domingo, 3 de marzo de 2019

ARTHUR Y YO

ARTHUR Y YO

Hace unos días compré en Agapea El arte de sobrevivir. Un libro nuevo, no manoseado, y a un precio caprichoso: 11.87 euros.
Un día después, por un simple euro, compré en un almacén del Ejército de Salvación El arte de insultar. Y, la verdad, estaba limpio y parecía no leído.
Ni el primer título ni el segundo citados se refieren a obras originales de Schopenhauer, autor de escasas páginas.
Lo que sucede con este filósofo, el más claro, contundente y directo de cuantos he leído, es que sus títulos originales no son aptos para el comercio.
¿Quién compraría los dos tomos de Parerga y Paralipómena, a 40 euros el ejemplar?
De manera que distintas editoriales se han dedicado en los últimos años a publicar extractos, selecciones y antologías, fragmentos agrupados bajo los atractivos títulos de El arte de tener razón, El arte de envejecer, El arte de tratar con las mujeres, etcétera.
Aunque algunos se perdieron por el camino, prestados o regalados, en la actualidad aún poseo diez libros suyos.
El primero, leído hacia 1970, El amor, las mujeres y la muerte (Prometeo, 1966.), conserva sus tapas verdes y marcó mi adolescencia.
Recién cumplidos los 20 años, adquirí en la librería Quatre Barres la introducción y selección de textos de Michel Piclin titulada simplemente Schopenhauer (EDAF, 1975.).
Sin fecha de edición, pero muy antiguo a juzgar por su aspecto es La filosofía de A. Schopenhauer, del Dr. L. Gámbara, publicado por F. Granada y Cª. Editores.
Más tarde cayó en mis manos Sobre la cuadruple raíz del principio de razón suficiente (Aguilar, 1967.).
De la obra Sobre la voluntad de la naturaleza, tengo dos ejemplares, uno publicado por Alianza en 1970, que según firma a pluma en su primera página perteneció a Tomeu Navarro, y otro editado por Altaya en 1997, portada verde oscuro con letras de oro y traducción de Miguel de Unamuno.
El ejemplar que poseo de El arte de tener razón (Alianza, 2009) es el segundo. El primero lo regalé a alguien que dudaba de sí mismo.
De Michel Houellebecq compré el año pasado un pequeño volumen rojo titulado En presencia de Schopenhauer (Anagrama, 2018.), cuyo aliciente son las traducciones propias del francés.
El noveno y décimo títulos, los mencionados en las primeras líneas, El arte de insultar (Edaf, 2000.) y El arte de sobrevivir (Herder, 2018.), completan este decálogo.
A una edad provechosa, ya formado mas todavía joven, Schopenhauer heredó una considerable fortuna, lo que le permitió vivir el resto de su vida con total independencia, sin necesitar un trabajo y, lo que quizá sea más importante, sin tener necesidad alguna de fingir ni adular.
No contrajo nunca matrimonio y no tuvo hijos, que sepamos, de acuerdo a sus principios, pues en su opinión un filósofo casado no sería un filósofo sino una simple caricatura.
Escribió Schopenhauer que la felicidad es un concepto vano, que no existe como realidad alcanzable y, por lo tanto, lo único que podemos desear es la ausencia de dolor.
Hasta un niño podría leer y entender a Schopenhauer. Pero muchos lo ignoran porque ni siquiera llegan a esa categoría.
Citar algunas de sus sentencias o aforismos sería fácil. ¿Por qué allanar el camino?
Que cada cual descubra su trazado, su llaneza, su dificultad, su paisaje y su meta.
Antes de que concluya el próximo verano, antes que llegue el previsible otoño a mi vida, compraré (nuevos o usados) Parerga y Paralipómena y El mundo como voluntad y representación. 
Si por titular esta entrada Arthur y yo alguien pensara que coincido plenamente con todas y cada una de sus opiniones se equivocaría por supuesto, pues mis dioses no son absolutos ni omnipotentes y sus dogmas son perfectamente cuestionables.
No estoy ni puedo estar de acuerdo con Schopenhauer cuando escribe acerca de la raza negra o las mujeres, aunque admiro su discurso acerca de los animales.
Me pregunto si tuvo un gato o, al menos, alimentó o acarició a un gato en sus paseos.
Su rostro tan severo y su determinación no hubieran sido incompatibles con una mirada felina.
El temor a morir, volando en un Boeing 777 con destino a Isla de la Reunión, lo mitigaron una canción y un libro. Allí estaban Souad Massi y Samira Meskina, por un lado, y Elias Canetti y su Libro de los muertos, por el otro.
Pero en este trayecto sin cielo y sin espacio, ante el vértigo de la escritura automática, del poema sentido y no pensado, de los quince mil pasos diarios, en este trayecto dominado por un reloj cuya esfera ya no coincide con los números marcados, sobre esta noche y este ejercicio y este esfuerzo sin finalidad, es muy posible que yo lea y vuelva a leer..., que abomine de todos los dioses que alzaron la voz..., que me complazca tan sólo con un cuaderno sin abrir sobre la mesilla de noche y, junto a él, un libro apenas subrayado: "El mundo es el infierno, y los hombres son a la vez las almas atormentadas y los demonios que lo habitan." (Arthur Schopenhauer)

Salvador Alís.




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