lunes, 15 de agosto de 2016

FILOSOFÍA DEL HOMBRE CORRIENTE

FILOSOFÍA DEL HOMBRE CORRIENTE

A veces se compara (o se contrapone) el cerebro humano a un ordenador. Se dice que el ordenador (un producto al fin y al cabo de manofactura humana) es capaz de contener infinitamente más información (más datos) y procesarla a muchísima más velocidad (una velocidad inconcebible para nosotros) que el mejor y más capacitado cerebro humano; que un día, no muy lejano, algún ordenador conectado a otros millones o miles de millones de ordenadores (la suma que multiplica) desplazará a los humanos en la toma de decisiones vitales, por su indudable saber, su absoluta imparcialidad y la infalibilidad de sus predicciones, su apuesta segura (rozando, igualando o superando el cien por cien de aciertos). Esto se dice, que un día no muy lejano... ¿Pero quién puede negar que ese día no muy lejano ya sea hoy o fuese ayer?

Un Ordenador Supremo, que contuviera todas las Leyes, Constituciones, Declaraciones de Derechos, Normas y Códigos emitidos por la raza humana, en todas las Épocas, en todas las Civilizaciones, Estados, Regiones, Ciudades..., ¿no debería ser capaz de sintetizar, extraer lo mejor, lo más adecuado, lo más acorde con el bienestar común y presentar una Ley Universal que nadie, en su sano juicio, pudiera negar? Un Ordenador Omnipotente y Omnipresente, que contuviera todas las Religiones, los Libros Sagrados, las Escrituras, los Mitos..., ¿no podría acaso crear un Dios Verdadero o, por lo menos, más Justo? Un Ordenador Sapientísimo, alimentado con la Filosofía de Todos los Tiempos, los Tratados, las Críticas, los Sistemas, el Pensamiento en su conjunto de toda la humanidad desde que la humanidad empezó a pensar..., ¿no hubiera dado ya respuesta a todas las grandes cuestiones planteadas acerca del Ser y del Sentido? Un Ordenador orientado hacia el Cosmos..., ¿no habría descubierto ya el Origen y el Fin del Universo? Un Ordenador al que se le hubiesen transmitido todos los Conocimientos Médicos, Historiales, Experimentos, Investigaciones realizadas o en curso, todos los Archivos Hospitalarios y Farmaceúticos... ¿no sería imaginable de él que nos regalase la cura definitiva de todas las Enfermedades?

Algo se nos escapa, no cabe duda, pues hace años que un Ordenador Ajedrecístico (cuya memoria albergaba millones de partidas, muchas de ellas geniales, y, tal vez, como en el problema del tablero y los granos de trigo, trillones de jugadas y combinaciones posibles), y programado para elegir siempre la opción ganadora) resultó imbatible ante todo un Campeón del Mundo, y teniendo en cuenta los vertiginosos avances informáticos, no se entiende que en este año 2016 no exista una Ley Universal, un Dios Verdadero, una Filosofía Absoluta (y absolutamente incuestionable), una descripción exacta del Universo, una Inmortalidad accesible para todos.

Compensa estas lagunas un profundo lago del que la mayoría solo advierte la superficie: el lago de los Juegos Virtuales, tan divertido en apariencia, y que tantos monstruos esconde en su interior. Lo que se reparte hoy a manos llenas, lo popular, lo democrático es el juego, un Infantilismo Controlado que impide que el niño alcance su edad adulta, pasando del Juego a la Muerte sin darse cuenta de que la Vida anda por medio. Los falsos profetas (vestidos de ovejas pero, en el fondo, lobos rapaces), científicos, psicólogos, sociólogos y portavoces varios de las élites que ordenan el juego, nos hablarán de narcisismo, superación, inseguridad, sociabilidad, etcétera. No piensan en otra cosa que en colmar sus expectativas de ganancia para una vida breve pero intensa, confundiendo la intensidad del brillo del oro en un collar o una pulsera con la intensidad de la llamas internas, del fuego que se consume a sí mismo sin consumirse (aún) como el pequeño sol al que todo hombre, excepcional o corriente, tiene derecho a guardar.

La filosofía del hombre corriente. La duda de si unir ambos términos ("filosofía" y "hombre corriente") es lícito o ilícito, conveniente o inconveniente. ¿Puede un hombre cualquiera guiarse o siquiera aspirar a seguir una filosofía determinada? ¿Puede él mismo ser en algún grado un filósofo? Habría que definir en primer lugar al hombre corriente, y esa es una tarea imposible (para el que escribe, a estas horas de la noche) de no recurrir a la poesía. Un hombre corriente soy yo y no soy yo. Es decir, que la apariencia y el ser se oponen para formar parte de la definición.

Si mi cerebro fuese un ordenador se compondría, además de otros elementos, de cuatro discos duros (o como quiera denominarse a cualquier formato de almacenamiento de memoria), uno interno y tres externos. Comenzando por los externos (los más accesibles) se les podría describir como:

Disco nº 1: Mi biblioteca, es decir el conjunto de todas mis lecturas; conocimientos más concretos, por ejemplo acerca de la Historia (o de la historia del Arte, la Literatura, las Religiones o la Filosofía), la Geografía, la Lengua, la Economía, la Biografía, etcétera; conocimientos menos concretos, por ejemplo acerca de la Filosofía misma, la Sociología, la Sicología o la Política; conocimientos deficientes por su bajo nivel de interés, por ejemplo la Matemática, la Física, la Química o la Astronomía; conocimientos abstractos (los más importantes en número y en calidad), por ejemplo la Poesía, la Narrativa, el Teatro y todo obra de creación imaginativa, cuento, novela y hasta ensayo (considerado éste en su vertiente subjetiva). Ese conjunto de lecturas, que según cálculos actualizados ofrecería unas cifras aproximadas de unos 2.340 libros leídos de principio a fin (uno por semana durante 45 años) y 7.020 libros parcialmente leídos (tres por semana durante 45 años), ha dotado de una cierta densidad a mi cerebro (la metáfora de la tortuga que, encerrada en su caparazón, es capaz de resistir al incendio que asola el bosque) y, al mismo tiempo, de la agilidad necesaria para pasar de una idea a otra idea (como la ardilla que salta de rama en rama para huir del mismo incendio).

Disco nº 2: Mis escritos y mis imágenes (pinturas, dibujos, grabados, fotografías, etc.), pues parte de mis vivencias, reflexiones, visiones, sueños, interpretaciones..., necesariamente han tenido que ser extraídas y fijadas en palabras, formas y colores, para que no consumieran todo el espacio disponible en mi interior y dieran lugar a un indeseable colapso. Todavía no se ha hecho el recuento de páginas, lienzos, papeles, tablas, cartulinas..., pero me atrevería a decir que los soportes son miles, encuadernados o notas sueltas, manuscritos o impresos, guardados en carpetas, en cajas de cartón, embalados, perdidos y olvidados.

Disco nº 3: Este diario personal, cuya construcción se basa en la idea de situar y conservar, también fuera de mí, los últimos procesos del pensar que surgen de manera espontánea (no tanto por estímulos ajenos, aunque también, sino por causa de la fertilidad inherente de mi cerebro, donde los estímulos caen como semillas y, con tanta rapidez, germinan y dan paso a esta extraña arborización).

(A estos tres discos duros externos habría que añadir algunos disquetes que representan a las personas que uno ha conocido o con las que ha tenido trato o relación de amistad, amor, lazos familiares, influencia, respeto, impacto..., personas a las que se mantiene interiorizadas como esencia pero a las que no puede recuperarse -o contemplarse en su totalidad- pues nuestro Ordenador Actual ya no posee disquetera que pueda "leer" toda esa información).

Por último, no olvidar que existe un disco duro interno, más complejo e indescriptible. Y que los tres discos duros externos (y los disquetes etiquetados como valiosos en la experiencia), pese a encontrarse fuera de mí, igualmente se encuentran dentro, interaccionando unos con otros, formando parte de un núcleo o centro (el yo en sí mismo) que, a su vez, interacciona con otros núcleos para constituir una vida. Ese núcleo o kernel biológico sustenta un alma que se observa en su propio espejo, el espejo generado por su conciencia de ser alma, y decide los tiempos, los espacios, los procesos de relación, las prioridades, las afirmaciones y las negaciones, las puertas que se abren y las puertas que se cierran, los usuarios, los datos accesibles, los secretos y, en resumen, el trazado del laberinto (cuya principal cualidad es ser un laberinto sin punto de partida y sin posible vencimiento).

Como las Perseidas que recientes cruzaron el cielo, fugaces en su tránsito pero constantes y duraderas en su estela de memoria, conceptos que ayer no estaban aparecen hoy y alteran el esquema básico del Ordenador Cerebro que me rige o por el cual me rijo, por ejemplo El sueño de Eichmann.

Hace ya un par de meses que vi la película de Margarethe von Trotta Hannah Arendt, basada en los escritos de la filósofa judía sobre el juicio contra Adolf Eichmann (en Jerusalén, 1961), y donde, no sin polémica, ella estableció (en su análisis o descripción) el meteoro de "la banalidad del mal". Y ahora, es decir hace unos días, cae en mis manos el sucinto drama de otro filósofo, Michel Onfray, donde sitúa sobre un escenario (la celda de Eichmann en la noche anterior a su ejecución en la horca) al condenado nazi responsable de una parte de la logística de "la solución final" y al filósofo al que ha recurrido en su defensa, Immanuel Kant, y -como observador irónico- también a Nietzsche. Al parecer, el Teniente Coronel de las SS, un personaje vulgar o mediocre según Arendt, secuestrado en Argentina por el Mossad y acusado de crímenes contra la humanidad, apeló a Kant (a la lectura y la doctrina aprendida de Kant) para justificar su obediencia a la jerarquía y a la ley, y sustraerse así de las graves acusaciones que pesaban sobre él.

Para mí, que ya tenía casi decidido apartarme de toda implicación social (debido ante todo al desencanto de la realidad) y refugiarme en mi mundo de "ideas puras", en el arte y en la poesía, la lectura de Onfray, no tanto de su pequeño teatro (donde el fantasma de Kant interroga por incomprensión al insignificante funcionario que va a morir y que no tiene reparo en asumir su responsabilidad -compartida- en la organización de la tragedia) sino por los comentarios del texto que lo precede, Un kantiano entre los nazis, esa lectura ha supuesto una especie de cortocircuito en mi programa. Se comprenderá mejor lo que intento decir, imagino, si se atiende a las citas siguientes:

"Kant es culpable -y con él también lo es el kantismo- de razonar alejado de la realidad del mundo, de la gente, de los hombres..."
"...si la negatividad corroe a los hombres -cosa que creo firmemente-, la solución no es darles la espalda para atesorar las ideas y no vivir sino en ellas, por ellas y para ellas, sino que estriba en abrir intelectualmente la propia visión del mundo en una perspectiva dialéctica que permita prevenir, abolir o corregir las manifestaciones del mal radical o la parte insociable de la insociable sociabilidad de los hombres."
"En materia de ética, al igual que en política, al kantismo le falta el derecho a desobedecer (lo arbitrario), de negarse (a la injusticia), de resistirse (a la opresión), de rebelarse (contra la iniquidad), de decirle no a la ley (inicua), de recusar el derecho (de clase o de casta), de impugnar las reglas (despóticas)."

Ante semejantes afirmaciones (yendo de Onfray a Arendt, pasando por Kant y Eichmann, y volviendo a los discos duros y al ordenador que almacena y procesa los datos de una vida), es inevitable pensar en "el hombre corriente", la inmensa mayoría de ciudadanos, clase obrera incluida, que desatiende las siete reglas de Onfray y se vuelve kantiana (en su interpretación más simplista), propiciando de este modo el permanente renacimiento de tantos hombres vulgares y mediocres llamados eichmann.

Se pregunta el que esto escribe: ¿Soy yo -también- un hombre corriente? ¿Lo soy después de mis lecturas, de mis pinturas y dibujos (en su mayor parte jamás contemplados), de mis escritos (inéditos, no leídos), de mis diez mil máscaras, después de bailar con la muerte desde hace más de medio siglo (con melodías cambiantes) sin que ni ella ni yo nos hayamos pisado ni hecho jamás la zancadilla, suponiendo por tanto que a mi pareja de baile le gusta bailar conmigo?   

En el teatro, el fantasma de Kant le pregunta al condenado Eichmann: "¿Y le resultó fácil leerme? Digamos..., ¿me comprendió? ¿Está seguro de haberme comprendido bien?".

Salvador Alís.


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