¿POR QUÉ REGALAR?
A un niño se le puede hacer un regalo sin problema y sin compromiso. Si el regalo es acertado, expresará su gratitud con su felicidad, una sonrisa, un gesto de sorpresa, saltos de alegría. Pero a un viejo es peligroso hacerle un regalo: puede sentir humillación y tratar desesperadamente de corresponder con otro regalo que supere al recibido. Todo ello supone preocupación y desgaste.
Los regalos, a menudo, son puntos negros que constituyen un círculo vicioso.
Un regalo puede estar envenenado o ser él mismo un veneno, puede anular la voluntad, puede separar en lugar de unir, puede causar el efecto contrario, puede pegar dos voluntades como si fueran hojas de papel encolado.
Hacer regalos puede volver a la gente egoísta, por los dos extremos: Puesto que habitualmente recibo regalos, será porque los merezco... O bien, me gusta regalar para darme importancia.
El asunto se vuelve interesante cuando pensamos en el momento adecuado para dejar de hacer regalos. Pues todo debe tener un fin. No se puede hacer regalos a todas las personas que uno conoce o, mejor, va conociendo a lo largo de su vida. Se precisaría mucho dinero y hasta una empresa de transporte. Los regalos inmateriales se vuelven así la mejor opción. Se eliminan costes y se gana en velocidad, en capacidad de reacción.
Hacer regalos se parece mucho a un partido de tenis: mientras la pelota esté en juego, mientras el regalo vaya y venga..., hasta que de repente cae fuera del campo o no consigue superar la red.
A estás alturas (el horizonte que ven los pájaros) puede uno sentir la tentación de hacer una lista de regalos, algunos muy significativos, el orden es otra cosa:
Un libro de manualidades. Palabras sobre la vida. Una moneda de 2,5 pesetas. Un paseo en moto, en coche, a hombros desde la casa a la escuela y desde la escuela a la casa de la novia.
Un traje negro que sólo fue usado dos veces: en la boda y en el entierro.
La música de J. S. Bach, la música de Carlos Santana, las enseñanzas de Don Juan, el disco Foxtrot de Génesis.
Un viaje a Berlín. Un pequeño apartamento en el centro de París, luego de una fiesta en una gran casa en las afueras de París. Todos los viajes, los vuelos, las islas: Cerdeña, Rodas, Madeira, Sintra, Lisboa, Atenas, Santorini, Marienbad, Praga, Isla de la Reunión, Habana, Egipto, Túnez, Estambul...
Dibujos a lápiz en un cajón. Un óleo de un monje encapuchado.
Las viejas carreteras donde los viejos coches se detenían.
El farolillo encendido y la mujer madura, en bikini, junto a la piscina bajo la luna llena.
Las clases de filosofía de ella (que moriría poco después en un accidente de tráfico) y las de él (un sabio alcohólico).
La navaja automática de cachas negras. Las dos pistolas escondidas durante un tiempo en el tejado.
Su pelo, ojos, cejas, nariz, labios, lengua, orejas, nuca, cuello, hombros, pechos, costillas, espalda, ombligo, fila de hormigas, muslos, rodillas, nalgas, pantorrillas, tobillos, pies y dedos de los pies y sus correspondientes uñas.
Las islas, sea cuál sea su naturaleza y origen.
La madre y la hija sin cuya presencia y acompañamiento tu vida no hubiera tenido sentido. El padre que murió en su cruz pidiéndote perdón y perdonándote. La madre que se fue y te dejó sus ojos grises y suplicantes. El pintor alemán que te hizo ver la ironía, la caricatura, la imagen antes que la reflexión..., y que jamás pinto un cuadro.
¿Por qué regalar, si todo regalo ya está hecho?
¿Por qué se regala uno a sí mismo el día de su cumpleaños placer y destrucción? ¿Para apaciguarse? ¿Para darse ánimo? Vivir ya es un regalo (aunque no siempre y en todas las condiciones).
Las faltas de ortografía, los errores sintácticos, las verdades a medias, las no verdades, las palabras mal escogidas: regalos.
El tiempo compartido, las miradas que se intercambian, las manos que se tocan: regalos.
Las imágenes que se ven, se describen, se imaginan, y las historias que se viven, se cuentan, cambian y evolucionan: regalos.
Una botella mágica que contiene en su interior a un genio que no concede ningún deseo, una botella que no se abre, que no se cierra, que se guarda incluso cuando está vacía: regalos.
¿Por qué regalar si cada noche (o cada día) soñamos?
Si tan solo se regalase por amor... Pero cuántas veces no se pretende comprar o vender alguna mercancía con el regalo, o se regala por miedo, por costumbre, por mera repetición de ideas fijas.
Que alguien se acuerde de ti ya es suficiente. ¿Lo es? ¿Y si el recuerdo es por venganza, rencor, deudas de juego o deseo de revancha? El camino por el que transita el que se acuerda y el recordado es el mismo para ambos y es un regalo.
Pequeñas metas son un regalo. Vivir un año más. Sentirla más cerca. Los gatos son un regalo, los que no se mueven de la vitrina y las que duermen a tu alrededor.
Los regalos multitudinarios, la verdad, te inquietan. Pero uno debe estar dispuesto a todo si quiere saltar sobre esas piedras mojadas y cruzar el río.
La hija se regala como una flor recién nacida, blanca y amarilla, donde se reflejan la luz del sol y el aroma del mar como en un espejo. La madre se regala como interrogante oculta por mil cajas y envoltorios, lazos y contra lazos, algo de suspense y una emoción que no acaba. El hermano se regala en la época más sensible, durante la infancia, cuando deja una huella más profunda. Los amigos no se regalan. Las amantes se dieron, pero tampoco. Los maestros, los libros, los cuadros, las melodías y las sinfonías, los decorados, los efectos especiales..., no se regalan puesto que, en esencia, son regalos, y existen para ser regalos.
La gran duda es un regalo. El Sí y el No son regalos. Escribir es un regalo. Dejar de escribir es un regalo. Abandonar la línea trazada, salirse de los márgenes, derramar la pintura. En esta noche, es un regalo decir lo que se piensa.
Ya sea mediante la palabra o mediante la figura, todo se ha dicho y todo se está diciendo, todo es expresión y, por tanto, regalo.
Salvador Alís.
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