el sacrificio voluntario de la satisfacción inmediata en aras de la seguridad, de la preservación material y espiritual de la propia existencia." Y sin embargo, "la satisfacción inmediata" es la esencia de nuestras más novedosas pedagogías, es lo que se promociona y publicita, se ofrece hasta la saciedad y se vende por valores tan depreciados que resulta irresistible. "La satisfacción inmediata" es el motor del viejo-nuevo orden mundial, del capitalismo voraz y el post-capitalismo desalmado. Europa, Estados Unidos y otras zonas desarrolladas del planeta sueñan con establecer colonias en la Luna o en Marte; sus poblaciones han sido domadas, aleccionadas para contemplar sueños mientras cierran los ojos ante la realidad desesperada de quienes todavía son individuos y, no siendo masas, son tratados como infrahumanos. Quizá el filósofo judío, si tuviera hoy una cuenta en facebook o twitter, pudiera escribir algo parecido a Si la técnica nos permite en breve salvar distancias cósmicas e instalarnos en nuevos mundos, hagámoslo; será un logro para la humanidad. Pero no perdamos de vista a los que no pueden franquear el simple y atroz obstáculo de una valla de alambre de espino. Este libro permanece en la mesilla de noche, se superpone e intercambia con otros (Masa y Poder de Elias Canetti, Algo elemental de Eliot Weinberger, En el bosque del espejo de Alberto Manguel); son lecturas nocturnas. Durante las pausas en el trabajo, y a razón de una por tarde, también durante los últimos días, he releído de Bioy Casares Máscaras venecianas y La sierva ajena, de Vladimir Nabokov La Veneziana y de Octavio Paz Arenas movedizas y La hija de Rappaccini, obras menores -ahora me doy cuenta- pero no por ello menos gratificantes. Lo que sucede a menudo es que los libros no llegan en el momento adecuado. Se leen unos antes de hora y otros pasados de hora. Los libros eligen a su lector y no al contrario; algunos deslumbran en el momento (cumplen su función) aunque se apagan años después y pierden intensidad como la nostalgia de un primer amor. Otros siembran en los lectores su concentrada semilla de oscuridad, destinada a abrirse más tarde y cuestionar la materia de la experiencia. Tantos años leyendo y tantos libros leídos y aún no sé si hubiera preferido ser un analfabeto, un iletrado, puesto que pongo el duda que el "saber" proporcione alguna felicidad a costa de la ignorancia. La hija de Rappaccini ha envejecido mal: una obrita de teatro ridícula y afectada. En cambio, en Arenas movedizas hay párrafos brillantes y literalmente cegadores. La intriga de La Veneziana bien podría servir de argumento para una película pornográfica de corte clásico. Bioy, como siempre, magistral; y su personaje Rudolf -el cruel hombrecillo de La sierva ajena-, el que por su mal y desgracia atormenta a otros, justificando así el tormento y la maldad, todo un hallazgo, un paradigma tanto de la maldad propia como de la aplicada. Tras estas palabras, sospecho que debo ser un pusilánime o un indiferente: jamás emprendería viajes tan largos, ni por el espacio exterior ni contra los mares y fronteras. Me tienta "la satisfacción inmediata", desde luego, y al mismo tiempo no soy capaz de poner fin a un periplo espiritual que gira sobre sí mismo para acabar revelando que el yo -se mire como se mire- es insalvable. Por norma general prefiero la relectura a la lectura (¿será porque me estoy haciendo viejo?). En la última semana he acudido a Literanta y Babel y, después de ojear unas decenas de libros, he optado por tomar una copa de vino y marcharme con las manos vacías. ¿Para qué pagar 15 ó 20 euros por una novedad literaria y su acompañante -el riesgo de la decepción- mientras pueda encontrar alguna ganga diez veces más barata? Los autores vivos no van a enriquecerse con lectores como yo, lo sé, pero yo tampoco suelo ganar nada con ellos y, además, ya he gastado en años lo que tenía que gastar. Hoy prefiero las apuestas seguras, a ser posible deslucidas por el uso de otras manos y otros ojos. Recuerdo a Walter Benjamin comparando en Calle de dirección única a los libros con las prostitutas. Cada libro un rostro y un cuerpo diferentes, un precio más o menos elevado. El sexo ya no interesa sino como reflexión estética. El harén se ha reducido ostensiblemente. Uno entra en un libro (como en una pintura), y lo que ve allí es un sueño que ya ha sido soñado. Esto se llama fidelidad, mal que le pese al insoportable yo que aprovecha el mínimo resquicio para afirmarse como individuo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)