ESTUDIO PARA UNA CARTA
Hoy he visto un falso eclipse de luna.
Dijeron que la luna se vería no blanca sino marrón,
quizá rojiza, no herida mas velada en parte por la Tierra
que entre las nueve y las once
se interpondría entre ella y nuestro sol.
Para esta noche he dispuesto, sobre la mesilla de noche,
bajo mi viejo flexo oxidado, un viejo y querido libro:
El amor, las mujeres y la muerte, leído a los diecisiete años,
cuatro antes de enamorarme (de ti).
Puesto que las calles y, en general, la vida y todo
se está volviendo cada vez más violento,
y puesto que, debido a mi trabajo, su lugar y condiciones,
no puedo portar armas de fuego,
vuelvo a casa cada noche portando en mi mano derecha
mi querido pilot de punta de acero.
Hace ya tiempo, persona tan querida como inolvidable
me dijo que, al nacer, la señalaron con los cuatro conciertos
para violín y orquesta de Antonio Vivaldi: Le quattro stagioni,
gesto que se repetiría, en otras composiciones,
con sus tres hermanos.
Cuando yo nací no hubo música en mi bautizo,
y tuve que elegirla yo una vez cumplidos quince años.
Mujer de magia negra fue el tema que me hirió.
La escuché mil veces y marcó mi vida
con su volumen alto y la sensual pintura de su portada.
Quién me diría que tanto tiempo después,
en esta isla imantada y odiada, contemplaría
la obra original de Mati Klarwein.
Deberían sobrar las palabras, pero entonces
¿por qué Arthur Schopenhauer?
Deberían sobrar los sentimientos, pero ¿a qué viene pues
Carlitos Santana?
En realidad las palabras, cuando van y vienen
y son compartidas, me rejuvenecen. ¿Es eso lo que quiero?
En realidad, y aunque no lo parezca, no me interesa
hablar del pasado sino del futuro.
Algún descerebrado mató ayer a Virgilio Ruiz,
músico de la banda oaxaqueña Tierra Mojada, por nada,
por unas copas de más, porque ni bajo el volcán
ni lejos del volcán se sabe beber (ni leer). Algunas lágrimas
de Lila, eso sí, habrán eclipsado verdaderamente la luna
en esta noche de falso eclipse.
Plata y gris en un cielo azul oscuro, así nuestros cabellos,
los surcos que rodean nuestros ojos,
así nuestra edad. No has vuelto mi corazón de piedra,
falso eclipse, porque aún late, improvisa, arriesga,
y mi sangre cristalina fluye cual manantial
y se derrama por este placer sin objetivo.
Se puede morir por unas copas de más, por nada,
por un error de narrativa o de léxico. Ya no soy
aquel joven aprendiz de poeta que, después del amor,
describía el amor y sus circunstancias. Difícilmente
me podrás seguir pues se hace tarde y todo se vuelve oscuro.
Mi clara verdad tiene las alas rojas y cabalga
un tambor sonante.
Salvador Alís.
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