ORTÓNIMO Y HETERÓNIMO
A veces me preguntan si todo lo que escribo es real, si ha sucedido o sucede realmente. Según quién pregunta, así la respuesta. Pero, en definitiva, se podría decir que es real en cuanto escritura, fruto de la imaginación (que es caprichosa) y la memoria (que es inventiva o fabuladora). En cuanto a los hechos, algunos pudieran ser reales -lo admito-, pero cuáles sean no interesa a nadie y no se van a descubrir aquí. Me preguntan, además, si por casualidad no estaré loco o sometido a trastornos de personalidad; y suelo contestar con otras preguntas: ¿qué significa estar loco? ¿qué son los trastornos de personalidad? Si atiendo a mi propia percepción (de mí mismo), de ninguna manera estoy loco, en el sentido vulgar del término. En cuanto a mis trastornos, no creo que sean nada exclusivo ni merezcan mayor atención que la que yo quiera prestarles. Y por el momento no encuentro dificultad en mantenerlos dentro (o fuera) de límites aceptables; para ello cuento con mi inteligencia (por más controvertida que ésta resulte), el sentido del humor y el privilegio de la pulsión amorosa circulando en ambas direcciones (desde mí y hacia mí). El transcurso de los hechos generales, lo que solemos denominar "historia", bien puede volverlo a uno loco cuando se observa con la suficiente lucidez. Yo tengo mis obsesiones y manías como otros las suyas. No soy muy diferente de los que preguntan, salvo cuando me dejo llevar por una temeraria sinceridad y digo (sin entrar en el gran juego de la hipocresía) lo que me pasa por la cabeza, sin pararme a considerar si tiene o no tiene que ser necesariamente real.
Dotarse de un heterónimo no es nada original, ya lo hicieron por ejemplo Antonio Machado, Fernando Pessoa y Max Aub (entre otros), magistralmente. Queda por dilucidar si el heterónimo obedece al ortónimo o el ortónimo al heterónimo, quién es sirviente de quién, si ambos disponen de personalidad propia y hasta qué punto se mezclan o confunden. Ciertamente, y respecto a Salvador Alís y LECTOR, ignoro quién es el amo y quién el criado (sí, pero ¿quién es el que ignora, quién el ignorante?). Intuyo que toda la situación (literaria) creada a partir del comienzo del año 2016 no es más que una comedia. Esto me hace recordar algún pasaje de La risa de Henri Bergson, que copiaré acto seguido con la intención de iluminar ideas previas no tan claras que se exponen en esta entrada: "Inversión e interferencia no son, en resumen, más que juegos de ingenio que conducen a juegos de palabras. Mucho más profunda es la fuerza cómica de la transposición. Es al lenguaje corriente lo que la repetición a la comedia. Ya dijimos que la repetición es el procedimiento favorito de la comedia clásica. Consiste en disponer los hechos de modo que una escena conocida venga a reproducirse entre los mismos personajes en circunstancias distintas, o entre nuevos personajes en circunstancias idénticas. Por ejemplo, se hace repetir a los criados, en lenguaje menos elevado, una escena ya representada por sus señores. Supongamos ahora unas ideas que están expresadas en el estilo que les conviene, y por lo tanto, dentro de su ambiente natural. Imaginemos un artificio que las transporte a un nuevo ambiente, pero conservando la relación que guardan entre sí, o en otros términos, si las obligamos a expresarse en otro estilo o a transportarse a un tono totalmente distinto, será el lenguaje el que engendrará la comedia, el lenguaje será lo cómico. No es necesario presentar las dos expresiones de la misma idea, esto es, la expresión transpuesta y la natural. La expresión natural ya la conocemos, pues instintivamente acude a nuestra memoria. El esfuerzo de la invención cómica ha de aplicarse única y exclusivamente a la otra expresión. Y tan pronto como nos la presentan suplimos nosotros la primera expresión, la expresión natural."
El concepto entrada, en oposición al de salida, y en todo lo que tenga que ver con este blog o "diario personal", me parece de lo más acertado. Se entra fácilmente en el diario, o se entra en uno mismo, pero salir es más difícil, por no decir imposible. Salvador Alís se calla, se retira a un segundo plano una vez cumplida su escena, y rápidamente cae el telón, se levanta de nuevo, y otro protagonista aparece en el escenario (¿el mismo actor con distinto vestuario, maquillaje o máscara?) y repite un discurso modificado con el propósito de no aburrir al público. Aunque quizá se trate de un actor diferente que, con otra voz y otra gestualidad, nos venga a decir lo mismo que el anterior.
Un relato que escribí hace ya muchos años (y que un imbécil, un presunto experto en informática que se ofreció a solucionar un pequeño problema en nuestro primitivo ordenador, borró junto a todo lo demás) narraba la historia de un sicario que llegaba en tren a una ciudad desconocida con el encargo de eliminar a un hombre que llegaría en el mismo tren, a la misma ciudad y a la misma hora, pero un día más tarde. El sicario se hospeda en un hotel frente a la estación; apenas trae equipaje: una gabardina gris claro y un maletín donde guarda un rifle desmontado con mira telescópica. La descripción del objetivo en un sobre anónimo (a su nombre) aguarda en la recepción. Come en una taberna a pocos metros del hotel; se echa una siesta. Al llegar la noche, contrata por teléfono a una prostituta por horas y, una vez solo, antes de dormir, se toma media botella de absenta mientras lee el cuento "Los parásitos" de un tal Roberto Juan Marcomini. A la hora señalada y con el rifle montado, comprueba que desde la ventana entreabierta de su cuarto tiene una visión perfecta del andén por donde debe aparecer el que tiene que morir: el primer pasajero que bajará del primer vagón, con gabardina azul oscuro. En su mente nublada, una idea fija; a pesar de la resaca, su ojo es infalible. En la penúltima milésima de segundo (la última es apretar el gatillo) descubre que su víctima tiene su cara, que es él mismo aunque la gabardina sea de distinto color. El reloj de la estación se detuvo ayer. Pero ya es demasiado tarde y el encargo se ha cumplido.
LECTOR
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