NO HABLAR EN PÚBLICO (EN 22 MÁXIMAS)
Mejor no hablar en público
porque siempre puede sorprendernos un oyente no deseado.
Mejor no hablar en público
porque nunca le pagan a uno lo suficiente.
Mejor no hablar en público
porque siempre se puede hablar un idioma extranjero
que la audiencia no comprenda.
Mejor no hablar en público
porque puede que ese día hayas cumplido cien años.
Mejor no hablar en público
porque siempre puede uno de repente enmudecer.
Mejor no hablar en público
porque quizá digas cosas sin sentido,
propias de necios o de fanfarrones o, lo que es peor,
mentiras que has llegado a creer.
Mejor no hablar en público
porque siempre alguien puede sacar un arma.
Mejor no hablar en público
porque los mejores discursos ya se han escrito,
declamado y oído por aquellos a los que iban dirigidos.
Mejor no hablar en público
porque siempre puede encontrarse un traidor
entre los que escuchan.
Mejor no hablar en público
porque nunca se sabe cómo empezar
y mucho menos cómo acabar.
Mejor no hablar en público
porque pudiera ocurrir que fuese el día de tu entierro.
Mejor no hablar en público
porque todo aquel que lo hace
se exhibe sin venir a cuento.
Mejor no hablar en público
porque siempre hay algo mejor que hacer.
Mejor no hablar en público
porque al hablante pueden intimidarle los aplausos,
los abucheos, e incluso (más aún) el silencio.
Mejor no hablar en público
porque se corre el riesgo de tener seguidores.
Mejor no hablar en público
porque a la pregunta ¿qué decir?
nadie contesta nunca nada.
Mejor no hablar en público
porque para hablar en público hay que levantar la voz.
Mejor no hablar en público
porque quizá haya gente convencida de antemano.
Mejor no hablar en público
pero si decides hablar no utilices tu propia voz,
ensaya otras voces, dile a cada cual lo que quiere oír
y lo que no quiere oír. Provoca alguna reacción.
Mejor no hablar en público
y ser uno más entre el público, sentarse en una butaca,
ver como otros se levantan, contemplarse a sí mismo.
Mejor no hablar en público
y ser el actor más extraordinario, el que sin hablar levanta
a los asistentes de sus butacas,
el que -hablando- permanece ajeno a todo.
Mejor no hablar en público
porque tal vez sufras la enfermedad de la egolatría
y sólo te guste oír -invariablemente- tu propia voz.
Salvador Alís.
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