¿DEBER O NO DEBER?
No deberías ocuparte de asuntos que no importan, de la vida real,
de la gente que ves en la calle y cuyas conversaciones,
cara a cara o en el aire, y a juzgar por los fragmentos, por las estelas,
no van a ninguna parte, son ruido.
No deberías perder el tiempo con los días bajo la luz del día,
con los vivos que creen estar vivos,
con los informes y los cantos repetidos sin acierto,
con las lágrimas de diamante de esta Europa enmascarada.
No deberías preocuparte por el futuro que llega como tormenta de arena,
por un pasado donde la culpa es signo y cruz y mortaja.
No deberías interesarte por los hechos, por los actos,
sino por la reflexión sobre los hechos y la reflexión sobre los actos.
No deberías considerar el amor, hallado, perdido, cultivado, enmarañado,
sino la pornografía, la única desnudez que se aproxima a la verdad
frente a la amada hipocresía y la hipocortesía convencional.
Deberías concentrarte en los libros y no en la lengua hablada,
en las palabras de tinta y no en los remedos aforísticos
de los analfabetos de la velocidad contemporánea.
Deberías centrarte en los muertos, en ti mismo,
en el sentido del bosque y en la emoción del bosque,
y no en propio bosque, en el árbol solo, en la flor caída,
en el pájaro en su nido, en el mono que salta de rama en rama.
Deberías ver el cuadro antes que la fotografía,
la fotografía antes que el objeto, el sueño antes que el cuadro.
Deberías rechazar por falsedad las lágrimas de oro y las de jade,
lágrimas de las dunas y de los palacios,
lágrimas que parecen de sangre en esta España Negra
por la mezcla trágica o por la trágica ausencia de sus colores.
Deberías establecerte en aquella zona neutra donde no sucede nada
y sucede todo, donde el puro pensamiento
sustituye a las acciones, y preferir la inmovilidad
al alocado giro de la máquina del continuo movimiento.
Deberías respirar el aire y la oscuridad de la cueva
antes que la forma misma de la cueva y su incógnito propósito.
Deberías despreciar los aviones de aluminio
y elaborar, con atención y delicadeza, simples aviones de papel.
No deberías aceptar un dolor que se hace rodar y crecer
como bola de nieve y al final se precipita,
ni aceptar las mentiras, los parlamentos, los discursos,
las estadísticas de los estadistas,
los números y sus ecuaciones incuestionables.
No deberías dar crédito a la justificación que invade y discrimina.
No deberías empuñar la espada que separa el bien del mal.
No deberías sentir temor ante el índice de su poder.
Deberías saber que de las paredes surgen manos
y de las manos surgen armas, que todo lo que avanza
lo hace a tu pesar, y que finge, ahoga, saquea,
se autolesiona para lesionar, hiere por su herida
y busca siempre ennegrecer la quemadura.
No deberías contemplar ninguna duda, pues dudar es el instante
que precede al actuar, que por último está de más
y se opone a la vida contemplativa y es solo vida en el espejo.
No deberías sentir, calcular,
pararte un segundo ante el calendario.
No deberías ignorar que naces cada día, que mueres cada día,
que todo diálogo es monólogo, que toda noche es despertar,
que todo sueño es esperanza de soñar,
que este Mundo Perfecto ya estaba escrito y adulterado en su origen,
antes de que tú nacieras, que hasta tu nacimiento ha sido fruto
de una compleja especulación,
que no se llega nunca a puerto pues el mar es infinito y tiene hambre,
que todo se eleva y todo se derrumba,
pueblos, culturas, civilizaciones, ejércitos, modos y motivos.
Deberías saberlo, valerte por ti mismo,
olvidar, no olvidar, ser lo que eres, afirmar y negar a la vez
y abrir de par en par las puertas y las ventanas a la diosa del azar
y su cohorte de contradicciones.
Aceptar en definitiva que en el País de los Ciegos
el ojo debe invertir la dirección de su mirada.
Y que tras la siembra, si tu destino es sembrar,
en tu campo tan fértil la abundante cosecha será llamada trastorno
y desconcierto.
Salvador Alís.
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