domingo, 16 de junio de 2013

TIEMPO ROBADO



A las 11 de la mañana tengo cita con mi doctora de la Seguridad Social. Y, puesto que no me gusta ser impuntual, diez minutos antes tomo asiento entre otros pacientes frente a la puerta del habitáculo donde ella pasa consulta. Una hora y media después, alguien pronuncia mi nombre. Tiempo robado.

Acudo a mi banco para realizar algunas operaciones que no puedo resolver mediante el cajero automático. Una docena de personas me preceden. Un solo empleado tras una mesa. A un promedio de cinco minutos por cliente, pasa una hora antes de que me atiendan. Tiempo robado.

En el supermercado al que suelo acudir hay 8 cajas, pero habitualmente apenas funcionan 3. Las colas son importantes, los carritos están llenos y la gente, en general, no es muy ágil colocando sus productos y pagando la compra. La espera suele prolongarse hasta media hora. Tiempo robado.

La frecuencia media publicitada por la Empresa Municipal de Transporte, para el autobús que me lleva cada día al trabajo, es de 12 minutos. Pero nunca transcurren, entre uno y otro, menos de 20. Y, con frecuencia, debo esperar 35 ó 45 minutos. Tiempo robado.

Si tengo que realizar alguna gestión administrativa, ya sé que debo armarme de paciencia, coger un número y aguardar mi turno. Tiempo robado.

En un restaurante de moda, y no precisamente barato, transcurrieron casi 50 minutos desde el pedido hasta el primer plato. Tiempo robado.

En el aeropuerto -lo veo cada día- lo normal es que los aviones aterricen y despeguen con retraso (sobre todo en temporada alta). Tiempo robado.

Y mi empresa, utilizando como triple justificación la estacionalidad, la flexibilidad y la productividad, me regala tiempo de poco valor en invierno y me exige su devolución revalorizada en verano. Tiempo robado.

El ordenador en que escribo, por el que pagué una suma importante hace pocos años y un plus por la reparación y puesta a punto recientes, a veces tarda en abrirse. Tiempo robado.

La variedad y el caos de mis turnos de trabajo (adaptados a la mencionada flexibilidad que mi empresa requiere), hacen que muchas veces no duerma bien ni duerma lo necesario. Tiempo robado.

Otros ejemplos habrá, sin duda, pero por el momento -si ya entiendes lo que quiero decir- pondré punto y final a esta entrada. No pretendo robarte más tiempo del necesario.

Salvador Alís.





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