jueves, 1 de diciembre de 2016

LA NATURALEZA DE MI VIAJE. 2.

LA NATURALEZA DE MI VIAJE. 2.

"...¿es posible la expresión de la intimidad? 
Quiero decir la expresión clara, coherente, inteligible, de la intimidad. 
La intimidad, pura, bien discernida, debe ser la espontaneidad pura, 
o sea una secreción visceral e inconexa. 
Si uno dispusiera de un lenguaje y de un léxico eficaces para presentar esta secreción, 
no habría problema. 
Pero lo cierto es que no existe un estilo adecuado a la sinceridad ni un léxico eficiente. 
Pero aun suponiendo por un momento que la intimidad fuese expresable, 
¿quién la entendería, quién la podría comprender? 
Si no fuese única, particularista, personalísima, absolutamente primigenia 
¿qué aspecto tendría, cómo se podría imaginar su presencia? 
Cuando no podemos aclarar la nebulosa interna, 
decimos habitualmente: yo ya me entiendo... 
Los borrachos dicen lo mismo. 
Mi idea, pues, es que la intimidad es inexpresable por falta de instrumento de expresión; 
que su proyección exterior es prácticamente informulable." 

Josep Pla. El cuaderno gris. Destino. 1975. Pág.: 201.

A pesar de esta firme creencia en la imposibilidad de la expresión de su intimidad, Pla no dejó de escribir sobre sí mismo, y, en concreto, en la obra que se cita, hasta completar 669 páginas. Si uno no puede expresarse mediante palabras, siempre puede intentarlo de otra forma. Los instrumentos son muchos y distintos y, por más que cada uno, por sí solo, pueda sonar desafinado, cuando se integran en una orquesta, la orquesta de una vida, es posible que digan algo. Quizá el compositor o el director de la orquesta no aspiren a ser entendidos de manera clara y coherente, quizá únicamente pretendan que el público experimente un sentimiento parecido al que ellos sienten. Las fotografías, incluso las malas fotografías, las inesperadas, las caprichosas, son el instrumento elegido por mí, en esta noche, para expresar mi intimidad. 

Por más que el viajero llegue a lugares remotos, donde todo pueda ser diferente a aquello que conoce, si realmente vive para el viaje, lo que verá sin duda son imágenes que ya están en su interior. Y es que nadie puede ver lo que nunca ha visto, lo que es radicalmente extraño, ajeno a su mirada y a su ser. Por eso la cámara (y tras la cámara, el ojo) prestará atención a lo que uno lleva consigo, a lo que, estando fuera, está dentro de sí, sin importar lo más mínimo la falta de atención, la ignorancia o el olvido. 

En el Castello de Sanluri conviven ángeles y armas. Los ángeles y las armas ya estuvieron presentes en mi infancia. Ángeles y armas que tanto sirven para el ataque como para la defensa. 

  

Los pájaros y los relojes (sobre todo si son antiguos) son motivos recurrentes ante mi vista, metáforas del tiempo y de la victoria de la ingravidez. Y apenas cuenta si el reloj ya no funciona y el pájaro es sólo su representación metálica enroscada al cuello de una botella. 



¿Y qué decir de los paisajes, de la palmera altiva y solitaria y de las montañas que, siendo otras, son las mismas? ¿Qué decir del mar, siempre presente y cambiante, tan pacífico en apariencia pero que también hoy acoge en su profundidad, como en otro tiempo en la superficie, la violencia de las batallas y la desesperación de los ahogados.





En la iglesia alta de San Antioco, quizá la primera de Cerdeña (catacumbas de piedra convertidas en templo), un grupo de niños atiende las explicaciones de su maestra. A unos pocos metros, el esqueleto del santo se exhibe en una caja de cristal ornamentada con flores blancas y rojas, custodiada por candelabros de plata, sobre una mesa recubierta por una tela a su vez roja, escena perfectamente iluminada donde la muerte pierde su sentido y se erige en enigma irresoluble. 


El suelo de la plaza de esta iglesia, en este pequeño pueblo a la entrada de la pequeña isla unida mediante un istmo (y un puente) a la isla mayor, contiene no pocos símbolos "escritos" en sus adoquines. 




Pero finalmente, es un simple balcón el que nos revela la naturaleza de nuestro viaje. Un balcón onírico, de una simplicidad que desarma, cuya estructura y forma confirman lo sospechado: que en realidad, mientras creemos viajar, soñamos.


Salvador Alís.

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