miércoles, 20 de abril de 2016

ANAMNESIS (PRIMERA PARTE)

ANAMNESIS (PRIMERA PARTE): LA HIERBA ESPLENDOROSA

Cuando un elefante se pelea consigo mismo
es la hierba esplendorosa
la que crece entre sus cuatro pares de patas que la golpean
y se mezclan entre ellas y tropiezan.

La cubierta de la farola, en noches como ésta cuando llueve en abril,
es el gran paraguas donde se cobija la araña.
En noches como ésta no se desliza por su hilo,
no busca un lugar bajo la luz.

Aunque tal vez teja su tela como en otros días,
resignada a la lluvia
e incansable trabajadora.

Es del todo recomendable cocinar por la noche,
preparar pociones, establecer fórmulas para caldos nutrientes,
beber agua de lluvia, jugar con el fuego,
invertir las campanas y no escuchar las campanadas.

Es del todo recomendable seguir los pasos dados
(¿por quién? ¿en qué momento? ¿hacia dónde? ¿para qué?).

Un pelo de elefante, un centro de telaraña,
dos centímetros cuadrados de guindilla roja,
dos tomates enanos.
Hay otros ingredientes, mas secretos.

Un escritor que se muere, se despide de la carne.
Su libro póstumo se titula De la finitud.

Es del todo recomendable dar de comer a las gatas,
la cúspide de los felinos,
las diosas de la vida, de las artes y de las sombras.
Si las gatas no comieran y tú no les procurases alimento
ni defensa, las gatas acabarían por comerte.

Cuando se encadena a un elefante,
cuando la araña se siente aislada por la lluvia sobre su farola,
cuando el elefante confunde sus dobles patas
con las patas de la araña, cuando elefante y araña son simulacros
de otras formas de vivir o de estar vivo.

En las patas del elefante, parecidas a troncos,
se tallan mediante incisión números de la suerte.
Las patas de la araña, en su tarea de agujas,
escriben en su laberinto de seda las fechas y los nombres.

Los elefantes no respetan sus propias leyes de respeto.
Las arañas cumplen su laboriosa orden matemática.

La hierba que hacen crecer los elefantes en sus luchas,
como no podía ser de otra forma,
decidió ser enredadera.

En el laberinto de seda, las presas caen atraídas
por el potente aroma que no huele
y tras el cual se intuye una sugerente invitación
a sentir miedo.

Dejando a un lado al elefante y a la araña,
sin la percepción de la muerte, con la percepción de la carne,
se va recortando la hierba,
tierra apenas vestida, apenas desnuda.

Adoras la noche en que llueve,
la cocina donde te juegas el porvenir
y el porvenir de tus gatas. Contemplas el sol
en el fondo de una semi esfera de cristal.
Quemas papeles con agua viva.

El escritor que muere mientras escribe es Günter Grass.
Leo Perutz nos da a elegir entre dos razas de caballos:
un gran bereber y un siciliano.

Con el veneno a modo de espuma,
como si el veneno fuera un caballo al que domar,
lo intentas con la ola, (como si la ola fuese, no un ejército de agua,
sino un ejército de micro organismos
que flotaran en este mar).

El caballo no es montura para asediar a elefantes, el caballo
no ve a la araña suspendida de su tela,
entre las hierbas. Y, sin embargo, podría intuir a las arañas
porque asustan al elefante. Es del todo recomendable que lo haga,
el siciliano o el gran bereber.

Una gata sobre un caballo que, a su vez,
está sobre un elefante. La araña teje su trampa
usando las patas del caballo y del elefante.
Ante las gatas, la araña no tiene nada que hacer.

En ocasiones el elefante eres tú, a veces son otros.
La araña es la que vive en una farola frente a tu casa.
Las gatas son las gatas.
El caballo, imaginario.

Un caballo que atraviesa el bosque lentamente,
al que los árboles vuelven visible e invisible,
y que pisa y aplasta la hierba sin contemplaciones.

Si el elefante optara por comer carne,
si la araña dibujase su tela sobre los nervios de una hoja,
si el caballo que duerme sin doblegar sus patas
echase a correr antes de que amaneciera el claro día,
si todo fuera un recuerdo, una historia
fruto de la imaginación,
si el reloj se detuviera en esta noche, en esta lluvia.

Salvador Alís. 




















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