miércoles, 23 de diciembre de 2015

OCHENTA ESCALONES

OCHENTA ESCALONES

     Ochenta escalones separan la casa de la calle..., los subo y los bajo
varias veces durante el día y -también, a veces- durante la noche...
No me da miedo la noche puesto que me hice en la noche...
o -lo que a fin de cuentas es lo mismo- la noche me hizo a mí... Ruidos
de la noche no me dicen nada que antes no supiera... Escuché cada lamento,
cada risa, cada discurso, declamación, oración y arenga de la noche...
Y me abordaron árabes reales  y africanas soñadas -en la noche-, gatas negras,
gatos heridos y perdidos -en la noche-, locos bajo el disfraz de locos,
poetas de una sola sílaba -sí o no-, y me abordaron en la noche las estrellas
y el desconsuelo... Nada de todo eso y todo al mismo tiempo...

     Ochenta escalones no es nada..., la voluntad no es nada...,
se deja uno caer o izar por la cuerda a la que se está unido..., por debilidad
o por inercia...
Por razones poéticas..., porque sí o porque no..., se hace uno alcohólico,
fuma o deja de fumar, se vuelve adicto al sexo
o sufre disfunciones eréctiles... La médica de cabecera
(que, contrariamente a lo que pudiera pensarse,
no se ocupa de nuestros dolores de cabeza) lo mira a uno con asombro...

     Y, sin embargo, sabemos que hay algo más que las pastillas
cargadas en nuestra tarjeta de crédito sanitario..., que los somníferos
se parecen a pequeñas lunas blancas ingeridas antes de acostarse...,
como si la noche tuviera que separarse del día y contabilizar esas separaciones
con extremo cuidado y precaución extrema...

     En lo que se refiere a la escritura, este último mes del año
está resultando extráñamente prolífico..., dependiente de una urgencia
y un desvelo difíciles de explicar y explicarse... Se compran libros
y se leen a toda velocidad (¿tiempo restante?)...
Ayer y hoy: una cinta de tela roja con apariencia de seda compone el lazo
de un regalo que las gatas blancas interpretan como juguete de su destino...

     Una casa con once puertas..., doce si se tiene en cuenta la del gato...;
ese gato -en el invierno- se niega a salir por su puerta porque del otro lado
se encuentra la fría nieve.., y consigue sin esfuerzo que el protagonista
vaya abriendo las restantes once puertas a la espera de que
-al menos una de ellas- conduzca al verano...

     Robert A. Heinlein y Juan Carlos Mestre..., lecturas de fin de año:
Puerta al verano y La casa roja...
Dejaré pronto de escribir porque se impone una pausa
-días, semanas, meses- para ordenar lo escrito...; no se escribe en vano...,
no se escribe porque sí o porque no o para nada... Y, lo mejor,
no sé ante quién disculparme ni por qué pedir disculpas...

     El vientre de las nubes, bajo la luna, se ha vuelto rojo-burdeos...
Aquí hay suficientes palabras para cuatro o cinco libros...;
si quiero ganar el anti-premio nacional de poesía deberé trabajar con ellas...
Si tengo que elegir entre la impotencia y las adicciones...
deberé trabajar con ellas... Yo también busco una puerta al verano...,
yo también he perdido la cabeza...

Salvador Alís.





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