viernes, 19 de septiembre de 2014

GRAN BUFÓN - MINI BUFÓN Y APRENDIZ DE BUFÓN

     El Gran Bufón -como su nombre indica- suele ser un sujeto de buen tamaño, obeso o simplemente gordo -para entendernos-, alguien que impone su presencia por cantidad y no por calidad, alguien que hace ruido y así llama la atención. Como en todo, hay excepciones, diferencias y matices: grandes bufones que hacer reír frente a los que dan risa, bufones delgados y bufones muy serios. No es la norma, existen sin duda pero son minoría; lo habitual es que el Gran Bufón reviente sus pantalones y disperse ventosidades sin ton ni son. Y que acto seguido se carcajee y vanaglorie de sus ocurrencias.
     El Mini Bufón es copia a pequeña escala del Gran Bufón -personaje patético, donde los haya, en su segunda acepción-, merecedor de los puntapiés y las bofetadas. Su insignificancia la suple con los zancos de la desvergüenza, carece por nacimiento del sentido del ridículo y hace de sus complejos una armadura de papel maché pintarrajeada con colores estridentes.
     El Aprendiz de Bufón -el recién llegado- no pasa de ser un cándido imitador, tobillos de ángel, un bailarín inexperto que gira mareado en el escenario de su juventud aturdida.
     El Gran Bufón necesita al Mini Bufón para crecerse, lo alienta y enaltece para sentirse superior. Y ambos necesitan al Aprendiz de Bufón para crear su corte y reinar.
     El Gran Bufón puede tener un nombre rimbombante (por ejemplo aquel que perdió su apellido o el que se une mediante guión a un dios) y un apellido vulgar y común como Sánchez o Pérez. Se extingue el homónimo Hitler al tiempo que el ratón de los dientes causa pavor entre los niños.
     El Mini Bufón inclina en su casa todos los espejos para verse más alto y, por el mismo motivo, se hace tomar fotografías de abajo arriba y elije fondos lustrosos y lujosos para mostrarse como lo que nunca llegará a ser. Imaginen al pequeño bufón retratado ante un avión, un yate, un coche deportivo. En realidad su cama mide un metro sesenta de largo y bajo ella esconde un diminuto orinal.
     El Aprendiz de Bufón -alias La Bailarina- es el primo de un primo, un exhibicionista de zapatillas de ballet que danza al son que le tocan y se encara sin armas a la experiecia con el empuje de una polilla anémica, deslumbrado por el aparente éxito del Gran Bufón y el Mini Bufón -sus maestros.
     En el camerino de los bufones -espejos inclinados, barrocos y empañados, bajo luces de colores- se maquilla el Gran Bufón mientras el Mini Bufón y el Aprendiz de Bufón aguardan su turno. Polvos blancos y mallas ajustadas, pañales infantiles y uñas pintadas. En el camerino de los bufones, antes de salir a escena: tambores por el suelo, alzas para zapatos, escuetos calzoncillos verdes y móviles aún no curvados.
     En el palco principal, la nobleza fornica con las coristas, sin prestar más atención; y en la atestada planta baja, un gentío ansioso de superficialidad se remueve en sus asientos ante cada tontería anticipada.
     Así ha ocurrido siempre. Juega el poderoso con la plebe porque la plebe se entretiene con la banalidad. Y no importa demasiado si el Circo o el Estadio o el Debate de las Apariencias o la Lotería que Nunca Toca. Se recurre a lo más fácil porque nadie se aventura ni un ápice en terreno desconocido.
     Asusta el pensar y el pensamiento y afloja las mandíbulas la más obtusa imitación y el chiste más insulso. El ideal de algunos es ofrecerse como voluntarios a un programa de televisión que ha fagocitado la distopía de George Orwell, 1984, y arrodillarse ante un Gran Hermano irrisorio y aplaudirse a sí mismos.
     Estos bufones de tres al cuarto tratan de imponerse con su repertorio gastado y aburrido, ni siquiera contemplan el provecho de renovarse, quizá porque actúan para un auditorio tan poco exigente como ellos mismos. Tal para cual, cada bufón triunfa ante los suyos.
     Y no obstante, a estos bufones mediocres y trasnochados, iguales a otros a los que guarda el olvido por sus negativas aportaciones, no hay que privarles, en principio, del fogonazo en la oscuridad, por si acaso helara su sonrisa pintada e hiciera tambalear su rigidez absurda.
     Otra cosa distinta es que tengan ojos para ver y, si lo vieran, pudieran discernir el verdadero ataque de la burla sutil, el aprovechamiento literario del profundo hartazgo.
     Para el Gran Bufón, el Mini Bufón y el Aprendiz de Bufón -dedicado- este tema de Tom Waits cantado con bocina, megáfono o altoparlante. 
    
    
    

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