sábado, 10 de diciembre de 2016

¿QUÉ REGALAR?

¿QUÉ REGALAR?

¿Qué regalar, a quién, cuándo y con qué propósito? Estas son las preguntas importantes; el envoltorio del regalo mismo. Lo que haya en su interior tal vez importe menos; la sorpresa ante todo. Para cualquier lector -¡y lectora!-  interesados especialmente, procuraré ser lo más didáctico posible. Respecto al regalo como hecho causante, y también como hecho causado o consecuente, tengo no pocas dudas, algunas certezas, mucho desconcierto.

La metáfora de un regalo al uso sería un oso panda encerrado en un jaula de bambú.

El regalo no puede ser más que un "objeto", incluso cuando se trate de regalos inmateriales, pero las manos que lo dan y las manos que lo reciben establecen una "relación". ¡Y qué diferente es el primer regalo del último! El primero es fuente que brota entre las piedras y las plantas, aun creando musgo, por espontaneidad; el último es agua enfangada obtenida por la fuerza de un motor o bomba y de una reserva escasa y subterránea.

El empresario regala al político que, a su vez, regala al empresario. El farmacéutico regala al médico que, a su vez, regala al farmacéutico. El jefe de las drogas regala al drogadicto que, a su vez, regala al jefe de las drogas. El aviador regala a los pájaros que, a su vez, regalan al aviador. El asesino regala a la víctima que, a su vez, regala al asesino,

El destino le acaba de regalar cien años a Issur Danielovitch Demsky. Cien años. Un buen regalo si esa longitud de tiempo ha supuesto y sigue suponiendo una vida con sentido, una buena vida. Los regalos a fecha fija (cumpleaños, aniversarios, fiestas de cualquier clase, celebraciones religiosas o espirituales, conmemoraciones de batallas o patriotismos, fundaciones, orígenes, honores debidos, obituarios, nacimientos, peticiones de mano, otorgamientos, encuentros pactados, etcétera), me resultan indigeribles.

Las condiciones que afectan a un regalo para ser limpio y verdadero son tan complejas que lo anulan. Un regalo no debería  sujetarse a fechas establecidas. Un regalo que se precie debe sorprender sin asustar. Un regalo como flecha única, volando en la dirección correcta, con ánimo de clavarse en el centro de la diana, sin voluntad de volver atrás, de ser contestada, de cruzarse con ella misma o con otras flechas.

¿Un regalo no debe inquietar? Al contrario: que cause inquietud. No es igual un "objeto comprado" que un "objeto hecho a mano". Un regalo puede estar expuesto en escaparates y estanterías, vitrinas y mostradores, suelos y paredes. Un regalo puede ser fruto de los ojos, de la mente, de las posiciones del cuerpo, de las manos, los utensilios de dibujo y pintura, escritura y caligrafía.

Un regalo semejante a los libros que los monjes medievales, en la soledad, en el frío y la desolación de sus estancias iluminadas con velas y con absoluta calma, regalaron a la humanidad. Los regalos no deberían medirse por su coste, ¡pero qué difícil evitar la ostentación!

El mejor regalo -me parece- es el tiempo que se invierte en hacer ese regalo. Los mejores regalos que me han hecho nunca han sido comprados: la bondad, la lectura, el agua, las montañas, las cuevas, los animales domésticos, la pasión...

Pero el amor nunca se regala: siempre es el precio pagado para comprar amor, es decir adoración, reconocimiento, sumisión.

Prefiero una hoja escrita, una fotografía diferente, una talla de madera, una canción, un gato con un tatuaje, una canción, un dibujo, un beso, una caricia, el contacto -firme y suave al mismo tiempo- de una mano en mi mano, un aroma, una copa de vino procedente de una cepa que ha sufrido...

Tanto lo que se puede pagar con tarjeta de crédito como con billetes usados, no da la talla. Para elevarse y llegar a cierta altura (hasta el horizonte, por ejemplo, que ven los pájaros) es necesario sobre todo ser humilde. Pero es un hecho cierto que yo no soy humilde. Entonces ¿qué puedo regalar?

No se hacen regalos entre sí los gatos -esto lo sé por experiencia-. Se lamen, se dan calor, se imitan, se pelean, juegan. Todas sus relaciones son regalos; pero no pagan ni empaquetan, no se complican la vida, pues la vida -para ellos- es ya de por sí un regalo. Aprender de ellos es un regalo: nos superan en desinterés.

Salvador Alís.






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