Tengo un sueño recurrente:
Estoy en una fiesta, en una casa muy grande y complicada, tal vez un palacio o un castillo, en medio de una multitud de desconocidos. Yo no he sido invitado y, por lo tanto, temo que descubran que soy un intruso. No puedo resistir sin embargo la tentación de tomar una copa de vino y pasearme entre la gente intentando ser uno más. En una de las muchas salas donde se celebra la fiesta hay un piano enorme y una pianista vestida de negro. La música me pone triste pero, al mismo tiempo, me infunde valor. No debo estar aquí, este no es mi lugar. Salgo a una terraza que termina en una escalinata bordeada con estátuas de animales salvajes (leones, gorilas, rinocerontes...). Las escaleras no sé si suben o bajan, pero me adentro en ellas y poco a poco me alejo de la casa. Los muros, a ambos lados, se van haciendo más altos a medida que avanzo, y se van estrechando hasta que se hace imposible proseguir. Las estátuas, ahora, son pájaros, y aunque sea de noche distingo perfectamente sus colores. La copa de vino, mientras bebo de ella con ansiedad, no se acaba. A lo lejos aún se oye la música. Pero ya no siento tristeza ni temor. Y de repente me detengo y decido desandar el camino.
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