sábado, 2 de julio de 2016

CONTRANOTAS / 1

CONTRANOTAS / 1

Desde hace unos días, cada noche me visita (y juega conmigo) un mosquito. Digo uno porque sólo veo uno aunque podrían ser varios. Ignoro qué hace el resto del tiempo, donde se encuentra, esconde, reposa, pero en las horas en que me siento ante el ordenador e intento escribir aparece y no me deja en paz. Vuela entre la pantalla iluminada y mi cara y, sobre todo, tiene preferencia por mis piernas. De hecho, anteayer descubrí que tengo los tobillos llenos de puntos rojos (que no pican) rodeados de aureolas blanquecinas. Digo yo que será el mosquito, pero D. piensa que puede ser una araña. A veces, harto de él, abro las manos y las coloco a ambos lados de la pantalla y lo espero; entonces desaparece, no viene. Cuando me canso de acecharlo y vuelvo a trabajar con el teclado, ahí está otra vez, como si se burlara de mí. He llegado a pensar que quizá en el fondo no sea más que un mosquito inofensivo y juguetón, y que los puntos rojos hayan aparecido en mi piel a causa de mi sangre alterada. He probado a pulverizar un repelente en el aire del lugar donde me siento a escribir; no ha servido de nada. He probado a cubrir mis pies, tobillos y pantorrillas con un gel de aloe vera; no ha servido de nada. Así pues -y ojalá sea tenido en cuenta-, si escribo lo que escribo lo hago con cierta dificultad, falta de concentración y enfado. Pero la culpa no es ni puede ser del mosquito (que simplemente vive su vida de mosquito) sino mía: soy yo quien debe encontrar un medio de defensa, un método distinto para evitar estas interrupciones y distracciones..., otra forma de escritura.

Cuando leo a Kertész es como si Kertész me hablara; ocurre así con algunos escritores (no muchos, por suerte, pues de lo contrario la suma y la mezcla de voces se me haría insoportable). A Kertész lo leo en voz alta (aunque no muy alta, sin estridencias); me gusta escuchar las palabras que estoy leyendo, la melodía que a veces esconden a los ojos del lector que guarda silencio. Cuando leo a Kertész es como si Kertész me hablara, más aún: como si yo me hablara a mí mismo. Con esto no quiero elevarme ni compararme en elevación con Kertész, pero sí destacar hechos tales como el descubrimiento, la afinidad o la identificación. Le adjudico el mérito a Kertész, desde luego, sin descartar por completo que mis oídos se hayan preparado lentamente y adquirido la capacidad de entender -además de escuchar- a Kertész. Que un lector entienda a un escritor es en principio bueno para ambos; sin embargo no estaría de más señalar alguna diferencia. En la literatura de entretenimiento (también llamada de éxito o comercial), el entendido se lucra (pues sus libros se venden a miles o a millones) y el entendedor ve reducido su entendimiento al instante concreto de evasión y a un efímero argumento que, con ligeras variantes, fórmula que funciona, se repite hasta la saciedad insaciable que es la base de toda adicción, como sucede con los juegos de azar o los deportes-espectáculo, que nada cuestionan y son geométricamente siempre iguales a sí mismos. En la otra literatura, el entendido (en las raras ocasiones que lo es) no gana nada, se entrega, se vacía, y el afortunado entendedor tampoco gana, pues si algo aprende es luz que malgasta los ojos.

Si un mosquito tuviera el tamaño de un águila, veríamos realmente cuál es su monstruosidad. Por el momento mi mosquito es pequeño e inofensivo porque se guarece de la lupa.

Cuando pienso en mis obras, en mis escritos, en los cuadernos impresos, en lo que guarda la máquina, en mis notas manuscritas extraviadas por quién sabe qué lugares de la casa... Quizá ya di lo mejor de mí mismo, quizá nada pueda superar a La rosa de mil pétalos; o quizá sí, quizá todavía pueda escribir la proyectada Última carta. El problema es que las mejores frases me vienen a la cabeza, siempre, cuando apago la luz y me dispongo a dormir. Si entonces, a cada momento, encendiera la luz para tomar nota de cada ocurrencia no dormiría, moriría de sueño.

La escritura como un molesto mosquito que se interpone entre el escritor y la oscuridad.

Se dice de algunos místicos que (a costa de su misticismo) tenían visiones. Las visiones (y no creo que menores en su calidad visual) también están presentes en ciertas formas de "locura", en el alcoholismo, en las experiencias con drogas que distorsionan la realidad (¿qué realidad?). Cuando el llamado mundo real puede ser visto, mediante el recurso de sofisticadas cámaras o lentes, aumentado o acelerado, cambiante en sus formas y colores, ¿se trata de otro modo de ver, de otro mundo o simplemente de alucinaciones?

Dice Kertész: "En estas semanas no ceso de tomar apuntes sobre las circunstancias en las que vivo, apuntes que no guardan ninguna relación con las circunstancias en las que vivo."
(Yo, otro. Acantilado. 2010. Pág.: 139.) 

Salvador Alís.





 

No hay comentarios:

Publicar un comentario