jueves, 4 de septiembre de 2014

LA ARAÑA Y EL LANZALLAMAS

     Todos mentimos, el mundo entero miente, y yo me incluyo -como no podría ser de otra manera- en el plural y en la mentira. El mentiroso es un corredor que teme no llegar a la meta. Se miente en todas direcciones: hacia el pasado y hacia el futuro, hacia lo particular y lo general, hacia el interior y el exterior. Después de la primera mentira -lo sé por experiencia-, mentir se convierte en rutina. El instinto de supervivencia tiene algo que ver. Y los miedos no superados. Se puede dar una amistad, incluso un gran amor, desarrollarse y crecer en un nido de mentiras entrelazadas. Cuando la mentira funciona como verdad se vive para eso; pero a veces, cuando la mentira agota sus disfraces, la realidad se vuelve triste o, peor aún, pantanosa.

     Los fabricantes de armas, los vendedores de armas, los intermediarios, el ministro de comercio y el ministro de defensa, el presidente, el banquero, el rey, el aventurero y el cónsul, mienten.

     Los químicos y biólogos, los fabricantes de medicamentos, las farmacéuticas, los doctores, los investigadores y hasta los enfermos, mienten.

     Cualquier dios y cualquier intérprete de dios, cualquier profeta, sacerdote, mago, chamán, los creyentes, los ateos, los agnósticos, mienten.

     Los cultivadores, los técnicos, los jefes, los subalternos, los sicarios, los enlaces, los mayoristas, los minoristas y los consumidores, mienten.

     El político y sus lacayos, asesores, abogados, economistas, subdirectores, guardaespaldas, detractores y votantes, mienten.

     Entre los animales hay excepciones: no miente la araña cuando teje su tela (aunque miente el lanzallamas que la abrasa), no miente el felino (pero miente el simio), no miente la cebra ni el camaleón (por más que sus rayas y colores nos impidan verlos en su totalidad). En muchos años de convivencia, me atrevo a jurar que ninguno de mis gatos me ha mentido (y, no obstante, han soportado estoicamente mis mentiras).

     Las personas, los amigos y los amores -y hasta uno mismo- son otra cosa, árbol de otro bosque, orilla de otro río, nube de otro cielo, piedra de la misma cantera.

     Recuerdo al niño que fui saltando de mentira en mentira, de piedra en piedra, de un verano a otro verano. Y recuerdo sus nombres, sus palabras, sus traiciones, sus caricias y sus locuras. Sé que una de ellas, al no sentirse penetrada, se sintió vacía; que el ciclista buscaba acomodo en el sillín; que al mejor amigo lo transfiguró su cobardía; que yo me disfrazaba cada noche, los ojos pintados, la navaja en el bolsillo, los dientes intactos.

     Todos mentimos, unos con el altavoz del poder, otros con el silbato de la queja, unos más que otros dependiendo de las circunstancias. El más insignificante de los hombres y la más prescindible de las mujeres mienten, y viceversa. El que va a morir, miente; mientras un nido de mentiras entrelazadas aguarda al que va a nacer. Pobre idiota el que miente esta noche, el que sustenta su mentira con mentiras, el que vuelve la espalda, el obcecado de la razón y la injusticia.

     Chet Baker miente mientras interpreta Deep in a dream. Esta noche. Y lo demás no importa.

    

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