viernes, 1 de marzo de 2019

DOBLE SIETE

DOBLE SIETE

Esta ficha imaginaria falta en el juego de dominó,
es un símbolo que no acata aquellas reglas,
una creación mental que, sin embargo,
sí pertenece y también participa en el juego de la vida.

Entre los juegos menores y los mayores,
el doble siete supera a las damas y a los ejércitos,
a las cartas blancas, a las marcadas,
y a las apuestas de toda condición.

Se utiliza la ficha señalada en círculos infantiles,
dada su capacidad de anticipar el futuro,
y suele situarse entre el doble seis y el doble ocho,
indiferente ante el diablo y el infinito.

Por su trazado de puntos puede representar letras iniciales,
pero no más de cuatro.
No coincide con otras fichas, a no ser que exista
el siete combinado con el seis y hasta el cero.

Es una imagen única que incluye un instante de vida,
una pausa, al ser pensada, en el tiempo por vivir.
No son pocos 77 años, aunque insuficientes todavía
pues las fichas más jóvenes aguardan.

Sobre el tablero presente, las cuatro estaciones.
Sobre el escenario de esta representación, un dilema.
¿Cómo conjugar mi seis tres con tu doble siete?
Este tiempo acumulado y perseguido, este amor.

Cuando trato de colocar mi ficha junto a tu ficha
difícilmente consigo el encaje adecuado.
Las que aún permanecen en pie, las no jugadas,
contienen muchos ceros, números bajos.

Desechando, por inapropiadas, leyes y normas,
me descuelgo desde mi altura contemplativa
para rozar el suelo de esta hora: las alas de mi escritura
no se elevan, te hablan a ti, aquí y ahora.

A ti, que sólo en parte me comprendes, que no obstante
me lees y me citas y me esperas,
a ti que sabes escuchar y ver lo invisible,
a ti y para ti, para tus ojos y tus oídos, esta música.

La felicidad del vencedor en este juego no es inmediata,
reclama un tiempo de asimilación, un trampolín
para el salto, violines bajo un cielo negro más que azul.
Para entender lo anterior, habrá que seguir jugando.

Comete un cierto deliz el autor cuando se dirige
directamente al lector, y a él le habla y le exige atención
sobre el minuto 2:05 y el minuto 8:40.
Lámparas sobre el escenario son arañas luminosas.

Sin duda el verano es nuestra estación favorita
o debería serla. En febrero y marzo se mueren las flores,
en abril y mayo dura el sol un poco más.
Nada se acaba cuando esta música termina.

Mozart no dibujó palabras, no admitió contradicciones,
no contempló dudas. Por ello su música es poderosa.
Los veranos de nuestra infancia son ahora doble siete
y seis tres, lo cumplido y lo por cumplir.

Aquellos abrazos, automóviles de cartón, mundos futuros,
aquellas monedas y sellos, aquellos salvamentos,
aquellas conversaciones sobre la ética no oficial
y el sexo en sus placeres y sus peligros.

Rescates al pie de las montañas, palabras claras
donde todo estaba oscuro, carreras por el campo
con un pájaro en la cabeza, una intención incuestionable
sobre la verdad y sus conclusiones.

Llegados a este punto, el autor le dice al lector:
no soy un experto jugador de dominó, no conozco las reglas,
pero sigue jugando, esa ficha tuya -la doble siete-
puede ganar el juego en definitiva.

Este mes insano, febrero, ha concluido sin daño.
Hoy muere quien debía morir.
Quien nació un día después cumple setenta y siete.
Quien agotó su vida fue sacrificado.

Mozart afirma la vida en su verano. El hibiscus niega
sus flores. La cabeza no es el cráneo.
Se define la vida en su juego y en su música.
Esta música y este juego suponen un punto y aparte.

Si el mundo merece ser aniquilado
se debe a los sordos, a los comulgadores,
los que agitan banderas sin un pensamiento,
los que firman y confirman su estupidez en un árbol.

Si las orejas del doble siete son semejantes a las mías,
si este poema es música para sus oídos,
si mis palabras son leídas y, una vez leídas,
guardadas como palabras...

Entonces, quizás, este poema no sea en vano,
no se escriba para perecer en caída libre o directa
hacia el abismo de lo no escrito, pensado
o sentido. Poema cierto y no especulativo. Poema,

Poema determinado por la música y el juego,
imagen total y máximo volumen. El doble siete
es un accidente que sucede cuando sucede.
El verano, la estación por venir, se presenta.

Se presenta el verano con sus minutos anclados,
el filo de la katana dispuesto, el ron de quince años.
La memoria selectiva se detiene en esta isla.
El cobarde enemigo se retira.

De un cigarrillo fumado a medias no se pueden
extraer conclusiones, sobre todo si la noche
contempla un castillo y sobre él una montaña.
Tiempos que se fueron, campanillas del universo.

Mi lector es mi lector, para él en esta noche escribo.
Doble siete mientras amanece, mientras el sol
se levanta y establece una tregua entre el deseo
y lo posible.

Salvador Alís.













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