jueves, 20 de octubre de 2016

FUTURA

FUTURA

Frente a la cuarta planta de mi casa, situada en una finca ruinosa,
a unos trescientos metros aproximadamente
en la diagonal derecha del balcón,
aparece por las noches un castillo
en la altura de otra ruinosa finca de unas doce plantas.
Durante el día, nada extraño. Un edificio normal y más bien gris
rematado por una terraza, un par de áticos,
algunos grandes depósitos de agua, antenas y otros elementos.
Con la oscuridad, la imagen cambia. La silueta recortada
sobre nubes blanquecinas o aceradas se convierte en fortaleza. 
No pertenece a un señor de la guerra sino a un maestro del silencio.
Y puesto que puedo volar y vuelo (en sueños), he decidido
hacerle al maestro esta noche una visita inesperada.

El maestro del silencio no se ha sorprendido, me esperaba.
Al descender yo planeando en su dominio,
mientras él contemplaba la noche, mi planear y el humo
de su cigarrillo, no se ha movido ni inmutado,
fijada en mí y en mi descenso su vista penetrante,
su visión anticipada, adivinándome quizá en las volutas
de su pausado fumar y las columnas bajo las que se cobijaba
(de la noche, no de mí). Habla -me ha dicho, cuando yo
pretendía hablar. Hace tiempo que me observas -me ha dicho,
cuando yo trataba de separar su figura de las sombras.

Quisiera decir -le he dicho-, pero no sé qué decir.
Quisiera escuchar, pero no sé lo que quiero escuchar.
Todo es igual, todo es lo mismo -me ha dicho.
Hablar, oír, guardar silencio, hacerse el sordo,
nada importa... ¿No ves que el día es semejante a la noche,
aunque parezcan diferentes? ¿No ves que yo soy tu espejo
y tú eres mi espejo? No hay nadie más. Estamos solos.
Habla y escucha. Di lo que tengas que decir
y escucha. En esta vida todos pretenden hablar a la vez,
todos tratan de imponer su discurso al discurso de otros,
todos ignoran que no hay discurso sino vocerío.
Cada palabra desea ser lo que es: una distorsión en la noche
del lenguaje. Di lo que tengas que decir y vuelve
por donde has venido.

El habitante del falso castillo no es un señor de la guerra,
es un maestro del silencio. Enciende sus pequeñas antorchas
(de un azul intenso) llamadas "Futura", y después
se desentiende y esquiva toda responsabilidad.

Antes de emprender de nuevo el vuelo de regreso a mi estar
y a mi ser, no olvido la importancia del castillo,
del significado y del significante, de la imagen y de la silueta,
y procuro penetrar desde la terraza
bajo la lluvia de octubre y a través de los ventanales sin cristal
en los aposentos guardados en ese contraluz.
En las pétreas chimeneas nada arde. Bajo los arcos
del laberinto de pasillos que unen los aposentos
nadie se detiene, nadie se apresura. Todo indica que el castillo
está deshabitado. Pero el maestro me urge a marchar,
a salir volando aunque sería tan fácil compartir
la evidencia de su soledad y el imperio de su silencio.

Al volver (y al volar) de vuelta hasta la cuarta planta de mi vida,
no vuelvo la vista atrás. Ya sé que el castillo es ilusión,
que fue real en otro lugar, en otra edad, pero ya no. Ya sé
quien habla por mí, quien dice lo que no deseo decir,
quien escucha lo que no digo y debería decir,
quien presta o prestará atención a las lecciones sobre poesía,
quien se mete en este mar. Porque a pesar de vivir en esta isla
-y no seguramente aislado- hace ya muchos años
que no piso la playa. Dice el maestro que el castillo no importa,
importa este mar rebosante de cadáveres,
esta acuática tumba donde no sólo perecen los menos
sino la misma idea y el proyecto mismo (ilusorio)
de nuestro humanismo cuestionado por los pájaros,
como su vuelo y su latiente corazón es cuestionado
en las fauces del instinto del gato que no confunde, jamás,
el hambre y el instinto.

¿Todavía queda algún lector pretendiendo entender la lectura?
A una de mis gatas la he entrenado para encender
y apagar las luces, a fuerza de apoyar su patita blanca
repetidamente sobre los interruptores.
Cuanto más hablo con mis gatas más seguro estoy
de no ser entendido. Me dijo el maestro del silencio
que el mundo está lleno de orejas escuchantes. Pregunto
entonces: ¿dónde están las orejas? ¿De verdad lo que digo
se guarda en archivos informáticos para la eternidad?
Y lo que callo o no digo ¿dónde se guardará?

Salvador Alís.



   

No hay comentarios:

Publicar un comentario