sábado, 1 de octubre de 2016

ANÁLISIS POLÍTICO DESACTUALIZADO / PRIMERA PARTE

ANÁLISIS POLÍTICO DESACTUALIZADO / PRIMERA PARTE

"Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit"
Plauto.

ADVERTENCIAS PRELIMINARES
Primera: Es manía del que escribe mezclar lo personal con lo general. 
Segunda: Aunque se publique lo escrito en esta especie de página pública o libro abierto, el que escribe lo hace siempre para sí, al margen de que los lectores (citados o no) se den por aludidos y crean que les pertenecen las palabras escritas. 
Tercera: El que escribe se parece al que habla en voz alta, aquel que hasta no hace mucho se consideraba un loco (antes de la invención de los teléfonos móviles). 
Cuarta: Mi madre hablaba con frecuencia en voz alta, estando a solas. Yo hago lo mismo. ¿Herencia? 
Quinta: Todo aquí es subjetivo. Esto no es un ensayo documentado. No soy especialista en nada y en todos los campos hago trampas, pues mi objetivo es cazar (no con el mínimo esfuerzo pero sí con la mayor ventaja). 
Sexta: La entrada titulada Análisis político desactualizado también podría titularse -los títulos importan tanto como los nombres- Lecciones de historia antigua. Desactualizar y desubicar. 
Séptima: Las únicas fuentes originales a tener en cuenta son: Plauto y Cicerón, en este orden. Pero si se pretendiera entender a Plauto en toda su compleja sencillez, y a Cicerón en toda su sencilla complejidad, mejor leer a Zweig. 
Octava: Acabar abruptamente es otra manía del que escribe. Lo dicta la falta de tiempo y el gusto por la elípsis.

A ciertos libros se llega tarde (imposible leer todo lo que uno quisiera leer en el momento adecuado), pero en ocasiones vale la pena llegar. Esto me ha sucedido con Momentos estelares de la humanidad. El primer capítulo -o miniatura-, dedicado a Marco Tulio Cicerón, ha sido tan sugerente, tan estimulante, tan revelador que no he podido eludir preguntarme por qué su lectura me fue negada diez, veinte o cuarenta años atrás. 

De Stefan Zweig sólo contaba en mi haber con cuatro obras: dos leídas en mi juventud, Carta de una desconocida y Veinticuatro horas en la vida de una mujer -que no recuerdo-; una leída no hace mucho, Novela de ajedrez; y otra comprada hace poco, Amok o el loco de Malasia -que aún no he leído. A destacar que Zweig se suicidó aproximadamente a la misma edad que yo tengo ahora. 

Y ahora comprendo la altura del escritor, su magistral escritura, su extenso e intenso periplo vital y su conflicto. El deseo irrefrenable de comprar y leer su autobiografía, El mundo de ayer. Sumergirme en esos momentos estelares me ha hecho recordar mis estudios universitarios, seis años en la Facultad de Filosofía y Letras, una carrera inacabada cuya culminación habría de ser el conocimiento de nuestra Historia Contemporánea, y que no alcanzó el éxito esperado ni el título que hubiera correspondido, aunque sí hubo muchos logros parciales, pequeñas conquistas en las diversas etapas del camino que, en resumidas cuentas, constituyeron por sí mismas una meta, una sabiduría. 

Tal sabiduría -la interpretación de mis conocimientos históricos- puede sintetizarse en la cita, tantas veces citada: "Lupus est homo homini". Cuando abandoné mis estudios oficiales, lo tuve claro; hoy en día -más si cabe-, lo tengo claro. Manifestar que, durante aquel período, intenté compaginar la Universidad y la noche, los libros y la vida nocturna, es decir: la historia antigua y la realmente contemporánea, algo que en esencia no ha variado con el paso de los años. Puesto que no pude o no quise acceder a la facultativa contemporaneidad, lo compensé con el hecho y el provecho de vivir el presente, mi presente, la claridad que entonces me ofrecían las noches, de más efectiva didáctica que los días -tal como ha venido sucediendo desde aquellos lejanos tiempos. 

Por si acaso se entiende mejor, diré por ejemplo que las noches de 1976 y las noches de 2016 son los extremos del círculo que en este futuro se está cerrando. Y que la misma sabiduría que ya fue extraída -de los libros y las noches de antaño- me habla en este mismo instante por medio de las palabras de Zweig referidas a Cicerón: 
"El maestro de la justicia terrena ha aprendido por fin el amargo secreto del que al fin y al cabo acaba enterándose todo aquel que se dedica a la actividad pública. Que a la larga no se puede defender la libertad de las masas, sino únicamente la propia, la libertad interior." (op. cit. Acantilado. 2011. p. 16.) 

Si yo he deseado ser Cicerón o Julio César, no lo sé. Pero al igual que ellos, al igual que la suma de su antagonismo, es innegable que he tenido frente a mí a Bruto y a Casio -los asesinos-, a la dictadura y a la democracia, a la decepción y al exilio, la difícil elección entre vida pública y privada. Pero lo que acontecerá más tarde, por no haber terminado el capítulo, no puedo desvelarlo todavía. 

Cuando no conoce al otro, el hombre no es hombre, sino lobo para el hombre. Algo así vino a decir Plauto (que también pudo vivir poco más de sesenta años), y al que quizá -no en su tiempo, pero sí ahora- se le pudiera objetar que el conocimiento del otro (de cualquier otro: ya sea humano, animal, ser natural o artificial) no le impide al hombre actuar como lobo cuando por medio de esa actuación, y con la supremacía del conocimiento, obtiene beneficio para sí mismo. 

Por más que algunos pretendan que la Historia es una línea que progresa hacia el infinito, se equivocan. Ni tan siquiera es una espiral en desarrollo fuera de su proyección; es a lo sumo un movimiento confuso y cerrado que da vueltas sobre un eje que se ignora. Los avances en cualquier disciplina, incluso los anunciados viajes a Marte en ochenta días, no son nada comparados con las irreparables coincidencias históricas. La defensa de la democracia y la república romana, el advenimiento de un César, el alejamiento de un Cicerón, su regreso, su alejamiento otra vez, sus convicciones ("Que otros defiendan  los derechos del pueblo, al que las luchas de gladiadores y los juegos le importan más que su propia libertad." op. cit. p. 13), se repiten sin cesar al igual que los movimientos forzados de las últimas piezas -reyes y acompañantes- en una partida que acabará en tablas.

Cuando uno resbala por una pendiente muy resbaladiza, y lo único que le preocupa, que ve o atina a ver, es su propio resbalar inevitable, su propio miedo y espanto ante lo que parece estar sucediendo, el fondo insondable donde finalmente caerá, el estrellamiento contra un duro final que le cause la muerte o la parálisis, entonces, la incapacidad de ver o descubrir su salvación es manifiesta: no percibirá las oquedades, los salientes, las rocas, las grietas, los arbustos y demás elementos que existen en la pendiente, a los que podría sujetarse para detener la caída, reposar unos minutos (unas horas, unos días), recobrar el aliento, la fuerza, y volver a subir hasta el lugar del tropiezo y el contratiempo.

La lectura del capítulo sobre Cicerón -que se cansó de huir (o de vivir)- y ofreció su cabeza al triunvirato formado por Antonio, Lépido y Octavio, ha sido concluida. Su reflexión incluirá alguna demora. Así se articula la vida actual: el puñal describe su arco mortal en una décima de segundo, el cesarismo sucede cuando existe un César, la soberbia del poder se alza sobre el conformismo de la plebe, la democracia sólo fue un sueño del espíritu cuando el espíritu se encarnó -por ejemplo- en un Cicerón adormilado bajo la sombra de un olivo en una colina romana.

ADVERTENCIA FINAL
El que escribe, escribe para conocerse a sí mismo. Con cada idea, cada frase que surge de no se sabe dónde, se produce un reencuentro, una iluminación sobre lo que de él permanecía oscuro. Mis estudios universitarios (limitados por la vida vivida), en cuanto a la pura Historia se refieren, se sucedieron en este orden, a lo largo de seis años: Prehistoria, Historia Antigua, Historia Medieval, Historia Oriental, Historia Moderna e Historia Contemporánea. Pero eccum hac que ninguno de mis profesores tuvo la necesaria visión de futuro para mostar (o cuanto menos inducir a la lectura) a sus alumnos (incluido yo mismo) las "filípicas" de Cicerón (a su vez inspiradas en las "filípicas" de Demóstenes), y por eso ahora, a un mes y trece días de cumplir 61 años, el que escribe siente una gran curiosidad por leer y unir, por aplicar aquellas Lecciones de historia antigua a la realidad actual. El Imperio Romano cayó y Grecia fue consumida por su propio pensamiento. Y hasta las murallas de Bizancio (o Constantinopla) no resistieron al ímpetu del joven Mehmed II, a los malos presagios, al gran cañón, a los jenízaros y sus escaleras, a la furia y su determinación. En todo caso, nada comparable con lo que sucedió mucho después: I y II Guerra Mundial (saltando en el tiempo conquistas, exterminios y revoluciones) y esta Europa que se pudre, herida de muerte tras haber eliminado al lobo real para ser ella misma su propio lobo imaginario. 

Salvador Alís.



  







    



 

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