lunes, 25 de abril de 2016

ANAMNESIS (QUINTA PARTE)

ANAMNESIS (QUINTA PARTE): EL PARAÍSO

Así acaba el primer tomo de la autobiografía de Elías Canetti,
La lengua absuelta:

"La verdad es que yo, como el primer hombre,
vine al mundo sólo por una expulsión del Paraíso."
(Pág.: 335. Muchnik Editores. 1981.)

Parece que en esta noche la luna tiene frío,
parcialmente tapada por las nubes,
entre aberturas grises y azules.

En el paraíso no hay un ser humano
ni nada que se le parezca, lo anticipe o proceda de él.

En la noche de ese paraíso dominan la visión
los ojos no cerrados de los gatos y otros felinos,
de la lechuza y el pequeño búho rojo,
de ciertos animales que ven en la noche
lo que otros no ven cuando luce el sol.

Cuentos y mitos populares dicen que a un elefante
puede asustarlo un ratón, pero no es cierto,
en realidad el elefante no se asusta por nada, ni por las moscas
ni por los pájaros ni por las arañas.

Tampoco teme al cazador, ni a su distancia de seguridad,
ni a la mira telescópica, ni al láser que apunta
al centro de la cabeza, en su frente,
donde se halla el cerebro, el alma, el corazón del elefante.

Su mirada es indiferencia, anticipación, acatamiento,
perdón y trascendencia.

Más allá del cazador mira el elefante,
a la densidad del bosque.

En el paraíso del bosque, algunos animales
sí temen y se muestran asustados...
(¿mejor no decir sus nombres, no confesar lo inconfesable?).

Calmadamente pasea por un claro un rinoceronte;
camina por el lecho del río, bajo las aguas, un hipopótamo;
y sobre el río se deja llevar por la corriente
un inmóvil cocodrilo;
una viuda negra aguarda su próximo matrimonio;
un gorila viejo contempla su montaña.

Lejos del bosque, en la contra etiqueta de una botella de vino,
la siguiente cita de Baudelaire:

"Sé cómo es necesario, en la colina de llamas,
penar, sudar y un sol abrasador
para engendrar mi vida y darme un alma;
mas no seré yo ingrato ni malvado."

En esta noche en la que la luna tiene frío,
el sí le gana la batalla al no.
La guerra no se gana ni se pierde en una sola batalla.
El elefante no muere de un solo disparo.

Quién, como el rey, creyera poseer en su puño
el destino de sus allegados y vasallos
-y ante el señor que no se manifiesta,
mientras el enano ensaya su risa más perversa,
el mago esconde en su sombrero negro un murciélago
y después saca una paloma-
se equivoca plenamente.

Pues el rey nunca acabará de tumbar al elefante
cuya cabeza desmayada por la bala es inmortal,
y cuya muerte fue necesaria para que el rey fuese señalado
como rey.

Se puede pensar en otra cosa,
muchos animales lo hacen a su manera,
pero aquí, en este paraíso,
todo aquel que tiene alas es ángel o pájaro, 
insecto alado, uñas azules.

Salvador Alís.







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