viernes, 6 de noviembre de 2020

LA NIEBLA

 LA NIEBLA 


LA NIEBLA

 

No hace mucho se ha comenzado a hablar de la niebla. No sólo médicos sino sobre todo enfermos. La llaman niebla mental, una consecuencia o efecto secundario del virus.

Se leerán aquí dictados fáciles, pues el autor no pretende ni complicar el mensaje ni hablar sólo de sí.

En resumidas cuentas: uno sólo se tiene a sí mismo -desde que nace y hasta el final-, uno sólo se tiene a sí mismo. No importa la infancia ni la vejez. De nada puede uno estar seguro en el intermedio, ese paisaje extenso cuyo horizonte jamás se puede alcanzar. Yo tuve un perrito en Ibiza y una higuera en el camino. Y no tuve nada más. 

El perrito se llamaba León. La higuera ya debe haber muerto. 

En aquel tiempo quise pensar que cada hoja reciente y cada fruto maduro podían ser palabras. Y más tarde descubrí que también fueron las imágenes que podían ilustrar este argumento.

Tres cuadros imaginados: La calavera, un busto de mujer joven con generosos pechos y vestido rojo estampado con muchas flores. Desde el vértice de su escote dorado, cambiando de color desde el negro hacia el marrón, el amarillo, el crema y el intenso blanco. Coronado el busto por una calavera. El ángel, un ángel femenino sin nombre, con los brazos-alas abiertos y a punto de echar a volar. Y sus pies descalzos sobre una roca sobre el mar. Y El gato negro, compuesto por muchas sombras que no llegan a juntarse.

Hoy se pinta un árbol en un papel, verde, marrón, rojo o amarillo. Este árbol significa lo indecible, por eso se pinta. La piel sobre la mano ya no es tan elástica. Son iguales los árboles y las manos, Yo tuve un charco de agua pura y los huesos de un zorro en una cueva, más arriba, tras una cortina de piedras y de pinos. El sol entonces puntiagudo sobre la montaña y sobre la tierra. Entonces uno, que sólo se tiene a sí mismo, tenía sin duda otras cosas en la cabeza.

La calavera: el amor y la muerte. El ángel: el valor y el sueño. El gato: el pensamiento y la oscuridad.

No que el mundo se desintegra como una débil construcción de tiza y de grafito. No, desde luego, que las palabras pudieran expresar lo inexpresable. 

Por si acaso no lo he dicho todavía, Lolita se está muriendo.

En algunos lugares se oyen voces y se ven gestos que reclaman libertad. La simple libertad de exponerse a la muerte, como ha sido ley y costumbre.

La niebla mental difumina la agenda y los proyectos.

Se tienen ideas porque se tienen palabras. Se tienen palabras porque se tienen ideas. Ninguna contradicción.

Un exceso de confianza y las dudas persistentes: ¿Vivir, sí o no? ¿Y por qué, hasta dónde y de qué manera? En resumidas cuentas, etcétera, etcétera.

Si hay un virus que ataca a los pulmones y otros órganos, ¿qué impide la existencia de otro virus (o el mismo) que ataque las mentes?

La noche callada, en total silencio y bajo sospecha. Alguien que a las cinco de la mañana vuelve a casa por una calle apenas iluminada con farolas, rehusando encontrarse con nadie. El odio hacia los demás. La sospecha permanente. El miedo que no cesa.  

Lolita se está muriendo. No quisiera decirlo pero lo digo. Dieciséis años y medio. Desde hace un par de semanas buscando el lugar confortable y oscuro, negándose a comer. Buscando a veces la caricia y la despedida, tan cercana y tan esquiva. 

La idea de la muerte y el exterminio. Exterminar a muchos ya no depende de un gas y mucho menos de balas o de flechas.

Si los medios de comunicación abren el camino y suman a su voz voces estrafalarias, tal vez haya que volver a la defensa activa. La lengua afilada y la mano quieta. Preparación y atención a lo que pueda pasar.

Yo tuve un amor, una vida y todas esas cosas. 

Pero hoy, en realidad, todo es más confuso. Una distopía como círculo que se persigue y no se cierra, una espiral de símbolos y significantes. Si únicamente de esto se tratara mientras uno se esfuerza en dormir y soñar. Aunque uno ya tuvo su tiempo y su oportunidad.

Mar en calma. Mala señal. 

La piel bajo los ojos ya no puede sostener los párpados inferiores. Y los superiores caen como cortinas viejas. Pues lo cierto es que todo cambia y se deteriora, sea hierro, oro, aluminio, madera o bronce. 

No cambia, sin embargo, la música que se repite hasta saciar. 

Porque nuestro apetito es insaciable. 

Si elegí vivir de esta manera, a cuento de qué lamentar las palabras escritas y la muerte. 

La falta más notable en todos los filósofos que hasta ahora han sido es que ninguno de ellos ha vivido (al menos lo suficiente) en un mundo semejante a nuestro mundo, en este mundo donde proliferan los virus.

La nueva sociedad se divide en nuevas clases: Los asintomáticos, ¿los fuertes, los privilegiados, los que tratan al virus de tú a tú y demuestran que pueden permanecer en connivencia? Los superadores, los que habiéndose contaminado salen a la calle cada día siguiente como si nada hubiera pasado. Los salvados, muchos ni siquiera saben qué es el virus. Toman precauciones pero también se arriesgan. Y para ellos, a pesar de los pesares, la fiebre no existe, el ahogo no se manifiesta y la debilidad queda lejos de ser determinante.

Un espejo. Una luz. Un deseo apenas esbozado con un lápiz. 

En resumidas cuentas uno nunca sabe a qué atenerse, ¿cuál es la actitud mejor? ¿si la risa o el llanto, si dar un paso o detenerse? ¿si contarlo todo o callarse? Uno se calla porque no se quiere delatar, porque en el fondo uno no es como algunos imaginan, como debiera ser. 

Nuestro mundo no se abre como se abre una flor. Nuestro fracaso en primavera y nuestro final en otoño. Las estaciones más secas. La lluvia que no cae. El mar que aumenta.

¿Qué habrá sido de aquellos gatos de plomo pintado, en aquel comercio donde el pasado se vendía contra monedas de oro? Yo tuve el impulso y ahora tengo las razones. No descuelgo el teléfono, no contesto llamadas desconocidas.

Una hormiga gigante y maligna sube por la fachada y se acerca amenazante a tu ventana abierta. Eso es niebla mental.

Me busca la invasora y yo la evito. Todo el secreto se detiene aquí. 

Ella -la incontenible, la que en resumidas cuentas decide por mí y por ti y por nosotros. Si no fuera por su avance y su clarividencia, seguro que yo seguiría soñando. 

¿Soñar o vivir? La pesadilla hizo un largo viaje. 


Salvador Alís.


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