jueves, 28 de enero de 2016

DIOSES Y HÉROES

DIOSES Y HÉROES

¿Qué significa dios? O mejor ¿qué significa ser dios?
Ante todo subrayar que hay dioses y diosas, poderes y concepciones
de ambos sexos e incluso espirituales.

Ante la previsión y el cálculo de vida extraterrestre,
el Vaticano se apresura a conjeturar que eso confirmaría
la existencia de un dios universal.

Algún astronauta que ha contemplado la Tierra desde alturas relativas
afirma haber visto a dios en esa visión flotante,
o quizá al circundar la luna y echar un vistazo a su cara oculta.

Un envejecido y muy tocado Johnny Cash confesó a los 71 años,
poco antes antes de morir: "Creo que mi vida terminará pronto.
Pero mi fe es inquebrantable.
Nunca me he enfadado con dios, nunca le he dado la espalda,
nunca he pensado que no estuviera ahí."

Siete años después, otro envejecido dios de la música, Bob Dylan,
interpreta en La Casa Blanca "The Times They Are A Changin"
antes los dioses del olimpo político norteamericano
comandados por Obama.

Tanto Cash como Dylan ofrecen testimonios prodigiosos,
voces de otro mundo; el primero cantaba a los presos en las cárceles;
el segundo basa su actuación en la defensa de los derechos civiles.

Para muchos, dios es una vela de rancia cera que arde mal;
para muchos, la sonrisa de un orondo buda feliz;
para muchos, el jaguar o la máscara del jaguar;
para muchos, dios no tiene rostro pues permanece oculto
bajo la violenta representación de una capucha negra.

Xochiquetzal, la diosa de las flores y la fecundidad,
se manifestaba entre los aztecas en forma de copiosa lluvia.
Y Lilit, de procedencia mesopotámica, antecede a la primera mujer.
¿Y qué decir de Bastet, la diosa egipcia capaz a un tiempo
de ternura y ferocidad (cuando mutaba su cabeza
por la cabeza de una leona)?

En 1948, Robert Graves propició (o reinició tal vez)
el culto a la diosa blanca, lunar y mediterránea que sólo reconocía
a los dioses subsiguientes como hijos, no como padres.

Hitler, ¿fue acaso un dios para sus incondicionales seguidores,
para los ambiciosos y crueles, para los cobardes,
para la juventud rubia y atlética soñadora de distopías
disfrazadas de utopías?

Mahatma Gandhi, ¿fue un dios para la inmensa muchedumbre
de famélicos intocables de India? ¿Lo fue Mao para el gris ejército
de uniformados lectores del Libro Rojo?

Conocí a un anciano de pelo blanco que nunca adoró a ningún dios,
pero que sin embargo, en algún momento de locura y juventud,
consideró a su mujer como diosa inaccesible.

Conocí a una anciana de pelo blanco que adoraba a Jesucristo
en una lámina que lo presentaba con el corazón fuera del pecho,
un corazón intensamente rojo e intensamente irreal.

En Argentina, no hace mucho, a Maradona se le trataba como a dios;
pero en medio mundo, en la actualidad, su trono ha sido ocupado
por un Lionel Messi o por un Cristiano Ronaldo.

Diosas del cinematógrafo fueron y son abundantes,
aunque las más antiguas, las que aparecían en blanco y negro,
parecen con la perspectiva de los años más poderosas o míticas.
Bastaría citar a Monroe, Dietrich, Gardner, Hayworth,
Bergman, Garbo o Bacall para hacerse una idea de su poder.

Para algunos lectores, Shakespeare es un dios; para otros lo es Joyce.
Algunos reverencian a los dioses rusos, a Tolstói, a Dostoievski.
Otros aman a los sobrios germanos, a los intelectuales 
franceses, a los barrocos latinoamericanos. Y, no obstante,
la genealogía de los dioses literarios, 
así como de la totalidad de los dioses, se va renovando sin cesar.
Aira o Bellatín o Levrero ya no son barrocos, son otra cosa.

Tsvietáieva o Szymborska, por su parte, sí tuvieron deudas
con los dioses europeos de la guerra. Y Primo Levi. Y Nazim Hikmet.
La libertad para ellos fue una diosa más grande y venerable.

Los falsos dioses son tan reales como los verdaderos.
El oro, las joyas, el dinero: dioses y diosas de nefasta autoridad.
Dios no ha muerto, como pretendía Zaratustra, se ha fragmentado,
se ha roto en mil pedazos que, a semejanza de los restos de un espejo
desparramado por el suelo, siguen reflejando el mismo rostro
atónito de una divinidad emanada del temor.

Dioses el sol y las estrellas, los cometas, el fuego y los relámpagos, 
la tormenta, el trueno, el mar y sus mareas, el terremoto
y sus temblores, el meteorito. Dioses incomprensibles, 
dioses fulminantes. El infinito cristal del cielo.
En la actualidad ese cristal hecho añicos viaja en muchas manos,
y en muchas manos se le rinde pleitesía (puesto que habla y escucha).

Para un par de generaciones (al menos), para los fanáticos 
del culto informático, son dioses un Bill Gates o un Steven Jobs.
Y pronto lo será una inteligencia artificial, un robot
que usurpe nuestra apariencia
y nos exima de la tediosa tarea de pensar.

Dios es tan intrincado, tan laberíntico; es tantas cosas a la vez,
es esto y aquello y lo contrario de esto y de aquello;
su omnisciencia y ubicuidad abruman.

Para Las Religiones del Libro, el Libro es dios.
Que otros adoren a sus ídolos, al tótem de madera policromada,
al salvaje animal, al domesticado, al mono Hánuman 
que habita templos en ruinas, a los que poseen el don de la palabra.
Que sean politeístas otros y descreídos o ateos los demás.

Viajeros espaciales, dioses venidos desde las profundidades
de un Universo sin límite, sembradores de la semilla.

Mike Tyson o Muhammad Ali, en sus momentos de gloria,
dioses del ring (que significa anillo o círculo).
Alejandro Magno, adoctrinado por Aristóteles, 
dios de tantas campañas y negado al fin por sus ejércitos.
La fuerza, el valor, la hegemonía de un hombre, de un dios.

La santa Teresa de Jesús, diosa mística.
María Zambrano, diosa de los filósofos y de los bosques.
Los dioses, como las setas, emergen allí donde hay humedad,
creencia y determinación.

Beethoven, Mozart, Wagner, Bach y otros discípulos de la lira de Orfeo
y el magisterio de Apolo, aprendices de dioses,
alumnos mitológicos.
El más insignificante de los pájaros, por tener alas, ya es un dios.

Dios se esconde en el fondo de una botella,
en el fino orificio de una aguja, en el humo, en los ansiolíticos, 
en la cocaína y en la coca-cola; y también en el esperma y en el polen,
en el estigma receptivo de una flor. Dios se esconde en un huevo,
en el seno de una bacteria, dentro de la cubierta proteica de un virus.
Dios se esconde en el átomo y se manifiesta en la fisión del átomo.

Hay dioses mayores y dioses menores o subalternos, diosecillos,
dioses oscuros, dioses irritables, condescendientes, indiferentes;
dioses que no apartan un segundo de nosotros su ojo sin párpados
y dioses que nos dan la espalda.

El bien y el mal son responsabilidad suya, el amor y la tragedia,
la ambición así como la resignación. 
El libre albedrío no es cosa nuestra y cada destino individual
es una flecha disparada por los dioses.
Negar lo anterior y sostener argumentos opuestos
es igualmente tarea de dioses. La verdad y la mentira
son para ellos una sola cosa, ni defecto ni virtud.

Thomas Carlyle, en su obra On Heroes, Hero-Worship, 
and the Heroic in History, en la primera conferencia del libro,
relata la siguiente anécdota referida a un dios nórdico:
"A Thor le presentaron un cuerno para que bebiese,
diciéndole que, entre ellos, era común vaciarlo de un sorbo.
Por tres veces intentó Thor valientemente realizar la empresa,
pero sin lograrlo.
-Sois una pobre y débil criatura -le dijeron-: ni siquiera podréis
levantar este gato que aquí veis.
A pesar de su fuerza sobrenatural, 
y por pequeña que pareciese la hazaña,
Thor apenas si pudo alzar un poco el espinazo del animal,
y a duras penas una pata.
-¡Vaya! ¿Y tú crees ser un hombre? 
-le dijeron a coro las gentes de Utgard-.
Ahí está una vieja que desea luchar contigo.
Avergonzado de veras, se arrojó Thor sobre la vieja,
pero le fue imposible derribarla.
Al salir de Utgard, el principal de los Joetuns los acompañó
cortésmente un buen trecho,
y dirigiéndose a Thor, le dijo:
-Al fin has quedado vencido; pero no te avergüence tu derrota,
porque todo fue ilusión de tus sentidos.
El cuerno que probaste agotar de un sorbo era el mismo mar,
y, sin embargo, lograste que menguase: 
pero ¿quién podría beber lo insondable?
El gato que probaste levantar del suelo era la Midgard-snake,
la gran serpiente del mundo, la cual, con la cola en la boca,
ciñe y conserva la Creación entera; si la hubieras tumbado,
todo hubiera sido confusión y ruinas.
Por lo que hace a la vieja, ésa era el Tiempo, la Vejez, la Duración:
¿quién es capaz de luchar con el Tiempo?
Ni el hombre ni los dioses; el Tiempo es más fuerte que todos."

A veces dios es tan delgado que se oculta tras la saeta más afilada
de los relojes; a veces es tan íntimo que se aloja en una neurona,
en un huesecillo del oído, en un diente, en un ombligo;
y en ocasiones es tan astuto que no se le encuentra
por más que se le busque, aunque esté ante nuestros ojos;
tan caprichoso, que le gusta apostar al dilema:
¿existo o no existo? Y en caso de existir, ¿quién soy realmente?

Si pudiera elegir, preferiría una diosa en lugar de un dios;
pero me supondría un esfuerzo insoportable
argumentar las complejas razones de mi preferencia.
Nada que ver con la belleza; quizá sí con la benevolencia;
pero no estoy seguro ni de lo uno ni de lo otro.

¿Una diosa del Amor o un dios de la Justicia 
(así, con mayúsculas)? ¿Y por qué no a la inversa?
La opción más ventajosa puede ser al cabo disponer
de una variedad suficiente de diosas y dioses para cada ocasión, 
enigma, nudo y conflicto.

Personalmente, y por este orden, soy ateo, agnóstico,
politeísta y creyente. 
Mis creencias deberían ser claras y son confusas.
Sé que no soy ni un dios ni un héroe.
Sé que mi insignificancia es incomparable
con las Leyes, por ejemplo: la gravitación universal.
Pero me inquieta pensar 
que yo también he intentado vaciar un cuerno (cada día),
levantar a un gato (proeza irrealizable si el gato no lo permite),
y que, por último, lo quiera o no lo quiera,
seré derrotado por el Tiempo.

Salvador Alis

 

 






 




 

 












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