sábado, 27 de agosto de 2016

ZOONOSIS (PRIMERA PARTE)

ZOONOSIS (PRIMERA PARTE)

Una plácida tarde de finales de agosto, un señor de mediana edad (considerando que tal señor pudiera vivir ciento veinte años), sintió un repentino ataque de rabia.

Ese ataque y esa rabia no venían a cuento, pues -como se ha dicho- era plácida la tarde; y el sol estaba cayendo tras las montañas y sonaba una dulce música que tranquilizaba los corazones.

Pero la rabia -eso es seguro- la sintió en todo su ser, cuerpo y alma, comenzando por su mano, que se agitó, y acabando en sus ojos, que se oscurecieron.

Se encontraba el señor sentado en una cómoda silla de plástico, frente a una baja mesa circular que contenía apenas cinco objetos: una copa de vino blanco (en realidad, amarillo pajizo), un cenicero de cerámica blanca conteniendo algo de agua, un encendedor barato y verde, un paquete de Camel y un móvil apagado en su funda de cuero negro.

En el Bloc de Notas de ese móvil, a las 20:41, había escrito: "A la izquierda, una maceta blanca con florecillas azul pálido y una cortina natural de finas cañas de bambú; a la derecha, senos gigantes de bronce sobre el suelo de tierra, como escultura; al frente, los mástiles de los barcos y, ente ellos, una inmensa grúa de hierro pintada de gris. Algunas luces se van encendiendo en el puerto. Y el conjunto de este paisaje lo sobrevuelan las gaviotas como expertas vigilantes."

En esa terraza sobre las murallas frente al mar, una veintena de mesas eran ocupadas, en su mayor parte, por turistas adinerados, buenos conversadores (aunque el señor no entendiera una palabra de lo que decían), educados, bien vestidos, elegantes con sus grandes copas de balón, sus copas aflautadas, sus cónicas copas, sus mecheros de oro, sus miradas perdidas.

El señor, conteniendo su rabia, pues un momento antes pensaba en otro señor -tan diferente a él- reflexionando sobre sus defensas desde su alta torre, clavó sus ojos en aquellos en que pudo clavar sus ojos: un calvo bronceado de ademanes suaves, pantalón rosa, camisa celeste de manga larga y un jersey amarillo cruzado sobre el cuello; una rubia por los destellos de su oro (colgante de sus orejas, pecho, muñecas, tobillos); una pareja de enamorados jugando con sus manos (veinte dedos) en un extremo de la terraza; una mamá devorando a su bebé -en apariencia- por la intensidad de sus besos; un par de adolescentes cuyas frases sueltas, escuchadas de paso, iniciaban un poema; un artista (o pretendido artista) inmóvil ante el Bou; una jovencita de dieciocho enfundada en los vaqueros cortos de su hermana de doce; un grupo de actores pornográficos exhibiendo su belleza.

La rabia, sin embargo, iba apoderándose del señor por más que contemplara (o por el hecho mismo de contemplar) aquella placidez.

La camarera vestida de ficha de dominó (una de tantas entre un ejército de camareros), la que le había servido una copa y otra copa, tan atenta y pendiente del bienestar de sus clientes, al notar su extrañeza, se vino frente a él y le preguntó: "¿Le ocurre algo? ¿Se encuentra bien?"

"Siento rabia." -le contestó el señor. "Una rabia inmensa de procedencia desconocida y que -intuyo- pronto no seré capaz de controlar."

"¿Le ha mordido un perro, un lobo, un zorro, acaso un murciélago?" -le interrogó la camarera.

"No." -dijo el señor. "Ningún animal me ha mordido."

"¿Entonces?" -insistió la camarera, protegida del señor con su ajustado delantal negro.

"Creo que ha sido la vida."

"¿La vida?"

"Sí, la vida. Creo que ha sido ella la que me ha trasmitido el virus. Un bocado a la derecha, sobre la cintura, bajo las costillas."

"¿Y qué diría usted, que se encuentra en la fase prodrómica o en la neurológica?"

"La verdad, no sabría qué decirle."

"Me preocupan sus ojos..., me mira usted de una manera..."

"Para relajar la tensión le propongo que nos tuteemos."

"De acuerdo. Pero entonces, dime, ¿cómo me ves?"

"Sé que antes vestías de negro y blanco. No entiendo por qué ahora te has disfrazado de rojo."

"No he cambiado mi uniforme, será la luz del atardecer que me ilumina de otra manera."

"Será la luz."


Salvador Alís.





 








No hay comentarios:

Publicar un comentario