LA NIEBLA
LA NIEBLA
No hace mucho se ha comenzado a
hablar de la niebla. No sólo médicos sino sobre todo enfermos. La llaman niebla
mental, una consecuencia o efecto secundario del virus.
Se leerán aquí dictados fáciles,
pues el autor no pretende ni complicar el mensaje ni hablar sólo de sí.
En resumidas cuentas: uno sólo se
tiene a sí mismo -desde que nace y hasta el final-, uno sólo se tiene a sí
mismo. No importa la infancia ni la vejez. De nada puede uno estar seguro en el
intermedio, ese paisaje extenso cuyo horizonte jamás se puede alcanzar. Yo tuve
un perrito en Ibiza y una higuera en el camino. Y no tuve nada más.
El perrito se llamaba León. La
higuera ya debe haber muerto.
En aquel tiempo quise pensar que
cada hoja reciente y cada fruto maduro podían ser palabras. Y más tarde
descubrí que también fueron las imágenes que podían ilustrar este argumento.
Tres cuadros imaginados: La calavera, un busto de mujer joven con generosos pechos y vestido rojo estampado con muchas flores. Desde el
vértice de su escote dorado, cambiando de color desde el negro hacia el marrón, el
amarillo, el crema y el intenso blanco. Coronado el busto por una calavera. El ángel, un ángel femenino sin nombre,
con los brazos-alas abiertos y a punto de echar a volar. Y sus pies descalzos sobre una roca sobre el mar. Y El
gato negro, compuesto por muchas sombras que no llegan a juntarse.
Hoy se pinta un árbol en un
papel, verde, marrón, rojo o amarillo. Este árbol significa lo indecible, por
eso se pinta. La piel sobre la mano ya no es tan elástica. Son iguales los
árboles y las manos, Yo tuve un charco de agua pura y los huesos de un zorro en
una cueva, más arriba, tras una cortina de piedras y de pinos. El sol entonces
puntiagudo sobre la montaña y sobre la tierra. Entonces uno, que sólo
se tiene a sí mismo, tenía sin duda otras cosas en la cabeza.
La calavera: el amor y la muerte.
El ángel: el valor y el sueño. El gato: el pensamiento y la oscuridad.
No que el mundo se desintegra como
una débil construcción de tiza y de grafito. No, desde luego, que las palabras
pudieran expresar lo inexpresable.
Por si acaso no lo he dicho todavía, Lolita se está muriendo.
En algunos lugares se oyen voces
y se ven gestos que reclaman libertad. La simple libertad de exponerse a la
muerte, como ha sido ley y costumbre.
La niebla mental difumina la
agenda y los proyectos.
Se tienen ideas porque se tienen
palabras. Se tienen palabras porque se tienen ideas. Ninguna contradicción.
Un exceso de confianza y las
dudas persistentes: ¿Vivir, sí o no? ¿Y por qué, hasta dónde y de qué manera?
En resumidas cuentas, etcétera, etcétera.
Si hay un virus que ataca a los pulmones
y otros órganos, ¿qué impide la existencia de otro virus (o el mismo) que ataque
las mentes?
La noche callada, en total
silencio y bajo sospecha. Alguien que a las cinco de la mañana vuelve a casa
por una calle apenas iluminada con farolas, rehusando encontrarse con nadie. El
odio hacia los demás. La sospecha permanente. El miedo que no cesa.
Lolita se está muriendo. No
quisiera decirlo pero lo digo. Dieciséis años y medio. Desde hace un par de
semanas buscando el lugar confortable y oscuro, negándose a comer. Buscando a
veces la caricia y la despedida, tan cercana y tan esquiva.
La idea de la muerte y el
exterminio. Exterminar a muchos ya no depende de un gas y mucho menos de balas
o de flechas.
Si los medios de comunicación
abren el camino y suman a su voz voces estrafalarias, tal vez haya que
volver a la defensa activa. La lengua afilada y la mano quieta. Preparación y
atención a lo que pueda pasar.
Yo tuve un amor, una vida y todas
esas cosas.
Pero hoy, en realidad, todo es
más confuso. Una distopía como círculo que se persigue y no se cierra, una
espiral de símbolos y significantes. Si únicamente de esto se tratara mientras
uno se esfuerza en dormir y soñar. Aunque uno ya tuvo su tiempo y su
oportunidad.
Mar en calma. Mala señal.
La piel bajo los ojos ya no puede
sostener los párpados inferiores. Y los superiores caen como cortinas viejas.
Pues lo cierto es que todo cambia y se deteriora, sea hierro, oro, aluminio,
madera o bronce.
No cambia, sin embargo, la música
que se repite hasta saciar.
Porque nuestro apetito es
insaciable.
Si elegí vivir de esta manera, a
cuento de qué lamentar las palabras escritas y la muerte.
La falta más notable en todos los
filósofos que hasta ahora han sido es que ninguno de ellos ha vivido (al menos
lo suficiente) en un mundo semejante a nuestro mundo, en este mundo donde proliferan los virus.
La nueva sociedad se divide en
nuevas clases: Los asintomáticos,
¿los fuertes, los privilegiados, los que tratan al virus de tú a tú y
demuestran que pueden permanecer en connivencia? Los superadores, los que habiéndose contaminado salen a la calle
cada día siguiente como si nada hubiera pasado. Los salvados, muchos ni
siquiera saben qué es el virus. Toman precauciones pero también se arriesgan. Y
para ellos, a pesar de los pesares, la fiebre no existe, el ahogo no se
manifiesta y la debilidad queda lejos de ser determinante.
Un espejo. Una luz. Un deseo
apenas esbozado con un lápiz.
En resumidas cuentas uno nunca
sabe a qué atenerse, ¿cuál es la actitud mejor? ¿si la risa o el llanto, si dar
un paso o detenerse? ¿si contarlo todo o callarse? Uno se calla porque no se
quiere delatar, porque en el fondo uno no es como algunos imaginan, como
debiera ser.
Nuestro mundo no se abre como se
abre una flor. Nuestro fracaso en primavera y nuestro final en otoño. Las
estaciones más secas. La lluvia que no cae. El mar que aumenta.
¿Qué habrá sido de aquellos gatos
de plomo pintado, en aquel comercio donde el pasado se vendía contra monedas de
oro? Yo tuve el impulso y ahora tengo las razones. No descuelgo el teléfono, no
contesto llamadas desconocidas.
Una hormiga gigante y maligna
sube por la fachada y se acerca amenazante a tu ventana abierta. Eso es niebla
mental.
Me busca la invasora y yo la
evito. Todo el secreto se detiene aquí.
Ella -la incontenible, la que en
resumidas cuentas decide por mí y por ti y por nosotros. Si no fuera por su
avance y su clarividencia, seguro que yo seguiría soñando.
¿Soñar o vivir? La pesadilla hizo
un largo viaje.
Salvador Alís.
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