viernes, 6 de marzo de 2020

TEMPUS FUGIT

TEMPUS FUGIT

Esta tarde, antes de la siesta, he recibido la llamada de un amigo al que, a su vez, había llamado otro  amigo (que al parecer trabaja en un restaurante en las afueras de Palma) para ofrecerle tres botellas de Enate Tinto, cabernet sauvignon y merlot, de la cosecha 1996, por un total de 10 euros. Me pedía una opinión. He bebido ese vino en su momento. E incluso la bodega, después de contactarla, me enviaba periódicamente su revista y ejemplares de sus nuevas etiquetas. Es más, se ha dado la casualidad de que ayer mismo bebí una botella de ese misma referencia, con diferente etiqueta, y añada 2017. Pero  mientras el vino ofertado tiene (o tenía) un 13 % de alcohol, el reciente tiene un 15 %. Le he dicho que un vino joven (en su momento), transcurridos 24 años, estaría sin duda decadente, muy decadente o probablemente muerto. No obstante, considerando su precio, lo compraría como inversión, por la belleza de su etiqueta, por el año, por el gusto de coleccionarlo. Y tal vez abriría una botella, para comprobar qué ha hecho el tiempo con el vino, cómo ha tratado su color, su aroma, su sabor, su frescura, su acidez... Pues el tiempo forma parte del vino y es ingrediente principal junto a la tierra, la lluvia, el frío y el calor, la viña, la uva, la fermentación, el depósito de acero, el huevo de cemento, la tinaja de barro, la barrica de roble (o de castaño) o la forma de la botella.

Esta tarde, después de la siesta, he comprado la Infancia en Berlín hacia 1900 de Walter Benjamin. No es un libro que vaya a leer, pues ya lo he leído. Lo tuve y lo perdí (como tantas otras cosas), y hoy lo he recuperado. La primera edición alemana, póstuma, es de 1950. Curiosamente, el volumen que tengo ante mí fue editado por Alfaguara en 1982 y Walter Benjamín nació en 1892. Pero no creo que eso signifique nada. Si algo significa es el juego de abrir un libro por cualquier página al azar y leer, por ejemplo, "Jamás podremos rescatar del todo lo que olvidamos. Quizá esté bien así. El choque que produciría recuperarlo sería tan destructor que al instante deberíamos dejar de comprender nuestra nostalgia." op. cit. Pág. 76.

El 13 de diciembre del año pasado, a causa de mi 64 cumpleaños, me fue regalada una botella de Tempus Fugit 2014, vino del Marqués de Griñón, de Dominio de Valdepusa. Botella negra con letras de oro y escudo de armas. Aquel día trece fue desventurado por motivos que no vienen al caso. Y decidí guardar el vino un año y beberlo a los 65. No sé si cumpliré mi promesa, pues el futuro parece que se nos viene encima (a veces en forma de pandemia, a veces como asteroide, a veces como crisis climática o económica). Mientras tanto, este Tempus Fugit reposa en la nevera no climatizada junto a su pareja, un blanco Sciala 2017, vermentino di gallura de vendimia tardía. Ambos aguardan el instante propicio. Su destino es ser descorchados y vertidos en las copas para satisfacer nuestra sed y nuestra nostalgia.

Confieso que, más de una vez, he sentido la tentación de escribir una Infancia en B. hacia 1960, pero siempre lo dejo para más tarde, según mi costumbre, creyendo quizá que aún tendré tiempo para esa hazaña y para otras. Junto a mí, entre los libros cuya lectura voy alternando estos días, los Ensayos escogidos de Michel de Montaigne. Y en ellos, esta cita de Horacio: "Quid brevi fortes jaculamur aevo multa?". En todo caso, yo jamás he podido seguir la única y breve regla de Benjamin: no utilizar nunca la palabra Yo.

También esta tarde, a continuación del vino y del libro, me han sorprendido las etiquetas de alimentos en el supermercado. Todo tiene azúcar, no ya los dulces propiamente dichos, sino además: las salsas de tomate, los embutidos, las latas con guisantes o alcachofas y hasta muchas carnes elaboradas. Hay una especie de obsesión por azucararlo todo, sin importar la medida. Soplaba un fuerte viento en las calles, y ese viento era seco y salado. Entonces he recordado este apunte de Soren Kierkegaard: "Mi visión de la vida carece totalmente de sentido. Supongo que un espíritu malo me ha puesto en la nariz un par de gafas, una de cuyas lentes amplia las imágenes a una escala enorme, mientras que la otra las disminuye a la misma escala."

¿Por qué preocuparse por el contenido de azúcar de algunos alimentos, si has llegado hasta aquí? ¿Por qué tienes miedo de contraer una gripe, un virus, cuando has fumado en tu vida más de un millón de cigarrillos? En el supermercado, dos lonchas de atún ahumado envasadas al vacío. En la parte posterior del envase, bajo el título de ingredientes, se puede leer: "atún y humo líquido". 

La sensación de que el tiempo se acaba, de que la huella que uno puede dejar en el tiempo (en el texto), como afirmaba Derrida, es su propia desaparición. "Y pertenece a la huella borrarse a sí misma, ocultar ella misma lo que podría mantenerla en presencia. La huella no es perceptible ni imperceptible." (Jacques Derrida. Tiempo y presencia.) Lo mismo que la huella, el invierno ha desparecido en esta isla, no hay frío ni lluvia, pero sopla el viento. Y al igual que el viento, la escritura fluye, circula, viaja, arremete contra todo, azota y acaricia, ahora vendaval, ahora brisa.

A mi lado, entre los libros cuya lectura voy alternando estos días, una página que expone la idea platónica de un "tiempo que pasa como manifestación de una presencia que no pasa". Dice Ferrater Mora: "La presencia está siempre presente, y por eso es, mientras que la realidad fenoménica está siempre a punto de ausentarse y por eso deviene."

Con una graduación del 15 %, la botella de Tempus Fugit contiene una realidad que evoluciona en secreto mientras permanece cerrada. Una vez abierta, el secreto sera revelado, es decir perdido. El acto suprime la expectativa. Y no sé por qué, sin embargo, creo que mi plena satisfacción estará en la vendimia tardía, ese blanco italiano dorado y profundo con un contenido alcohólico del 14,5 %. El tiempo pasa. Vive el momento. No olvides que la muerte...

Salvador Alís.






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