"Pues la naturaleza de este mundo es la absoluta indiferencia,
y es además el deber del filósofo parecerse a la naturaleza de este mundo,
sin dejar de ser el hombre que no podrá dejar de ser:
la coherencia, la mesura y la objetividad tienen este precio."
Albert Caraco. Breviario del caos. Sexto Piso. 2006. Pág.: 24
Los dibujos se han metido en mi cabeza y se oponen a ser dibujados.
Salvador Alís.
A los 61 años, uno prefiere a los enemigos puros, los que ya se formaron como enemigos antes de cruzarse en nuestra vida, y detesta a los enemigos que mudaron desde la amistad. A un enemigo puro se le ve venir, y es posible combatirlo sin recelo, sin mala conciencia, sin titubeos; a un amigo convertido en adversario se le enfrenta siempre desde posiciones débiles, puesto que todavía lo que nos unió pondera lo que nos separa.
Imaginen a un hombre que avanza por un túnel hecho a su medida, es decir: escapa de algún lugar o principio para llegar a otro lugar o final. Por ese túnel sólo cabe él y, quizá, otro cuerpo humano o al menos una rata podrían pasar entre sus piernas siempre que el hombre lo quisiera y empujará. En un momento determinado (cuando inicia el camino con ilusión; cuando, a la mitad del camino, se siente cansado y cuestiona la viabilidad de su empresa; cuando cree estar alcanzando su meta) otro hombre, caminando en sentido contrario, tropieza con el primer hombre, cara a cara, impidiendo cada uno el avance del oponente. Está claro que para el primer hombre el segundo es un enemigo puro. Ambos desean lo que el otro abandonó, pero su deseo sin espacio les impide cumplir sus cometidos.
Imaginen a dos hombres que avanzan en fila india por un túnel hecho a la medida de un hombre. Son dos amigos que se turnan en ir delante y atrás, pues a veces se detienen, se ponen de lado y deslizan sus espaldas por las paredes del túnel para intercambiar las posiciones. En un momento determinado, desde el fondo de la misma dirección que siguen, una voz les habla. La puerta que ahora permanece abierta, para ellos y su amistad, se cerrará en pocos minutos y se verán condenados a volver por donde vinieron. Pero si al menos uno de los dos quisiera tener la oportunidad de salir del túnel, ambos deberán correr. Entonces es seguro que se atropellarán, que entablarán una lucha feroz por ser el primero en llegar a la puerta. El que avanza delante correrá muy aprisa para no ser superado por el que avanza detrás; tiene todo que perder y ganará fatiga cuanto más corra. El que ocupa la segunda plaza tendrá que perseguir a la liebre y, en caso de lograr echarle la mano encima, deberá detenerla, reducirla, saltar sobre ella y cambiar con el salto su condición: de perseguidor a perseguido.
El ideal del caminante es excavar su propio túnel e ir buscando la salida con su propio esfuerzo y su propia orientación. ¿Quién le garantiza que otro no pretenda lo mismo, desde otro punto de partida, y al fin acaben encontrándose?
Los enemigos puros pueden ser simples o complejos (aunque abundan los de segunda categoría), trazar un solo túnel que coincida con nuestro túnel o trazar una multitud de túneles que nos ataquen como rayos (subterráneos).
El enemigo impuro, el amigo que cambió de bando, se aprovecha de nuestro túnel, nos sigue y nos apuñala por la espalda (con el puñal que nosotros mismos le regalamos), justo antes de llegar a la última puerta, salta sobre nuestro cadáver, lo hace pasar entre sus piernas y nos da por vencidos. Lo que él ignora es que nunca se llega a tiempo. La puerta ya se ha cerrado ante semejante crimen. Y nosotros, que no hemos muerto aún, nos levantamos y seguimos jugando. Este juego puede sucederse en el tiempo, acabar y comenzar de nuevo, tantas veces, sin descanso.
La enemistad es un círculo que no se cierra, que disimula ser una espiral juntando al máximo la línea que desarrolla y que, partiendo de un punto inicial, jamás encuentra un punto donde detenerse. A simple vista: un círculo; minuciosamente examinada: una espiral.
La enemistad no acaba de resolverse: la amistad se pierde en esas vueltas.
El enemigo puro es en ocasiones muy poderoso (sin necesidad de ser el diablo); el amigo que sucumbe al egoísmo es más poderoso todavía.
A los 61 años, esta reflexión: No he sentido nunca como enemiga pura o impura a una mujer. Lo serán o habrán sido algunas, pero yo no me doy por enterado. La figura de la madre se impone sobre cualquier pensamiento al respecto. Ningún enemigo se le puede comparar. Si viviera hoy superaría los 101 años. En los días previos a su muerte, mi madre llamaba a su madre, pretendía su auxilio, clamaba por su protección. En su túnel, ella misma se cerraba el paso.
¿Será mi destino semejante al de mi padre, acribillado por sus nervios enemigos, o semejante al de mi madre, que no tuvo rival?
Me esperan los dibujos, las canciones, el sol que -después de catorce días- brillará por fin mañana. Pero los dibujos se han metido en mi cabeza y se oponen a ser dibujados. Adiós a la lluvia y a la amistad. Por desprecio y por indiferencia, no tengo enemigos puros. Lo que sucede en mi túnel no es fácil de explicar.
Salvador Alís.
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