jueves, 7 de marzo de 2019

LEÓN

LEÓN

¿Por qué vuelves ahora, León, después de tantos años,
desde una tumba desconocida?
¿Por qué vuelves desde otra isla, en otro sueño,
a todas horas, día y noche, noche y día,
con la intensidad del símbolo y de la culpa?
¿Por que vienes a mí como un ladrido urgente,
alegre en tu carrera y ciego en el camino?
¿Por qué subes sin detenerte hasta mi montaña, sin detenerte
hasta mi cielo, sin poner freno ante nuestro mar?
¿Acaso pretendes que nos una el recuerdo como destino?
¿Y qué mensaje traes entre tus dientes y tu lengua?

Naciste en Ibiza en los anuncios de un periódico,
una mañana de abril de 1984, junto a cuatro hermanos,
pastores alemanes todos menos tú,
color canela y ojos azules y distintos.
Por esa diferencia fuiste elegido y adoptado.
Sin collar y sin correa, libre como solo un cachorro
puede ser libre, adelante y atrás y entre mis pasos, creciste
para ser digno de tu nombre.

Aún sonrío al evocar aquellas mañanas y tus regalos,
cuando en la noche saqueabas las casas colindantes,
la ropa tendida, objetos olvidados.
Con el amanecer de cada día me ofrecías un presente:
zapatillas mordidas, camisas rotas, libros sin portada.
Y aguardabas expectante mi reconocimiento,
mi afirmación y mis caricias.

Aún se escapa una lágrima al recordar tus lamentos,
cuando otro perro más fiero, en una absurda pelea,
te clavó los colmillos en los testículos,
tu asombro y mis cuidados.

Ella también te quería, no puedo negarlo, pero menos.
Y supongo que su amor por ti fue semejante
al amor que por mí sentía. Dijo que todo tiene un final.
Me lo dijo a mí una tarde de septiembre,
después de una tormenta. Y tú la escuchaste sin entender.
Me seguiste hasta la higuera, León, preocupado y fiel.
Y creo que tu mirada tuvo mucho que ver
con que yo desistiera.

Tres gatos fueron adorados por ti. Ya no sé cómo ni por qué
llegaron el negro y el atigrado.
Pero a Orgulloso lo recuerdo bien: lo rescaté
entre las ruedas de un coche, en Sant Josep de sa Talaia,
frente a una iglesia blanca que más tarde pinté.
Al acabar el verano, el negro y el atigrado
viajaron en barco, un tiempo con nosotros y otro tiempo
con ella hasta morir.

Me duele no recordar qué fue de Orgulloso,
y sólo impedir una de sus siete muertes.
Pero él no vuelve ahora como tú, después de tantos años,
para correr tras de mí cuando ya me voy.
Él no vuelve, León. Él agotó sus vidas y descansa.
¿Acaso tú no puedes descansar?

Es cierto que te abandoné, que fui abandonado,
que cambié una isla por otra.
Y tal vez equivocado, pensé que no fuera buena idea
compartir tu suerte con mi suerte,
que más valía tu libertad que mi amor empozoñado,
tu campo vibrante y multicolor antes que mi jaula,
una ciudad cuyas reglas no entenderías en el invierno.

¿Por qué vuelves ahora, León, después de tantos años,
desde una tumba desconocida?
Tu huesos mezclados con esa tierra, en algún lugar
junto a los caminos que, siendo tan jóvenes,
corrimos juntos, subiendo montañas, rozando el cielo,
sin que ningún mar ni espejo nos detuviera.

¿Quizá vienes a mi memoria para decirme que todo
lo que fue vida es inmortal? ¿Y que por tanto yo
también puedo serlo?

Pastor alemán nacido en Ibiza a comienzos de 1984,
elegido, adoptado y nombrado León.
Color canela y ojos azules. Sin collar y sin correa.

Tú y yo somos felices en mis sueños.
Espero que en los tuyos la luna no caiga sobre la tierra,
los pinos no ardan con su potente resina en la noche,
que alguien te haya querido como te quise.

Impulsado por tu presencia, busco entre miles
de fotografías una huella de ti. En aquellos tiempos
de tu vida no era fácil obtener imágenes.
Quedan menos de diez, y de calidad dudosa.
Nada que ver con tu presencia en mis sueños actuales.

Llegas para decirme que el pasado no se destruye
ni se borra, que no es cierto que un presente infinito
anule permanentemente el ayer y el mañana.
Y puesto que, soñando y viviendo, aún corremos juntos,
acaricio tu cabeza mientras tú lames mi cara,
y creo lo que dices. Y vuelvo atrás.
Y nunca te abandono.

Salvador Alís.















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