miércoles, 3 de agosto de 2016

IRENE FRIBERG

IRENE FRIBERG



RETRATO DE UNA NIÑA EN 1905

¿Qué habrá sido de ella? ¿Vivirá todavía? Ciento dieciséis años son posibles. 
Quizá sea una bella y delicada anciana, como fue bella y delicada la niña.
Quizá su cerebro aún permanezca despierto, 
aunque limitado como una pequeña nuez reseca.
Su piel curtida por el paso de dos siglos, 
frágil y quebradiza como el pan de oro adherido a una estatua.
Su esqueleto de madera. Las uñas de fino marfil agrietado. 
Los cabellos blancos como hilos de nieve. 
Y la mirada, vagamente azul, ya no mirando otra cosa que su color perdido. 
Quizá sea polvo, un discreto cúmulo de blancura, 
la silueta apenas esbozada del cuerpo que ayer estaba vivo, 
lo que seremos todos, 
pues su campana puede haber sonado antes 
pero es la misma campana que sonará para nosotros. 
Cuando la fotografía fue tomada debía tener -¿quién lo sabe?-
cinco años. Pudo tener quince, veinte, treinta, cincuenta
o cien. Pudo ser feliz. Estudiar música o lenguas extranjeras. 
Pudo ser una deliciosa amante, una madre entregada, 
una competente profesora. Pudo ser una mujer humillada, 
una obrera en una fábrica de armamento, 
una viuda precoz. Pudo perder a sus hijos, 
perderse ella misma en cualquier tren de la muerte 
de los muchos que surcaron la primera y la segunda guerra mundial. 
Pudo ser una pintora de paisajes, una poeta inspirada y desconocida, 
una viajera, una campesina, una cantante de ópera o cabaré. 
Pudo ser, en fin, todo lo que cabría esperar de una niña nacida
con el siglo XX. Tras la inocencia de sus ojos
se adivina el dolor; y tras su leve sonrisa, la resignación. 
Su vestido de encaje, las flores, el lazo en el pelo,
como una frida europea, una futura mártir. Pero no es seguro:
puede que aún esté viva y que su belleza, siendo otra, sea la misma.

Salvador Alís.










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