jueves, 14 de abril de 2016

ANOTACIONES 14-IV-2016

ANOTACIONES 14-IV-2016

VACACIONES. Soy inconstante, impreciso, dubitativo. Al poco de comenzar las vacaciones decido ponerles fin, volver. Cambio de idea a cada instante, no acabo mis proyectos, no cumplo mis promesas. Pero esto se debe, supongo, al igual que sucede en el juego de ajedrez, a que la estrategia no puede ser nunca una línea recta ni una opción independiente, pues cada movimiento elegido y ejecutado (luego de pensar, comparar y valorar otros posibles movimientos) no procede del capricho sino que es consecuente con el último movimiento del contrario, nuestro enemigo.
Cada vez es más difícil elegir un destino al que viajar, un destino donde poder relajarse, sorprenderse, cambiar unos pensamientos por otros y, en definitiva, renacer.

FALSO HAIKU. Por sugestión, asimilación o imitación, luego de una breve lectura de poesía japonesa, poesía antigua escrita cuando Japón aún no era Japón, cuando todavía era concebible que la generosidad fuera recompensada, cuando era concebible el valor, la justicia y la honradez, cuando los emperadores gobernaban según muy firmes principios éticos, y la belleza y la creación eran consideradas virtudes humanas emanadas del pensamiento, he compuesto sin mérito y sin importancia este falso haiku:

En el cielo, una sola estrella.
Dos ojos en un mismo rostro la contemplan.
Esa mirada puede llamarse "soledad".

VENENO. Hablo demasiado, eso nadie lo pondrá en duda. No sé mantener la boca cerrada, lo que me ha supuesto y me supone más de un problema. Pero ignoro qué porcentaje de lo que digo corresponde a la verdad. Y me pregunto de qué vale comunicar opiniones, críticas, preocupaciones, sueños, sentimientos y, en general, cualquier tipo de delirio, por muy sentido que a uno le parezca. Hablar, cuando es innecesario, puede llegar a ser una forma de agresión sumamente molesta para quienes escuchan.
Y sin embargo dice un proverbio africano: "Una palabra que no puede salir de la boca acaba convirtiéndose en baba ponzoñosa."

MIA COUTO. En compensación por los problemas a los que he tenido que enfrentarme durante las últimas semanas, algunos encauzados y la mayoría aún sin resolver, hoy me he comprado un libro. El autor es Mia Couto (nacido en Mozambique, el mismo año que yo); el título: La confesión de la leona. No lo hubiera comprado de no haber visto su portada, una fotografía en blanco y negro de la fiera; no lo hubiera comprado si no hubiera leído la cita que encabeza el texto: "Hasta que los leones inventen sus propias historias, los cazadores serán siempre los héroes de los relatos de caza." Y sin embargo, después de leer el primer capítulo, puedo afirmar que este libro no es en absoluto un relato de caza, y que va a gustarme y que será bueno para la estabilidad de mis emociones. Si tuviera que definirlo de antemano diría que es extraño; veremos cuál es la definición al concluir su lectura.

FARMACIAS. PRIMERA VERSIÓN. Esta tarde en una farmacia he sentido asco; no parece el lugar más propicio para sentirlo pero no lo he podido evitar. "Asco" es una palabra que uso en contadas ocasiones; ahora no encuentro otra mejor. Tres clientes por delante; uno de ellos se tambaleaba ligeramente de espaldas a mí, buscaba algo nerviosamente con una mano en un bolsillo y con la otra no paraba de tocarse la boca. Al llegar su turno le ha pedido a la farmacéutica "un medicamento de nombre raro que me han puesto en la tarjeta y que no sé para qué es". La señora le ha explicado que era un enjuague bucal para tratar la candidiasis y cómo debía emplearlo y cuántas veces al día. Imagino que el hombre no se habrá enterado de nada. Al acercarme yo al mostrador, de repente, el asco me ha dominado. No quería tocar la superficie de cristal que él había tocado, pero también pensaba que las manos de la farmacéutica, sin guantes (¿pero de qué sirven los guantes?), que habían entrado en contacto con el billete procedente de las manos del enfermo, bien podrían, al manipular las cajas de vendas auto-adhesivas y de gasas estériles que yo compraba, transmitirme el hongo. Por eso he buscado cuanto antes, al salir de la farmacia, un lugar donde lavar mis manos tres veces consecutivas.

ACTITUDES. En alguna página perdida, en algún libro (cuyo autor no recuerdo) abierto al azar en estos días, he leído estas aseveraciones que copio aquí filtradas por mi memoria inexacta y subjetiva: "Ante la ofensa de otros (o la ofensa de la vida), el débil se recrea en su idea de venganza, el fuerte olvida o perdona y el inteligente ignora."

FARMACIAS. SEGUNDA VERSIÓN. A pesar de su aspecto inmaculado, de la blancura dominante y del orden extremo en las estanterías, no sé hasta qué punto las farmacias son espacios seguros. Muchos de los clientes que franquean sus puertas (que a veces se abren solas) son enfermos en busca de medicamentos, por lo que cabe imaginar que en esas estancias de apariencia tan pulcra entrarán también enfermedades a diario. Lo anterior se disimula colocando en primer término y a la vista cremas regeneradoras, cepillos de dientes, balanzas, gafas de aumento, hierbas y caramelos; los productos principales, los tóxicos y los efectos secundarios se guardan en la trastienda. No lo había pensado antes pero lo pienso ahora. Recientemente he tenido que acudir unas cuantas veces a diferentes farmacias. En la última visita, un tipo con candidiasis bucal (como yo iba detrás suyo no pude evitar oír su conversación con la farmacéutica) no cesaba de pasarse el dorso de la mano derecha por los labios, y luego, con esa misma mano, entregó su tarjeta sanitaria y el dinero con que pagar; mientras aguardaba las monedas de cambio y su medicación (una bolsita de plástico con los frascos de enjuagues), mantenía las manos abiertas sobre el mostrador (quizá para guardar el equilibrio pues era evidente que a duras penas podía permanecer en pie). Pensé cómo haría la farmacéutica para protegerse de los potenciales contagios, de los agentes patógenos a los que debía enfrentarse en su trabajo. No llevaba guantes, aunque dudo que eso cambiara las cosas; bata blanca sí vestía, puesto que da impresión de higiene. Pensé que si los microscópicos "cándida" de la saliva del sujeto llegaban a sus manos, la farmacéutica podía a su vez hacerlos llegar a las mías. Evité tocar la superficie acristalada del mostrador, me mantuve a distancia y, apenas salir a la calle, entré en el primer bar y en el primer baño buscando agua y jabón como el sediento busca simplemente agua. Convivo con gatos y con libros; debo estar naturalmente vacunado para algunas variedades de alérgenos, polvo, ácaros, etc.; pero me vuelvo más y más escrupuloso cada vez. Mi organismo envejece, se vuelve vulnerable. Quizá no tenga miedo a enfermar sino miedo a morir; quizá no me asuste la muerte pero me fastidie sentirme enfermo. De cualquier forma la conclusión es que debo ser más precavido, nunca sabe uno dónde un microbio, una bacteria dañina, un virus o un hongo letal nos estará esperando.
Si no deseas la enfermedad, ante todo procura mantenerte alejado de médicos y farmaceúticos. Y luego, por supuesto, no separes tu mente de tu cuerpo y asume la responsabilidad de tu salud.

ADICCIONES. Manolo Tena, en una de las últimas entrevistas que le hicieron en televisión, dedicó unos minutos a hablar de las adicciones. No registré sus palabras concretas pero sí el mensaje subyacente: que además de la adicción a las drogas (las estimadas perniciosas como tales por estamentos interesados y la más vulgar opinión pública), el tabaco y el alcohol, existían otras muchas, más sutiles e incluso socialmente toleradas o, al menos, no definidas en su complejidad de uso y abuso; y que cualquier adicción puede o debe ser considerada como enfermedad. Cuando uno es adicto, lo demostrará consumiendo en exceso, sin importar cuál sea el objeto o el tema de su voracidad. Y si consigue librarse de determinada adicción, es más que probable que sucumba a otra, y así sucesivamente.
Se puede ser adicto al sexo, al trabajo, a la comida, al deporte, a la moda, a la religión..., a cosas tan comunes y en general tan poco sospechosas. En realidad todos somos adictos, es decir: enfermos. Adictos a la velocidad, a la cirugía estética, a los perfumes, a las marcas, a los viajes, a los libros, a la limpieza, a los fármacos, a la escritura, a la televisión, a la prensa, al riesgo, a los móviles, al amor, a la violencia, a los video-juegos, al dinero, a la mentira, a la política, a los sueños, a la pornografía, a la música, al fútbol, a las apuestas, al poder, a la soledad, a los donuts, a las hamburguesas, al cine, al circo, al espectáculo, a las palomitas de maíz, a las pipas de girasol, a la cerveza, a los tatuajes, al vino, a la siesta, al insomnio, a las oraciones, a la súplica, a la limosna, a la nostalgia, a la tristeza, al malhumor, a la ironía, a la crítica, a la fotografía, a los autorretratos, a los silencios, a los temores, a la magia, a las cartas de poker, a las cartas de tarot, a los dados, a los automóviles, a las motocicletas, a las montañas, a las olas, a las fiestas, a los bailes, a las máscaras, al vagar y al estar sin ser y a la elusión permanente... Y así hasta el infinito. Las periódicas epidemias de gripe, la inmunodeficiencia o el cáncer, por citar algunos ejemplos, no son nada, ni en número ni en calidad, comparados con la humana e inevitable tendencia a la adicción. Tan enfermo el que se inyecta heroína como el que se arrodilla y reza, tan miserables ambos, tan dignos de conmiseración pues actúan así, y así se someten, en busca de una trascendencia inalcanzable.

RELÁMPAGOS. Aunque cueste creerlo, a veces se dan en nuestro cielo oscuros relámpagos de múltiples e intrincadas ramificaciones. Entre los días catorce y quince de abril del año dieciséis del siglo veintiuno, este país tan necesitado de cuerdas y capirotes sigue sin gobierno; en las principales librerías de esta ciudad es imposible hallar un libro actualizado sobre robots y robótica, pero sí un libro-caja (made in China) para montar tres robots con piezas de cartón coloreadas y sencillos mecanismos de cuerda; los bancos esconden nuestros capitales y esperan que, de un momento a otro, Kafka y Marx se personen para contratar una cuenta on line; los necios siguen reproduciéndose desaforadamente; el jefe sigue siendo el jefe, a su pesar y pese a quien pese; y cada uno se duele de su mal y todo se deja atrás y todo se olvida y más tarde se recuerda; y tanto vale la cruz como la espada. 

 

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