miércoles, 19 de octubre de 2016

EL JUICIO

EL JUICIO

Un juicio no se ha celebrado hoy. El demandante y el demandado
han sentido el mismo miedo, la misma
inseguridad, falta de argumentos y confianza en sí mismos.
Carentes de la debida estrategia, violencia, fuerza y voluntad
para hacer valer sus principios, para imponer su verdad, para ganar
a fin de cuentas, han regateado en la oferta y la contraoferta
hasta llegar a un acuerdo demediado. Ni para ti ni para mí
-se han dicho-, mejor dejarlo así, yo no pierdo, tú no ganas,
y el asunto queda zanjado.

El demandante no ha salido bien parado, a no ser que su intención
fuera obtener lo que ha obtenido: unos miles para él
restando la comisión de su abogado. Quizá esos miles, en billetes
no doblados, se unan a otros en una caja fuerte
cuya combinación ha caído en el olvido. Lo inexplicable
suele tener explicación cuando se accede a los espacios
más secretos, lugares donde ni siquiera se atreven a internarse
la nephila tejedora o el nicobium castaneum. 

El demandado, por su parte, ¿acaso conoce los papeles?
¿conoce acaso los hilos de oro? Cada día vuelan entre ciudades
abogados con corbatas azules o asalmonadas (el rojo puro
no está bien visto). La ley es un negocio.
Los testigos se quedan a las puertas y el juez se regocija
pues dispone de una hora regalada para tomar su enésimo café
con sacarina y echarle un vistazo al periódico que
-invariablemente- hablará otro día de él y sus trabajos.

Jugadores aficionados (reflejo de lo que pasa en otros ámbitos)
han pactado tablas antes de tiempo, faltos del valor de dar
o recibir jaque mate, cuando ambos tenían al alcance
de sus manos la posibilidad de vencer o sucumbir. Infelices
y discretos, por ellos levanto mi copa. Quien no sabe
juzgarse a sí mismo no sabe jugar con los demás.

Salvador Alís. 


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